El mediometraje valenciano Les xiques van al parc de nit forma parte de la Sección Oficial de la edición de este año de La Cabina. Dirigido por Iñaki Sánchez Arrieta (Zerø, El lodo) y Celia Cuenca, el film nos lleva por la València periférica, por la vida de una adolescente (Vera) que busca quién es y quién va a ser asumiendo los miedos que conlleva el camino, por su obsesión por una patinadora llamada Julia a la que sigue por redes sociales, por un parque de noche en el que un enigmático grupo de amigas se reúne. De todo ello, y de más aspectos de la película, hablamos con Celia e Iñaki. Hasta el día 19 de noviembre la podéis ver en el canal del festival en Filmin.

¿Cómo surgió lo de escribir y dirigir a dúo?

Iñaki: Conocí a Celia haciendo los dos el máster de guión organizando por Barreira y el Centro Sperimentale di Cinematografia. Ella tenía un esbozo, una idea que me atrajo mucho cuando la presentó en clase y que luego fue el germen del guión en sí. Le propuse que lo desarrolláramos juntos y luego que oa codirigiéramos y lo produciría yo. Aceptó y ese fue el camino que tomamos.

Celia: Por mi parte, lo de trabajara  dúo fue por dos motivos. Por un lado porque todavía estoy empezando, he escrito pero no he desarrollado muchos proyectos y no es lo mismo que alguien te diga cómo escribir que el hecho de ver a otra persona escribir contigo. Puedes ver cómo resuelve algunos problemas o detecta donde decae el guión a nivel de ritmo, por ejemplo. Iñaki tiene un recorrido y una experiencia que se muestran mucho en su proceso de trabajo. Eso lo he notado también en la dirección. Para mí es una formación como muy directa. Eso me ha permitido aprender mucho, pero también encontrar cuáles son mis propias formas de hacer las cosas, buscar mis propios recursos y procesos creativos, con la confianza y tranquilidad de tener alguien con experiencia detrás, que no va a decidir por mí, pero sí me va a guiar. No estuvimos de acuerdo en todo, evidentemente, y creo que ahí hay un gran aprendizaje de buscar los puntos medios o luchar determinadas decisiones y ceder en otras. Creo que en un proyecto audiovisual, que es algo colectivo, es fundamental.

El segundo motivo es que tengo unas historias y unos personajes que a veces pueden resultar un poco naif porque siempre recurro al paso de la madurez, protagonistas adolescentes, en una línea entre lo realista y lo fantástico, es como un género que a veces me transmite un poco de inseguridad porque puede parecer muy infantil, sin trasfondo, y me gusta que haya otra persona valorando el proyecto y aportando su opinión y su mirada.

Es una película de la que es difícil hablar sin desvelar ningún spoiler, así que mejor… pasapalabra, ¿Qué es Les xiques van al parc de nit? ¿Qué cuenta?

Celia: Es un ejercicio de paso a la madurez. La adolescencia es un momento muy intenso que, de alguna forma, hay que superar porque sino sería muy difícil convivir con esa intensidad en la edad adulta. Cuando escribo estas historias pienso mucho que la edad adulta es una etapa que es una ficción, que la madurez en realidad no existe, lo que pasa es que nos sobreponemos y empezamos a ser más prácticos y a tener otras prioridades.

Es una película en la que el concepto de búsqueda, tanto física (cuando Vera busca a la otra chica, cuando se persiguen por el garage o el parque…) como de aspectos vitales está muy presente. También el de los miedos. ¿Qué es lo que os interesaba de ello desde el punto de vista narrativo?

Celia: Esta historia es como un regalo para Vera, la protagonista, que se encuentra con que realmente no va a tener que pasar a la madurez. Ella se lanza a una búsqueda, no sabe bien lo que está buscando, pero sabe que tiene que ver con las chicas del parque, con Julia, y con convertirse en algo que le hace más honesta, más poderosa, más ella misma, y que está dispuesta a hacer lo que sea por esa transformación. Es un paso a la madurez que es un poco tramposo, porque Vera y Julia, al final, no aceptan convertirse en mujeres adultas, sino que se mantienen en ese estado de niñas adolescentes monstruos, viviendo en esa València nocturna, en los márgenes, en los barrios de la periferia, escondidas pero por otro lado muy poderosas. Me gusta mucho cuando convergen el coming-of-age y el género de terror o de la fantasía porque nos permite hacer metáforas sobre lo que significa convertirse en adulta o la posibilidad de que te puedas convertir en otra cosa que te hace sentirte más tú.

Iñaki: Cuando entramos en la historia de Vera lo hacemos en un momento en el que el personaje tiene una necesidad de pertenencia muy fuerte, de ser parte de algo que no lo es. Es un momento de extrema fragilidad, se ve que es un personaje que está un poco al límite que se va a ver obligado a hacer algo que no está claro que quiera realizar. Ese paso, ese salto, que va a dar y que se entiende mucho mejor al final de la película, refleja el miedo que le genera, que está presente a lo largo de toda la película.

Se trata de un mediometraje en el que apenas hay diálogos. La primera palabra se pronuncia casi en el minuto 9 y no habrá muchas más a lo largo del metraje.

Iñaki: Cuando hicimos los ensayos comprobamos que no había necesidad de añadir más texto más allá de las tres o cuatro frases que sí debían estar de manera natural. A través de ellas, y de cómo se comunicaban, vimos que no hacía falta la palabra para contar lo que estaba ocurriendo.

Celia: Es una historia en la que aunque se genera cierto suspense, no hay grandes acciones. Creíamos que el núcleo de la historia estaba en la relación entre las dos chicas y el cambio interior, que luego será exterior, que está viviendo Vera. Para que esto se percibiera de una forma honesta y no muy superficial, que no se quedara muy anecdótica, pensamos que tenía más valor mantenerlo mudo, o casi mudo. Sobre todo, también, para evidenciar esa comunicación más de ahora, más insistente, del teléfono. Esa intimidad y ese secretismo que hay con esta pequeña logia de vampiras parece más secreta si no se ponen palabras. Nos arriesgábamos a que quedara algo pueril, pero el mantenerlo en esta intimidad, sin que se diga, hace que pueda ser más real. Las actrices aportaban mucho solo con gestos, miradas, persiguiéndose por la calle… También es una historia de amor adolescente y corríamos el  riesgo de que con diálogos quedara superficial o más manido, y nos gustaba mucho como lo registraban ellas solo con las miradas, hay mucha ternura. Eso se respira mejor en el silencio. Y por otro lado está la idea de la València secreta, de los márgenes, de la periferia, de la noche, de que todo esté vacío… en ese ambiente tan misterioso casi parecía contradictorio que hubiera palabras, es como si estuvieran en otros planos.

Esa economización también se traslada a otros aspectos de la vida de la protagonista, como el lugar donde vive, su habitación, su familia, ¿Por qué no queríais que el espectador tuviera esa información?

Iñaki: La decisión fue entrar en el mundo de Vera, que está en una situación muy delicada, y enseñarla completamente sola, que sí, tiene una casa, que se intuye que tiene unos padres, pero inexistentes, una chica pasando un momento vital y de soledad muy importante. Eso le empuja a lo que es el motor de la historia, a la necesidad de cambio porque está ahogada y desvinculada de toda relación.

Como consecuencia de lo anterior, las miradas y la expresión gestual de las actrices juega un papel importantísimo en el desarrollo de la trama.

Celia: Hicimos un casting bastante exhaustivo. Pusimos carteles en algunas escuelas. Yo, personalmente, llamé a algunas chicas que había visto en videoclips o fotografías que se habían realizado sobre todo por València o cerca. Les pusimos la parte del guión en la que Vera y Julia se persiguen, se hacen carantoñas… En el casting no había diálogos, directamente era un juego de miradas y ver cómo funcionaban las diferentes formas. No teníamos un perfil muy claro, sino que estábamos muy abiertos a lo que pudiera pasar. Iñaki insistía en chicas que no tuvieran demasiada experiencia para que todo fuera lo más honesto posible. Iñaki dice una cosa que he aprendido y que me gusta mucho, que es el actuar pequeño. Queríamos que todo fuera muy para adentro, porque es un viaje muy íntimo y personale, en ese momento adolescente en el que no puedes contar todo lo que sientes porque nadie te va entender. Buscamos que fueran chicas con carácter, personalidad, de hecho trajeron su propio vestuario al set porque queríamos que transmitieran esa veracidad y carisma que tenían.

¿Por qué en repetidas ocasiones, entre secuencias, os habéis decantado por la opción de que la imagen «se vaya a negro», ¿Qué buscabáis con ello?

Iñaki: Lo de las idas a negro está relacionado con lo de la soledad de Vera de la que hablaba antes. En su mayoría no son fundidos a negro, sino cortes a negro. Buscábamos, de alguna manera segmentar mucho su vida, generar una idea de una vida dura y muy monótona, como momentos que se cortan abruptamente, pasajes de una vida que como una losa, que es cuando aparecen estos negros, se cortan. Queríamos desnaturalizar una vida y solo enseñar trazos de su existencia. Que no sucedieran las cosas de manera natural.

La acción transcurre en una València menos reconocible, más periférica.

Iñaki: El personaje y lo que le pasa, y el tono de la historia como lánguido, triste, apagado, de una vida sin demasiados alicientes, nos funcionaba mejor contándolo con periferias, en una ciudad en la que apenas se ve vida, solo se ven personas cuando van al centro. Nos parecía el contexto perfecto para explicar su vida. Yo tenía una intención muy clara y firme, y muchas ganas, de hablar, indirectamente y sin remarcarlo, de una València del fracaso si se quiere decir así, la València que quedó después de la gran fiesta de las últimas décadas,  queríamos enseñar esa periferia que se ha quedado a medio construir, medio abandonada, y eso además favorecía el desarrollo de esta chica y su historia.

¿Qué referentes cinematográficos teníais en mente?

Celia: Además de escribir ficción, investigo, y hay un tema que me interesa muchísimo que es la mujer monstruo. Son estas películas en las que la mujer en lugar de ser una víctima o sentirse fatal por lo que es, se siente muy orgullosa o se empodera a través de su monstruosidad. En concreto, hay dos películas que me sirven mucho de referente en general, y en Les xiques van al parc de nit en particular. Son Thelma (Joachim Trier, 2017)  y Crudo (Julia Ducournau, 2016).

En Thelma, una chica al ir a la universidad descubre que es una bruja, sus poderes empiezan como ataques epilépticos pero se revelan como poderes telequinéticos. Y los deseos que tiene se convierten en realidad, y cuando desea cosas horribles suceden. Es una especie de Carrie (Brian de Palma. 1976) revisada. En Crudo también una chica que empieza la universidad descubre que procede de una familia de caníbales y tiene que decidir si cede ante los impulsos de devorar humanos o no.

Esas dos películas me gustan mucho porque son dos protagonistas que están camino a la madurez y deciden tomar un camino paralelo que nunca se habían planteado que podían asumir y que con esos poderes escabrosos o terroríficos, o negativos incluso porque pueden generar el mal, se sienten más honestas. Me gusta mucho la idea de que el personaje femenino no tenga que ser dulce, moralmente correcto, y que eso no tenga ninguna relación con su sexualidad o con su capacidad de ser madre. Estos serían mis dos referentes narrativos, y también visuales, porque son también películas muy pausadas, con mucho espacio para el paisaje, para las metáforas visuales, los colores son fundamentales en ambas…

Hay un tercer referente que es La enviada del mal (February) (Oz Perkins, 2015). Una chica, a la que le posee el demonio, comete unos asesinatos en un reformatorio, y cuando la exorcizan ella quiere volver a estar poseída porque con ese poder se sentía más honesta, más viva, más fuerte. Me gusta mucho explorar esa idea. Y este mediometraje es un poco un principio de explorar eso, algo que me gustaría trasladar a otros proyectos.