Marc Hurtado. Foto: Thomas Mafrouche.

Tenía once años y durante diez días estuvo sin poder cerrar los ojos. Notaba una fuerte presión nerviosa. Cualquier ruido a su alrededor, las conversaciones de la gente, retumbaban en su cabeza a volumen máximo. Le medicaron, le medicaron mucho. Hasta los catorce vivió una época muy oscura. Cada vez que se asomaba al balcón, miraba hacia la calle y tenía ganas de saltar. Acabar con su vida. El cine le salvó.

Marc Hurtado (Rabat, 1962) recuerda perfectamente, en conversación vía zoom, el día que su padre le regaló una pequeña cámara de 8mm. Tenía trece años. Se encerró con ella en una habitación, se quitó la camiseta, proyectó en su vientre las películas familiares en las que aparecía con su hermano Eric y lo filmó. “Hice una especie de autofilmación. Eso me salvó la vida. Cuando lo vi me desbloqueé, fue algo increíble, por primera vez en mi vida algo me pertenecía, me daba luz, era como un espejo que me permitía entrar en mí mismo”.

El cine llegó al mismo tiempo que la música. Aunque aquí jugaba con ventaja. Su abuelo materno, Ricardo Rabasa, que nació y vivió en València, fue músico. Tocaba pasodobles y tangos, componía sus propias piezas y giró por todo el mundo. Hay más. Su padre, Félix Hurtado, fue durante veinte años cantante de ópera profesional. Actuó en el Liceo de Barcelona, en Italia, por toda Europa, pero Marc jamás le escuchó hacerlo, “siempre decía que la ópera no se cantaba en el pasillo o en el comedor de casa, que solo podía hacerse en los teatros”. Y Félix dejó de subirse a los escenarios cuando toda la familia tuvo que marcharse a África, porque su padre (y abuelo paterno de Marc) Antonio Hurtado, fue detenido por su filiación republicana y sindicalista durante el franquismo y encerrado en un barco con destino a Argelia, del que pudo escapar refugiándose en el, entonces, Marruecos francés.

“Mi vida estaba rodeada de música. Cuando mi padre se levantaba ponía enseguida música, sobre todo, de Manuel de Falla. Tenía, también, un tío que hacía rock and roll y mi abuelo Ricardo, que entonces tendría sesenta años o más, a veces iba a tocar con él, se ponía una peluca y vestidos muy locos, con flores grandes. El hombre hizo música hasta el final de su vida”.

Grenoble fue la siguiente parada de la familia. Marc vivía en un apartamento “lleno de instrumentos, guitarras, bajos, percusiones, un bandoneón. Mi abuelo quería enseñarme música, pero desde pequeño estuve más interesado en hacer ruido con los instrumentos que melodías. A los doce años empecé a grabar ruidos en el apartamento. Después salí a la calle con un magnetófono pequeño, mono, a registrar los de las fábricas, había algunos increíbles (risas). Esas fueron mis primeras experimentaciones con el sonido”.

Al mismo tiempo seguía fascinado por su cámara. “De los 14 a los 17 años (de 1976 a 1979) hice mi primera película, Des Autres Terres souples, y cuando la vi eché en falta sonido porque el 8mm no lo registra. Yo ya había grabado entonces una especie de piezas, no me atrevo a decir canciones, con muchos ruidos, gritos, guitarras destrozadas con martillos, algo muy loco”. Era cuestión de tiempo que ambas pasiones colisionaran. Además, en 1980, creó con su hermano Eric el grupo Étant Donnés, tomando el nombre prestado de la última obra de arte de Marcel Duchamp.

Marc Hurtado. Foto: Julien Beaunay.

Para Marc grabar imágenes tenía algo de terapéutico, lo hacía para él mismo, pero decidió mostrarlas en público. Ningún asistente de aquel primer pase lo habrá olvidado. “La gente se marchaba corriendo (risas). Eric y yo hacíamos la música en directo. Gritábamos como locos con un micrófono. Cuando solo quedaron dos espectadores yo me puse a saltar delante de ellos como si quisiera luchar (risas). No era algo violento, era una lucha de amor, pero ellos imagino que solo veían a un chico que parecía que quería golpearles y se atizaba en la cabeza con el micro (risas). A los cuatro minutos la sala se quedó vacía”.

La casualidad ha marcado buena parte de la carrera de Hurtado. Ya en aquellas primeras películas en 8mm “filmaba de manera ciega. Intentaba no pensar. Grababa a distintas velocidades, cambiaba de foco, incluso la forma de filmar, iba con la cámara encima de una motocicleta… Hice mucha autofilmación porque grabando mi cuerpo filmaba el macrocosmos a través del microcosmos…Hay muchas superposiciones pero no son intencionadas, no rodaba pensando en el resultado. Había como algo mágico en el no pensar, como una especie de agujero, como si un espíritu, una casualidad mágica, me invadiera. Intento ser siempre espectador de mis trabajos, antes que director y no imponer mis pensamientos en mis creaciones”.

Más casualidades. Marc no ha compuesto expresamente nunca música para sus films. “Siempre he cogido algunas que ya tenía al azar. Presiento que pueden ir bien con las imágenes, sin pensar, y siempre funciona perfecto. No he cortado ni dos segundos de música, duraban incluso lo mismo”.

Marc Hurtado siempre ha encontrado inspiración en lo que le rodea (“filmaba casi siempre los mismos árboles, pequeñas montañas… todo en mil metros cuadrados, he hecho siete películas en el mismo sitio, yo lo llamaba el centro del mundo”), en los lugares en los que ha vivido (“cuando empecé a hacer música estaba muy influido por los gnawa, músicos que tocaban en la calle en Marruecos, con esos loops (los reproduce vocalmente) que no paran”) o en sus lecturas (“me marcó mucho El teatro de la crueldad, de Antonin Artaud”), por eso a veces sonríe cuando alguien califica su arte de experimental.

Y es que aunque aceptando que sus obras no son precisamente mainstream ni muchísimo menos, es cierto que su punto de partida es muy natural, muy real. Ahí está, por ejemplo, Saturn Drive Duplex en el que la base son las imágenes que graba en Nueva York, o el disco Aurore, de Étant Donnés, que incluye sonidos de la naturaleza, o My Lover the Killer, basada en una historia vivida por Lydia Lunch. Igual sería más correcto especificar que experimenta a partir de lo real, como si fuera un ritual.

“Esa es la palabra, ¡ritual!. Cuando haces siempre el mismo gesto para crear algo y obtienes idéntico resultado es una especie de rito. No me gusta la palabra experimentación. Yo experimento en el sentido de que quiero sacar todas las posibilidades a la cámara o con el sonido, pero decir que es música o cine experimental es una mentira porque es como decir que nunca se acaba la experimentación. No pienso así. Necesitas una parte de experimentación en la creación, pero cuando veo que se acaba no vuelvo a ello”.

“A menudo han dicho de mí que hago música o cine experimental y cuando empecé no conocía ninguna de las dos cosas. No sabía que existían. Lo he descubierto todo después. Fue un choque, dije joder, hay cosas que se parece mucho a lo que yo he hecho solo en mi rincón, desde los catorce años”.

El primer choque fue encontrar con dieciséis un disco de The Stooges. El segundo choque, escuchar a The Velvet Underground. “Al mismo tiempo descubrí a Suicide, Devo, Pere Ubu, Joy Division, Throbbing Gristle… en un año o dos. Pensaba que toda la vida sería así, cada día encontrando un grupo enorme, pero desgraciadamente estaba equivocado”. La decepción la compensaría años después colaborando con algunos de aquellos mitos.

La desaparición del 8mm fue un duro golpe para Hurtado. “Estaba muy enamorado de ese formato. Cuando lo sustituyó el vídeo me pareció muy artificial. Y significó volver a aprender. Hice pruebas y no me gustó. Estuve más de diez años, finales de los noventa y casi toda la década del dos mil, sin hacer cine, me centré en la música. Hasta que Nicole Brenez me invitó a participar en la película colectiva Outrage et Rebellion (2009), mi parte se titulaba «Ciel Terre Ciel», y lo tuve que hacer en vídeo. Si no lo hubiera hecho, igual no hubiera hecho más cine”.

Afortunadamente, Marc Hurtado siguió poniéndose detrás de la cámara. Eso sí, sin renunciar a sus principios creativos:

1- “Cuando consigo financiación para una película, lo primero que hago es tirar el guión a la basura. Y mientras filmo descubro el guión”.

2- “No he hecho un montaje en mi vida. Las películas se montan filmando”.

Lo que desemboca en una confesión que no puede evitar contar acompañada de carcajadas: “Todo esto da mucho miedo a los productores”.

La filmografía de Marc Hurtado se podrá ver íntegra en la Mostra de València de este año. Protagonista de su sección Focus, además impartirá una masterclass (21 de octubre, Cines Babel) y ofrecerá un concierto acompañado de Lydia Lunch (23 de octubre, 16 Toneladas). Los que quieran ir con los deberes adelantados pueden buscar en youtube alguna de sus actuaciones conjuntas, en las que el caos, donde ambos se mueven con extrema comodidad, se convierte en su propio orden.

“Dentro del caos organizo mejor las cosas que con un orden previo. El caos se encuentra en la forma de trabajar de Lydia Lunch, como también lo estaba en la de Alan Vega. No han sabido nunca explicar cómo han hecho lo que han hecho. Lydia trabaja más en el caos de su propio trauma, el arte le ha salvado la vida. Alan tenía otra forma de caos. Peleaba siempre con su ingeniero de sonido porque quería un caos total en el estudio, con el volumen a tope con altavoces de un metro de alto que habían comprado adrede. De ese caos acababan saliendo cosas. Ese caos es como cuando estás borracho, pero puedes ir del bar a tu casa sin problemas y al día siguiente te preguntas cómo conseguiste hacerlo. No hay pensamiento, solo un espíritu muy profundo sin intelectualidad”.

Lo que es seguro es que el concierto de la Mostra será distinto a todos los anteriores. Siempre ocurre. “Lydia se esfuerza mucho en la escritura de sus textos, pero luego cuando está en escena cantando o tocando, lo que hace es dejarse llevar por el momento. He hecho muchos conciertos con ella y no ha habido ninguno igual”. No tienen un repertorio pactado, odian los ensayos, pueden cambiar de canción en cualquier momento, todo eso “hace que los conciertos sean muy vivos, no estén muertos. He visto a Iggy Pop muchas veces. En sus primeras actuaciones tenía una fuerza tremenda, había algo de caos, de locura, imagino que también por la droga, pero sus últimos conciertos han sido muy aburridos, las canciones eran igual que en los discos, no había vida, le faltaba esa casualidad del caos”.

En cuanto a las películas que se podrán ver en la integral que ha programado el festival valenciano se encuentra Infinite Dreamers (2016), documental sobre Suicide, dúo formado por Alan Vega y Martin Rev. “Me gusta mucho esta película porque es una representación perfecta del caos de Suicide. Martin Rev y Alan Vega eran muy diferentes. Alan tenía la energía súbita violenta del momento y Rev piensa mucho las cosas, es muy intelectual. Y eso se refleja en el film”.

Infinite Dreamers nació cuando el productor del disco Sniper (grabado por Vega y Hurtado) le propuso a Marc que hiciera un videoclip del mismo, pero a este le aburren soberanamente. Como tenían presupuesto se fue a Nueva York a grabar el universo de Alan. Su estudio, al que iba todos los días; un gimnasio de boxeo que frecuentaba; el bar al que acudía todas las noches a beber vodka y escribir… Marc llevaba años buscando financiación para hacer una película sobre Suicide, pero era imposible, y decidió que ese era el momento. “Era como un gran os jodéis a toda esa gente que me había cerrado las puertas, voy a hacerla sin dinero, sin producción, sin nada, me encargaré yo hasta de los subtítulos, gracias por no haberlo querido hacer, lo haré solo. Iros a la mierda” (risas).

A lo largo de la conversación, Hurtado habla siempre de Vega, que falleció en 2016, como si estuviera vivo. Puede que sea su castellano, pero flota la sensación de que de alguna manera lo está para él. En Infinite Dreamers, aparece muy cansado, acababa de recuperarse de un asalto a la salida de su apartamento y de un ataque al corazón. “Me gusta mucho la fragilidad de Alan en la película, la fragilidad de un hombre que era muy duro. Anda que parece que se va a caer, pero su alma está ahí. Tiene la cabeza bien, pero el cuerpo no. Su fragilidad me recuerda a las últimas obras de Goya, o al cubismo de Picasso, en el que no son cuerpos lo que aparecen, sino expresiones de cuerpos”.

Otro de los títulos programados es My Lover the Killer (2020), que se podrá ver por primera vez en España. La historia, como dice el propio Hurtado, “es increíble”. En 2012 invitó a Lydia Lunch a hacer un disco. La primera letra escrita por ella que le envió fue “I’m Sorry But I’m Not” que hablaba de un chico con el que tuvo problemas y del que tenía ganas de vengarse. El segundo texto fue “Ghost Town” y aparecía de nuevo el mismo muchacho. Era Johnny O’Kane, uno de sus primeros amores, con el que convivió varios meses, “una especie de Marlon Brando que bebía mucho, era yonki y que empezó a ser peligroso. Inyectaba heroína a Lydia cuando dormía, le amenazó con un cuchillo…”, finalmente ella huyó a Londres.

Cuando Lydia Lunch se iba a poner con la tercera canción del disco se tuvo que ir a Los Ángeles a un concierto de presentación de su disco Retrovirus. Antes, le mandó a Marc varios títulos para el grupo, uno de ellos era My Lover the Killer, “me pareció que tenía mucha fuerza, algo mágico, potente y peligroso”. Y ocurrió entonces eso que Hurtado califica como increíble. “Su batería, Bob Bert, que tocaba con Sonic Youth también, era amigo de O’Kane y le dijo que este vivía en Los Ángeles, que era el director de un sindicato de trabajadores del hielo, tenía dos hijos, vivía con una chica, parecía que había cambiado. Ella le dijo que querría hablar con él, tomar algo, nada más. Pero O’Kane nunca acudió. Esa noche discutió con su mujer, no sabemos si por celos porque él iba a ver a Lydia, pelearon, salieron al jardín y él le pegó dos tiros en la cabeza. Entró al salón, llamó a la policía, confesó el asesinato y se suicidó de otro disparo en la cabeza”.

Por si fuera poco, la segunda canción que ya tenían para el disco terminaba así: “no has podido matarme, pero creo que matarás a la que venga después de mí”. Marc le preguntó a Lydia si cancelaban el proyecto. “Dijo que no, que quería seguir escribiendo sobre él, sobre el crimen, pero de una manera poética, y haciéndolo de una forma genérica sobre las agresiones que sufren las mujeres a manos de hombres”. Y de nuevo la casualidad entró en juego. Lydia sustituyó a Alan Vega en un concierto que tenía que dar con Hurtado en Lyon. Este aprovechó el viaje para coger sus cámaras y grabar porque quería hacer una película sobre el arte y la vida de Lydia Lunch. Encontró producción y decidió entonces “hacer algo más realista sobre la historia vivida, buscar respuestas, de dónde venía O’Kane, qué importancia había tenido en su vida, cómo había vivido el crimen…” .

El resultado fue My Lover the Killer, donde Hurtado quiso salirse “del documental clásico e ir más hacia el mundo de Lydia y ver cómo todo esto se relacionaba con su vida y con su arte. Ella habla de muchas cosas íntimas, cuenta que vendió droga de muy joven o que ejerció la prostitución. Para Lydia, la prostitución ha sido el trabajo más honesto que ha hecho en su vida, hacía lo que quería con la gente que quería el tiempo que quería, no había ninguna ambigüedad sobre eso”.

El cine y la música de Marc Hurtado se mueven entre lo personales que son sus proyectos y la necesidad que tiene de colaborar con otros artistas. Lo ha hecho con los mencionados Alan Vega o Lydia Lunch, también con Genesis P-Orridge, Michael Gira o Pascal Comelade. “Desde siempre he tenido miedo de trabajar solo, miedo a ser invadido por mi propio ego. No me gusta exponerme totalmente”. Por eso insiste en que aunque se graba a sí mismo, “está filmando al hombre universal no a Marc Hurtado”. Y con la música le pasa igual. En eso coincide con su amigo Alan Vega. “Le gustaba grabar solo porque le cohibía si se le miraba al cantar. Pero necesitaba alguien a su lado. La primera vez que trabajamos juntos fueron las cuatro canciones de Re-Up (disco de Étant Donnés, de 1999) en el que participó. Me fui a Nueva York y él fue un caos total, yo tenía un miedo increíble, me dijo que cantaría las cuatro piezas sin parar, de una toma, mientras comía al mismo tiempo. Hay un momento en el que tose porque canta y come chocolatinas, se atraganta y me dijo que no tuviera miedo, que iba a salir algo bueno. A mí me gusta el caos, ya lo he dicho antes, pero él estaba en un nivel superior al mío”.

Fassbinder o Alan Vega. Godard o Swans. Pasolini o Teenage Jesus & the Jerks. Paradjánov o Suicide. Buñuel o Chrome. Marc Hurtado no tiene influencias, pero sí un montón de artistas que le gustan mucho. La lista de cine hace paradas en Tarkovski, Visconti, Rossellini, Scorsese, Barbet Schroeder, Murnau o Fritz Lang. La musical en Lydia Lunch, Throbbing Gristle, Mars, DAF, Giorgio Moroder, Cerrone, Dark Day, Leather Nun, Alternative TV, Mx 80 Sound, Contortions, DNA, Damon Edge, Pere Ubu, The Stooges, Iggy Pop, The Velvet Underground, Lou Reed, The Seeds, Sky Sunlight Saxon, Red Krayola, James Brown o Kraftwerk.

València es para Marc Hurtado algo más que la ciudad natal de su abuelo Ricardo. “Es muy importante para mí. Fue la llave de muchas cosas. De los catorce años a casi los veinte todos los veranos fui a El Perelló”. Muchos recuerdos: “ir en moto por la noche por L’Albufera, los primeros amores, discotecas por todos los lados, el mar, borracheras de sangría, comer paella, descubrir muchas cosas experimentales, la primera vez que escuché a DAF o a Cerrone fue allí”. La discoteca Bunker era su preferida. “Nunca he encontrado un sonido tan radical y tan fuerte como el suyo, ni en Berlín ni en Ibiza. La primera vez que escuché «I feel love», de Donna Summer, con música de Girogio Moroder, fue allí. Es una canción muy importante para mí, incluso la he utilizado sonando al revés y a menos revoluciones (imita el sonido). En València he descubierto mucha música electrónica que me ha influido mucho. Fue en los años anteriores a la Ruta del Bakalao”.

Marc Hurtado vuelve ahora a València, dentro de la programación de la Mostra. Películas, clase magistral y concierto. No os lo perdáis.

Pd- Munster Records tiene en su tienda online, a precios irrisorios, las ediciones en cd de algunos de los discos en los que ha participado Marc Hurtado.