Una noche del pasado verano, en la Plaza del Ayuntamiento de Benetusser se proyectaba «Universo Railowsky». La entrada era gratuita. Pero solo había diez espectadores, contando a un perro y a una niña. Entre ellos estaban los hermanos Julia y Martín Rey-Matesanz. También, el director de la película, Rafa Casañ. Cuando terminó la proyección, el cineasta conversó con los presentes. «Charlando con él, nos dimos cuenta de que hay obras maravillosas producidas en la Comunidad Valenciana que se encuentran con problemas para llegar al público porque se exhiben poco en salas comerciales y a la gente le cuesta acceder a ellas», explica Julia. Lejos de quedarse en una simple y animada conversación estival, decidieron ponerse manos a la obra para corregir esa situación. «Con esto en mente, comenzamos a diseñar un ciclo de cine hecho en Valencia», apunta Martín. «Por otras experiencias sabemos que los ciclos de cine organizados «indoor» resultan poco atractivos, a la gente le gusta estar en la calle. Por eso hablamos con la Biblioteca Pública, que cuenta con la explanada, un espacio privilegiado». Y así nació Cinema de la Terreta, cuya programación se extiende por todos los viernes de mayo con un corto y un largo, por sesión, producidos aquí.
¿Quiere decir esto que existe un cine valenciano? Durante años, los medios han hablado de cinematografías de toda la geografía española (vasca, andaluza, catalana, gallega, incluso madrileña), pero nunca se ha oído una palabra sobre la valenciana. «El cine valenciano existe desde el momento en que existen películas de producción valenciana. Otra cosa es que a lo largo de la historia se pueda hablar de un movimiento con rasgos identificativos o que englobe a una generación concreta de cineastas. Desde ese punto de vista, no creo que se pueda hablar de cine valenciano como sí ocurrió, por ejemplo, con el cine vasco, cuando saltaron a la palestra, en muy poco margen de tiempo, Urbizu, De la Iglesia, Medem, Bajo Ulloa y Calparsoro. No solo compartían la procedencia geográfica, sino que sus películas lograron llamar la atención de crítica y público por su incuestionable calidad», matiza el periodista Eduardo Guillot.
La profesora de Historia del Cine, Áurea Ortiz, considera necesario salir primero de la invisibilidad actual antes que ponerse a debatir sobre unas etiquetas u otras.«Mientras no haya producción de largometrajes y alguno de ellos, más de uno, consiga un éxito importante, no se hablará de cine valenciano. Y para eso hace falta un tejido industrial que ahora no existe. Hubo un tiempo en que existió algo que podríamos entender como “cine valenciano”, en el periodo del cine mudo, pero nunca más volvió a suceder. Por otra parte, eso no solo sucede con el cine. No creo que se hable de una literatura valenciana o de un arte valenciano (actualmente, me refiero) como algo fácilmente identificable, o más o menos homogéneo, o ni siquiera agrupado».
Si algo ha caracterizado siempre al supuesto cine valenciano ha sido su estructura de francotiradores. Cineastas que con más empeño e imaginación que ayudas, levantaban sus proyectos. Tal vez el más talentoso, en estos últimos años, haya surgido en Elche. A Chema García Ibarra le han bastado tres cortos y un mediometraje para demostrar que tiene lo que cualquier creador ansía: un estilo propio. El multipremiado director y guionista desconfía de las etiquetas. «La clasificación de las películas por nacionalidades siempre me ha parecido muy aleatoria, como si agrupáramos a las películas cuyo título empieza por “F” o cuyo rodaje terminó un martes. No obstante, entiendo que hay particularidades geográficas, etnográficas y culturales en cada región, así que supongo que incluiría en este grupo las películas que están totalmente inmersas en la “valencianidad”, desde “El virgo de Visanteta” hasta “Los chicos del puerto”. Una clasificación temática que hace irrelevante el registro mercantil regional en el que han sido inscritas las productoras».
En ese sentido, el productor Kiko Martínez (Nadie es Perfecto) añade que «el cine como tal debe tener un interés mas general y no circunscrito a un entorno tan local como el autonómico. En cualquier caso, el cine como propuesta intelectual y creativa depende básicamente del director, que es el que le da la esencia y mirada a cualquier proyecto. En ese sentido, desde la Comunidad, no hemos conseguido crear directores relevantes en la industria cinematográfica española. Contadas son las excepciones como Paco Plaza, que aunque desarrollado profesionalmente en Barcelona, a día de hoy es uno de los nombres importantes en la industria de cine en España».
Paco Plaza es uno de los nombres recurrentes que se suele esgrimir a la hora de intentar reanimar a un paciente, el cine valenciano, que cuesta que dé señales de vida. No importa que su carrera no cuente con producciones locales. Se mira su DNI y se saca pecho. Como ha ocurrido estos días con el premio obtenido por Sergio Villanueva en Málaga con «Los comensales», rodada en un día y sin guión previo; o con el estreno de «Nacida para ganar», de Vicente Villanueva, protagonizada por Victoria Abril. Hasta se celebra, casi como si eso significara la existencia de una industria propia, que películas como «Cien años de perdón», de Daniel Calparsoro, «La noche que mi madre mató a mi padre», de Inés París, o «Quatretondeta», de Pol Rodríguez, hayan sido rodadas (en parte o en su totalidad) en estas tierras. No va, pues, muy desencaminado el cineasta César Sabater cuando afirma que «en los últimos veinte años la cosa ha sido un secarral, lo único que casi se recuerda como cine valenciano es la escena del estanque de “Lo imposible” y es como para hacérselo mirar».
«La bicicleta», de Sigfrid Monleón fue la cinta que abrió el ciclo Cinema de la Terreta. Pocas trayectorias como la suya resumen lo que ha sido y es el cine valenciano. Durante años fue la cabeza más visible del mismo. Ahora vive en Madrid y sus últimos trabajos se han desarrollado en el entorno de las artes escénicas. «Si no he rodado más en Valencia o historias valencianas es porque no me ha sido fácil sacarlas adelante. Canal 9 me rechazó un telefilm, a pesar de la excelente audiencia que tuvo «Síndrome Laboral», una película para la televisión (Canal 9 y TV3) que narraba las circunstancias que llevaron a la intoxicación masiva (el “Síndrome Ardystil”) de las trabajadoras de la aerografía textil de la comarca de Alcoi en la década de los 90. Y este año, Cultur Arts también rechazó mi proyecto de adaptación cinematográfica de la última novela de Ferran Torrent, a pesar de contar con una coproducción catalana y un importante socio inversor. Si me instalé en Madrid es porque no veía futuro a mi carrera como cineasta en Valencia, dado el sucursalismo de las productoras valencianas y el inexistente diseño de una política audiovisual. Pero sigo ligado a Valencia, hasta el punto que ni siquiera me he empadronado en Madrid».
De las dificultades de sacar adelante un proyecto tienen un doctorado Pau Martínez y Gabi Ochoa, que colaboraron juntos en un buen número de aventuras. Encabezaban la generación que tenía que tomar el relevo de la de Monléon. Difícil tarea cuando la primera nunca había llegado a asentarse del todo. Martínez dirigió su primer corto en solitario, «M de amor», en 1999. Tres años después, Gabi Ochoa rodaba el suyo, «Birth, school, work, death». Hace unas semanas, el primero conseguía estrenar en pantalla grande, su último film, «Reset», resultado final de un taller que coordinó.
El segundo debutó en formato largo en 2013, con «El amor no es lo que era», una cinta que tardó casi un año en llegar a los cines. Pasa el tiempo, pero continuán los mismos problemas. «Los problemas son parecidos, en algunos casos la financiación ya no es tan grave, porque las películas a nivel de logística, de materiales técnicos pueden resultar más baratas. El problema es la precarización a la que parece que nos quieren acostumbrar y, sobre todo y, paradójicamente, a que cada vez es más difícil acceder al público en un mundo tan sobredimensionado en cuanto a oferta audiovisual. Al final el que accede a las salas o a la distribución en unas condiciones dignas es el que tiene a una tele o grupo mediático detrás», puntualiza Pau Martínez. Ochoa considera que hay «más obstáculos que antes. Aunque ahora los asumes y sabes cuáles son, algo que da la experiencia. Nuestros abuelos vivieron una dictadura política, nosotros estamos viviendo una dictadura económica neoliberal que odia profundamente el cine. Pero insisto en algo casi filosófico: el enemigo está en nosotros. Hace falta lucha, constancia y creatividad. Y no bajar la guardia».
Mejores o peores. Más o fuertes o más débiles. Cimientos había para que germinará ese cine valenciano. Ahí estaba el recuerdo de Cifesa, el talento de Luis García Berlanga, los numerosos festivales que inundaban la Comunidad Valenciana, una televisión autonómica que gastaba a espuertas o la famosa Ciudad de la Luz. «Es un tema complicado», opina Guillot. «No creo que esos factores tengan que dar necesariamente como resultado una estructura industrial que sustente un cine autóctono». El crítico (y también cineasta) Antonio Llorens lo tiene muy claro: «Berlanga, Carles Mira, los festivales de cine en Valencia, los sueños faraónicos como la Ciudad de la Luz, el canal de televisión, y un largo etcétera demuestran que el caciquismo y los afanes de enriquecimiento (audiovisual y ladrillo casi en el mismo saco) han hecho de unas realidades y de unas posibilidades una simple cuestión económica. Los ejemplos de otras latitudes también tienen parecidas limitaciones y destacan más nombres aislados (Almodóvar frente a lo manchego, Gutiérrez Aragón frente a lo cántabro, Alberto Rodríguez frente a lo andaluz) que colectivos. El país, los modelos franquistas, las televisiones, el IVA, etc., evidencian esos tristes esquemas».
Todo lo que se podía hacer mal, se hizo. Incluidas las estrambóticas sinergias que surgieron, como la que unió a Berlanga con el mamotreto de los estudios alicantinos. «La Ciudad de la Luz fue desde el principio un disparate, un proyecto faraónico, foco de corrupción, y completamente inútil para el tejido audiovisual autóctono. Antes de que se pusiera la primera piedra, ya lo dije por escrito en la cartelera Turia: “Los sueños de Berlanga producen monstruos inmobiliarios”. La idea de Berlanga se tergiversó, y tampoco es que se ajustara a la realidad del momento», recuerda Sigfrid Monleón. Como en tantas cosas, en los tiempos en que gobernaba el PP, resuena una sensación de oportunidad perdida. «La Ciudad de la Luz podría haber servido para generar una industria de servicios alrededor de un gran estudio, pero los políticos locales perdieron la perspectiva de crear un proyecto de estado, con incentivos nacionales negociados con Hacienda, como existe a día de hoy en Canarias o País Vasco y aquello acabó pareciendo mas un negocio de constructores enterrando dinero publico, que una buena idea bien gestionada», apuntala Kiko Martínez.
Con Canal 9 se corrió una suerte similar. Lejos de ser el motor que pudiera haber impulsado la creación de una industria estable y rentable, sus deudas y su cierre acabó arrastrando la escasa infraestructura, clientelista por otro lado, que había crecido al amparo de sus cheques. «El florecimiento de productoras y proyectos al amparo de Canal 9 y las ayudas institucionales fue un fiasco porque la mayoría de empresas buscaban hacer negocio con el dinero público, no fomentar el cine como un bien cultural. Fue entonces cuando se dejó de hablar de cine y se empezó a utilizar el término “audiovisual”», recuerda Eduardo Guillot, que prosigue: «La larga retahíla de TV movies financiadas por el canal autonómico es terrorífica. Alguna llegaron a estrenarla de madrugada porque no tenían más remedio y les daba vergüenza el resultado obtenido. Los pocos largometrajes que se rodaron en condiciones mínimamente profesionales apenas pasaron las fronteras valencianas por culpa de su baja calidad. Se pueden contar con los dedos de una mano los títulos que tuvieron estreno comercial normalizado o fueron a algún festival internacional. Sin entrar a valorar la calidad de sus trabajos, Sigfrid Monleón, Freddy Mas o Pedro Pérez Rosado son de los pocos que lo consiguieron, y siempre contando con socios de fuera de Valencia, con experiencia previa en la producción y conocimiento del mercado».
El recuerdo de la televisión autónomica sigue siendo, a día de hoy, dos años y medio después de su traumático cierre, como el de un agujero negro descontrolado. «La inmensa mayoría de las productoras valencianas no han hecho otra cosa que gestionar la subvención autonómica (y la compra de derechos de Canal 9, cuando había televisión) para producciones ajenas, sin contemplar los proyectos de autores valencianos ni defender la participación de nuestros técnicos en estos rodajes. Como lobby, han propiciado esta clase de lamentable sucursalismo hasta hoy», sostiene Monleón. Para Kiko Martínez la clave hay que buscarla en el propio interior del ente. «Canal 9 se olvidó de su fin público y despreció tanto a productoras locales como al talento propio en pos de una manipulación política alejada de una estrategia vertebradora con su propio territorio, que la acabó hundiendo».
¿Cambiará esto con la nueva Canal 9 que ya se anuncia que emitirá en pruebas antes del verano? El cineasta Óscar Bernàcer no lo cree. «Es una pena la oportunidad perdida en el sector valenciano respecto a la forma en que se están solicitando contenidos para la nueva RTVV. Quizá habría sido más sensato abrir una etapa previa para desarrollar proyectos. De esta manera, nos aseguraríamos de que la tele pudiera escoger sobre proyectos más elaborados que además habría supervisado, de que las productoras reciban apoyo institucional para poder pagarlos y favorecería generar sinergias entre productores y creadores, tan necesarias para conseguir proyectos interesantes».
No repetir errores del pasado será crucial. En uno y otro lado. La dependencia de la administración es, según Ortiz, necesaria, pero al mismo tiempo peligrosa. «El sector depende casi exclusivamente de la actuación de los poderes públicos, bien a través de subvenciones (absolutamente necesarias para sostener la industria cinematográfica, por otra parte) o de contratos. Y la dependencia de un único cliente es letal».
Todas los dedos acusatorios apuntan hacia el mismo lado. Las instituciones y aquellos órganos que controlan. Pero después de tantos años y tantos profesionales que desistieron en el empeño de hacer cine, igual hay que buscar otras razones. Y no mirar siempre enfrente para ello. Una pizca de autocrítica. Eduardo Guillot se muestra categórico. «Valencia está llena de supuestos cineastas que nunca han estrenado una película, pero que llevan años levantando “proyectos” sin eco alguno. Ni comercial ni artístico. A los productores les ha faltado ambición, y los realizadores lo han consentido (y han renunciado a sus aspiraciones) engañándose a sí mismos a cambio de un sueldo mensual o un simulacro de largometraje cada par de años». Gabi Ochoa tampoco tiene dudas a la hora de repartir responsabilidades entre la administración, los productores y los creadores. «Tirar balones fuera no sirve. Ahora, intentar contentar a todos, tampoco. Hasta ahora no ha habido una guía. Con el nuevo Plà Estratègic la hay. Me preocupa que no haga referencia explícita al cine de ficción, y sí a los documentales y la animación. Pero lo bueno es que hay una línea trazada y ahora toca cumplirla».
Pau Martínez también defiende que hay que asumir responsabilidades «por amoldarnos unos y otros a lo que pedían las instituciones o el “mercado” y no apostar fuerte por las películas que queríamos contar. Yo llevo escribiendo guiones en valenciano y con temáticas fuertemente arraigadas aquí más de diez años, algunos de los cuales han recibido ayudas a la escritura de guión. Con suerte, este año que viene podré dirigir mi primera película en esa linea. Y sin embargo he dirigido ya cuatro películas. Da que pensar».
Una propia identidad. Ese, quizás, debería haber sido el eje sobre el que tenía que haber girado el supuesto cine valenciano. Sabater piensa que en su cine es reconocible. «Tengo una personalidad un poco “fallera” en espíritu, me gusta la chanza y soy alegre de natural. Además de ser impulsivo tengo una querencia innata hacia lo bizarro y creo que eso se transmite inevitablemente en todo lo que hago. No es que mi cine pueda tener rasgos valencianos, es que creo que yo soy muy valenciano y eso se transmite de manera natural». El director alicantino Adán Aliaga puntualiza la necesidad que existe de «cambiar la forma y el paradigma de cómo nos vemos a nosotros mismos, para que cambie la forma en que nos ven los demás. Quiero decir que haciendo cine honesto, humilde y sincero desde nuestros pueblos, desde nuestros lugares, podemos llegar a todo el mundo, y hacer más por la difusión del cine valenciano que todas las políticas de defensa de la lengua, cine y cultura valenciana que se están aplicando y lo único que hacen es restringir la creatividad, que a la larga es lo que te va a dar la identidad y los éxitos como comunidad o como pueblo«.
Óscar Bernàcer introduce en el debate una acción imprescindible. La de generar hábitos. «El talento existe, pero hay que trabajarlo y permitir a los creadores que experimenten. Dado que desde el ámbito privado muchos creadores han pasado años financiando a las productoras preparando proyectos de forma gratuita o muy mal pagados y que este dato lo tiene la administración desde hace muchos años, entiendo que si no se fomentan buenos hábitos para que los creadores puedan trabajar en unas condiciones mínimas será muy difícil que nuestro cine llegue algún día a tener el nivel que todos deseamos. Necesitamos desarrollar muchos proyectos para acertar con alguno. El cine es muy caro y acertar es muy complicado: la forma más barata de equivocarse es fomentando el desarrollo. Es más fácil descartar una película sobre proyecto que no tener que lamentar otro fracaso en pantalla que habrá costado veinte o treinta veces más».
Exista o no el cine valenciano, de lo que nadie duda es que como Saturno ha ido devorando a sus hijos. Cogiendo aleatoriamente los años 90, basta hojear la Historia del Cine Valenciano que publicó el diario Levante por entregas, para comprobar que de los cineastas que aparecen mencionados en el último capítulo, «El futuro del audiovisual», solo Pablo Llorens permanece activo, aunque ya hace tiempo que se echa a faltar alguna película suya. Ese escaso recorrido que han tenido las distintas generaciones se ha traducido en un escaso feedback entre ellas. Lo que no tiene porque ser negativo. «Afortunadamente creo que somos generaciones totalmente distintas», explica Sabater. «Quizá lo que habría que hacer es desanimar del todo a algunos de esos directores valencianos de la vieja escuela que llevan años empeñados en rodar películas para ellos y sus colegas. Esto es un negocio caro (subvencionado en gran parte con dinero público) y hay cierto cine que se refugia en el escudo de “cine de autor” cuando creo que ninguno de ellos le llega a la suela de los zapatos a Krzysztof Kieślowski. Más allá del ese supuesto “arte”, esto es una industria y debe generar beneficios, y eso se hace haciendo buenas películas, desde comerciales a cine de autor, pero del bueno».
Un distanciamiento que García Ibarra comparte, aunque por motivos bien distintos. «Vivo y ruedo en Elche, una ciudad situada al extremo de una Comunidad que históricamente ha anulado cualquier manifestación cultural que no provenga de la ciudad de Valencia, o sea que mi “arraigo” cultural con la “valencianidad” es bastante escaso: veía igual de lejos a un cortometrajista de Valencia que a uno de Pamplona».
Óscar Bernàcer reconoce que «antes de empezar, en la etapa formativa, éramos en general bastante arrogantes. Nos parecía que el nivel del cine que se hacía aquí, salvo escasas excepciones, era bastante bajo. Nuestros egos sobrevivían a base de justificar nuestra incapacidad para demostrar talento, criticando el que ya otros demostraban con sus proyectos. Vamos, que te crees el rey del mambo y luego te das cuenta que no tienes ni idea de nada». Más tarde, cuando pasó de la teoría a la práctica y se puso a rodar sus propios trabajos, «la cosa cambió, empecé a valorar y entender muchas cosas que antes no tenía en cuenta y desde entonces respeto mucho a todo aquel que se aventura a hacer cine en estas tierras».
Aliaga defiende que aunque diferentes entre sí, todas las generaciones de cineastas comparten un mismo objetivo. «Desde mi punto de vista estamos ahora conviviendo 3 generaciones de cineastas con diferentes puntos de vista seguro sobre el cine valenciano, pero con las mismas ganas de seguir contando historias. Se ha luchado mucho para conseguir pequeños triunfos dentro del cine valenciano, pero esta crisis me hace reflexionar que tenemos que replantear la forma en que las instituciones públicas ayuden al cine valenciano para que este tenga la repercusión y el éxito que se merece en el resto del mundo».
Si en Valencia ya es harto complicado, ¿supone eso que desde Alicante hay un plus de dificultad mayor para sacar adelante un proyecto? Chema García Ibarra pone un ejemplo bastante significativo. «Voy a contar una cosa muy curiosa, que al principio me molestaba y que ahora me hace gracia. Tiene lugar una proyección / encuentro o recibo una invitación para participar en cualquier acto relacionado con el cine; la persona que me invita me comunica la hora, el lugar, la calle… Pero no me dice el nombre de la ciudad. Evidentemente, dan por hecho que vivo en Valencia y que debería saber de lo que están hablando cuando dicen “Calle Nosecuántos, junto a las Torres de Nosequé”. Tengo una pelea a muerte contra esa centralización inconsciente. En cualquier caso, y respondiendo más directamente a la pregunta tras esta simpática anécdota, trato de adaptar los proyectos a los medios que tengo, y eso incluye el lugar en el que van a ser desarrollados y rodados. Desconozco si me sería más fácil o difícil trabajar en Valencia porque… ¡sólo he rodado aquí!».
En términos parecidos se expresa Adán Aliaga. «Al principio, gastaba mucha energía y dinero en estar presente en Valencia y en formar parte de algún modo de todos los eventos del cine que se estaban haciendo allí. El problema es que para ir a Valencia necesitas invertir más de cuatro horas de tu tiempo. Creo que a veces sí que me he sentido un poco aislado de las decisiones importantes del cine valenciano al vivir en Alicante, pero ahora ya no me siento así».
¿Y el futuro? El más próximo es el ciclo Cinema de la Terreta. Una estupenda oportunidad para recuperar películas recientes con la esperanza de que actúen como revulsivo del interés hacia el cine local. Resulta, eso sí, llamativo, que las producciones más recientes programadas sean dos cortos de 2014. «Creo que la explicación de que no contemos con trabajos más recientes tiene que ver con el ciclo de vida que estas películas tienen en festivales y cines especializados tipo Babel. Cuando la cinta es reciente, las productoras aún las están moviendo para lograr presentarla en salas y circuitos festivaleros, y si quieres proyectarla no hay problema, pero tienes que pagarles y los costes son muy elevados para un ciclo gratuito como el nuestro», aclara Julia Rey-Matesanz. «Lo malherido que se encuentra hoy en día el audiovisual valenciano se nos apareció más a la hora de encontrar obras… pensamos que serían muchas más las que encontraríamos y no… no eran tantas», matiza su hermano Martín. «Aun así, aunque eran pocas en cantidad, encontramos algunas muy, muy, buenas que tuvimos que dejar de lado, como «El efecto K. El montador de Stalin», que es fabulosa pero por la duración no cuadraba con el programa establecido, «La puerta azul» o «Enxaneta»».
¿Hay que ser optimistas, pues, de cara a lo que está por venir? Llorens no duda lo más mínimo. «Naturalmente, siempre lo he sido. Hace unas semanas pasaban en la Filmoteca cántabra dos largometrajes míos y media docena de cortometrajes. Casi todo está por hacer y eso permite imaginar que, ahora con la era digital, se materializarán las soluciones». También Pau Martínez comparte su entusiasmo: «Viene gente con mucho talento y a la que hay que apoyar. La gente está haciendo cortometrajes cojonudos y creo que vienen con ideas fantásticas».
Gabi Ochoa se suma a ese sentir. «El optimismo es vital para el ser humano. Si no, estaríamos colgados de un árbol. Ellos son desacomplejados, desjerarquizados, modernos y modelnos y saben contar en imágenes. Matarán, como nosotros, a sus “padres” (o sea a nosotros), pero aprenderán de su experiencia y sabrán transformarla en otra cosa». Chema García Ibarra se atreve incluso con una recomendación. «Si a alguien le interesa cómo vienen las nuevas generaciones, les recomiendo el excepcional cortometraje “14 anys i un dia”, de Lucía Alemany, que está recién estrenado, derrocha “valencianidad”, NO está hecho en la ciudad de Valencia ni falta que le hace y es una maravilla en todos los sentidos».
Eduardo Guillot prefiere ser más prudente y apostar «por los francotiradores, creadores al margen del viciado entorno de las productoras valencianas de siempre». Menciona a los aquí entrevistados Chema García Ibarra, Adán Aliaga y Gabi Ochoa, e insiste en que confía más en «iniciativas personales que en un improbable cambio profundo de estructuras, visto lo visto en materia cultural por parte de la nueva Conselleria. Las asociaciones profesionales (productores, guionistas) tienen mucho poder y van a reclamar su parte del pastel, porque aquí, salvo excepciones, no existe el productor que arriesga su dinero porque cree en la visión de un artista. Aquí se gestiona dinero ajeno, casi siempre público. De los empresarios que han bajado la persiana dejando un saco de deudas y han vuelto a abrir meses después con otro nombre para seguir beneficiándose de las ayudas, o de aquellos directores que ya han demostrado en repetidas ocasiones su incapacidad para firmar una película con un mínimo de interés, no cabe esperar otra cosa que más de lo mismo. Y muchos de ellos ya se han puesto en la cola ante el nuevo gobierno con la mano extendida».
Sea como fuere, la verdad es que la rueda sigue girando. Pau Martínez tiene pendiente de estreno el largo «Inocente» que acaba de rodar y prepara para el año que viene «El somni s’ha acabat«, «en valenciano, de temática local pero con esperanza de contar una historia que se entienda bien fuera de aquí»; Chema García Ibarra acaba de terminar «un corto por encargo para una productora turca (muy rocambolesco todo) y sigo escribiendo un guión de largometraje que espero terminar antes de que el Sol se convierta en una supernova»; César Sabater ha dirigido su primer largometraje, “Paella Today!!”, una comedia mediterránea, sexual y gastronómica con el plato estrella valenciano de fondo»; Sigfrid Monleón ha finalizado «un largometraje documental titulado «Cántico», sobre el poeta cordobés Pablo García Baena, que tiene algo de crónica, diario de rodaje y ensayo sobre las relaciones entre el cine y la poesía. Y pronto comienzo un nuevo documental, sobre el pintor canario Pepe Dámaso»; Gabi Ochoa se encuentra desarrollando la serie «El bloque», con el periodista Rodrigo Terrasa en el Laboratorio de SGAE; y Óscar Bernàcer y Adán Aliaga andan pertrechando nuevos proyectos. Todos, o la mayoría, posiblemente, sin dejar de mirar de reojo a la nueva Canal 9. Aunque tal vez, debería ser ella la que tendría que hacerlo. E igual, dentro de 20 años, lo de hablar de cine valenciano no es una utopía.
Bonus track con las respuestas íntegras de los profesionales consultados para este artículo en «A vueltas con el cine valenciano«.