Si se consulta la palabra «solterona» en la RAE aparece una definición bastante neutra. No hay ningún atisbo peyorativo. Así pues ese estigma que acompaña al término y a las personas a las que se refiere se ha ido construyendo en el imaginario popular a los largo de los años llegando, incluso, a nuestros días. Películas, canciones, publicidades… han contribuido decisivamente a ello.

El documental Solteronas, dirigido por Manuel Jiménez Núñez (co-creador del proyecto transmedia Las Sinsombrero), que forma parte de la sección Amalgama de La Cabina (miércoles, 9 de noviembre, 19.30h, La Nau) así lo demuestra. La película cuenta, además, con el testimonio de veinte mujeres que nunca se casaron. Muchas de ellas accedieron a participar si no se les reconocía. Prueba evidente de que en pleno siglo XXI seguimos con asignaturas pendientes por resolver que ya hemos suspendido muchas veces.

¿Cómo llegan las Solteronas a tu vida?

Manuel Jiménez Núñez: La idea, como suele pasar, surgió haciendo otra película. Estaba dirigiendo Las Sinsombrero dos y en esa película reflexionábamos sobre las mujeres que se habían quedado en España una vez que había acabado la Guerra Civil, las que no se habían exiliado y lo que eso suponía, se habían quedado en un país en el que de pronto el papel de la mujer volvía a ser el de ángel del hogar, esposa y madre. Vivía yo en esa realidad cuando íbamos a hacer una entrevista en Madrid y como soy de Málaga, me preguntaron si conocía a Amparo Quiles, una profesora de Filosofía y Letras de allí que había hecho una publicación académica en Estados Unidos sobre cómo se representaba en la literatura y en las artes escénicas a la soltera en España en el siglo XIX. Me pareció algo muy interesante. En ese mundo en el que el papel de la mujer es casarse y demás, el término solterona invadió mi mente (ríe) porque es muy muy potente. Cuando lo oyes se te tuerce un poco el gesto, es algo como negativo.

Cuando volví a Málaga quedé con Amparo y ella me comentó que lo había hecho solo en el siglo XIX, pero me pareció un punto de partida genial y sobre todo también me abrió un poco los ojos del por qué esa carga negativa. Porque nadie nos dice que “solterona” es malo, pero sin embargo sí lo tenemos muy interiorizado. Y lo tenemos interiorizado por las películas que hemos visto, por la publicidad que nos ha llegado, por las letras de las coplas, que en los 60 era como ahora el reguetón (ríe), lo que triunfaba y todo el mundo oía. Si te pones a analizar la letra de las coplas son brutales. El papel siempre de la solterona es el de fracasada, pobrecita, desubicada… y de ahí surge la idea de hacer la película, porque me pareció que había un tema muy interesante que tratar. 

¿Cómo seleccionaste o localizaste a las mujeres que aparecen en el documental?

Esa fue la parte más compleja. Lo primero que decidí es que fuesen mujeres mayores, mujeres que aunque fuese una parte de su vida, la hubiesen vivido en el franquismo. Porque me parecía como gran leitmotiv ese hecho de volver al papel del ángel del hogar, el que la dictadura le dio a la mujer. Por eso, de las que participan la inmensa mayoría rondan los 70 años. La más joven tiene 56 y la mayor tiene 93. Una vez establecido este parámetro tocaba encontrarlas. Las mujeres tenían que ser castellano-manchegas y andaluzas, porque son las dos televisiones autonómicas que participan en el proyecto. En Castilla-La Mancha teníamos relación con la Diputación de Albacete y les pedí ayuda y resulta que allí en Castilla-La Mancha funcionan muy bien los clubs de lectura, sobre todo en los pueblecitos. Y los club de lectura, mayoritariamente, están compuesto por mujeres. Así que empezamos a hacer una búsqueda por ahí y nos empezaron a llegar candidatas. La verdad es que tuvimos suerte. Pregunté a 26 mujeres si querían participar, 6 dijeron que no, pero 20 dijeron que sí. Si es verdad que la mayoría, no todas, con el condicionante de que que solo salían si no se las reconocía. Por otro lado, busqué todo tipo de perfiles, tanto del ámbito rural como del ámbito urbano, que tuviesen distintos niveles culturales y económicos.

Lo que de alguna manera demuestra que el estigma del término solterona sigue presente y vigente aún hoy en día. 

Sí, sí, la verdad es que para mí fue muy esclarecedor en ese sentido. De hecho, muchas de ellas me decían que no tenían ningún problema, pero no querían que se les reconociese, así que de alguna manera el estigma se mantiene. Creo que, incluso, sin que sean realmente conscientes de lo que de alguna manera las ha condicionado o lo que ha supuesto en sus vidas. 

Esa decisión, la de que no se les reconozca, condiciona la apuesta visual del documental, que opta por mostrar (entre otras) imágenes de mujeres trabajando en distintos lugares mientras se escuchan en off los testimonios de las protagonistas. ¿Tuviste que pensar mucho cómo solucionabas el obstáculo, pensaste en abandonar el proyecto?

Lo que hice fue darle muchas vueltas porque hacerlo sí que sabía que tenía que hacerlo. Tenía que poder contar la historia y tenerlas a ellas, respetando que no quisieran aparecer. Y estoy satisfecho con cómo lo resolvimos. Una de las cosas que ellas tenían en común es que habían tenido que ganarse la vida, porque claro, no tenían un marido que era la salida de la época, así que necesariamente han tenido que trabajar durante toda su vida. Y entonces me pareció también que de alguna manera esa es otra parte invisibilizada, el trabajo de la mujer, que siempre está como más minusvalorado. Y más en esa época. Entonces me pareció interesante ilustrar la película con mujeres como ellas actuales, para que también se viese que no es algo del pasado remoto. Todas las mujeres que vemos trabajando son mujeres de de hoy en día. Enseñar mujeres en una mercería, en una pescadería, en una conservera… a mí me pareció una salida chula.

¿Cómo fue el rodaje?

Hicimos una primera fase de rodaje en la que no llevábamos cámaras, solo eran entrevistas. Y eso fue muy positivo porque hizo que se abrieran mucho más. Porque claro, una cámara intimida. Al final lo que hacíamos era quedar con ella en su casa, eso sí, por separado, de una en una, les poníamos un micro y empezábamos a charlar. Y claro, como charlábamos sobre su vida, pues se abrían muchísimo. Eso hizo que tuviéramos declaraciones súper chulas, hay cosas muy íntimas que nos cuentan. Tengo grabadas 40 horas de entrevistas (ríe).

Al final hay una mujer que sí aparece delante de la cámara, eso sí con los ojos tapados en postproducción. 

A ella no le importaba salir. Es Marina, la mujer más mayor que aparece. Decidí taparle los ojos por una decisión estilística, artística, por remarcar ese estigma, como decir «mira, te la enseño pero le tapo los ojos como si fuera una delincuente» (ríe), era por remarcar, por decir que esto continúa siendo un estigma, un poco como provocación. 

En el documental todas las mujeres que hablan se muestran satisfechas y felices con la decisión de no haberse casado.

Sí, ellas a día de hoy son todas totalmente felices y se sienten totalmente realizadas y no echan en falta haberse casado. Sí que es verdad que alguna de ellas hubiese preferido casarse, pero no se dio por las circunstancias que fueran. También es cierto que, y eso sí me lo han dicho algunas, ellas están felices pero viendo su vida desde el ahora. Pero hubo momentos en los que no lo pasaron tan bien, no casarse fue de alguna manera doloroso. 

Lo del estigma, muchas veces se asocia con que si se es solterona no se ha tenido vida sexual, que no tiene nada que ver. 

Eso también era importante que se viese. Ese relacionar que como no se han casado no han tenido relaciones sexuales. De hecho, tenemos algunas que no se casaron y han sido súper activas y súper orgullosa de haber tenido 400 relaciones. También tenemos mujeres que no han tenido ninguna relación sexual en su vida. Tuvimos la suerte de encontrar de todo.

Incluso una mujer lesbiana que rechaza a un hombre que le pide que se casen y que luego la nombra heredera universal suya. 

Es una pasada. Y también me parece interesante el hecho de plantear el lesbianismo. Que había gente que no se habría casado porque no podía, no porque no quisiese. Y la guinda de esta historia de Julia es lo de la herencia (ríe), que como dice ella es el colmo de una lesbiana, un tío se enamora de ella, le dice que no, pero él le deja su herencia (ríe).

En ese sentido, en este y en otros documentales anteriores, ¿Cómo vives ese factor sorpresa, lo que te vas encontrando durante el camino, que acaba haciendo más interesante el resultado final?

Me fascina, es lo bueno de los documentales. Nunca había pensado hacer documentales hasta que hice el primero y cuando lo hice y viví esto que comentas, porque esto te pasa siempre, decidí que no quería hacer otra cosa. Solo hago documentales y es por esto. En un documental no hay guión, haces un planteamiento de lo que quieres contar, pero después la historia está viva y te das cuenta, cuando empiezas a profundizar, primero que tenía ideas preconcebidas que eran erróneas y, después, que hay sorpresas y tienes que poner el foco en determinadas cosas en las que no habías pensado. Eso me apasiona.