Jonás Trueba lo tenía difícil para escaparse del cine. Su propio nombre (al que hay que añadir un Groucho antes del apellido) y la dedicación de buena parte de su familia al séptimo arte, sólo le auguraban dos salidas: amar las historias u odiarlas con todas sus fuerzas. Optó por la primera. Esta es su vida en tres secuencias creativas.
Secuencia 1. Interior día / Cine
Se acaba el 2010, las calles de las ciudades ya llevan semanas oliendo a Navidad y llega a los cines una ópera prima. El título Todas las canciones hablan de mí. Detrás de ella, Jonás Trueba, al que hasta ahora se le conocía por sus guiones compartidos para los films de Victor García León, Más pena que gloria y Vete de mí, pero sobre todo por los lazos familiares que ya anunciaba su apellido. Su padre es Fernando Trueba (con el que colabora en la escritura de El baile de la victoria) y su tío, David. La película es una historia calma, pero en la que resulta imposible domar el sinfín de referencias e influencias que el joven Jonás quiere compartir o reflejar. Eso que tan bien hace Manuel Iborra de ir salpicando sus trabajos de guiños y homenajes, aquí se desborda incluso en algunas líneas del diálogo. Da la sensación que el director quiere vaciarse por completo por si no tuviera oportunidad de volver a rodar. El fantasma de Truffaut se pasea por los fotogramas, pero lejos de airear, contamina. Tanto el director francés, como Eric Rohmer o Woody Allen, cuyos espíritus también estaban presentes, siempre dieron rienda suelta a una irreverencia que aquí no asoma lo más mínimo. Sin embargo, las intenciones son buenas; el tono y el ritmo narrativo lejos de cursi o lento, como se le acusa, le confiere cierta personalidad; hay aciertos en la historia, en algunos secundarios y en determinadas líneas del libreto. Poso hay y todo parece indicar que lo que mejor es que va a ir sedimentando.
Secuencia 2. Interior día / Librería
Lo dificil no es hacer una primera película (o un primer disco, o un primer libro,…), que lo es, sino conseguir darle continuidad. Pasan los meses y ni ciertas buenas críticas a Todas las canciones hablan de mí, ni dos nominaciones a los Goya consiguen que Jonás aborde una segunda cinta. Cuando uno es un animal creativo, las historias se le acumulan en la cabeza y la mejor terapia (y de eso, imagino que su tío David le habrá sabido aconsejar) es ir escribiéndolas. Cualquier soporte vale, una hoja en blanco, un papel con la lista de la compra por el otro lado, una servilleta, una cajetilla de tabaco. Lo que no se apunta se corre el riesgo de olvidar. Son ideas o simples bocetos, que cuando uno anda obsesionado con hacer una película, giran en torno a ella.
Eso es Las ilusiones, el primer libro de Jonás Trueba, editado por Periférica. Menos de 60 páginas que funcionan como un interesantísimo manual del proceso creativo, en el que el autor desnuda sus dudas, afinidades y miedos. En el que es crítico y sarcástico con esos ilusos que quieren dedicarse al arte, pero sólo lo consiguen en su ámbito doméstico y que, seguramente, viven de sus padres o de trabajos mal pagados. Todo lo que se echaba de menos en su primer largometraje irrumpe aquí con fuerza. Por supuesto, encontramos citas por aquí y por allá, pero están perfectamente integradas en el texto. No chirrían. Ni siquiera esa mención a su padre o el homenaje encubierto a Ópera Prima (Fernando Trueba, 1980) con las visitas continuas de uno de los protagonistas a una papelería porque le gusta la dependienta. «Creo que las películas deben hacerse, de una forma u otra, y que renunciar a ellas es algo que no debe ocurrir nunca» escribe Jonás. La mejor manera de resumir el espíritu de Las ilusiones y, por extensión el de su nuevo film, Los ilusos. Dos obras que cuesta entender una sin la otra.
Secuencia 3: Interior noche / Espai Rambleta
Los ilusos es la novela que escribió, a mitad del siglo pasado, Rafael Azcona (una vez más presente en el imaginario de la familia Trueba) sobre la bohemia madrileña. No es casualidad (sino todo lo contrario) que también sea el título de la segunda película de Jonás. Rodada en 16 mm, en blanco y negro, sin guión ni finalidad argumental cerrada, recrea esos tiempos muertos, de los que nadie suele hablar, que se viven entre rodaje y rodaje.
Interpretada por Francesco Carril y Aura Garrido, la cinta entronca con propuestas personales recientes como las del Colectivo Los Hijos o las exquisitas Mapas de León Siminiani o El muerto y ser feliz de Javier Rebollo (quién por cierto sale en Los ilusos); e incluso (por ese economizar los recursos) con Madrid, 1987 de David Trueba. Las relaciones amorosas y el cine vuelven a ser el esqueleto de un largometraje del que sólo hay una copia y que el propio Jonás se encarga de presentar en cada proyección. Este viernes, 31 de mayo, llega a Valencia. Será en Espai Rambleta (20’30h, 5 euros), donde podremos disfrutar de este cineasta que parece haberse despojado y liberado de sus maestros de aprendizaje y ha conseguido articular un discurso propio.