Noelia Camacho. Foto: Txema Rodríguez.

Me llamo Noelia Camacho Martínez. Nací el 11 de febrero de 1987 en València y aquí sigo desde entonces. Soy periodista. Llevo casi una década empeñada en contar historias. Y algunos días hasta lo consigo. Defensora del papel (me encanta llenarme las manos de tinta cada día cuando leo los diarios que llegan a mi mesa), el presente más inmediato nos está obligando a reinventarnos a todos. Y a reinventar el periodismo. Lo veo mañana tras mañana cuando llego a la redacción de Las Provincias. En el diario escribo en la que yo califico como la sección más agradecida: Cultura. Allí recalé en febrero de 2014. Mikel Labastida, por aquel entonces jefe de la sección, me llevó de la mano. La otra me la cogió Carmen Velasco. Y me enseñaron todo lo que había que saber sobre la cultura valenciana. El resto está en los papeles: más de cinco años intentando escribir de todo lo que pasa en esta ciudad. Unas veces lo logro y otras no. Porque si algo tiene València es que, pese a las adversidades que han acechado a los creadores en los últimos años, la cultura no descansa.

Pero no todo en la vida va a ser trabajar. Así que en mi tiempo libre leo mucho, quedo mucho y disfruto mucho de mi gente. Y aporto otros datos sobre mí: soy mitad manchega, así que si me pierdo seguramente me encontréis en un pueblecito de Ciudad Real donde tengo asociados los mejores recuerdos de mi infancia. Siempre hablo de mis dos sobrinos (que son lo mejor de mi vida). Converso y escucho a partes iguales (o eso creo), siempre suena música a mi alrededor y quisiera viajar más de lo que lo hago. No entiendo la existencia humana sin mis amigos, las plataformas de ‘streaming’ y la tarta de queso. Y soy feminista (no creo que haga falta decir nada más).

 

Un disco: 1999, de Love of Lesbian. Creo que es el disco que más veces he escuchado en los últimos años. Todo lo que haga Santi Balmes me interesa. Pero más que de discos, soy de canciones. Así que el dúo Balmes con Iván Ferreiro en ‘Reina Leia’ es una de mis obsesiones.

Una película: Aquí no sé por donde empezar. He visto Grease un millón de veces, aunque eso no me haga muy «cultureta». Pero la primera vez que vi Las amistades peligrosas, de Stephen Frears, quise ser la Marquesa de Merteuil. La volví a ver y se convirtió en una película imprescindible, como otros de sus filmes como Alta fidelidad. Luego entrevisté al propio Frears en su última visita a Valencia y comprendí muchas cosas. Aunque también he disfrutado mucho con algunas películas españolas como Volver y Dolor y gloria, de Almodóvar; El Reino, de Rodrigo Sorogoyen y Tarde para la ira, de Raúl Arévalo. Igual que Desayuno con diamantes. Mi sobrina y yo hemos visto juntas el principio de la película infinidad de veces…

Un montaje escénico: Es muy difícil elegir uno, pero lo que hace Louise Lecavalier en So blue, un montaje que se pudo ver en la pasada edición del magnífico festival 10 Sentidos, es algo que no he podido quitarme de la cabeza. ¿Cómo una persona es capaz de llenar ella sola el escenario de una manera tan impresionante? Lo que hacía Asier Etxeandia en El intérprete también es para quitarse el sombrero. La valentía, de Alfredo Sanzol, es otra de las últimas obras que me han dejado huella. Y luego voy a barrer para casa: Tic Tac, El muro y Valenciana (la realitat no és suficient).

Un libro: Creo siempre hay que volver a Ordesa, de Manuel Vilas. Y, aunque sea imperdonable, hace poco descubrí a Carmen Martín Gaite. Nubosidad variable se queda conmigo para siempre. Las cárceles que elegimos, de Doris Lessing es imprescindible. Y, obviamente, Margaret Atwood.

Una serie: Friends. Es la serie que me explica y que me hace feliz cada vez que vuelvo a ella. Recuerdo que siendo muy pequeña me regalaron la primera temporada en VHS. La conservo casi como un tesoro. De las más actuales, soy una loca de Juego de tronos y de su final, que gana conforme va pasando el tiempo. Recomiendo muchísimo Big Little Lies. He empezado Creedme y la considero imprescindible.

Una serie de dibujos: No sé alguien más recordará La familia crece (Marmalade boy), una serie de anime de los 90 que contaba la historia de dos hermanastros que se enamoraban y de su pandilla de amigos. Se podía ver por las tardes en La 2. Me enganchó muchísimo.

Una revista: Siempre El País Semanal, donde se me despertaron las ganas de escribir esos reportajes tan impresionantes, y Vogue.

Un icono sexual: Michael Fassbender. Creo que no es necesario apuntar nada más.

Una comida: El queso en todas sus versiones. La tortilla de patatas. El arroz a banda y el helado de vainilla con cookies.

Un bar de Valencia: No soy fiel a los bares. Cualquier sitio donde pueda tomar un café mientras hago una llamada o escribo, me parece bien. También si puedo pasar horas y horas con mis amigos, hablando sin mirar el reloj.

Una calle de Valencia: La calle Navellos. Asociada a mi memoria sentimental. Esa calle que hay que atravesar para ir a la plaza de la Virgen tras cruzar el Pont de Fusta. Eso significaba que mi madre invitaba a merendar uno de esos helados gigantes. Es lo que hacíamos muchas tardes cuando yo era una niña. Siempre que paso por ella lo recuerdo.

¿Con quién te tomarías un vermut? Con Candela Peña, porque creo que es una tía de verdad, con un sentido del humor y de la vida muy parecido al mío. Y con Michael Fassbender, claro.