Me llamo César Campoy y dicen que estoy un poco obsesionado con los Balcanes. Nací en Valencia el mismo año que nos dejó Nino Bravo. He residido toda mi vida en Benicalap, y aquí sigo. Uno de mis objetivos en la vida es rodearme de personas que cultiven, solo, las buenas vibraciones, y creo firmemente que la única asignatura obligatoria en los colegios, institutos y universidades debería ser la empatía.
Me dedico al periodismo desde que tenía 16 años porque es el mejor oficio en el que una persona curiosa se puede embarcar, porque me ha permitido escribir de todo aquello que me interesa, y porque ha hecho posible que pueda preguntarle todo aquello que quise preguntar a muchas de las personas con las que siempre quise conversar. En todos estos años he formado parte de proyectos como On The Rocks, Roxy, La Cartelera de Levante-EMV, Zona LP de Las Provincias o 2many Producers, una ilusionante aventura que afronté en compañía de muy buena gente. También he aprendido mucho en el Museo de Bellas Artes de Valencia, España con ACNUR, Movimiento por la Paz y el Instituto Cervantes de Bucarest. En la actualidad sigo escribiendo sobre historias con ritmo en la «Banda Sonora» de Las Provincias (allí trabajo en su edición digital), Cuadernos Efe Eme y la edición valenciana de Mondo Sonoro. Además, disfruto colaborando con el festival internacional de cine de Valencia Cinema Jove, como miembro del comité de selección de largos.
He escrito algunos libros sobre (efectivamente) música (entre ellos, una biografía de Los Brincos y Juan & Junior) y mis queridos Balcanes, donde he residido en algunos periodos de mi vida, y hasta donde viajamos habitualmente. La morriña que surge cuando no andamos por allá la calmo (o avivo) mimando un blog que creé sobre Sevdah (uno de los géneros sonoros de la región), llamado Sevdalinkas. Adoro Sarajevo, y, parafraseando a Henry Hill en «Uno de los nuestros»: «As far back as I can remember, I always wanted to be Yugoslavian». Como eso ya no es posible, ahora sueño con que un día me concedan la nacionalidad bosnioherzegovina.
Un disco: «London 0 Hull 4» es el disco que más he escuchado en mi vida. Tenía 13 años cuando lo compré. Podía estar horas y horas delante del tocadiscos alucinando con aquellos juegos vocales, aquellos redobles imposibles, aquellos riffs de bajo que olían a soul y a punk, y, sobre todo, aquellas letras incendiarias repletas de rabia. Todo ello, servido con una elegancia y una habilidad tales, que podía ser digerido, tanto por anarquistas antisistema impenitentes, como por pijos con Lacoste que tiraban de pogo en Distrito 10. Esa filosofía de The Housemartins basada en el marxismo, el cristianismo y el «futbolerismo» me parecía revolucionaria y, hasta cierto punto, coherente.
Una película: Cuando me hacen esta pregunta, siempre respondo lo mismo desde hace más de 20 años: «Before the rain». Una ópera prima redonda. Manchevski lo dio todo. De hecho, nunca superó aquella marca. Su estructura es perfecta; su fotografía, memorable. Esa sensación de desazón continua, mezclada con una banda sonora que le va como anillo al dedo, te deja KO. Se estrenó en una de las fases más dramáticas de las Guerras Yugoslavas, y retrata a la perfección buena parte de la idiosincrasia de la zona. Además, Rade Šerbedžija, con quien sigo teniendo la esperanza de, algún día, irme de parranda, está sublime.
Un libro: Hace muchísimo tiempo que solo frecuento literatura de o relacionada con los Balcanes. Toda la obra de Ismaíl Kadaré e Ivo Andrić me fascina, pero mencionaré tres libros esenciales del primero («El palacio de los sueños», «El nicho de la vergüenza» y «El firmán de la ceguera») y del segundo («Un puente sobre el Drina», «La señorita» y «Crónica de Travnik»). Y, ya que estamos, cerraré el triunvirato de autores con el rumano Mateiu Caragiale. Un grandísimo amigo, traductor al castellano de su obra para El Nadir, me lo descubrió. «Los depravados príncipes de la Vieja Corte» me dejó boquiabierto.
Una serie de tv: «Breaking Bad«. Y punto.
Una serie de dibujos de tv: Para esos momentos en los que te vienes arriba, «Mazinger Z«. Si estás un poco más deprimido o melancólico, «Banner y Flappy«.
Una revista: Los tiempos que corren, en los que recibes muchísima más información de la que eres capaz de asimilar, y en los que la tremenda oferta acaba por estresarte y saturarte, no me invitan a ser fiel a un solo medio de comunicación. De pequeño frecuentaba mucho la Teleindiscreta. Guardo todas las pegatinas de «V» que regalaba, así como una pistola de cartón que te montabas tú mismo (como la que llevaba Mike Donovan). Pocos años después, me aficioné sin remisión a Popular 1. Una manera de desmarcarse del bipartito Rockdelux–Ruta 66. Era como ser del Valencia CF cuando tus amigos del colegio se debatían entre el Barça y el Real Madrid.
Un icono sexual: Cybill Shepherd. Y punto.
Una comida: Las mollejas de cordero y las migas con pimiento (bien en su variedad con tocino, bien en su variedad con boquerones) de mi madre.
Un bar de Valencia: La Pilareta de hace 30 años, con raciones generosas y en la que podías disfrutar tranquilamente de una buena tertulia mientras te ponías hasta arriba con esas magníficas habas, sin sentir en tu cogote la implacable mirada de camareros y clientes nerviositos. Hoy en día preferimos dejarnos asesorar por nuestros queridos Pau Martínez y la gran Pilar, e ir picando de flor en flor por las inacabables barras que se pueden encontrar en el Cabanyal y sus alrededores.
Una calle de Valencia: Me encanta toda la zona que abarcaría un imaginario triángulo dispuesto entre la calle de l’Almirall, l’Almoina y la plaza del Arzobispo. Si tengo que hilar más fino, el pequeño tramo entre la plaza de la Reina y la puerta románica de la Catedral.