Ona Bascuñán. Foto: Albert Jornet

Foto: Albert Jornet

Me llamo Ona Bascuñán Martínez. Cuando yo nací, Ona era un nombre muy poco común. Todavía hoy me giro extrañada si lo oigo, porque no estoy acostumbrada a que haya más personas que se llamen como yo. Pero según el INE, hoy hay casi 8.500 en España, y tienen (tenemos) una media de 10 años.

De esto hablábamos con Jorge Lawerta –de nuestros nombres— el otro día comiendo en Casa Capicúa después de asistir al primer Cuaderno Blablabla de 2025, en el que aprendimos un poco más sobre la trayectoria de la gran Andrea Gumes, una de esas personas que ejemplifican lo que yo pensaba que sería tras acabar estudiando Periodismo —una prescriptora— y que nunca llegué a ser.

Nací en el barrio de la Malvarrosa, en València. Igual que mi nombre, aquello me marcó para siempre. Mis abuelos y mis padres pertenecieron al colectivo de vecinas y vecinos que impulsaron una pionera iniciativa radical de vivienda colectiva allá por los años 70. Recomiendo leer Grupo residencial Malvarrosa. Vivir Colectivamente, (autoras Bianca Cifre y Clara Che, y editada por Festiu). Ese espíritu de la colectividad, de vivir compartiendo, siempre me ha perseguido.

Pertenezco a una familia creativa. Mi padre era diseñador (sí, Paco Bascuñán) y, junto a mi madre, Lupe, tenía un estudio donde hacían encargos de todo tipo, pero donde muchos destacaron por su compromiso social. Algunos años antes de eso, siendo niña, me pasé muchas horas en La Nave, la sede de un grupo de genios que se juntaron para desafiar las reglas de lo que era convencional en el ámbito creativo en Valencia (y España). Todo se hacía a mano, y con letraset. Me siento muy afortunada de haber crecido en la más absoluta vanguardia.

Pero yo no estudié arte, ni diseño. En mi familia siempre que quieren echarse unas risas me piden que dibuje un perro. Supongo que porque comunicar y compartir tienen mucho que ver, elegí Periodismo. En cuanto pude me fui a Barcelona y acabé allí la carrera. Casi enseguida entré a trabajar en una multinacional de moda (pista, es sueca) y casi enseguida también, acabé liderando el departamento de Comunicación para España y Portugal. Así me pasé 11 años, aprendiendo de moda —sin ser yo nada de eso—, viajando, haciendo amigues que hoy son como mi familia, y currando mucho mucho. Al año de perder a mi padre, conocí a mi actual pareja, Cristian, que también acababa de perder a su hermano. Y no sé si por la tristeza o porque los dos rondábamos los 30 y ya teníamos ganas de asentarnos, que la cosa fue a más, tan a más, que al poco yo estaba embarazada de mi primera hija, Nora y 3 años más tarde llegó Lea.

Todo eso lo hice sin parar de currar, de viajar, de asistir a eventos, de organizar eventos, de mandar notas de prensa, de solucionar crisis reputacionales… Y de repente, un poco a lo loco, nos mudamos a Chile por mi trabajo, con la idea de pasar allí dos años y aprovechar, entre reunión y reunión, para conocer Sudamérica y enseñarles mundo a nuestras hijas. Lo que pasó fue que eso era finales de 2019, y ups, nos pilló la pandemia a 10.000 km de casa. Una experiencia que no le recomiendo a nadie, por mucho que sufrir te haga más fuerte (qué horror de expresión, por cierto). Tras pasar prácticamente 600 días encerradas en un apartamento —con vistas, eso sí—, pudimos regresar a casa. Pero decidimos que casa no sería Barcelona, sino València. Y así fue como en 2021 regresé a mi ciudad natal.

Durante dos años trabajé en un nuevo puesto vinculado a temas de inclusión y diversidad, todavía en la compañía sueca, y la verdad es que me encantaba, pero el boom que había comenzado en 2020 gracias a movimientos como Black Lives Matter o el #MeToo, pronto dejó de ser prioridad para muchas empresas y mi posición desapareció, así que desde finales de 2023 ya no trabajo en la multinacional de moda (¿ya habéis adivinado cuál es?).

Volver a València está siendo una montaña rusa. Empezar de nuevo, otra vez, es siempre emocionante y agotador. Reencontrarme con amistades de la infancia (Celeste, Elisa, Libertad, Jaime…) y volver a estar cerca de mi familia es lo mejor. Vivir la efervescencia cultural por la que atraviesa la ciudad de la mano de la comunidad creativa —que no de la administración — es emocionante, aunque me recuerda en muchas cosas a la Barcelona que me encontré en los 2000 y os digo que no acaba bien: saturación de una oferta de ocio que no aporta gran cosa, precios injustos, éxodo de vecinos y un largo etcétera que ya conocéis.

¿Que qué he estado haciendo desde que dejé la moda rápida, o la moda rápida me dejó a mí? Pues me he dedicado a colaborar con la Fundació del Disseny de la Comunitat Valenciana, encargándome de su estrategia de comunicación; me incorporé al equipo de docentes de Barreira A+D, dando una masterclass sobre inclusión y diversidad en la moda, en el máster Fashion Now; formo parte del comité de asesores de Move! Moda en Movimiento, una iniciativa impulsada por el medio digital Modaes que tiene como misión caminar con el sector en un proceso de transformación hacia un modelo más sostenible e inclusivo; colaboro como redactora en la revista SOLO, que va sobre el mundo del café de especialidad (aunque esto no tiene mérito porque la editan mi hermana y mi cuñado, Bea y Albert – también dueños del quiosco News&Coffee—; y más recientemente me he incorporado a CBA Design España, agencia internacional de branding estratégico, como asesora de comunicación externa. Ah, y también colaboro con UMANS, una consultora especializada en inclusión en el ámbito laboral. Todo ello mientras intento quedar con Patricia Moreno, a quien todas conocéis, porque es pura inspiración, pero tiene una agenda que ni la mía en mis mejores años. Y sigo siendo madre y feminista a jornada completa.

Una canción:

HAHA, de Charlotte Adigéry. Esta cantante belga de origen martiniqueño y guadalupeño aborda temas como la apropiación cultural, la misoginia y el racismo través de su propuesta electrónica. Comparto su perspectiva sobre el poder curativo de la risa. Porque si no nos reímos, ¿qué nos queda?

Una película:

La vida de Brian, de los Monty Python. Nunca dejará de ser relevante. No hay ni un minuto de la película que no sea sublime. No soy capaz de tomarme en serio los dogmas y me identifico con el humor irreverente al 100%.

Un montaje escénico:

La Power Point Party, de Álvaro Góngora (cada mes en La Mina). Cuatro personas hablan libremente sobre un tema que se ha decidido en la sesión anterior. Te vas a encontrar cosas como alguien interpretando canciones de Juan Luis Guerra bajo el tema “sectas y religiones” o alguien reivindicando la vasectomía en la party sobre “cirugía y muerte”. Todo ello apoyado con presentaciones hechas en power point, obligada comic sans, y muchos, muchos memes y gifs. De verdad, os recomiendo venir al menos a una y olvidaros del mundo por un rato.

Una exposición:

Azares y necesidades, un trabajo fotográfico realizado por Mayte Piera en Espacio Modotti. Según la artista, este trabajo «es mi acercamiento a lugares ignorados por estar alejados de las leyes que rigen nuestra estética. Espacios sin destino donde lo que allí nace, crece con la incertidumbre del margen. La nada es el lugar del que nunca escapa. Lo que nace, no existe. Compartir y visibilizar su no presencia tiene que ver con el lado del mundo que quiero habitar». La galería le debe su nombre Tina Modotti, una fotógrafa italiana, que practicó el activismo social en México. La exposición se puede ver hasta la última semana de marzo.

Un libro (vale también un cómic):

Te elige, de Miranda July. La autora retrata y entrevista a personas a partir de anuncios clasificados. Excentricidad humana e historias conmovedoras y auténticas.

Una serie (valen también de animación):

Twin Peaks siempre, pero las últimas que me han encantado han sido True Love, que aborda temas como el amor, la dignidad y la amistad en la tercera edad, o Somebody Somewhere, un retrato de la cotidianeidad, plagado de apuntes sobre temas como la salud mental, lo queer o las relaciones familiares.

Un podcast:

Amiga date cuenta, de Noelia Ramírez y Begoña Gómez, en Radio Primavera Sound. Antorpología pop para darte cuenta de que no sabes nada, pero que tienes razón en todo. Da gusto oírlas.

¿Quién te gustaría que te hiciera un retrato?

María Herreros. La admiro por su discurso sin tapujos y su capacidad de ahondar en historias de personajes, sobre todo mujeres, que deberían salir en todos los libros de texto.

Una comida:

El puchero de mi madre. Aunque mi hermana y yo compremos los ingredientes en el mismo sitio, nunca conseguimos su consistencia ni su sabor. Creemos que hay algo que no nos ha contado.

Un bar de València:

Monterrey, en El Carmen. Buenos tacos, buen ambiente.

Una calle de València:

Carrer d’Escalante, en el Cabanyal. Un ejemplo de cómo la gentrificación se va haciendo con la ciudad paso a paso, pero en la que todavía puedes ver a vecinos de toda la vida sentados al fresco conviviendo con turistas en pisos turísticos que contemplan la Semana Santa Marinera con cara de póquer.

Un lugar de València que ya no exista:

Le Club, a.k.a. La Font. Recién cumplidos mis 20 y antes de irme de Valencia, me pegué unos buenos bailes al son de la música techno que se pinchaba allí. Un buen entrenamiento antes de hacerme asidua del Apolo en Barcelona.

¿Con quién te tomarías un vermut?

Con The Dude, más conocido como el Gran Lebowski. Si se trata de aprovechar el tiempo escaso con una copa en la mano, mejor hacerlo acompañada de alguien que se niega a adaptarse a la sociedad de consumo y productiva.

Si puedo, me gustaría dedicarles esta entrevista a mis amigas Júlia y Priscila, dos mujeres que son pura resistencia.