Áurea Ortiz. Foto: Xelo Gorría.

Soy Áurea Ortiz Villeta. Procedo de una familia de artistas y cantantes: mi abuelo tenía una compañía de comedia y zarzuela con la que mi familia materna (mi madre, mis tías, mis abuelos) recorrieron toda España y algún sitio cercano, como el norte de Marruecos o el sur de Francia. Que nadie imagine una compañía lujosa, esto es más bien El viaje a ninguna parte.

Soy hija de un catalán y una valenciana que se conocieron en el teatro, cantando, y tuvieron que aprender otros oficios para salir adelante, si bien nunca dejaron de sentirse artistas. También ejercieron de emigrantes, como tantos, motivo por el cual nací en Venezuela, en 1963, aunque cuando cumplí dos años se volvieron para España y aquí me quedé hasta hoy. Soy de barrio obrero y la primera de mi familia que ha podido estudiar en la universidad, gracias a su tesón y sus penurias, por supuesto. Todo este legado es esencial para mí.

Estudié Historia del Arte y he trabajado casi siempre en el mundo de la cultura. Desde sus inicios, he estado vinculada a La Filmoteca Valenciana, donde he pasado por diversos sitios: en la revista Archivos de la Filmoteca, en el departamento de extensión montando exposiciones y seminarios, en la biblioteca, en el archivo fílmico y en programación, donde estoy ahora. Hasta el año pasado he sido profesora asociada del departamento de Historia del Arte. Ahí descubrí que la docencia es uno de los más bellos y satisfactorios oficios que existen.

A veces, la administración pública, incluso en lugares tan aparentemente confortables como una filmoteca, es una máquina que aplasta el entusiasmo y la pasión. Así que, de vez en cuando, me he ido a hacer otras cosas; ser funcionaria y no tener hipoteca ni hijos permiten el lujo de tomar estas decisiones y vivir con menos. En 2017 volví de una de esas excursiones y aquí sigo. Lo cierto es que, más allá del ámbito estrictamente laboral, le tengo mucho apego a La Filmoteca y me importa mucho: he crecido profesionalmente, he hecho amistades reales y he aprendido muchísimo.

También me entretengo y aprendo dando charlas, talleres y escribiendo artículos sobre cine y series, ahora en Culturplaza, Caimán Cuadernos de Cine y Lletraferit. Me encanta la radio: formé parte del equipo maravilloso de Café con Vistas (Radio Klara), que será siempre uno de mis lugares felices; he hecho alguna colaboración en À Punt Ràdio, a veces aparezco por la SER y durante siete años he compartido con mis queridos David Brieva y Mikel Labastida un podcast, el Laboratorio de Investigación de Series, que es una de las cosas más gratificantes que he hecho, otro lugar feliz. Además, del podcast nació el LABdeseries, en el que los tres reunimos en València a finales de abril a un montón de gente interesante de aquí y de allá para pensar las series.

En los 90, empecé a colaborar con organizaciones por la defensa de los derechos de las personas migrantes, en tareas de incidencia política y sensibilización, primero en CEAR y después en València Acoge. Esto me permitió poner mi formación y mi experiencia profesional al servicio de esta lucha, un activismo que me ha dado mucho más de lo que yo haya podido ofrecer. En 2015, me lie la manta a la cabeza y, como tantas otras personas, me metí en la política activa a través de Podemos: aprendí algunas cosas buenas y otras no tan buenas que me hicieron irme antes de lo previsto, pero fue un honor haber participado un poquito en el gobierno del cambio en la ciudad de València.

 

Una canción:

«Qualsevol nit pot sortir el sol», de Jaume Sisa.

Una película:

¡Son tantas! Ahora se me ocurre Caras y lugares, de Agnés Varda. Pero mañana te diría otra, como La fiera de mi niña (Howard Hawks), La edad de la inocencia (Martin Scorsese), Todos nos llamamos Alí (Fassbinder), El extraño viaje (Fernando Fernán Gómez)…

Un montaje escénico:

Voy a tirar de nostalgia. La primera vez que fui al teatro por mi cuenta, siendo jovencísima, vi en el Teatro Principal Doña Rosita la soltera, con Núria Espert, y no he olvidado nunca la emoción que sentí. Quizá no tanto por el montaje, como por la ocasión y el descubrimiento de la experiencia teatral.

Una exposición:

Una fantástica exposición sobre George Méliès que vi hace unos cuantos años en Madrid, en el CaixaForum, si mal no recuerdo.

Un libro:

Limónov, de Emmanuel Carrère. Y Espérame en Siberia, vida mía, de Enrique Jardiel Poncela, nunca me he reído tanto leyendo un libro. Y en estos tiempos reivindico y agradezco con mucha energía lo que nos hace reír.

Una serie:

Últimamente pienso mucho en The Good Fight, esa serie maravillosamente gamberra que, tras la victoria de Trump, da vueltas en torno a algo esencial: cómo luchar contra el odio y la estupidez crecientes. Y Fleabag, su segunda temporada es la serie que más veces he visto.

Un podcast:

Dile que baje, preciosas conversaciones de Quique Peinado con gente más o menos famosa que se crio en un barrio. Me resulta tremendamente evocador escucharlo, me hace pensar en mi infancia y juventud (ya dije que era una chica de barrio), y en todo lo que implica el origen. Y siempre Buenismo bien, por supuesto.

¿Quién te gustaría que te hiciera un retrato?

Puestos a soñar, Ramón Casas o Tamara de Lempicka. Y si es foto, William Klein, con una de esas asombrosas imágenes suyas tan espontáneas y pilladas por la calle, sin pose.

Una comida:

Arròs al forn, no soy nada original.

Un bar de València:

Pues me he quedado más bien sin bares favoritos, porque me han cerrado unos cuantos, el último el Rivendel, así que no sé ahora cuál decir.

Una calle de València:

La calle Sevilla, que no tiene nada especial, salvo en mis recuerdos.

Un lugar de València que ya no exista:

¿Vale La casa negra en Pinedo, aunque no esté en el casco urbano? Qué disgusto cuando cerró. Y el Mancini, ay.

¿Con quién te tomarías un vermut?

Con Agnès Varda, qué mujer extraordinaria.