Me llamo Carlos Aparicio y es posible que mi cara les suene de verme pasar con la bici o de ir cargado con un trípode y una cámara. Estoy escribiendo estas líneas porque Verlanga me lo ha pedido, pero me parecería mucho más interesante que otra persona lo hiciera por mí, porque me da un poco de pudor y porque no me fío mucho de la gente cuando habla de sí misma. Tampoco se fíen demasiado de lo que yo cuente, claro. Desconfío mucho, en general, porque nací y me crié en el barrio de Benicalap en los 80, y esas cosas marcan de por vida la forma en la que uno ve el mundo. Justo de eso me gano la vida, de mirar el mundo. Es una forma cursi de decirlo, lo admito. El cine siempre fue algo más que una afición; pasaba horas en el videoclub fascinado por las carátulas de las cintas, recortaba las pequeñas reseñas cinematográficas que salían en las revistas y grababa compulsivamente las películas que pasaban en televisión (con anuncios y todo, claro). También hice mis pinitos de director adolescente con la videocámara familiar (formato VHS!) y con dos vídeos con los que hacía mis montajes mucho antes de que existiera Adobe Premiere. Así que cuando tuve que elegir carrera no veía otra opción que no fuera Comunicación Audiovisual. Los inicios profesionales fueron en la televisión, donde ocupé todos los puestos imaginables, y poco a poco fueron llegando los cortometrajes, los videoclips, los spots, los documentales y los largometrajes. Me cuesta todavía definir qué soy: un poco realizador, un poco director de fotografía, un poco guionista… pero a estas alturas ya he aprendido a decir que eso es más una virtud que una desventaja. Mi último trabajo ha sido en la serie Todo lo otro, de Abril Zamora, que podran ver a partir de octubre en HBO.
Una canción: Me viene a la cabeza «On the sea», de Beach House. Es un tema hipnótico que puedo escuchar en bucle y que me pone los pelillos de punta. En bucle también «The Rip», de Portishead, o «Fade Into You», de Mazzy Star. Pero mi grupo favorito, al que más veces he visto en directo y por el que siento auténtica devoción es Tindersticks. Tengo un vínculo sentimental con ellos difícil de explicar.
Una película: Soy muy fan de la década de los 70, una época de libertad creativa que cambió el cine y que dio lugar a películas redondas. Lumet, Peckinpah, Coppola, Forman, Scorsese… Lynch, Cronenberg y Carpenter son tres de mis intocables también. Y por nombrar algunos títulos que me han removido en los últimos años: Moonlight, Stories We Tell, Estiu 1993, Blue Valentine, Las horas…
Una exposición: Recuerdo con mucho cariño encontrarme de casualidad una exposición sobre David Bowie en Berlín durante un viaje que hice solo por Europa en 2014. Soy poco mitómano pero Bowie siempre ha sido algo más que un icono. Él vivió en Berlín tres años y grabó tres de sus discos más míticos. Yo pasé allí una semana de vacaciones. LA VIDA.
Un libro: Me encantan los relatos cortos y los cuentos. Recuerdo con afecto los de Italo Calvino y Edgar Allan Poe cuando era niño. Los Nueve cuentos, de Salinger o Crónicas marcianas, de Bradbury me parecen sublimes. En cuanto a novela, me tocó mucho A sangre fría, de Capote. Y de novela gráfica tengo que citar, sin duda, Black Hole, de Charles Burns.
Una serie: Ahora que andamos todos más desequilibrados de lo normal me acuerdo mucho de las sesiones de terapia de In Treatment (la primera temporada). Me parece una serie de personajes brutal, de una humanidad y con una verdad como pocas veces he visto. De las más recientes, Fleabag me parece absolutamente maravillosa.
¿Quién te gustaría que te hiciera un retrato? Francis Bacon.
Una comida: Arroz al horno y pimientos rellenos, dos arroces totalmente infravalorados.
Un bar de València: El Tulsa, de Benimaclet ha sido uno de nuestros centros de reunión clave los últimos años. Un concierto allí de Las víctimas civiles y unas cervezas después podría resumir el concepto de tarde perfecta.
Una calle de València: La calle Sagunto porque es donde vivo hace ya unos años y estoy encantado. Zaidía me parece uno de los barrios más auténticos que quedan en la ciudad.
Un lugar de València que ya no exista: Los cines Capitol y Serrano. Cuando éramos críos, ir a los cines del centro era como viajar a otra ciudad. El ritual de la cortina destapando la pantalla, esas salas enormes… El edificio del Capitol me parece impresionante. Recuerdo cuando se planteó comprarlo como sede de la Filmoteca. Hubiera sido increíble.
¿Con quién te tomarías un vermut? Con Phoebe Waller-Bridge, sin duda alguna. Vermut y tramussos.