Cristina Bea. Foto: Jorge García-Romeu.

He contestado el cuestionario en el último suspiro porque pensaba, «ostras, ¿y cómo me voy a presentar? ¿Qué digo?» Sí, la procrastinación es uno de mis fuertes. ¿Qué tal? Soy Cristina Bea (23 de enero de 1983, Torrent), periodista de Movistar+, donde cubro la actualidad de los equipos de fútbol de Primera División de la Comunitat Valenciana y me veis y escucháis a pie de campo en los partidos del Valencia, Levante y Villarreal.

Además del fútbol y de mi trabajo, me considero una amante de la lengua, la literatura, la fotografía, el cine y el teatro -no en modo entendida, sino disfrutona en todos los casos-, y de pasar tiempo con mis amigas y mis amigos. Salir a desayunar, comer y/o cenar en buena compañía, conversación y risas me hace muy feliz. Pero lo que realmente me apasiona es viajar. Si volviera a nacer, como reza mi perfil de Instagram (@cristinabea), me gustaría ser Willy Fog. Sueño con volver a África, me fascinaría recorrer Sudamérica de punta a punta y, de manera totalmente utópica, trabajar seis meses al año y viajar los otros seis.

Hace ya algunos años me apropié de la filosofía de vida de mi amigo John: morir habiendo visitado al menos el mismo número de países que la edad que tenga en ese momento. Hasta hoy, objetivo disfrutado: 38 años/45 países.

Sincericida, detesto las mentiras, la hipocresía, la falta de educación, a la gente intolerante, racista, sexista y todos los «istas» que le complican el día a día a tantas personas. «La vida es hoy» es mi gran lema.

Gracias a Verlanga y a todos los lectores por querer conocerme un poquito más. Allá van mis respuestas:

 

Un disco: Bachata rosa, de Juan Luis Guerra y 440. Este disco y este hombre han sonado y suenan en los mejores y en los peores momentos de mi vida. Me sube o me levanta, siempre. Se publicó en 1990 y seguro que fue mi madre quien lo trajo a casa, porque un año después, el 15 de julio de 1991 (no la recordaba, he buscado la fecha en internet) me llevó con ella, una prima y una compañera de trabajo suya al primer concierto de mi vida: este, el de Juan Luis Guerra con este disco en la Plaza de Toros de València. Tenía 8 años. Tengo flashes de aquel día. Flipé. Como hace un par de años cuando lo volví a ver y bailar en el Palau Sant Jordi de Barcelona.

Una película: Podría decir Casablanca, La vida de Brian o La vida es bella, pero mi película favorita sin ninguna duda es Dirty Dancing. Yo confieso. No sé las veces que la he visto: en VHS, en DVD, en Netflix, el verano pasado en la Filmoteca d’Estiu en los Jardines del Palau de la Música, y como espectáculo musical en Londres y en València. «No permitiré que nadie te arrincone». Y yo no dejaré de verla, eso es así. Ay, Johnny y Baby.

Un montaje escénico: Autorretrato de un joven capitalista español, de Alberto San Juan, en el Teatre Micalet, en 2014. Creo que no pestañeé durante todo el monólogo, más de dos horas de una mezcla de su biografía y una clase magistral de la historia de España. Citas, políticos, fechas, causas y consecuencias. Qué elocuencia, qué trabajazo el suyo, qué sensatez en el discurso. Una barbaridad de obra.

Una exposición: La World Press Photo, la exposición de fotoperiodismo más importante del mundo. Es un lujo poder disfrutarla cada año desde hace ocho ediciones en la Fundación Chirivella Soriano de València, un edificio que además me encanta. Digo disfrutarla porque las imágenes son brillantes, pero también sufrirla, por la crudeza de muchas de las fotografías: protestas, guerras, hambre, muerte. Al fin y al cabo recoge los acontecimientos informativos del último año. Periodismo y fotografía, para mí es un ‘must’.

Un libro: El mundo amarillo, de Albert Espinosa. Se publicó en 2008, yo tenía 25 años, y me marcó mucho. Con 12 me rompí el fémur derecho mientras hacía gimnasia en el colegio. Un tumor óseo se comió el hueso hasta que lo rompió. Tuve muchísima suerte, porque resultó ser benigno, pero aquellas vivencias, veinticinco días de hospital, dos operaciones, me enseñaron mucho de la vida, a perder miedos, a disfrutar hoy porque mañana vete a saber, igual que el libro de Albert Espinosa. En él narra su vivencia durante los diez años que padeció cáncer, tiempo en el que perdió una pierna, un pulmón y un trozo de hígado. Narra cómo «las pérdidas se convierten en ganancias». Además me descubrió a los ‘amarillos’, como explica la propia sinopsis del libro, «un nuevo escalafón de la amistad, personas que no son ni amantes ni amigos», aunque pueden ser las dos cosas, «gente que se cruza en tu vida y que con una sola conversación puede llegar a cambiártela.» Según el escritor, cada uno encontraremos 23 amarillos a lo largo de nuestra vida. Siempre el 23.

Una serie: New Amsterdam. Acabo de paparme del tirón, emocionada y conmovida las dos temporadas de esta serie que me ha cautivado por completo, como su protagonista, el doctor Max Goodwin (Ryan Eggold). «¿En qué puedo ayudar?» es la frase de este director médico «patológicamente honesto» que llega al hospital más antiguo de Nueva York en la ficción, el New Amsterdam, para poner patas arriba su burocracia y su funcionamiento: lo primero serán las personas, independientemente de su economía o clase social. No haré spoilers, solo diré que, por ejemplo, quiere conseguir seguros médicos para todos. En Estados Unidos. Estoy segura de que este «hospital progresista», dicho en la serie, habrá levantado ampollas en el sistema sanitario estadounidense. Y me encanta. Como la serie, que recomiendo totalmente.

¿Quién te gustaría que te hiciera un retrato? Pues no va a ocurrir, pero puestos a elegir, me habría encantado saber cómo me vería Salvador Dalí, con todo el surrealismo posible. Retrató en muchas ocasiones a su hermana Anna Maria. En 2006 disfruté en el MoMA de Nueva York de su emblemático cuadro ‘La persistencia de la memoria’, una de mis pinturas favoritas, y tengo muy pendiente ir a su Teatro-Museo en Figueres y a su Casa-Museo en Cadaqués. Quiero ir pronto. Me llama mucho la atención su arte.

Una app: Las que más utilizo a diario son Twitter e Instagram, pero cuando leí el cuestionario la primera vez hubo una que me vino a la cabeza directamente: Telpark. ¿Cómo de maravilloso es poder pagar y ampliar tus estacionamientos en zonas azules sin tener que volver al coche? Me la descubrió mi amiga Ana hace unos años y me pareció fascinante. Practicidad máxima, calidad de vida, una pequeña-gran preocupación menos en las grandes ciudades. Cada vez que se la descubro yo también a alguien me siento reconfortada, es algo muy tonto pero muy real.

Una comida: Arroz. En cualquiera de sus formas: paella, arroz al horno, arroz a la cubana, arroz caldoso, risotto, tres delicias… Siempre digo que podría comer arroz todos los días de mi vida. Me encanta ‘i és molt valencià’. La verdad es que lo digo siempre con orgullo (y deleite, que lo disfruto mucho). El arroz seco con bogavante del restaurante Canyamel de El Palmar, mi favorito.

Un bar de Valencia:Taberna El Olivo, en la Plaza del Árbol. Desde que hace unos años me llevó mi amigo Paco a la voz de «tienes que probar su cazón», he vuelto muchísimas veces. A mediodía, de tarde, de noche. El encanto de la plaza, del árbol, la calidad de sus productos, lo a gusto que como y me siento allí… Para mí tiene un encanto único.


Una calle de Valencia: La Calle Caballeros. Creo que es la que más veces he pisado en mi vida. Yo vivo en Torrent pero voy bastante a València, y cuando lo hago al centro, si tengo tiempo, no pierdo la oportunidad de pasear por El Carmen. Plaza del Ayuntamiento, Calle San Vicente, Plaza de la Reina, Plaza de la Virgen, Calle Caballeros, Plaza del Tossal, Calle del Moro Zeid, Calle de la Carda, Plaza del Mercado, Calle de María Cristina, Calle San Vicente, Plaza del Ayuntamiento. De mi casa al colegio La Purísima (Torrent) y viceversa debe ser el trayecto que más veces he hecho en mi vida, que allí estuve de los 3 a los 17 años. Estoy segura de que el siguiente es ese, con ramificaciones por otras calles y callejuelas. Me encanta pasear València. Me encanta pasear el centro histórico. Qué pena da verlo ahora tan vacío…

Un lugar de València que ya no exista: Venga, algo de fútbol, que no se diga. El Bar Torino, lugar de la fundación del Valencia C.F. el 18 de marzo de 1919 (aunque esta es la fecha, en realidad, del día en el que el Gobierno Civil aprobó los estatutos de la fundación del club; el acta constitucional fue redactada el día 1 de marzo bajo la firma de Augusto Milego, Gonzalo Medina, Andrés Bonilla, Pascual Gascó, Fernando Marzal y Julio Gascó). El Bar Torino estaba ubicado en la Bajada de San Francisco, 8, de València, una calle que desapareció en 1927. Hace dos años se celebró y vivió intensamente el centenario del club, con la consecución del título de Copa además, y la verdad es que aumentó aún más mi curiosidad, ojalá haber podido colar un ojo por aquel bar ubicado en el actual margen izquierdo de la Plaza del Ayuntamiento.

¿Con quién te tomarías un vermut? Uf, con tanta gente… Pero os diré alguien del mundo del arte y la cultura y así, además, cerramos este cuestionario con una de las anécdotas de mi vida. Me tomaría un vermut con Ricardo Darín. El 3 de marzo de 2004 lo vi en persona por primera vez. Siempre me ha encantado este señor y, le voy a poner nombre y apellidos porque además la conocéis, mi amiga María Lapiedra hacía prácticas de Periodismo por aquel entonces (estábamos en 2º de la carrera) en la radio de la UPV, con el programa cultural ‘Puntos de referencia’. Ella sabía de mi querencia argentina y «dariniana» y me dijo: «Cris, me voy a la rueda de prensa de presentación de ‘Art’, en el Teatro Oylimpia. Ricardo Darín. Vente.» Y no solo fui, es que le hice una pregunta sobre su visita a València solo para que ese hombre me hablara, para que me mirara… Tal cual. Fue un momento muy Bridget Jones. 21 añitos tenía. Ahora, hoy lo repetiría. No estaría nada mal hacerlo con un vermut por medio.