Mi nombre es David Blay Tapia. Y mucha gente me pregunta qué hace un periodista deportivo escribiendo libros, dando conferencias sobre teletrabajo o colaborando con startups y personas vinculadas a la gastronomía. La realidad es que siempre quise retransmitir partidos y viajar por España, Europa y el mundo. Y lo he podido hacer. Pero también siempre quise aprovechar mi tiempo cuando quisiera, no cuando me marcara un horario de oficina. Y lo he podido hacer. Todo esto me ha llevado a quedar con mucha gente muy diversa cuando otras personas no pueden salir de su empleo diario, lo que ha derivado en el descubrimiento de muchos sectores que necesitaban ser contados. Y ahí la comunicación y las relaciones sociales han sido clave para aumentar mi empleabilidad y no centrarme solo en una única pasión.
Siempre leí mucho desde pequeño y me recuerdo viendo cine con mis padres y yendo al teatro y a conciertos en Almussafes, donde nací y viví hasta que tuve 12 años. Quizá de esos momentos viene la necesidad de escribir lo que veo a diario.
He ‘escrito’ cuatro libros (porque no me considero escritor y muchos de ellos han sido trabajos conjuntos). Uno sobre el legendario deportista paralímpico David Casinos junto a Mario Rebollo, ¿Por qué no nos dejan trabajar desde casa? en 2014 (ya oigo las risas. Imaginadlas en aquel momento). Una fábula llamada El viaje del equilibrista junto a Daniel Abad, uno de los mejores directores de orquesta de España y Un extraordinario don, el primer libro ilustrado sobre un deportista paralímpico español basado en la vida del medallista en Tokyo Héctor Cabrera.
Una canción:
«Señora Azul», de Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán. Me recuerda cómo mi padre me inoculó la música de los 60 y me gusta cómo critica con mucha finura la censura de aquella época. Además, la mezcla de voces es tan heterógenea que sigue resultando sorprendente hoy día.
Una película:
Big Fish. Por los colores, la forma de contar las cosas, la ilusión que transmite y, sobre todo (si no la han visto ya, lo lamento) por cómo afronta la muerte como algo que debe reunir a las personas que te quisieron para celebrar que estuviste vivo.
Un montaje escénico:
Tengo mucha menos cultura que la mayoría de los entrevistados por aquí, por lo que no he ido aún a ver una ópera. Y como estoy seguro de que me impresionará mucho y me hará llorar (como muchísimas cosas), creo que ese será el montaje que elegiría. No porque no haya visto cosas de calidad a mis 43 años, sino porque espero que haya algunas que aún sean capaces de sorprenderme.
Una exposición:
Por el componente sentimental que supone, recorrer por primera vez el Museo del Prado junto a mi mujer y mis hijas y ver cómo se emocionaban con algunos cuadros me puso la piel de gallina.
Un libro:
Me han marcado muchos, pero querría darle importancia a La tabla esmeralda, de Carla Montero. Una escritora menos valorada de lo que merece, que ha escrito varios libros siendo madre numerosa y a la que he tenido la suerte de conocer y es una persona extraordinaria.
Una serie:
Entourage, el séquito. Porque enseña mucho más de la comunicación y las relaciones sociales de lo que aparenta y me sirvió para darme cuenta de la disparidad de roles que existen en España y Estados Unidos.
Un podcast:
Por el impacto que me supuso escuchar algo de una factura semejante antes del boom actual, El gran apagón. Hoy sería un producto de muy buena factura, pero en aquel momento creía estar viendo Netflix solo a través del sonido.
¿Quién te gustaría que te hiciera un retrato?
Víctor Jerez, ilustrador con una historia maravillosa pasando de ser estibador en el puerto de Algeciras a retratar a las grandes figuras del deporte mundial. Y, si pudiera ser, mi amigo Mikel Ponce, el mejor fotógrafo gastronómico (y no gastronómico) de España en mi opinión.
Una comida:
La paella valenciana con albóndigas que hacía mi abuelo materno en Almussafes durante los 30 años que tuve la suerte de vivir junto a él. Por las conversaciones que teníamos, por las cosas que me enseñaba, por el cariño que desprendía y porque no he probado ninguna igual en mi vida.
Un bar de València:
Me gusta mucho el nuevo Los Madriles, porque ha sabido mantener la esencia y añadir nuevos públicos. Además, Jovi es un ejemplo de pasión, reinvención y amabilidad.
Una calle de València:
Siempre me ha gustado muchísimo Reino de Valencia. Por su estructura, por su cercanía al centro. Por estar enclavada entre Ruzafa y El Ensanche. Por todos los polos gastronómicos que la atraviesan o la tocan tangencialmente. Y porque me da la sensación que es de las pocas que fue concebida con un grado arquitectónico de alto nivel en casi todo su conjiunto.
Un lugar de València que ya no exista:
El restaurante Chocomeli, en Campanar. Sé que ha reabierto con el mismo nombre, pero el primigenio que pasó de una barra de bar en el extrarradio de los 90 a hacer la mejor caldereta de bogavante con huevos fritos que he probado en Valencia es uno de mis recuerdos preferidos de la ciudad.
¿Con quién te tomarías un vermut?
Con todos los empresarios/as que obligan a las personas a volver a la oficina pudiendo teletrabajar. Les diría que hay gente que se odia en las oficinas. Otra que se pone cascos de reducción de ruido para no interactuar con nadie. Personas que lloran porque han acabado sus tareas y no les dejan irse a pasar tiempo con su pareja, sus hijos o solos disfrutando de su ocio. Que hay quien rinde mejor por la noche y eso eleva la productividad (y las ganancias) de sus compañías. Que con la gasolina a estos precios están precarizando a quien debe coger el coche cada día. Y muchas más cosas. Creo que con un solo vermut no sería suficiente.