Estrella Jover. Foto: I.A.

Me llamo Estrella Jover y oscilo entre lo intenso y lo mamarracho según lo precise la ocasión. Tengo que reconocer que soy más de cerveza que de vermut, pero vamos a empezar con uno rojo y luego ya veremos. Si te suena de algo mi nombre quizás es porque lo has visto en algún pie de foto, porque la verdad es que solo en los últimos seis años he hecho más fotografías de las que soy capaz de recordar. De mi trabajo lo que más me gusta precisamente es hacer esos retratos de personas que acompañan a las entrevistas. Si alguna vez te he hecho uno tienes que saber si dije alguna tontería en ese momento fue para sacar tu mejor, o tu peor, cara. Estaba todo pensado, de verdad. Y hablando de pensar, tengo que confesar que en realidad soy licenciada en Filosofía y que algún día quizás trabaje como profesora si consigo centrarme un poco y ponerme a estudiar la oposición. La verdad es que sería bastante guay porque a mí mis profes me salvaron la vida cuando era una cría. Tampoco os lo he dicho, pero yo no soy valenciana: soy manchega, de pueblo diminuto —hola, Landete— y gracias a un instituto público y de calidad aprendí probablemente el ochenta por ciento de las cosas que ahora sé. Así que lo de la docencia es un poco como ser llamada a filas. Pero bueno, soy millenial y me quedan doscientos años para la jubilación, así que será por tiempo. Ya os iré contando.

 

Una canción:

Cantares, de Serrat. Fue mi primer himno de adolescencia, sí, ya os he avisado lo de la intensidad, y aún hoy me emociona mucho escucharla. Y Toro, de El Columpio Asesino. Otro himno, pero este más de eterna adolescente.

Una película:

Burning, un film coreano basado en un cuento de Murakami. La vi en la Filmoteca de València y me dejó pegada a la butaca. Me gustan las pelis en las que desconfías de todos los personajes hasta el final, como en los cuentos de Carver. También los road trip extraños y hermosos como Güeros o Una historia verdadera. Y luego están Almodóvar o Iciar Bollaín, que son casa para mí: todo lo que cocinan me está buenismo.

Un montaje escénico:

Luces de bohemia, de Valle Inclán. Lo vi en el María Guerrero de Madrid hace unos años y me quito el cráneo total, como diría Don Latino. Como experiencia me impactó mucho Boris Godunov en el Olympia, de la Fura dels Baus, una obra que recrea el secuestro del teatro Dubrovka en Moscú. Y cualquier cosa que haga El Pont Flotant también hay que ir a verla, siempre emociona.

Una exposición:

Es difícil, pero creo que me quedo con una exposición de Annie Leibovitz, Vida de una fotógrafa 1990-2005, quizás por el momento en el que la vi. Me gustó mucho ver cómo dialogaban las fotografías de personas famosas que ella hacía como profesional con las fotografías de su vida cotidiana, todas ellas brutales. De esa exposición me quedo con la fotografía en la que Leonardo DiCaprio mira a cámara mientras sostiene un cisne, por favor, buscadla, y todos los retratos de Susan Sontag.

Un libro:

De lo que he leído últimamente me quedo con Poeta chileno, de Alejandro Zambra y Nuestra parte de noche, de Mariana Enríquez. Me gusta más lo bolañesco que Bolaño, creo. De cría me leí todo Roald Dahl y Zipi y Zape y no me arrepiento de nada. Y decir Crimen y castigo parece que es ya regodearse en intensidad, pero de verdad que no. Leed a los rusos, esa peña sabía lo que decía. Y para acabar, un descubrimiento adolescente: Olivia, de Dorothy Strachey. Fue la primera obra de ficción en la que me encontré con una historia de amor entre dos mujeres, antes incluso de Maca y Esther en Hospital Central, y me puse muy contenta. Ojalá más referentes siempre.

Una serie:

Venga, va, que me estoy poniendo pesada. Diré solo Fargo, la primera temporada.

Un podcast:

No le soy demasiado fiel a ninguno, pero diré Estirando el chicle porque me gusta mucho que exista. Para lo demás: chapoteo mucho en el buscador de podcast si quiero saber sobre algo en concreto y si no soy más de poner la radio y que me sorprendan.

¿Quién te gustaría que te hiciera un retrato?

Puestas a pedir, diría un Caravaggio. Así, sosteniendo un cesto de frutas o sentada con mis colegas en una mesa en plan Los discípulos de Emaús.

Una comida:

Tacos, de todo tipo. Pero sin piña. México entero en mi boca, por favor. Y unos zarajos.

Un bar de València:

El Bajo Bar tiene ese chuchup o qué se yo que hace que quieras siempre quedarte un rato más. Y si te quieres cruzar conmigo un día random es muy probable que me pilles en la Taberna de Kalixto, ese bar del barrio que nunca falla.

Una calle de València:

La calle Cañete, enfrente del, ahora, Varietats, con su Cristo al final de la calle. Me transporta siempre a mi pueblo.

Un lugar de València que ya no exista:

La cafetería de la Facultad de Filosofía, el veinte por ciento restante de lo que sé lo aprendí ahí, y la plaza del Tossal cuando era lugar de encuentro nocturno de la muchachada antes de que se la comieran las terrazas.

¿Con quién te tomarías un vermut?

Con mi bisabuela Dionisia. Me encantaría conocer los chascarrillos de la época.