Gloria Román. Foto: Paula Elena Ramos.

Me llamo Gloria Román y soy actriz. Nací en Cartagena hace 31 años, me gusta pensar que entre almendros y algarrobos. En mi infancia bebí cuentos, hilos, dibujos y vírgenes de flores. Mi familia es numerosa en mujeres y mi tribu de amigas es abundante, con ellas he crecido a base de risas, susurros y sabiduría femenina.

Ahora me subo en furgoneta para ir de bolo, pero entonces lo hacía para ir al mercadillo con mi abuelo, que ponía guapas a todas las vecinas. En la intimidad digo que soy de origen fenicio. Y así, algo nómada, fui adoptada en los primeros meses de mi edad adulta por València. Aquí estudié primero Comunicación Audiovisual y después Arte Dramático, y descubrí mi familia escogida, que es igual de hermosa. Mi mejor amiga me enseñó las primeras palabras en valenciano, que con amor llevo tatuado: «Bona nit cresol, que la llum s’apaga». Ya forman parte del día a día.

Por ahora, el puerto de embarque es València, pero nada me hace tan feliz como desplazarme. Los aromas, las voces… charlar con desconocidos, los colores del ser humano, la fusión de contrastes me pirran. Si las personas son dinamita, en la naturaleza encuentro el refugio, poner los pies en tierra, bañarme en el mar, el sonido del viento entre las hojas del pino, ahí purifico y termino de recargar inspiración.

Deseo estar abierta a la vida sin resistencias y mi trabajo, que considero un privilegio al que hay que entregarse y que experimento con agradecimiento, es un increíble viaje que aprende de mis vivencias tanto como me enseña otras que ni imaginaba posibles.

Una canción:

«Duerme negrito», de Mercedes Sosa, me la cantaban mis padres.

Una película:

Hay tres que perduran y repito, una es Los espigadores y la espigadora, de Agnès Varda: otra es Deseando amar, de Wong Kar-Wai y la tercera es Laurence Anyways, de Xavier Dolan.

Un montaje escénico:

Fuerza Bruta. En enero de 2014 unos amigos me invitaron a un show en Londres. Un miembro del equipo artístico me colocó un arnés y me lanzó sobre un techo transparente, con el resto de espectadores bailando bajo nosotros. Luego, hace menos, vi This is Real Love, de VVAA Collective en la Sala Beckett y también fue una señora experiencia.

Una exposición:

La luz negra, en el CCCB, su catálogo lo tuve en la mesita de noche bastante tiempo. Y la colección de la Fundación NMAC en Cádiz, especialmente James Turrell.

Un libro:

Una trenza de hierba sagrada, de Robin Wall Kimmerer.

Una serie:

La cantina de medianoche me daba paz durante el confinamiento.

Un podcast:

Alguien debería prohibir los domingos por la tarde, de Isabel Coixet, Radio 3.

¿Quién te gustaría que te hiciera un retrato?

Me encantaría ser una de las mujeres de Mila Vidallach y nacer en su estudio junto al Hotel Chamarel.

Una comida:

El ramen de Kuma.

Un bar de València:

Últimamente me confieso en Bacaro, pero La Paca siempre ha sido un lugar de almas gemelas.

Una calle de València:

Landerer, donde estaba el Teatro Escalante. Ojalá volver a cruzar sus puertas.

Un lugar de València que ya no exista:

El Picadilly de Embajador Vich. En el pasado un puticlub, luego un pub chiquitito, pero de grandes noches bizarras, tiernas y coloridas.

¿Con quién te tomarías un vermut?

Con Miranda July.