Javier Llorens. Foto: Álvaro Cardo.

Mi nombre es Javier Llorens. Durante hace más de veinte años (veintiuno) he tratado de animar socioculturalmente el ámbito periférico de la ciudad de València, utilizando como eje vertebrador las proyecciones cinematográficas, desde delicadas e instructivas piezas hasta aberrantes ciclos repletos de divertidos títulos. Siempre he considerado que hay que instruir deleitando. Así pues, el humor, la provocación y el más refinado esperpento debían acompañar a las proyecciones. Pelucas, boas de plumas y demás elementos cabareteros y descacharrados disfraces baratos siempre han caminado conmigo. Todo este compendio de actividades cristalizó en Catacumba Film Festival, un festival que se desarrolló durante dieciocho años, que comenzó como una muestra de cine fantástico y de terror y que con el tiempo amplió sus géneros y contenidos. Nos convertimos en festival internacional de cortometrajes y también largometrajes. Dimos una habitación propia al Stop-Motion. Vimos dar los primeros pasos a actrices, actores, directores y directoras que acabaron convirtiéndose en personalidades dentro del mundo del cine. Proyectamos en ya extintas salas, bares, teatritos y nos sentimos muy apreciados por la Filmoteca de València y su personal; colonizamos terrenos inexplorados culturalmente. No nos salía ser un festival al uso y aplicamos un valor artístico y de ingenio, que creó escuela en festivales posteriores. Creo que, sobre todo, nos rodeamos de una gente de gran calidad que nos acompañó durante ese gran viaje que fue el desarrollo del proyecto: desde nuestro querido público, pasando por nuestras colaboradoras y colaboradores, así como los miembros de los jurados de las diferentes ediciones. También todas las personas que diseñaron nuestros carteles, participaron en nuestras exposiciones, actuaron en nuestros conciertos, performances y presentaciones. Agitación cultural de periferia, en sus primeras ediciones aún no existía Internet. Y los másteres de gestión cultural estaban por hacer. Todo hecho a mano, aprendiendo sobre la marcha a construir nuestro propio cosmos. Ok, boomer.

Como cosas que contaros, cabe destacar que hace unos años edité un libro, una especie de catálogo de arte efímero sobre un artista outsider. Una publicación que recoge el material fotográfico que acumulé durante cinco años sobre la obra del artista. Ahora pienso que se le pudo dar un recorrido más académico, pero en aquel momento me planteé el reto de de editar e imprimir el libro en una semana. Eso estuvo guay.

Personalmente, y por honrosa herencia, soy carpintero en madera, oficio al que se ha dedicado la familia de mi padre desde hace casi ochenta años, siendo mi apellido conocido en muchos ámbitos del sector por los retos acometidos a lo largo de nuestra trayectoria profesional. Soy plenamente consciente de que la carpintería tradicional está siendo aniquilada, lo que me convierte, por edad y conocimientos, en una especie de friki laboral criado en un taller lleno de señores antiguos preparando complejas piezas, fumando y entreguardant con un ojo cerrado el trabajo realizado para comprobar que los diferentes ensambles encajaran perfectamente. Recuerdo el taller como el lugar donde más horas he pasado en mi vida. Echando la vista atrás observo el legado de una empresa que siempre ha trabajado con calidad. Ese es el patrimonio más importante del que dispongo. Después del furor pandémico, sufrí una caída en picado que bloqueó la correcta entrega de mis encargos. Ahí casi me muero, aunque afortunadamente todo tiene solución. Chapé la paraeta (a nivel existencial) y por casualidades del destino acabé encargado de retomar la actividad de un taller precioso en Benicalap, donde he estado colaborando a pleno rendimiento con Carpintería Pastoli. De allí salí agradecido eternamente por el buen trato recibido. Los Pastor son una familia de buena gente. Hace unos meses finalicé mi andadura con ellos y he vuelto a desarrollar mis propios proyectos.

Uno de los últimos encargos bonitos en los que he participado ha sido la construcción de un aula al aire libre, sometida a un complejo diseño. Una bella colaboración como profesor y constructor, en la que hemos transformado un solar que ejercía de aparcamiento en una zona de recreo y dinamización social para el colegio Santiago Apóstol y el vecindario del barrio de El Cabanyal. El proyecto forma parte de la World Design Capital Valencia 2022. Pero no olvidemos que estas cosas pueden quedar vacías de contenido si no hay personas detrás poniendo corazón y extralimitando sus funciones en el desarrollo de cualquier iniciativa al margen de las instituciones. Implicación, ilusión y un poco de tragedia con final feliz. Esas son las claves para construir un proyecto fuerte y resistente. Este proyecto fue desarrollado por Nautae Salud Mental y su personal contratado, Fent Estudi Cooperativa, Bernat Ibars, Javier Molinero, Cristina Centeno y un servidor que lo construyó. El lugar se llama Zona Santiago. Libre para jugar. Todo muy entrañable.

En estos momentos estoy iniciando un viaje hacia los orígenes del oficio y el sector de la carpintería en madera, tratando de dignificarlo, de tomar lo mejor de sus sistemas y valores tradicionales. De instruir a la población de la importancia de todo esto, de formar a gente interesada, de dar valor a las bondades que la madera nos ofrece como uno de los materiales más solventes del que podemos hacer uso de manera inteligente y sostenible en el futuro.

Llegados a este punto entiendo que ya nadie estará leyendo esto. Si alguien ha llegado hasta aquí, coja mi mano, querida lectora, querido lector, y acompáñenme en las respuestas que continuaré ofreciendo.

 

Una canción:

Me he criado con la inacabable producción estadounidense de rock en todas sus variantes psicodélicas y progresivas de los años sesenta y setenta. Pero también con Música mientras trabajas, de la emisora valenciana 97.7 dirigida por Enrique Ginés. 
Grabadas a fuego llevo las aberrantes letras de la canción melódica masculina setentera y las coplas más desgarradoras de nuestras leoninas tonadilleras. El reggae, por otro lado, es una música que me hace muy feliz. Al final, no sé, creo que me encantan las canciones de desamor, las de Liliana Felipe me parecen bellísimas. Los tangos que canta también. Cantados desde su perspectiva, equilibran bastante esas rocambolescas historias de peña complicándose la vida, reprochándose cosas, utilizando una jerga superchanante y queriendo como pueden a alguien que no les corresponde como ellos quisieran. Canciones pasionales, cuyas letras están repletas de delitos por cometer y de matarse a beber hasta, más que olvidar, recordar.

¿Una canción? Venga: A nadie. De Liliana Felipe. De esas de llorar mientras friegas los platos.

Una película:

No sé si es mi preferida, pero M, el vampiro de Dusseldorf, de Fritz Lang. De cuando el cine era menos industria. Quizá la reseño por todo lo que envuelve la producción de esa película realizada en 1931. Resulta que mientras Peter Kurten, primer asesino en serie cuyo caso es difundido por radios y periódicos, espera su sentencia, los medios se dan cuenta de que eso vende. Fritz Lang, de manera avispada, estrena la película inspirada en el asesino. Es una peli repleta de sombras e imágenes que eliden y evitan la crudeza de los horrendos asesinatos cometidos por Kurten y muestran a un asesino consciente y prisionero de sí mismo. La genial Thea Von Harbou, que estaba casada con Lang, fue la guionista. Como curiosidad parece ser que cuando Goebbels les ofreció dirigir el Instituto Germánico de Cinematografía, Fritz Lang huyó del país dejando el nazismo para los nazis. Ella se quedó y se divorciaron.

Un montaje escénico:

Hace poco estuve en Nvcli asistiendo a la última edición del festival de exploración sonora Pin Pan Pun. Recuerdo especialmente ese día pues el lugar donde se desarrolló en sí mismo ya contiene su propio encanto escénico. Observé la frescura y pasión necesaria de los espacios autogestionados que nos ayudan a mantener una actitud reflexiva y observar cómo llevamos el margen cultural.

Una exposición:

Un bárbaro en Europa, de Jean Dubuffet, el artista creador del concepto Art Brut. Un artista que desacralizó el concepto de arte y lo encontró allá donde menos se lo esperaba.

Otra que me apetece reseñar es Faltar o morir, diseñada por Eusebio López y comisariada por Raquel Ferrero y José María Candela en L’ETNO. Museu Valencià d’Etnologia. Una estremecedora exposición al respecto del tratamiento de la muerte y sus ritos a lo largo de nuestra historia reciente. El anuncio y comprobación de la muerte, la despedida, el testamento, la mortaja del difunto, el velatorio, el enterramiento, el recuerdo y el luto. Una invitación a la reflexión al respecto de cómo la muerte ha desaparecido de nuestros mecanismos de interrelación y protección.

Un libro:

Pues no puedo decir uno en concreto. Mis padres son poseedores de todo lo publicado por Círculo de Lectores desde 1975 hasta 1990. Venía un comercial a casa, yo creo que nadie le hacía caso y el hombre luego enviaba lo que quería. Tenía un bulto en la cara, por cierto. Creo que me los he leído todos, los respeto y forman parte de mi poso cultural. Leyéndolos descubrí que nunca nadie me enviaba a dormir porque era tarde, ni me decían que el contenido no era apto para mi edad. Recuerdo mi encuentro de casi adolescente con El Informe Hite por ejemplo. Creo que nadie en mi casa sabía lo que estaba leyendo. Esa biblioteca es mi libro favorito, la verdad.

Una serie:

Fringe. Y la superloca Riget en su versión danesa.

Un podcast:

Tengo un amigo que de pequeño, se pasaba las noches escuchando la radio y me grababa cintas, con porciones geniales, en las que podías encontrar desde las más terroríficas historias de Juan José Plans y su Club Historias de RNE al programa Turno de Noche con el doctor Germán de Argumosa, pionero de la parapsicología en España. Declaraciones o retazos de programas e informativos en sus momentos más rocambolescos y también cosas como procesiones de Semana Santa donde se sucedían las locuciones a tiempo real y con conexiones en directo. Diferentes locutoras y locutores desplegados por la procesión, con el lúgubre sonido de la silenciosa música, radiaban lo que iba aconteciendo como si fuera la final del Mundial de futbol.Me encantaban esas cintas repletas de sorprendente contenido aleatorio que escuchaba una y otra vez.
 Aún faltaban algunos años para que aparecieran los podcasts. 
A día de hoy, es maravillosa la cantidad de material que se está produciendo. Generalmente, me gustan los programas que tienen formatos tranquilos e instructivos. Me da igual que traten sobre descuartizadores, genocidios o curiosidades del mundo del bonsái. Cuéntamelo suave y eres mi podcast.

Últimamente he escuchado bastante La Contrahistoria. Evidentemente, siempre vuelvo a La rosa de los vientos de la época de Juan Antonio Cebrián. Una siesta dominguera escuchando la controversia suscitada por la veracidad de las reliquias y la existencia de las cuatrocientas muelas de Jesús (algunas falsas) repartidas por toda la cristiandad. Siempre es un placer.

¿Quién te gustaría que te hiciera un retrato?

No me imagino encargando un retrato de mí mismo, pero ya que nos ponemos a pedir, no me importaría que nuestro maravilloso José Segrelles volviera a la vida y me retratara haciendo uso de su mirada más cósmica y onírica.

Una comida:

El arròs caldos amb costelletes que cocina mi padre. Por encima y por debajo hay muchos platos y viandas que me encantan, pero justo hoy he quedado a comer con él y va a prepararnos con todo su cariño uno de sus platos estrella.

Un bar de València:

Antes era mucho de la barra de la Bodega Valero, ahora prefiero un rinconcito de Casa Ricardo Bar El Patio, en la calle Barón Hervés. Hace tiempo que no voy, pero no suele fallar.

Un lugar de València que ya no exista:

Esa especie de mercado de Wuhan que era la Plaza Redonda de los años ochenta. Allí se vendía cerámica, animales de todo tipo, cintas de casete con las carátulas fotocopiadas y todo tipo de cachivaches prescindibles. Los domingos iba con mi padre y pasaba mucho miedo todo el rato por la gran cantidad de gente que había el estado de decadencia en el que se encontraba la zona. Lo que más me gustaba era una especie de franquicia que se llamaba Bazar Ceuta. Tenían varios puestos y vendían gadgets tecnológicos a trescientas pesetas. Auriculares, relojes calculadora, transistores y demás tecnología de la época. Tenían una grabación que sonaba en bucle en la que elogiaban la calidad de sus productos.

¿Con quién te tomarías un vermut?

Pues con los familiares que no he conocido por edad. En varias quedadas, tres generaciones. No más. Me encantaría saber de sus vidas, les haría muchísimas preguntas, me gustaría sentirlos, escuchar cómo eran sus voces, observar su manera de vestir, sus rasgos, sus maneras. No sé. Creo que sería una experiencia asombrosa que me nutriría y completaría mucho. Oye menudo rollo he soltado ¿No?