Jussi Folch. Foto: Israel Pinilla.

Soy Jussi Folch Gibert. Supongo que lo más característico que tengo en mi vida me viene heredado y es que soy el pequeño de 16 hermanos. Sí, ahora, lectores, estáis procesando en este dato y se están formulando una serie de preguntas para las cuales estoy totalmente preparado. Allá voy: Sí, de la misma madre y padre. No, no son del Opus. Sí, vivíamos todos juntos. Por supuesto que me sé el nombre de todos, ¿por quién me tomas? ¡¡¡Son mis hermanos!!! No, los cumpleaños no. 8 chicos y 8 chicas. Sí, tenían televisión. Y luego vienen unas cuantas preguntas más que no son tan ingeniosas ni tan graciosas, pero que nos llevan a la más importante de todas: ¿Porqué tuvieron tantos hijos? Pues claramente porque me buscaban a mí ;).

Entiendo que esto es casi tan raro como cuando digo que no he visto ni Friends ni Los Simpson. Pero para mí es lo más normal del mundo, cuando nací ya estaban todos ahí y no entiendo la vida sin mi familia.

Me crié en Alcàsser, en un ambiente de pueblo tranquilo (pese a lo que la mayoría de la gente cree de mi pueblo), entre campos de naranjos de l’Horta Sud, motocicletas tuneadas con Polinis, Pulas y variadores de cobre, música máquina, punk adolescente, kinkineo, ska de l’horta y colectivismo. Estudié Artes Graficas en el SanVi (ahora Ciudad del Aprendiz), donde me enseñaron un oficio que me sigue dando de comer y que me motiva como el primer día. Ahí comencé a moverme más por la ciudad y acabé por estudiar Bellas Artes por varios motivos, uno fue la insistencia y cabezonería de mi colega D33p_St4t3 y la otra por una especie de justicia divina, ya que mi madre no pudo terminar sus estudios en Sant Carles (cuando estaba en el Centre del Carme) por quedarse embarazada de mí. Así que me hice a la ciudad y aquí me quedé.

Más cosas, soy el 50% de Lanevera Ediciones que la gente no conoce porque el 50% reconocible es Rafa Mölck, que tiene una especie de don con las redes, la cámara le quiere, así que le pertenece todo el protagonismo por derecho propio. Lanevera es una escuela taller de serigrafía, galería artística y tienda de prints en el centro de Russafa, donde fomentamos la formación y difusión de las artes gráficas enfocados a la serigrafía. Estamos contentos de nuestro espacio y de nuestro entorno, ahora València está que arde, hay mucho movimiento cultural y el público está respondiendo de una manera muy positiva. Es cierto que nuestro espacio se ha vendido y estamos buscando una nueva localización para desarrollar nuestra actividad, no tenemos ni idea de donde acabará esto, así que si eres de dejar para mañana lo de hoy, espabila para venir a Lanevera porque tiene los días contados y quizás luego salgamos en la pregunta del vermut de Verlanga “Un lugar de València que ya no exista”.

Por otro lado, llevo tocando música desde que puedo recordar, con amigos y de forma autodidacta. He tenido siempre un local de ensayo, incluso cuando no tenía piso, tenía un local donde poder ir a ensayar. Justo ahora acaba de salir el segundo disco de Chavalan, Semilla de los deseos (Discos Peroquébien y Osadía Ediciones), grupo en el que toco junto a Jose Guerrero y Marcos Junquera. Esto lo podéis escuchar en cualquier plataforma digital, así que darle una escucha y si os mola comprad el vinilo que hemos hecho pocos. Antes tenía unos cuantos proyectos musicales más, pero se han quedado en standby o directamente han palmado de forma natural. Me suelo formar películas musicales en la cabeza y ahora tengo algunas que estoy intentando sacarlas adelante, pero por el momento no quiero adelantar nada más.

 

Una canción:

Vaya pregunta más complicada. Pensaba poner la última que haya estado escuchando o tarareando y así poder salir por la tangente, pero lo cierto es que hay una canción que cuando la escuché por primera vez me atravesó como un rayo, impidiéndome hacer cualquier cosa y sumergiéndome en una profunda introspección. Esa canción, cada vez que la vuelvo a escuchar, me devuelve a ese momento de forma instantánea y siempre descubro algo nuevo. Es «Bulerías de la Perla», de Camarón, con Paco de Lucía y Tomatito, en el disco Calle Real.

Una película:

Amanece que no es poco, de José Luis Cuerda y au.

Un montaje escénico:

Flying Lotus en Hypercube, Flamenco de Saura,

Una exposición:

Voy a decir varias que con una me quedo corto.

La de Jan Svankmajer en el auditori Josep Renau de la facultad de BBAA en 2012. Una exposición que hizo el pintor Kiko Hernandez en dos sesiones, la primera era en un trinquet donde sus piezas (por lo general gigantes piezas pintadas en directo) se convertían en minicuadros, casi sellos postales por la dimensión del espacio, y se veían retratos y figuras con una goyesca deformación y reducción cromática. La otra sesión fue al minar un campo de naranjos, con sus piezas enterradas entre los árboles, donde tenías que buscarlas perdidas entre mampeixet y azahar.

Una actual, Dark Room, de Laura Silleras, en Lanevera. Si no la habéis visto aun, no os despistéis que se acaba en breve.

Un libro:

Ahora me estoy leyendo Hey!, de Hans Laguna, donde cuenta la estrategia de Julio Iglesias para hacerse con el público americano y el mundo entero en realidad. Voy poco a poco porque me lo estoy gozando, la verdad. Hace analogías con las estrategias de la Rosalía y me parece brillante.

Una serie:

Querida Conchi, de Soyrafillo. Me caigo de la silla siempre que lo veo.

Un podcast:

Pensaba que no escuchaba podcast (porque no sé exactamente qué son) y revisando me he dado cuenta que sí. El Vivalanumeración de Edi Pou (Za!, Los Sara Fontán, etc.), ya no lo hacen pero ha dejado un montón de podcast y siempre es una buena opción para pasar un buen rato. Hace lo que le da la gana y siempre te descubre buen musicote con un hilo conductor por lo general delirante.

¿Quién te gustaría que te hiciera un retrato?

Ya que podemos pedir, me gustaría un retrato en formato canción hecho por Flores, la banda de Quique Gallo.

Una comida:

¡La sopa de Nadal de la Mama!

Un bar de València:

Para almorzar el Joscar de Malilla, para todo lo demás el CEX Centro Excursionista Bar.

Una calle de València:

No tengo ninguna calle favorita de València, así que voy a decir una que me parece extremadamente fea, la avenida Pérez Galdós. Buah, terrible, me flipa de lo terrible que es.

Un lugar de València que ya no exista:

Cada uno de los Rastros que desaparecieron. Desde que tengo memoria, mi madre y mi hermano mayor nos llevaban de forma regular al Rastro. El primero en Comisiones, donde nos daban 20 duros y nos dejaban perdernos rebuscando entre montañas de tesoros/basura, recuerdo muchísimo el callejón de la mugre donde siempre había bronca. Después vino el de calle Hospital, que era un horror porque tenía grava y acababas lleno de polvo. Luego la explanada de Mestalla que ya no era tan pureta pero estaba más organizado y limpio.

¿Con quién te tomarías un vermut?

Con Raffaella Carrà, con mi hermana Rossò que vive lejos y hace mucho que no nos vemos o con ¡el gran Hipólito Patón!