Me llamo Lucía y nací un 9 de noviembre, igual que Hedy Lamarr y Belén Esteban. En ese mismo día también se estrenó Chucky el muñeco diabólico. Mientras soplaba la vela de mi primer cumpleaños se derrumbó el muro de Berlín. Sé que todo eso quiere decir algo, pero todavía no estoy segura de qué.
Desde que era un cachorro con rizos supe que quería dedicarme a contar historias. Supongo que por eso acabé estudiando Periodismo. Y me gustó, pero al llegar al mundo laboral resultó que la crisis campaba a sus anchas, así que empecé a desarrollar mi trayectoria como proletaria del teclado en un puñado de empleos aleatorios. Entre otras tareas, gestioné el blog de una peluquería, escribí unas 2.879 fichas de producto sobre cafeteras y bolígrafos, fui teleoperadora y ejercí fugazmente como redactora en unas webs que al final resultaron ser parte de la trama Púnica. Es lo que tiene la precariedad, que te hunde en el desasosiego, pero te sumerge en aventuras fascinantes.
Mi rumbo empezó a cambiar en 2013, cuando Juan Ramón Gil, entonces director del diario Información, me ofreció realizar con una columna de opinión semanal en la que poder abordar las desventuras de mi generación. Ahí me di cuenta de que quizás sí que podía dedicarme a contar historias. Desde entonces, no he parado de hacerlo. Actualmente colaboro en distintos medios (CulturPlaza y Lletraferit son dos de ellos) y participo en la organización de saraos culturales varios. También estoy en mitad de una tesis doctoral que llevo muy, muy atrasada.
He heredado de mi familia materna una descontrolada adicción por la cafeína que porto orgullosa. Amo a las ardillas y creo firmemente que los gatos son una manifestación peluda del mal y en algún momento acabarán con todos nosotros. ¡Ah! Soy una horrible cultureta intensita, pero odio el purismo (y el queso azul) con toda mi alma. Mamarrachismo y stendhalazos elevados forman parte de la misma enorme y maravillosa nebulosa de la cultura; se puede gozar igual con RuPaul’s Drag Race y con los señores rusos decimonónicos que hablan del vacío existencial. Fantasía. Por cierto, CIEs no y feminismo o barbarie.
Un disco: Gulag Orkestar, de Beirut. En los últimos 10 años ha sido mi banda sonora en todo tipo de coordenadas geográficas y emocionales.
Una película: Para que esta gente pueda irse pronto a seguir con su vida voy a decir solamente unas cuantas que me cortaron una miaja la respiración en algún momento: Lost in Translation (ya había avisado de que soy una intensita lamentable), Los 400 golpes, Mi vecino Totoro y El verdugo. Si hablamos de pantallas recientes, me quedé hipnotizada viendo Un día más con vida. Y sí, me flipó Amélie, lo confieso.
Un montaje escénico: Nunca jamás me perdonaré no haber ido a ver el Moby Dick de Josep Maria Pou. No me lo apunté en la agenda y al final se me pasó la fecha, la historia de mi vida.
Un libro: La Convención de Ginebra prohíbe elegir solamente uno, así que lanzo unos cuantos títulos que me han marcado de un modo u otro. Los detectives salvajes; On the road; Rayuela; Orgullo y prejuicio; Janye Eyre; Walden; la poesía de Plath, Pizarnik, Dickinson y Vilariño; Ghost World; Moby Dick; La teoría King Kong; Slow West (del maravilloso Vicent Chilet); El gourmet solitario; Aloma; los cuentos de Chejov; Matilda; Nada; las novelas de Carvahlo; Dashiell Hammett como concepto; Las ciudades invisib… – Le arrancan el portátil de las manos y le piden que se vaya de una vez.
Una serie de tv: Fargo (paisajes nevados, crímenes y café) y Parks and Recreation (burocracia, feminismo y café).
Una serie de dibujos de tv: Daria. Empecé a verla en plena adolescencia cuando la emitían en TV3 y desde entonces soy fan absoluta. Creo que llegó demasiado pronto, si la estrenaran ahora, esa chavala cínica y hastiada lo petaría muchísimo más.
Una revista: 5W, una maravilla encuadernada. Mil vidas, mil mundos, mil viajes a través de sus páginas. Y en un vil acto de arrimamiento del ascua a mi sardina, la revista Lletraferit: épica trimestral para flotar más allá de las grisuras diarias.
Un icono sexual: Cillian Murphy (suspiro arrebatado).
Una comida: El huevo en todas sus formas, las croquetas de pollo de mi madre (sé que todos creéis que las croquetas de vuestras madres son las mejores, pero estáis equivocados) y la mayoría de frutas de color rojo.
Un bar de Valencia: El Ubik tiene su cuartel general instalado en mi corazón. Añadiría, también, el bar del mercado Rojas Clemente, pero entonces iréis y estará siempre lleno. Y por supuesto, Cappuccino, el local que regenta en la avenida del Puerto el padre de mi amiga Maria y que es sinónimo de hogar fuera del hogar.
Una calle de València: Si tiene edificios modernistas y muchas macetas con flores en los balcones, ya me tiene ganada.
¿Con quién te tomarías un vermut? Con Angela Davis, pero me pondría muy, muy nerviosa y me pasaría todo el rato balbuceando incongruencias.