Magda R. Brox en la exposición «Yturralde. Cartografías de lo sublime». La Nau de la Universitat de València. Foto: Pedro Herráiz.

Soy Magda R. Brox, periodista cultural en la Universitat de València y me encargo de las informaciones del Centre Cultural La Nau. Nací una noche de San Juan de 1977, en Valencia. Aunque mi apellido suene internacional, mi Brox es manchego -sí, mi madre nació en un pueblo llamado Vara de Rey-, así que cuando tengo que aclararlo, me da la sensación de pertenecer a la trama de una película de Almodóvar. Tras la R., mi querido padre y su apellido, Ruiz (de Torreperogil, Jaén). Cuando empecé a escribir en prensa, le pregunté apesadumbrada si le incomodaba que firmara con el segundo apellido. Como no podría ser de otra manera, me dijo que con qué cosas me comía la cabeza; qué cómo le iba a importar. Mi padre era la persona más comprensiva que he conocido y nos adoraba a las tres: a mi madre, a mi hermana y a mí.

Me licencié en Comunicación Audiovisual en la Universitat de València y antes de finalizar mis estudios, empecé a colaborar en medios, entre ellos la propia Universitat, que nunca abandoné y donde obtuve una plaza, después de un arduo proceso de oposiciones. Por el camino, he aprendido y tengo que agradecer a tantísima gente… A RTVE-València, donde realicé las prácticas profesionales; a una radio de Manises, en la que me becaron; al Ayuntamiento de Mislata, donde trabajé, como periodista durante casi dos años; a Florida Universitària, donde ejercí como responsable de prensa; a la cartelera cultural Valencia Semanal, dirigida por el gran J. J. Pérez Benlloch, que creyó en mí y allí escribí, mientras duró… También hice opinión para L’Informatiu (con Sergi Pitarch, Julio Gómez y J. E. Tur), y recientemente, de forma muy ocasional, en elDiario.es (Comunidad Valenciana). Además de la Universitat, la época que profesionalmente más me ha marcado fue EL PAÍS (Comunidad Valenciana), donde escribí durante 13 años sobre educación universitaria y algunos temas sociales. Me enseñaron tantísimo, que salir de la delegación un viernes por la noche después de haber trabajado en la Universitat, sabía a premio. Era muy joven y las horas no pesaban. En una redacción se aprende de la vida y de escritura de alto voltaje. Viví, leí, estudié y me especialicé un poco más en cultura, con un Máster en Gestión Cultural por la UOC.

Con mi primer sueldo como periodista, me traje a casa el peso de la cultura: compré los dos tomos del diccionario María Moliner y el Libro de Estilo de EL PAÍS. En el ámbito personal, tengo mis contradicciones. Soy extremadamente familiar, aunque no me reproduje; soy muy sociable y a la vez tan celosa de mi tiempo y de mi intimidad, que me repliego como una de esas caracolas de un mar que tanto amo. Mi refrán favorito: “Quien da todo lo que tiene, no está obligado a más”. Si el mercado laboral fuera justo y me permitiera vivir modestamente de ello, en otra vida me pediría ser bailarina o cantante de jazz. Advierto: Con un vermut, me achispo, así que a ver qué sale.

 

Un disco: Eco, de Jorge Drexler. A mucha gente le sorprende. Me encanta la poesía, música, sensibilidad y directos de este hombre. Cada momento tiene su disco. En la primera adolescencia El espíritu del vino, de Héroes fue para mí casi un himno; después vino OK Computer, de Radiohead. Y luego: The Cure, Bowie, Iggy Pop, George Michael… Para trabajar: Ólafur Arnalds, Pink Martini, Melody Gardot…

Una película: La gran belleza, de Paolo Sorrentino. Lo de Cinema Paradiso es un topicazo, pero me encanta. Me gusta todo lo que tenga que ver con conflictos sociales entre clases: Parásitos, de Bong Joon-ho y la filmografía de Woody Allen. Y en este año de aniversarios, hay que recuperar a los clásicos: La escopeta nacional, de Berlanga, o The Kid, de Chaplin.

Un montaje escénico: Increíble pero no recuerdo ni la compañía, ni el nombre del espectáculo. El método Marie Kondo ha hecho mucho daño. Antes era más fetichista. Fue a principios del 2000, en el Teatro Principal de València. Se trataba de un espectáculo que buscaba las similitudes y fusionaba el flamenco, el break dance y el claqué. Rollo Dani Pannullo. Me encanta la danza. Otro que también me impresionó fue OBS, de La Fura dels Baus, en la Mostra Internacional de MIM de Sueca. Pasé toda la tarde encadenando espectáculos callejeros para acabar formando parte de la escenografía de la Fura. ¡Toda una experiencia!

Una exposición: Francis Bacon, en el Museo Nacional del Prado, en 2009. Me atrae mucho la obra de este artista. ¡Y cómo no! Siempre que entro al Prado busco El jardín de las delicias y sus enigmas. Me fascina.

Un libro: ¡Este cuestionario es terrible! ¡Tener que elegir! Como historia, me hubiera encantado haber escrito el best seller El clan del oso cavernario, de Jean M. Auel. Me parece brutal. Ayla, una niña cromañón que tras un terremoto tiene que ser aceptada en el clan neandertal. Y a partir de ahí, documentarse e imaginar hasta el sexo en la Prehistoria. Pero no puedo dejarme la poesía. Especialmente la Premio Nobel polaca Wisława Szymborska, en Instante, o cualquiera de sus antologías. Y en relato otra mujer: Natalia Ginzburg.

Una serie: Friends. Me cuesta seguirlas, así que me pongo las que se construyen a base de capítulos independientes como Modern Love.

¿Quién te gustaría que te hiciera un retrato? Le pediría una fotografía surrealista a Chema Madoz. Ni nosotros mismos somos lo que parecemos. Tengo curiosidad por ver cómo me vería este fotógrafo-poeta. No me importaría que me retratara con una magdalena. Por aquello de magdalena al cuadrado.

Una app: Spotify.

Una comida: Me gustan mucho los arroces, pero en realidad me encanta probar todo lo nuevo. Mi padre se dedicaba a la hostelería y nos inculcó eso. Con pocos platos no me atrevo. En esa reducida nómina figuran las anguilas, la casquería y las cocochas.

Un bar de Valencia: Los Arcos. Fue un bar restaurante fundado por mi padre y tres socios más en 1981, pocos días después del golpe de Estado. Estaba en el barrio del Carmen. En la calle Blanquerías. Cerró hace 5 ó 6 años. Ni la cocina, ni el trato de los camareros -y no porque uno fuera mi padre-, los he encontrado en otro sitio.

Una calle de Valencia: La belleza de la calle La Paz. Algunas de sus fachadas, pero sobre todo su perspectiva, ese trazado rectilíneo perfecto que abraza los jardines del Parterre (hacia el Este) y de fondo, (al Oeste) la torre de Santa Catalina. En las ciudades, siento predilección por las plazas en las que se escucha el agua, así que la Plaza del Patriarca y Rodrigo Botet. Es el entorno del Centre Cultural La Nau, donde trabajo a diario, y lo paseo. En general, me gusta mucho el distrito de Ciutat Vella, con los rinconcitos del barrio del Carmen, también por motivos familiares.

Un lugar de València que ya no exista: Bar-Restaurante Los Arcos. Me repito. Si pones en Google Antonio Ruiz camarero, te aparecerá un artículo que escribió el gran Quico Arabí y al que nunca estaré lo suficientemente agradecida. Se trata de una necrológica en Levante-EMV. Leerlo fue una sorpresa. Traspasaron Los Arcos, se montaron diversos restaurantes, pero no funcionaron. Intenté subir las escaleras para tomarme al menos un café. Fui incapaz.

¿Con quién te tomarías un vermut? Con Javier del Pino. Los fines de semana desayuno con él gracias a la radio. Para el vermut elegiría una terraza con vistas al mar.