Uno se define por su nombre, pero María no supone una gran definición, hay muchísimas en todo el mundo. Tampoco mi primer apellido ayuda, García. Marías García debemos de ser una legión en España. Y seguro que unas cuantas son periodistas y se dedican a la comunicación. Aunque, de momento y que yo sepa, sólo una trabaja desde hace 5 años para Sala Russafa y ha tenido oportunidad de colaborar con varias iniciativas culturales en los últimos tiempos (Mostra Internacional de Titelles a la Vall D’Albaida, Escalante Centre Teatral, Bamblina Teatre Practicable, Veles e Vents…).
También sólo una daría estas respuestas mientras se toma un vermú con los Verlanga.
Pero tengo entendido que hay otra María García en Valencia de mi misma edad y estatura que se dedica a atracar bancos para soltar el dinero como confeti en medio de la Plaza de España, causando un caos en el tráfico cada viernes a mediodía. Y me han dicho que también hay una que se bebe toda el agua de la piscina de El Carmen y deja a los señores mayores que van a primera hora con su bañador, flotando en la nada. Por supuesto, está la María García que retrasa todos los relojes a las seis de la mañana para que durmamos una hora más; la que se enfada con los periodistas cuando se descubre leyendo, otro día más, las mismas noticias; y la que agita el viento para despeinar a la gente (especialmente a las señoras con pelo cardado) cuando tiene el día torcido.
Quizá alguna de ellas diera respuestas similares a este cuestionario-vermú, pero nunca he tenido ocasión de preguntárselo.
Un disco: Más que un título, un recuerdo: en la habitación de mi hermano, cuando mis padres no estaban y bailábamos al son del Álbum Rojo de The Beatles. En ese momento no había nada más que pudiera llenar el espacio.
Una película: Creo que debo de haber visto unas cuantas decenas de veces «El Padrino» (Francis Ford Coppola, 1972) y siempre me fascina. Si pudiera bailar la mitad de bien que Rita Moreno, haría las coreografías de su personaje Anita en «West Side Story» (Jerome Robbins y Robert Wise, 1961) porque debo de sabérmelas de memoria. Y me tuve que contener para no ponerme en pie en el cine al final de «Io sonno l’amore» (Luca Guadagnino, 2009) de la catarsis que me embargó. Pero supongo que esta tríada es bastante incoherente y que hago trampas si doy tres títulos, en vez de escoger.
Un libro: Cuando era una adolescente leí unas 7 veces seguidas «El Guardián entre el centeno» (J.D. Salinger) porque no quería que Holden Caulfield se fuera de mi habitación. Así que, indudablemente, es uno de los libros que más ha marcado mi camino como lectora. Hace unos pocos años también me dejó de una pieza «Canción de Tumba», de Julián Herbert. Y recientemente he descubierto a Samantha Schweblin, que me atrapó con su «Distancia de rescate».
Una serie de tv: Indudablemente, Los Soprano. Las historias de gánsteres me fascinan, los personajes aparentemente simples, pero con múltiples caras. El cuestionamiento de la bondad y maldad absolutas. Que nos permitan empatizar con el villano, desear que gane el malo y hasta sentirte identificada con él (porque todos tenemos un lado Soprano).
Una serie de dibujos de tv: Más que una elección, en este caso también me asalta un recuerdo. Domingo a las 15:30h, en casa de mis tíos. Los mayores ya han acabado de comer, pero siguen en una sobremesa con cafés y pastas en la que yo no tengo nada que hacer. Escapo a la salita de estar, la tele estaba encendida y están haciendo David el Gnomo. No es que me guste demasiado, ni siquiera la sigo habitualmente. Pero me meto en ese bosque con enanos mientras los adultos vociferan en el salón.
Una revista: (Espero que como mucha gente) suelo buscar por los bares, a principios de mes, las agendas y carteleras que se publican en Valencia. Me gusta usarlas como chuleta para estar al tanto de lo que va a pasar en la ciudad. Y tengo un especial cariño por AU, por Sara y Gloria. Siempre me han tratado de lujo a nivel profesional. Pero, principalmente, porque sé cuánto han luchado para llegar a los 10 años que hace muy poquito acaban cumplir y me parece más que justo reivindicarlas.
Un icono sexual: El traje milrayas de Gregory Peck en «Recuerda», con una espalda que se ensanchaba y ensanchaba conforme llegaban unos hombros que creaban la percha perfecta. Un triángulo maravilloso en el que desaparecer. Y otro mucho menos sutil: la camiseta mojada y desgarrada de Marlon Brando en «Un tranvía llamado deseo». Un compendio de animalidad irremediablemente sexual.
Una comida: La manzana. Al ritmo que llevo, debo de haberme comido más de una tonelada en lo que llevo vivido y nunca, jamás, me cansa o me parece aburrida. Supongo que Eva sabía lo que se hacía.
Un bar de Valencia: Me gusta ir a Discos Monterey (Calle Baja, 46) porque es un lugar sencillo y agradable, donde suelen pinchar buena música. Además, soy muy fan del cuadro que preside el local, un retrato al estilo clásico del dueño con su perro, como si vinieran de una cacería, con sus vaqueros de campaña y su cinturón con chapa. Absolutamente genial.
Una calle de Valencia: Una de las vistas que me parecen más bonitas de Valencia está en la Calle Corretgeria, en el barrio de El Carmen. Sobre todo de noche, cuando encienden las farolas, se dibuja el serpenteo de las fachadas antiguas y al fondo descubres, iluminado, El Miguelete.