Soy Purificació Mascarell. Puri, como me llama todo el mundo. Soy profesora de Teoría de la Literatura en la Universitat de València. Investigo y escribo artículos académicos que no lee casi nadie. Escribo también otras cosas: crítica literaria, prólogos, un dietario personal, algunos libros, entre ellos, la obra de teatro Cavallers, dedicada a una de mis grandes pasiones, la pilota valenciana, o el relato infantil Centre comercial L’Oblit, pero lo que de verdad me gusta es leer. Y tratar de transmitir mi amor por los libros y la cultura a mis alumnos. No espero que esto les haga “mejores” personas (de hecho, casi todas las buenas personas que conozco tienen poco de cultas en apariencia). Pero me gusta que aprendan a cuestionarlo todo, a no acomodarse mentalmente. Y la lectura es, tal vez, la mejor manera de inculcar la práctica del pensamiento crítico.
De lunes a viernes vivo en el barrio de La Seu, en un pequeño piso con vistas al jardín de les Corts, pero los fines de semana siempre regreso, desde hace más de diez años, a Xàtiva, donde nací en 1985. Ya se sabe que los socarrats tenemos el cordón umbilical más difícil de cortar del mundo. Me he acostumbrado a vivir entre dos ciudades y ahora mismo ya no sabría vivir solo en una. De la capital adoro caminar horas y horas por sus calles observando a la gente y visitar librerías (cada vez, y es triste, menos numerosas), museos, teatros… De mi ciudad natal, me fascina el peso de su esplendoroso pasado y el reto de su gestión en el presente. Y, de nuevo, pasear por las calles de su casco antiguo. Si no fuera presuntuoso, diría que soy una especie de flâneuse de la terreta. Pero es presuntuoso, sí.
De hecho, como es sabido y aunque una se esfuerce en lo contrario, estas entrevistas “culturetas” siempre acaban despidiendo una especie de tufillo entre pedante y pretencioso. Voy a intentar limar al máximo esa impresión, aunque esto de exponer tus (para)filias culturales deja poco margen al decoro. En fin. La gente que me conoce bien sabe que hablo muy poco de mí misma, entre otras cosas, porque me parece bastante aburrido. Pero, por una vez, hagámoslo, y tratemos de divertir.
Un disco:
Dos. Porque van de la mano en cierta manera. Ambos sirvieron para difundir la poesía de los más grandes poetas valencianos, Ausiàs March y Vicent Andrés Estellés, y asentaron una manera muy especial de acercarse a estos autores que todavía perdura. Me refiero a los trabajos de Raimon y Ovidi Montllor con sus respectivos discos Totes les cançons (3). Ausiàs March (1981) y Ovidi Montllor diu Coral romput de Vicent Andrés Estellés (1979). Además de que nunca me canso de escucharlos.
Una película:
El desencanto (1976), de Jaime Chávarri. Porque es pura literatura hecha producto audiovisual. Y porque algún día quiero ser como Michi Panero. Fin de raza incluido.
Un montaje escénico:
El que marcó el tema de mi tesis doctoral: Las manos blancas nunca ofenden, de Calderón de la Barca, una loca comedia de enredo que montó Eduardo Vasco para la Compañía Nacional de Teatro Clásico en el año 2008 y que tuve la suerte de ver en el Festival de Almagro. Aluciné. Y supe que quería investigar la recepción del teatro clásico en la escena contemporánea.
Un libro:
Esta pregunta siempre es odiosa y terrible. Es imposible elegir un libro solo, porque esa elección depende de muchos aspectos: de cada época de tu vida, de tu estado de ánimo, del género literario por el que se opte… Por eso siempre acabo yendo a la raíz, a los causante de mi amor por la literatura: Elena Fortún y Arthur Conan Doyle. Crecí leyendo una y otra vez las aventuras de Celia y las de Sherlock Holmes, grabándolas a fuego en mi cabeza. Y todavía hoy vuelvo a ellas. Explican muchas cosas de mí misma, o eso me parece, y estoy infinitamente agradecida a ambos autores por pintar de luz e inteligencia las tardes de mi infancia.
Una serie de tv:
No veo series. Que sería un buen título de libro para Blackie Books. Pero es la verdad. Por las noches leo o hablo. Literalmente, hablo muchísimo con mi novio. Y me lo paso pipa conversando con él sobre mil temas. Las series se han convertido en el principal, cuando no único, plato de consumo cultural de toda una generación. Y a mí me gusta más ir por los márgenes. O al menos en esto en concreto. De hecho, me sorprende que en este vermut se pregunte por series y no, por ejemplo, por arte plástico. Así que, con vuestro permiso, aprovecho la no-respuesta seriéfila para hablar de mi técnica artística favorita, el collage, y de mis artistas de cabecera: Hanna Höch (a quien rendí un pequeño homenaje), Max Ernst, George Grosz y Raoul Hausmann. Con derivaciones del collage han seguido artistas que me encantan como Erró, Equipo Crónica, Carmen Calvo o, una promesa actual y de nuestra tierra, Alejandra de la Torre.
Una serie de dibujos de tv:
Los trotamúsicos. Es un recuerdo de muy pequeña: esconderme detrás de los sillones para bailar la música de los créditos de la serie y que no me vieran mis hermanos mayores.
Una revista:
6Mois. Una revista francesa de fotoperiodismo que es un festín absoluto.
Un icono sexual:
Montgomery Clift. Con toda su tremenda historia personal, que agranda el mito.
Una comida:
Esta pregunta es peor que la de los libros, porque a mí es que me gusta todo: todo lo que esté bien cocinado y hecho con cariño. Mi madre, como mi abuela, han sido unas auténticas cracks entre fogones (tiene delito que yo solo sepa hacer tortillas y carne a la plancha); como buenas valencianas, han sabido preparar los arroces de mil maneras diferentes, a cuál más suculenta. Me voy a quedar con el llamado pintorescamente amb bombes i banderes, que mi madre borda (como todo), con sus cangrejos y galeras, sus espinacas, sus garbanzos que se deshacen en la boca… ¡Ummmm!
Un bar de Valencia:
Pues no soy mucho de bares. La realidad es que, si vives en el centro con una paga normalita, la cosa no da para frecuentes fastos. Y en mi caso, la verdad, prefiero comprar entradas para algún espectáculo o ir de librerías que comer o cenar fuera. Pero me parece que la pizza y el tiramisú de Il Bocconcino (C/Quart, 13) están de fábula. Y que comerse un kebab de la plaza del Tossal es la opción más cómoda cuando sales de una presentación de la Ramon Llull. Planazo aconsejable.
Una calle de Valencia:
Trinitaris. Y de noche en invierno. Pura poesía. El otro día le dije a Paco: “Cuando sea vieja, quiero morirme en Trinitaris”. Esta respuesta es del nivel típico de pretenciosidad que se espera en estas entrevistas, así que espero haber estado a la altura.
¿Con quién te tomarías un vermut?
Contigo, Rafa-Rodríguez-de-Verlanga, ya lo sabes. Con cualquier persona de conversación entretenida, mente despierta e ingenio sagaz a la que le entusiasme hablar de cosas de letras. O sea que lo dicho, contigo.