Vicente Ribas. Foto: José Álvarez Sala.

Me llamo Ribas, Vicente Ribas, nací en València un 27 de agosto de hace ya unos cuantos años, no lo recuerdo con exactitud, pero me suena que de 1967, en cualquier caso lo consultaré con mi DNI que él no suele fallar. En mi currículo (musical) reza que he sido articulista en diferentes publicaciones, mánager de varios grupos de música, que he tenido una agencia de management, que soy disc-jockey, locutor de radio, promotor de conciertos e incluso tuve mis propios “grupetes” de rock en los años 80. Resumiendo, que en esta faceta no he ganado un “duro” en mi vida, eso sí, me lo he pasado “pipa”. Actualmente, junto a mis socios Marcos y Geles, gestiono un local en València llamado Imágenes Club (Museo Del Rock Valenciano), en donde se respira los años ochenta en todas sus vertientes y estilos; con pinchadas de dj’s de esa década, conciertos, fiestas temáticas, diversas presentaciones de discos o libros y gente, mucha gente, amantes de aquellos gloriosos años pasados y que con su presencia lo que quieren es volver a revivir por unas horas historias y vivencias que marcaron un punto importante en sus vidas, además, todo ello encuadrado en un marco muy resultante con toda clase de memorabilia de la época: carteles, entradas, flyers, cintas de casete, instrumentos,…

Una canción:

¿Pregunta difícil?, no, dificilísima. Podría explayarme hablando y rebuscar una canción de una de mis bandas de cabecera que no es otra que la Electric Light Orchestra, o de Madonna antes de dejar de ser Madonna, o de un sinfín de grupos españoles de los llamados “independientes” que nacieron discográficamente en los ochenta, e incluso de mis adorados The Alan Parsons Project, Pink Floyd, David Bowie o Mike Oldfield, pero como únicamente solo vale decir una voy a decantarme por «Imágenes», de Glamour. Esa canción, ese Lp, ese grupo, vaticinaba un cambio drástico en la música hecha en València, se empezaba a ver algo de color en una ciudad todavía grisácea tras dictaduras y transiciones varias, al margen de que el citado tema fuera (y lo sigue siendo) todo un himno en la escena musical parida en nuestra ciudad. Sin duda hubo un antes y un después tras “Imágenes”.

Una película:

Seguimos con las preguntas difíciles. Me siento muy fan de John Hughes y su ficticio Instituto Sherman de Chicago, de casi todas las obras de Kubrick, Zemeckis, Coppola o Spielberg, de actores y actrices como Tom Hanks, Jennifer Lawrence, Harrison Ford, Antonio Resines, Sean Penn, Scarlett Johansson, Jack Nicholson o Jennifer Connelly entre muchos intérpretes, de las películas musicales o biopics, aunque en estos últimos y en la mayoría de casos el filme no instruya con acierto la realidad del personaje o grupo, de Quadrophenia y su banda sonora, de las cintas de terror que te sobresaltan de verdad, de las sagas de Rocky, Regreso al futuro, Karate Kid… en fin, lo dicho, muy difícil.

Dentro de este desbaratado compendio de películas, sagas, actores/actrices y directores elijo El resplandor, de Stanley Kubrick (estoy seguro que dentro de un rato elegiría otra), creo que es una obra maestra dentro del género del terror psicológico, con una inquietante ambientación y unas magníficas interpretaciones a cargo de Jack Nicholson y Shelley Duvall, y que vista en aquel 1980 dio mucho que hablar del Hotel Overlook, del enrevesado laberinto, del infinito pasillo con las gemelas ensangrentadas al final de él, de la nieve, de la habitación 237, de la palabra redrum… y por supuesto del final y sus especulaciones. Creo que Stephen King no quedó muy contento con esta adaptación de su novela, pero eso suele ser muy habitual entre los escritores.

Un montaje escénico:

No soy nada amigo de las obras de teatro, danzas, óperas o performances, nada en absoluto. Por decir alguna si acaso me decanto por el teatro experimental de Tutú Droguería o Putreplastic, eran muy curiosas y divertidas.

Una exposición:

Me quedo con cualquier exposición fotográfica de Miguel Trillo y sus tribus urbanas centradas en los años de La Movida, con sus instantáneas refleja mucho más allá de cómo se vivía en aquellos años en este país. Siempre se ha dicho que una simple fotografía vale más que mil palabras, y en su caso lo clava. Él ha sabido siempre reflejarlo con mucho acierto.

Un libro:

Entre muchos que podría nombrar me quedo con ¡Ahora! No mañana!, (Los mods en la nueva ola española: 1979-1985), de Pablo M. Vaquero, editado por Milenio en 2009. Este libro describe muy bien a través de sus protagonistas y dentro de la estética y forma de vida mod todo lo que se coció en España en dos etapas, la de 1979-1980 y la de 1982-1983. Formé parte de este movimiento y es que Quadrophenia nos enseñó muchas cosas cuando se estrenó en 1979, algunas de ellas hasta buenas. ¡Somos los Mods!

Una serie:

Una serie que suelo seguir es The Walking Dead y todos sus spin-offs. Me apasiona todo lo relacionado con el universo zombie, desde pequeño, siempre y cuando no lo entremezclen con humor y sea serio. Si echo la vista atrás me quedaría con series como Los Roper, Cheers, Friends, Luz de Luna, Los Simpson, The Big Bang Theory, Un hombre en casa, Espacio: 1999 o El nido de Robin.

Un podcast:

Tampoco soy muy habitual de los podcast, me gusta escuchar los programas en la radio a la vieja usanza. Si escucho alguno evidentemente es porque me interesa y no lo he podido oír en directo o porque las ondas hertzianas no dan más de sí. Los que suelo escuchar (insisto, si no lo he podido hacer en directo vía transistor) son los de El Club de Amigos del Crimen (Javier Pérez “Gafotas”) que se emite desde Radio Klara, o Nacional III (Nacho Herrero) y No soy la novia del batería (Amparo Durbán), ambos emitiéndose desde Radio Turia en La Eliana.

¿Quién te gustaría que te hiciera un retrato?

Aunque ya tengo más de uno, me gustaría que el carismático Domingo J. Casas me hiciese alguno que otro más, además, de que en el terreno musical es uno de los fotógrafos más importantes que ha dado este país desde los ochenta hasta la actualidad, y cuando me retrata suelo salir menos feo de lo habitual.

Una comida:

Debería de decir la paella valenciana, eso sería un tópico, y es verdad que en algún momento de mi vida era lo que más me gustaba, pero desde que cada vez es más complicado encontrar un local que la haga bien y que mi paladar se ha vuelto más exigente con los años, me decanto por otros manjares, como el arroz al horno, el gazpacho manchego, las patatas a la riojana, la tortilla de patatas o las lentejas, eso sí, todos ellos cocinados entre mi mujer y yo, que somos muy “cocinillas”, nada de restaurantes o bares.

Un bar de València:

Cada vez es más complicado encontrar un buen bar en València, con su historia y sus platos y/o bebidas típicas. Los han habido, y muchos. Uno que últimamente suelo frecuentar, amén de los que existen por mi barrio y que por inercia paro a comer algo o tomarme una cerveza antes de ir a trabajar, es Ostras Pedrín, sito en la Calle Bonaire y que me recuerda mucho a aquellos bares de antaño, con su gentío, alboroto, amabilidad del personal, y eso que las ostras no es que me entusiasmen en demasía.

Una calle de València:

Pues en donde me crie, en la Avenida Del Cid, allí pasé los primeros 20 años de mi vida y muchas andanzas y correrías se podrían contar: buenas, malas y regulares. Muchos de los amigos que hoy en día conservo los conocí viviendo allí, eran del barrio, y por esas calles comenzamos a hacer nuestras primeras trastadas, a madurar, a salir con chicas, a aprender a volar.

Un lugar de València que ya no exista:

Para esta pregunta también podría tener más de una opción, como el Bar Ibiza de la Calle Alberique, lugar de reunión de todos los amigos en el cual nos pasábamos horas y horas, o cualquiera de las tres tiendas de Viuda De Miguel Roca, establecimientos con mucha enjundia en donde me compré un sinfín de discos, o las discotecas Distrito 10, Espiral, Metrópolis o Pachá Valencia, o los pubs Merengue, Vladis, Capsa 13, El Forn, L’Aplec, repartidos entre la zona de Cánovas y El Carmen… pero me quedo en especial con uno: Blanc i Blau. Aquel local, sito en la Calle Doctor Chiarri ,en pleno barrio de El Carmen, se convirtió a mediados de los ochenta en nuestro templo, lo solíamos frecuentar de viernes a domingo escuchando buena música, bailándola y bebiéndola. Hicimos muy buenos amigos en aquel ínclito local, incluido Miguel, su gerente, así como toda la plana mayor del personal que trabajaba allí. Buenos tiempos, o al menos diferentes.

¿Con quién te tomarías un vermut?

Con mi mujer, no necesito a nadie más.