‘El passeget’, la exposición de Virginia Lorente, transforma sus paseos en bicicleta por València en un recorrido ilustrado por la arquitectura de la ciudad.

«¿Se puede hacer una película solo de edificios?» se preguntaba Nanni Moretti en Caro diario. Esa misma cuestión acompaña a Virginia Lorente en sus recorridos por València, donde cada fachada o sombra proyectada se convierte en un motivo para detenerse, observar y dibujar. De esa relación íntima con la arquitectura surge El passeget, concebida como una secuencia de imágenes que celebra lo cotidiano y la capacidad de los edificios de convertirse en personajes urbanos. La exposición, que se inaugura el 2 de octubre a las 19h en la librería Bangarang (C/ l’Historiador Diago, 9. València) reúne ilustraciones surgidas de sus paseos por la ciudad y propone una mirada renovada sobre la arquitectura de València.

«Desde hace 25 años recorro esta ciudad en bicicleta, una velocidad que me permite observarla, pararme, desviarme, saludar», explica Lorente. En sus palabras, la bicicleta le permite establecer un diálogo con los edificios que «me saludan al pasar, que me hacen parar y darles los buenos días». La exposición reúne una colección de ilustraciones centradas en dos ejes que la artista transita con frecuencia: el Jardín del Turia y la avenida Blasco Ibáñez. «Vaya donde vaya, siempre acabo desviándome para pasar por allí y terminar bajando al río», añade.

El proyecto se alimenta de una mirada que entiende la arquitectura como personaje. «Hay arquitectura diseñada con valentía. Cuando los miro me apetece dibujarlos, porque es una forma de analizarlos, de descubrir qué me atrae de ellos, de preguntarles “¿por qué me gustas tanto?” y de contar lo que me resulta irresistible de sus formas, de sus contrastes, de sus sombras», afirma. La artista también recuerda la referencia de Daniel Torres, quien señalaba que en sus cómics la arquitectura es siempre un actor esencial: «¿Qué sería de Roco Vargas sin El Mongo?».

El passeget se presenta así como un homenaje a esos recorridos urbanos que permiten redescubrir la ciudad desde la calma. Una invitación a mirar València con ojos nuevos, a detenerse en sus detalles arquitectónicos y a reconocer en ellos la posibilidad de una película donde, como en Caro diario, parece que no sucede nada y, sin embargo, sucede todo.