La vieja Valencia mercantil y artesana
María Ángeles Arazo y Francesc Jarque
Ayuntamiento de Valencia, 1980
El tándem Arazo (a los textos) – Jarque ( a las fotografías) es una suerte que tuvo esta ciudad y que debería reivindicarse más. Publicaron unos libros (generosos en tamaño y radiantes de contenido) en torno a la ciudad, bajo el sello editorial del Ajuntament, que piden a gritos una reedición. La Valencia próxima, la marinera o este dedicado a la mercantil y artesana fueron algunos de ellos.
Las intenciones del volumen que nos ocupa quedan bien claras en el primer texto de María Ángeles Arazo: «Nuestras páginas no van dedicadas a la Valencia de postal tópica, monumentos y museos (…) hemos pretendido captar la vieja ciudad que desaparece silenciosa y anónima».
Un recorrido que arranca en la Plaza Redonda (antes de su reforma claro está), en su pasado (con Pepe el colombaire y sus pichones) y en su presente, el de entonces, sonando Rafaela Carra, con Irene sirviendo tortillas, calamares y vino de Jumilla en La Coveta (antes El Alcublano y Los Caracoles), fósiles, películas porno, relojes de cuerda recién llegados de Andorra, paños de ganchillos para la cocina, unas muchachas recogiendo firmas para que España no ingrese en la OTAN, un joven con barba fumando un porro o unas chicas peinadas como Bo Derek vendiendo ponchos mexicanos.
Arazo pisa la calle y eso se nota en sus textos. Le gusta poner nombre a lo que ve, hablar con sus protagonistas, captar la realidad y contarla, consciente de que cualquier pormenor merece una buena frase. Su trabajo tiene algo de inventario, de archivo, de mantener vivo lo que el tiempo borrará. Y las fotos de Jarque, en color o blanco y negro lo mismo da, más documentales que nunca, se escuchan incluso cuando el encuadre captura una realidad silenciosa.
Paran en las chocolaterías, entran en la Casa de las Ollas, fisgonean por los alrededores de Santa Catalina entre menciones a los arquitectos Demetrio Ribes y Vicente Ferrer y una tienda de bisutería donde van las vedettes. Siguen por la Plaza del Mercado Central y de la Reina, la gente entra en la librería de lance Manuel Martí Bleda y una señora compra una cazuela de barro para el arroz al horno.
Más calles, más personas anónimas que dejan de serlo, más charlas, más emblemas comerciales, más tiendas, más historia, más historias, más detalles convertidos en actores principales. El Pub Nerón que fue antes Zapatería Mira y ahora acoge zapateos flamencos. Quioscos donde queda prohibido hojear las revistas de desnudos si no se compran. El taxidermista José Martí que disecó una jirafa de Zambia con la que ganó un premio. Franco a caballo y en un retrato en el interior de una tienda como si se tratara de un familiar. Una pintada de «Avort Lliure». Leche Nutria a 7’75 pesetas el litro. Una mano gigante enguantada como réclamo de una tienda. Una vespa sin luces, ni casi color, a la puerta de una casa de comidas. Rótulos que harían las delicias de cualquier diseñador.
La sensación de que la historia se repite y dentro de diez años será imposible hacer un libro similar sobre València.