El 213 de la calle Islas Canarias tiene las persianas bajadas. Hace dos años era una tienda de suplementos y complementos nutritivos. Hace más de cuarenta años una whiskería. Se llamaba Don Cicuta por el personaje del Un, dos, tres y tenía un cartel luminoso rojo. Algunos vecinos del barrio aún lo recuerdan. También lo que ocurrió la noche del 16 al 17 de mayo de 1976. Un atraco, disparos, una muerte y cinco detenidos. Fueron las últimas cinco sentencias de pena de muerte dictadas en España. El artículo 15 de la recién aprobada Constitución les salvó la vida. El garrote vil desaparecía.
Manuel Delgado el Canario, José María Parreño, Pedro Hilario Edo, Amalio Rubio Catarroja y Francisco Javier Pérez el Rubio (también conocido como el Feriante, el Trinidad o Bilbaíno) se habían conocido en un reformatorio valenciano. Compartían edades entre los 19 y 21 años y un incipiente currículum delictivo. No eran todos amigos entre ellos, pero se buscaban cuando tenían faena. Algunos miembros de esta improvisada banda entraron a robar en la armería Robles de Mislata la noche del 12 de mayo de ese 1976. El botín: seis escopetas, una pistola de aire comprimido, mil balas y cuatrocientos cartuchos. Lo escondieron en un cañaveral del cauce del río Turia.
No tardaron mucho en utilizarlas. La noche del 15 de mayo tres hombres irrumpieron, con los rostros tapados y disparando al aire y al suelo, en el bar Colibrí de la calle del Mar. Se llevaron 12.000 pesetas de la caja y desvalijaron a todos los presentes. Los testigos hablaron de un cuarto cómplice que les esperaba fuera con el coche en el que huyeron. La policía confirmó que coincidía la munición disparada y la hurtada. Todo parece indicar que Parreño no participó en esta acción.
1976 fue un año de inflexión de la delincuencia en España. Aumentó en más de un 30% respecto al anterior y marcó el inicio progresivo de una subida espectacular que alcanzó el 106% en 1982. El cine quinqui se encargó de reflejar muy bien esa realidad tan presente, según las estadísticas de entonces, en ciudades como Madrid, Barcelona, Sevilla y Valencia. Por eso no es de extrañar que El Canario y sus amigos tuvieran una actividad delictiva casi diaria.
La tarde del 16 de mayo, Pedro Hilario y el Canario robaron un Seat 1.430 en la calle Salvador Ferrandis Luna, en el barrio de Nou Moles. Con él se acercaron a un bar de Campanar en el que habían quedado con el resto de sus compinches. Cenaron bocadillos, bebieron cerveza y vino, y parece ser que alguno de ellos añadió alguna pastilla a su menú. El Canario le contó, años después, al periodista Javier Valenzuela en El País (también recogido en el libro Crónicas quinquis editado por Libros del K.O.) que fue en la mesa cuando les hizo la propuesta de un nuevo golpe. De sus palabras parece entenderse que la elección del club Don Cicuta fue casual. Pero puede que no.
José María Parreño así lo defendía. Su testimonio lo recogió Miquel Adrover en su magnífico libro L’home del dit tallat (Edicions Documenta Balear), la biografía del propio Parreño que algún avispado productor debería convertir en película ya y sobre la que entrevistamos al escritor mallorquí aquí. Según él, eligieron Don Cicuta porque el Canario había recibido un soplo. Era habitual que allí se jugaran timbas con mucho dinero encima del mantel en las que participaban gente conocida de la ciudad muy bien situada económica, política y socialmente y esa noche había una.
El coche, conducido por Pedro Hilario, paró frente a la puerta de la whiskería. El Canario mandó a uno de su compañeros a echar un vistazo. Ante el temor de este último de toparse con algún policía, el líder de la banda contestó “Se dispara”. Dos palabras que acabarían siendo decisivas en el juicio para condenar a muerte a los cinco asaltantes. Todos, menos Pedro Hilario que se quedó en el Seat con las luces apagadas y el motor encendido, entraron armados al Don Cicuta. El Canario disparó dos veces con su recortada y gritó “Esto es un atraco”. Una bala perforó el pecho de una de las camareras. Catarroja y Parreño se hicieron con la caja registradora y todos huyeron. Dentro encontraron 21.000 pesetas y 20 dolares. Detrás dejaban un cadáver.
MªLuz Divina Peláez tenía 22 años. Era madre soltera de dos niños pequeños y había llegado a Valencia desde un pueblo de Palencia, Villatoquite, buscando un futuro mejor. Trabajaba en la whiskería Don Cicuta desde hacía poco. Allí encontró la muerte. El Canario afirmó a Valenzuela que no la conocía de nada y que disparó con la única intención de intimidar. Parreño le contó otra versión a Adrover. El Canario y MªLuz habían sido pareja. Terminaron muy mal y él le juró que se lo haría pagar. A pesar de todo aún se hablaban. De hecho fue ella quien le dio el soplo de la timba. La sentencia apuntó que los disparos se realizaron a solo dos metros de la víctima y sin ningún obstáculo que impidiera la visibilización al autor.
Parreño también relató que durante el asalto se enfrentaron a algunos clientes, que en realidad eran policías de civil armados. Nadie resultó herido en el tiroteo. Nadie les siguió cuando escaparon. Según su testimonio, la prensa se ocupó de silenciar la presencia de agentes en el local y las partidas ilegales que se realizaban en el mismo.
Ajenos al fatal desenlace, los cinco asaltantes se repartieron el dinero en Xirivella y se separaron. Tenían intención de repetir al día siguiente. El objetivo era el bar Heidi de la Avenida del Cid. Pero las detenciones se sucedieron y lo impidieron. Habían actuado a cara descubierta y estaban todos fichados. Precisamente en la Avenida del Cid encontraron el Seat 1.430. Parreño fue el único que pudo huir. Finalmente fue apresado, ocho días después, en un apartamento de la Urbanización Las Acacias de Benidorm.
El 14 de marzo de 1978 la sentencia de la Audiencia Provincial de Valencia les condenaba a pena de muerte como autores de un delito de robo con homicidio y de otro de robo de uso de vehículo de motor, con la agravante de multirreincidencia. El Canario y Catarroja se intentaron suicidar en la cárcel al conocer el fallo. En diciembre de aquel año se aprobó la Constitución española que abolía la pena capital. Los cinco acabaron siendo los últimos condenados a muerte en este país. De ello, se cumplen 40 años este 2018.