Las librerías deberían ser declaradas patrimonio de la humanidad y que una ley impidiera cualquier atisbo de cierre. No hay mejor lugar en el que estar. Ni siquiera los bares dan tantas satisfacciones. En Valencia tenemos unas cuantas y muy buenas. Llibreria Ramon Llull es una de ellas. Amplia, con una oferta que parece no terminarse nunca y tremendamente acogedora. De esto último tiene mucha parte de culpa su librera, Almudena, que a los cinco minutos hace que te sientas como en tu propia casa. Sólo le falta dejarte un batín y unos pantuflos.

Foto: Eva M. Rosúa.

Foto: Eva M. Rosúa.

Sin ellos aparece Toni Sabater. Ni falta que le hacen. Bastan dos frases intercambiadas para comprobar que es igual que su propio libro, que aquí no hay impostura. Su libro se titula «Dies» y es una especie de dietario en el que Sabater, abogado de profesión pero escritor afortunadamente para sus lectores, recuerda, revive y comparte sus pasiones, entendiendo como tales desde su infancia, su familia, sus años de alocada juventud, sus viajes o su ciudad, todo en un tono tan cálido y cercano que es imposible no acariciar su cubierta mientras se devora, con delectación, cada capítulo, cada frase, cada palabra. Sabater no narra, esculpe con la parsimonia del artesano y la eficiencia de un delantero centro goleador. Curiosa paradoja, su grandeza total con los textos y que una de sus muletillas más recurrentes sea «un poco».

Testigo mudo de la charla es Felip Bens, su editor, al que sólo le falta un chándal para parecer un entrenador observando en la distancia las evoluciones de uno de sus jugadores más prometedores. Bens es el responsable de L’Oronella, editorial que cuida con el mismo mimo el diseño de sus libros como los autores y temática que componen su catálogo. Ambos, Bens y Sabater, son amplios conocedores de Valencia. Admiran esta ciudad. Y los libros. Por ello, quedamos en una librería fuera de ese «cuadrado de las Bermudas» (Ruzafa, Cabanyal, El Carmen y Benimaclet) en el que algunos parecen querer reducir una ciudad que a pesar de todo, sigue viva. ¡Viva!

El libro se abre con citas de Pere Calders, Josep Pla y Vicent Andrés Estellés, inmejorables padrinos y que de alguna manera guardan relación con el contenido del mismo. ¿No te dio cierto vértigo ponerlos ahí por las expectativas que pudieran generar?
Igual fue un poco atrevido, pero el libro es ambicioso en ese sentido. Más que padrinos es una especie de advocación, de desear que me den suerte y que ayuden al conjunto del libro a darle un aire, razonablemente, serio e interesante.

Se trata de un diario que ya escribías antes de su publicación. Un dietario escrito sin saber que en algún momento se editaría, ¿no? Bueno, sería un poco mentir. Que la voluntad era publicarlo sí. Pero que apareciera un editor y considerara que aquello era interesante para reunirlo en un libro y publicarlo, eso no estaba tan claro.

¿Ibas compartiendo esos textos que escribías?
En un blog que tenía, pero a un nivel muy privado. El blog apenas lo leían una docena de amigos. No trascendía más allá.

¿Cómo surge la posibilidad de publicarlo?
Por la insistencia de tres personas concretamente. Vicent Baydal, Josep Vicent Miralles y Felip Bens. Eran tres de esos amigos que leían el blog. Ellos insistían en que con lo publicado en el blog más otros textos que sabían que yo tenía, todo junto, se podría hacer un dietario interesante. Eso junto a mi interés y mis ganas. No me hice mucho de rogar.

¿Qué criterio seguisteis para decidir qué entraba en el diario?
El proceso de selección fue estrictamente personal. Lo que a mí me parecía mejor, sobre todo desde el punto de vista literario. Con el consejo de la gente que me apoyaba. El libro es muy personal, personalísimo, pero no en el sentido de íntimo, sino de gustos musicales o literarios concretos, en un momento dado, que casaban poco con la idea de dietario y rompían un poco el ritmo que pienso sí mantiene el libro.

El libro termina en 2012. ¿Fue por alguna razón en concreto?
No. Dejé el blog y me olvidé de escribir durante un año y ahí se quedó. No tiene más razón de ser. No es que perdiera interés por la escritura, pero sí que me cansé un poco. También es cierto que, aunque fuera por casualidad, ese último capítulo que escribí cierra muy bien el libro, porque habla de mi madre y de mi hija, con cierta carga sentimental que a alguno puede que no les guste, pero era un buen colofón.

¿Y has vuelto a recuperar la costumbre de escribir un diario?
Tengo alguna cosa. Voy muy apurado de tiempo y no me dedico a escribir profesionalmente. Alguna cosa me ronda por la cabeza, pero en firme nada. No descarto hacer una cosa parecida a «Dies», que, supongo saldría dentro de unos años, porque el formato me gusta mucho.

Foto: Eva M. Rosúa.

Foto: Eva M. Rosúa.

Hay varias dicotomías muy bien equilibradas en el libro. Por ejemplo, una reivindicación de las noches de fiesta, de cierto canalleo incluso, pero al mismo tiempo, también, una reivindicación de la vida familiar.
Es cierto. Hay un lado costumbrista que se refleja en lo familiar y en lo local, entendido esto último como la ciudad, las fiestas, las tradiciones, …; y luego está la vida canalla esa a la que haces referencia. Pero es un poco producto del tiempo que narro. Si cuento mi juventud, fue bastante divertida en todos los sentidos. Omitir todo aquello no me parecía honesto. Y no está buscado ese equilibrio que mencionas. Ese contraste me gusta. Me alegra oírlo, porque creo que es importante, porque de lo contrario parecería un hijo del Kronen o un costumbrismo naftalínico.

También hay cierta reivindicación del placer intelectual y al mismo tiempo del placer contemplativo, ese que se puede alcanzar, simplemente, paseando.
Me gustan mucho ambos. Tanto el placer de la vida retirada, de pasarte la vida leyendo, que yo perfectamente podría hacer, como el ser un paseante o un observador. Pero es que soy así, especialmente en la ciudad que es un territorio para mí muy querido. Que me hayas planteado esta doble dicotomía me alegra, porque creo que si existe como tal, es un mérito que tiene el libro, aunque esté feo que yo lo diga.

La literatura está bastante presente en «Dies», pero de una manera pasional, nada pedante.
Mi mayor placer sería transmitir eso con el libro. Yo cuando más feliz he sido en mi vida ha sido leyendo. Sobre todo leyendo en todos esos años que cuento en el libro, los años de juventud, porque luego sigues leyendo, pero no recuerdo un placer como el de ir enlazando un autor con otro, un libro que te lleva a otro, descubres un autor con 20 obras que no has leído. Eso ya no me pasa. Me gusta pensar que puede ser un libro que invita a leer más, a apreciar más a la familia, … el tema familiar o reivindicar a la familia tiene muy mala prensa, te sitúa fuera de cualquier forma de modernidad, pero yo no pienso así.

¿Sigues leyendo con la misma pasión que reflejas en el libro?
Tengo un interés enorme en la literatura, sigue siendo una de las cosas más importantes de mi vida, pero ni de lejos es aquello. No volveré a leer nunca como se lee cuando tienes todo por leer. Y hay un montón de cosas que ya no leeré jamás por primera vez. Y eso es una putada.

¿Qué te interesa, ahora, como lector?
He dejado de leer mucha novela, como le pasa a mucha gente que lee y llega a cierta edad. Sigo leyendo a (Javier) Marías, los ingleses me gustan mucho, (Julian) Barnes, (Martin) Amis, pero leo mucho ensayo, mucho politiqueo, mucha historia, muchas biografías, poesía no he dejado de leerla nunca,…

Foto: Eva M. Rosúa.

Foto: Eva M. Rosúa.

¿Tenías miedo de que pesara demasiado la nostalgia y la melancolía en el libro?
Tenía miedo y lo sigo teniendo porque yo soy una persona muy melancólica y nostálgica y soy consciente de que el libro tiene una carga muy potente de eso. Entiendo que haya un perfil de gente que diga que no lo aguanta, que lo encuentre excesivamente almibarado. Yo espero que esas dicotomías, de las que hablabas antes, rompan esa sensación a lo largo del libro.

Uno de los textos más emocionantes del libro es el titulado «Estellesiana», ¿crees que sigue vigente esa situación que allí describes sobre cierta vergüenza o desprecio hacia la lengua valenciana?
Totalmente. Hay determinados ámbitos en que no, pero yo creo que en general, incluido el mundo en el que yo me puedo mover, se ignora la lengua. Se vive de espaldas a ella. A mí me pasó. Yo soy de familia valencianoparlante por los cuatro costados, pero soy la segunda generación educada en castellano íntegramente. El valenciano para mí era la lengua de mis abuelos. Y eso fue así hasta que descubrí que me habían vendido la moto. Pero sin despreciar en ningún momento al castellano, pero es que no hubiera sido mi lengua natural si las cosas hubieran sido normales. Creo que no se ha estudiado bien el impacto que supuso que después de la guerra cientos de miles de personas empezaran a hablar castellano en Valencia ciudad. Y eso sigue en la calle todavía. Va a costar mucho normalizarlo. Hay un nivel literario en valenciano, muy alto, que no se corresponde para nada con la realidad social que vive la lengua. El valenciano tiene que estar presente en el día a día de las personas porque de lo contrario se acabará muriendo.

La música está jugando un papel importante en ese sentido.
Sí, pero queda mucho por recorrer. Hay muchos prejuicios. El auto odio, que ejercen los valencianos hacia lo suyo, provoca que mucha gente no lo hable, y también implica que no consuma cultura en valenciano. Yo tengo amigos muy aficionados a la música que han empezado a hacerle caso a cierta música en valenciano cuando ha venido Rockdelux diciendo que esos grupos estaban muy bien. Pero cuando se anunciaban sus actuaciones en Matisse, no les interesaba nada, porque lo veían como la dosis folclórica.

Ya hemos mencionado antes a Vicent Andrés Estellés, pero es que «Dies» es un libro muy «estellesiano», ¿no?
Sí. Creo que sí.

En el buen sentido.
Es un elogio muy grande. Hay una cosa que nadie ha caído y que confieso, mira si es un libro «estellesiano» que su título, «Dies», está sacado de un poema del «Llibre de meravelles». Reconozco que cuando lo escribí vivía una obsesión casi enfermiza por Estellés.

Es un libro muy «estellesiano», pero también muy «sabateriano» porque cuentas muchas cosas personales. Cuando ya estaba decidido que se iba a editar, ¿tuviste algún tipo de pudor por si era excesivo el desnudo emocional que ibas a llevar a cabo?
Un amigo me dijo que el libro era un striptease sentimental y que no sabía cómo había podido publicar algo así. Nunca lo vi así. Será que soy poco pudoroso. Tampoco me preocupa mucho. No hablo mal de nadie ni cuento nada que pueda molestar a terceras personas. Sí que hay mucha exhibición, pero sin afán exhibicionista. Y quien lea el libro me va a conocer mucho. No sé si eso es bueno o malo, pero yo tenía que hacerlo así por honestidad con el lector. No me veo contando que soy un diletante, que sólo lee a Menéndez Pidal, que no me relaciono con nadie, visto de negro y llevo sombrero. A lo mejor funcionaba, pero para eso hago ficción.

Consigues, sin embargo, que esas vivencias muy personales se conviertan en universales. Describes sensaciones vividas en un entorno concreto, pero que son identificables para los lectores, llevándolas cada uno a su propia experiencia.
El libro tiene una carga generacional potente y no sé hasta que punto una persona de 20 años o de 60 se va a identificar tanto en eso que apuntas como una en torno a los 40. Es algo que no puedo responder. Gente muy contemporánea a mí sí se ha visto reflejada.

Foto: Eva M. Rosúa.

Foto: Eva M. Rosúa.

Especialmente en el capítulo «La nit» (en el que explicas cómo te enteraste de que los Reyes Magos eran los padres), aunque es algo que está presente en todo el libro, hay una reivindicación de la infancia como tal, como un tiempo en que el niño debe disfrutar de su condición de niño. Algo muy loable sobre todo en estos tiempos en que parece que muchos padres se empeñan en convertirlos en pequeños adultos, en cargarles de responsabilidades que aún no deben tener y hasta en hacerlos concursar en programas de televisión pensados, originalmente, para adultos.
Mi generación fue de las últimas dejadas de la mano de la vida. No recuerdo a mis padres ir al colegio a reuniones. La sobreprotección que hay ahora los mete directamente en el mundo de los adultos. Esa libertad que te daban antes te permitía crear tu mundo propio. Y es exactamente lo contrario de lo que ocurre ahora en muchos casos. Yo lo veo con mi propia hija. Ha habido un cambio muy potente en ese sentido. Pero es como que te ves arrastrado a ello. Como una ola de idiotez general que está en el aire. Deben ponernos algo en el agua sin enterarnos. Antes las familias tenían 10 hijos, se les morían 3 y salían adelante. Ahora el niño se pone enfermo y lo llevan al hospital. Yo no he ido jamás, durante mi infancia, al hospital. Y hay hijos de amigos míos que van hasta 6 veces al año, cuando pasan de 38 de fiebre.

De todos los episodios de «Dies» hay uno que se diferencia del resto, «Memòries anticipades», en el que recreas la tarde en que tu padre conoció a tu madre.
Fue un invento que no sé muy bien cómo se me ocurrió. A raíz de una foto de mi padre, que no sé si corresponde a ese día, me imaginé todo lo que ocurrió aquella tarde antes de esa fotografía. Es el más literario desde el punto de vista de la creación, es ficción. Casi un disparate.

Algunos capítulos están salpicados de una obsesión tuya cuanto menos peculiar: Italia.
Desde muy joven me fascinaba. No sé bien porqué. Pero ahí ha estado siempre y me he acabado interesando por todo, por su literatura, la historia,… todo. Hasta que conseguí ir allí, enfermizamente, viéndolo todo. Filias y fobias del ser humano que no sabe de dónde salen. En mi caso no hay ninguna razón concreta.

Ni siquiera fue un amor provocado por el cine.
No, no. Yo vi películas italianas a raíz de esa obsesión absurda, no al revés. Pero como luego tuve también la de Grecia y tampoco había un motivo.

En el libro relatas un intento por hacer una gran enciclopedia de los animales abocada al fracaso por lo descomunal e inabarcable que era el proyecto. ¿Has tenido alguna otra idea similar y la has llegado a poner en práctica?
No (risas). Se quedó en eso y ya estuvo bien. Afortunadamente para el planeta y la comunidad científica internacional. Pero es una pena que perdieran los folios que hice. Me gustaría verlos. Me acuerdo, perfectamente, de mi abuelo cuando se los enseñé y me preguntó que todo eso para qué servía. Para mí él era como Aristóteles y me llevé tal chasco con sus palabras… yo esperaba que me dijera algo así como «que bien has entendido todo, ese es el camino, que hábil eres» y fue todo lo contrario (risas).

Por los distintos capítulos van desfilando una serie de personas que harían las delicias de cualquier novelista. Tu abuelo, Tomaset,… Da la sensación que al convertirlos en personajes literarios les das un último homenaje, una última de muestra de cariño que puedes pensar que tenías pendiente con ellos.
Algo hay de exorcización con eso, sí. Al margen de que eran gente muy divertida y lo quería contar. Hay gente muy divertida por ahí y a mí me jode que no quede constancia de todas esas personas. Merecen un negro sobre blanco de vez en cuando. Y como apuntabas, sí, de alguna manera, es un saludo final por no haberles dicho lo suficiente cuanto les querías y lo bien que te lo pasabas con ellos. Nunca sabemos lo que dura la gente y algunos se te van y no te da tiempo a decirles todo.

Foto: Eva M. Rosúa.

Foto: Eva M. Rosúa.

Valencia es una de las protagonistas principales del libro.
Desde que era un crío he tenido mucha afición por la historia, publicaba cosas chorras sobre las murallas,… La ciudad me ha fascinado siempre en todas sus variantes. La ciudad histórica, la ciudad lúdica de mi juventud, la ciudad del día a día de cualquier momento de mi vida, … es un espacio muy especial para mí, que no se me va nunca de la cabeza.

¿Crees que los valencianos conocen bien su ciudad? Muchas veces cuando viajamos, somos capaces de andar una hora para ver una iglesia o un museo en otra ciudad y quedar asombrados por un simple jardín y no nos inmutamos cuando eso lo encontramos en nuestras calles.
Eso es papanatismo puro y duro. No es exclusivo de los valencianos. Es la fascinación de lo otro, de lo diferente, y lo tuyo nunca acabas de verlo. Yo siempre he intentado evitarlo. Me gusta mucho moverme y tengo sitios que son míticos e intento volver a ellos cuando puedo, pero eso no quita que para mí lo primero es el lugar donde he nacido, donde me he criado y donde he pasado toda mi vida. Y lo peor ya no es el desconocimiento de lo propio, sino el desprecio. Valencia es una ciudad con una carga de auto odio muy potente a todos los niveles, no sólo el lingüístico tan famoso.

Tu relación con Valencia parece que, por un lado, está marcada por los recuerdos, pero al mismo tiempo cuando te refieres a ella tiene una carga didáctica, como si tuvieras una necesidad de compartir tus conocimientos.
Una de las críticas que ha tenido «Dies» decía que era una guía sentimental de la ciudad. No tiene pretensión de guía, pero sí que a la gente que conoce la ciudad le puede servir porque reconocerá muchos espacios. Es un libro en el que se nombran, continuamente, calles. Un poco al estilo de Estellés. Y esa evocación de calles es una letanía que a mí me gusta. Pero de igual manera que reconozco su influencia, quiero aclarar que no hay copia en ese sentido. Lo he asimilado de tal manera que es un canto interno que voy haciendo cuando paseo por las calles y voy cantando sus nombres.

En tus paseos por la ciudad, ¿sueles visitar siempre las mismas zonas o te adentras por espacios que no conoces?
Ya me he hecho viejo pellejo y me muevo por un zona muy amplia de la ciudad, amplia pero delimitada. Sería la ciudad que existía hasta hace 25 años. Los barrios más recientes es algo que me queda lejos. Incluso cuando los veo, pienso más en la huerta que había que en lo que hay ahora.

¿Cómo ves la Valencia actual?
Muy bien por la gente y muy mal por quien nos desgobierna. La veo ridícula, que lo que se ve desde fuera es la cara «coenta» y fatua, de postal, que tanto se ha cultivado. Pero luego me parece una ciudad, como siempre me ha parecido, fabulosa, un sitio único para vivir. Lo tiene todo, la medida exacta y desde el punto de vista de la actividad literaria y cultural creo que es una ciudad en la que no te puedes aburrir. Evidentemente, no será nunca Londres, ni Madrid o Barcelona, pero esos sitios, a veces, tienen sobredimensión en la oferta.

Foto: Eva M. Rosúa.

Foto: Eva M. Rosúa.

Agradecimientos: Llibreria Ramon Llull.