Fotos: M.A. Puerta.

Verónica Andrés gesticula mucho cuando habla, pero al mismo tiempo transmite un halo de serenidad adictivo. Ríe con ganas, aunque también hay momentos en los que no puede evitar un pellizco de tristeza mientras se piensa alguna respuesta.

Verónica Andrés es actriz. Una de las mejores actrices valencianas. Si ven su nombre en un reparto no lo duden. Verla en un escenario es un lujo, un recuerdo de esos que desmontan la falacia de que el teatro es un arte efímero que muere al caer el telón.

Para hablar de su carrera quedamos en Federal Café. Hasta para pedir algo de beber muestra entusiasmo. Se pide una Ginger Beer, una cerveza de jengibre. La grabadora y los folios con la entrevista le esperan. También las preguntas de tres invitados especiales, compañeros de profesión, Patrícia Pardo, Xavier Puchades y Álvaro Báguena, que serán los encargados de cerrar la conversación.

¿Cómo surge tu interés por la interpretación? ¿Hay algún antecedente artístico en tu familia?

Desde pequeña, no recuerdo otra cosa, que desear disfrazarme, que me maquillaran, … eso me llamaba mucho la atención. Mis padres no eran actores, ni artistas, aunque bueno, a su manera, sí eran artistas (risas). Mi padre era una persona que sorprendía a todos con su humor, se disfrazaba, … y puede que eso lo viera en casa. Lo que recuerdo, también de pequeñita, es que me llevaron a ver una función de ballet clásico y para mí fue una cosa extraordinaria, me quedé clavada en la butaca.

Cuando empecé a dedicarme profesionalmente a la interpretación, y aún hoy en día, mis amistades, conocidos de mi pueblo, me cuentan cosas que hacía, que decía, … que evidencian que eso estaba ahí a una edad muy temprana, aunque yo, por desgracia, apenas lo recuerde. Pero, claro, me lo cuentan y me lo creo (risas).

¿Hay algún momento en el que eres consciente de que vas a ser actriz, que esa va a ser tu profesión?

Fue tarde. Tenía 26 años cuando decido hacer las pruebas de Arte Dramático. Hasta entonces había estado vinculada a la escuela municipal de teatro de mi pueblo, Tavernes de la Valldigna, había participado en animaciones, tomé clases de danza, mi madre me apuntó a solfeo pero lo abandoné porque me aburría muchísimo,…sin embargo no daba el paso definitivo. Con 18 años me presenté a unas pruebas para Ananda Dansa por casualidad. Fui a ver una función de la compañía en el Principal y uno de los intérpretes, Juli Garcia, que era conocido mío, me lo comentó. Me presenté y aquello me sirvió para atravesar unos filtros interesantes. Allí vi por primera vez a Inés Díaz, que unos cuantos años más tarde se convertiria en alguien muy especial para mí, con la que coincidí en mi arranqué con Albena Teatre y “Besos”. No me cogieron y me olvidé completamente del tema. Muchas veces me he preguntado por qué tardé tanto en dar el paso. Imagino que porque, en aquel momento, asumía que ser actriz pertenecía al mundo de los sueños, de lo irreal, de lo inalcanzable,…

¿Qué aprendiste en la Escuela Superior de Arte Dramático? ¿Crees que se puede enseñar a ser actriz?

Sí, claro que se puede enseñar. Yo descubrí cosas que no sabía que me gustaban y que podía hacerlas de determinada manera. Y, además, compartir esa sensación, ese descubrimiento. No te sientes un bicho raro por ello. Es tu mundo. También aprendí mucho de los compañeros. Me hubiera gustado que la Escuela hubiera sido menos hermética y que contactara con la realidad. Tenía muchas carencias. Sólo hablando de las instalaciones… Una Escuela Superior de Arte Dramático debería tener su propio teatro. El actor, desde el principio, tiene que subirse a un escenario. Debe aprender muchas cosas, pero también subirse a un escenario. Yo dejé solfeo porque me aburría, porque no tocaba el instrumento y esto es lo mismo. Son cosas muy obvias y eso acaba repercutiendo en el nivel. Tenemos un Palau, teatros,… pero el lugar de donde salen los actores, cantantes, músicos, la cantera en definitiva que va a nutrir esos espacios, es precario. Lamento que eso ocurra aquí.

Antes de acabar tus estudio de Arte Dramático debutas profesionalmente en “Joan, el cendrós” (1998), de Albena Teatre.

Estábamos en los talleres de fin de curso de tercero en la Escuela y alguien comentó que había un casting para Albena. Carles Alberola era de los creadores teatrales valencianos que más conocía porque había visto obras suyas en el instituto, porque cuando yo estudiaba se hacía mucho teatro en los institutos, y conectaba mucho con su humor.

Era mi primer casting. El resultado lo recibí en el hospital, porque estaba mi padre ingresado, aunque ya estaba bien, y lo recuerdo como uno de esos momentos felices de la vida. La aventura de “Joan, el cendrós” fue muy bonita. Todos los que formamos parte de ese elenco recordamos, enamorados, lo que fue aquello. Ahora con más motivo por todo lo que está pasando con la sala Escalante. Estaríamos locos si dejáramos que desapareciera la Escalante. La cantidad de colegios que han pasado por allí, público que empezó viniendo de niños y han seguido después como adultos, actores que empezaron como espectadores de teatro allí,… No podemos consentir que destruyan un referente como ese.

Creo recordar que en “Joan, el cendrós” éramos catorce personas en el reparto y doce de ellas debutábamos profesionalmente en ese momento. Ahí conocí a Álvaro Báguena y a Andrés Navarro que eran los veteranos del montaje. Fue maravilloso. Antes de la selección, como parte del casting, hicimos una especie de taller de dos semanas con Carles y Roberto García, de improvisación, algo que no habíamos apenas trabajado en la Escuela. Aprendí y disfruté mucho. Nos sentíamos pletóricos al vivir algo así. Fue una suerte formar parte de eso.

Después llegaron “Besos” (1999-2005) y “Spot” (2002-2004), también con Albena, montajes que duraron varios años y con giras nacionales, ¿cómo se asimila un éxito así cuando se está empezando?

Aún estábamos exhibiendo “Joan, el cendrós” y Carles nos citó a Carme Juan y a mí, que estábamos ambas en el reparto y que además veníamos de la Escuela, para proponernos “Besos”. Fue como un regalo.

A “Besos” me enfrenté de otra manera. “Joan, el cendrós” era una propuesta muy coral, muy arropada por todos, me sentía más libre. Con “Besos” sentí más presión. Aprendí mucho porque hicimos muchísimas funciones.

Sobre el éxito es que yo soy muy de tocar tierra. Ahora que lo estoy refrescando contigo recuerdo que no era consciente, y mira que me lo decía la gente que me quería de la profesión, de que no era lo habitual un éxito como el de “Besos”. Para Carme y para mí fue como empezar por arriba. Una experiencia increíble.

Además tuve la oportunidad de que Albena contara conmigo para el siguiente espectáculo, “Spot”, que bebía de la fórmula iniciada con “Besos” y también fue muy gratificante. Ahí pude consolidar mi amistad con Noelia Pérez, que ya estuvo en el elenco de “Besos” cuando sustituyó a Inés Díaz por su maternidad. La verdad es que desde el inicio he tenido grandes compañeros de los que poder aprender.

¿En aquel momento vivías exclusivamente de tu trabajo como actriz?

Sí, aquellos cinco o seis años con Albena fueron exclusivos. El otro día haciendo limpieza me encontré unas hojas con los bolos de entonces y había meses en que todos los días del fin de semana teníamos función. Lo que ahora se considera una gira decente, unas catorce fechas, eso lo hacíamos nosotros en un mes. Mira dónde estábamos y dónde estamos. Es cierto que lo de “Besos” fue una cosa extraordinaria, como pasó con “Ballant, ballant” o con alguna otra obra, pero es que el cambio ha sido tan brutal.

Casi al final de tu doble experiencia exitosa con Albena, en 2004, empiezas a trabajar en doblaje.

Como actriz es un campo más del que aprender, que te pide situarte y moverte de otra manera, trabajar con la voz de una forma distinta,… Pero tampoco trabajé mucho porque llegué en un mal momento. Hice un curso para familiarizarme con las técnicas y el entorno y justo empezó la crisis del doblaje entre el sector porque el sindicato de actores se atrevió a denunciar la indignidad laboral. Pero siempre hay daños colaterales, gente que no estaba de acuerdo y se creó una guerra insalvable. Fue muy injusto porque miembros del sindicato que defendieron a capa y espada los derechos de los trabajadores, fueron vetados. Precisamente, por haber defendido la dignidad de todos. Admiro siempre a los compañeros del sindicato por su labor a favor de todos. Yo llegué en ese momento al doblaje, no conocía prácticamente a nadie de la profesión, pero me posicionaba con el sindicato porque me parecía que era lo justo. No pude trabajar mucho. Hice sobre todo dibujos animados para Canal 9.

Después de aquel inicio con Albena, Eva Zapico entra en tu vida profesional. Trabajas con ella en “Galgos” (2005), “Lilith” (2006), “Merteuil” (2007) y “La mujer de amianto” (2008), lo que supuso un cambio radical en tu carrera. ¿Por qué crees que Eva Zapico te lo propuso teniendo en cuenta que tu trabajo hasta entonces había estado enfocado hacia un teatro más comercial ?

En realidad no lo sé, tendré que hablarlo con Eva (risas). Creo que Merce Tienda tuvo algo que ver, aunque tampoco nos conocíamos mucho en ese momento. ¡Y ahora es mi siamesa! (risas).

Es curioso porque antes de eso, antes de que me llamaran, fui a ver “A pedazos”, el primer espectáculo que hicieron como Copia Izquierda, y me quedé en la butaca pensando “yo quiero hacer esto” (risas). Cuando empecé a trabajar con ellas entré en otro mundo totalmente distinto. Necesitaba enfrentarme a la creación desde ese otro lado. Aprendí mucho. Eva es una gran creadora, con una imaginación y una plasticidad muy estimulantes. Es inteligente y apuesta por temas que me interesan y que tienen un compromiso con la mujer. Me gusta lo que se le pasa por la cabeza (risas). Con estos trabajos empecé a catar las distancias cortas con el espectador, que tanto valoro, porque yo estaba acostumbrada a trabajar en auditorios grandes. Disfruté, y disfruto, mucho teniendo al público ahí y comunicándome con esa energía tan cercana. De repente estaba actuando en la Ultramar, cuando era Teatro de los Manantiales, o en la sala Carme y para mí era, y es, un honor. Lo hice con mucha pasión y rodeada de mucho talento.

¿Y miedo?

Miedo también (risas). Euforia y querer desaparecer a partes iguales (risas). Montaña rusa.

¿Alguna vez te has planteado cómo te gustaría que fuera tu carrera?

Nunca me he marcado unas metas a largo plazo. Una vez una compañera, a la que quiero mucho, me dijo que yo no era muy ambiciosa. Le contesté que eso dependía de lo que ambicionaras. La ambición puede derivarte a muchos lugares. No soy la ambiciosa que quiere estar trabajando en Hollywood. En ese sentido soy bastante más realista. Por suerte me han dado oportunidades, y otras me las creado yo, que me han hecho disfrutar mucho del trabajo.

Hay un momento, ya con cierta edad, y más madura, que te permites decidir qué cosas quieres hacer. Por ejemplo, mi participación en “En conserva” (2011), un proyecto que aprtió de Iolanda Muñoz y Marta Chiner, escrito por el hermano de Marta, Carles Chiner, ¡Gener!, y dirigido por Manolo Maestro. Lo recuerdo como una experiencia muy enriquecedora, a pesar de que no fue fácil. O el paso que dimos en ese sentido cuando Álvaro Báguena y yo decidimos montar compañía, Bonanza T, para hacer primero “Pervertimento” (2012) y después “Querencia” (2013).

A mí me gusta mucho trabajar con autores y dramaturgos contemporáneos valencianos, gente que conozco, me encanta. Es que les admiro cada minuto. No quiero decir que no me interesen Shakespeare, Pinter, Chejov…, pero reconozco que me gusta mucho el texto que se escribe aquí y ahora en este momento, y poder pertenecer a ello. Me motiva mucho formar parte de esa realidad de los creadores. Y trabajo con ellos para lograr desentrañar más verdades en la interpretación, no sé si lo consigo, pero esa es mi ambición.

Y cuando todo el esfuerzo que conlleva poner en pie una obra se reduce luego a tres funciones, ¿qué sensación se tiene?

Casi ni lo pienso ya. No lo quiero pensar. Cuando empezaron a pasar estas cosas de tan pocas funciones me desmoralicé muchísimo. Hasta el punto de contar con una propuesta que me parecía maravillosa y estaba tan desilusionada que dije que no. Me negaba a crear algo, con lo que lo quieres, con lo que te cuesta a ti y a todo el equipo a todos los niveles, no solo el económico, para después exhibirlo y conectar tan poco con el público. Pero ahora quiero pensar que a pesar de la nefasta herencia hay que hacerse fuerte y seguir luchando para recuperar público y funciones.

En tu carrera la formación juega un papel muy importante. Has hecho muchos cursos y de muy variadas disciplinas. ¿Crees que el actor debería estar permanentemente formándose?

Totalmente. Para mí es el aliciente. No puedo pensar que no voy a seguir aprendiendo. Con los años se me ha revelado el amor a mi oficio y a tenerlo como tal. Eso me ayuda en los momentos de dudas o de miedos. Tener muy claro que es un oficio y compararlo con cualquier otro. Y la formación continua es necesaria. He aprendido mucho en los cursos que he realizado gracias a las pautas que me han dado quienes los impartían. También con la teoría, que me encanta leerla. Y sobre todo viendo teatro. Analizándolo e intentando imaginar cómo un compañero llega hasta donde llega en escena. Me gusta mucho observar el trabajo de los demás. Aprendo tanto de lo que me gusta como de lo que no, a veces incluso más de lo que no (risas).

Coincidiendo en el tiempo con alguna de los trabajos con Eva Zapico, empiezas a trabajar en Canal 9 (“Negocis de familia”, “Maniàtics”, “Les moreres”, “L’Alqueria Blanca”). ¿Eres de los actores que reniega de los tiempos y las formas que impone el formato televisivo?

He trabajado muy poco en televisión. No entré, por circunstancias, en el momento en que arrancó y ya participé muy poco. Apariciones en algún capítulo y poco más. No me he relacionado mucho con la televisión, a mi pesar, porque tengo curiosidad por aprender todo lo relacionado con mi profesión. Pero no pienso que desde el punto de vista de la interpretación sea algo inferior, todo es compatible y cuantos más registros posibles más me divierto. Nada me gustaría más que mañana mismo empezara la tele y poder trabajar allí.

Retomando el hilo de tu carrera escénica, en 2009 vuelves a coincidir con Albena en “Mans quietes”, ¿cómo fue aquel reencuentro?

Fue muy importante volver con Albena. Tenía la necesidad de reencontrarme con ellos. En esta ocasión Carles Alberola no estaba en escena ni el texto era suyo, aunque dirigía la obra. Fue un proceso diferente porque en “Besos” y “Spot” partíamos de un trabajo previo de improvisación al que seguía un parón en el que Carles y Roberto García escribían. En “Mans quietes” el texto ya estaba escrito. Además pude encarnar un personaje de principio a fin, mientras que en “Besos” y “Spot” habían sido escenas cortas y muchos personajes.

Un año después participas en un proyecto que trasciende lo meramente escénico. Se trata de “Zero Responsables”, un espectáculo de apoyo a las víctimas del accidente de metro de València de 2006 y a las que la administración había dado la espalda.

Yo no estuve desde el inicio. Entré porque tuve la suerte de sustituir a Amparo Oltra y así pude aportar mi granito de arena y disfrutar desde el escenario de todo el trabajo de los compañeros.

¿El teatro debe estar comprometido socialmente?

Para mí es muy importante. Cada vez lo es más. Me interesan muchas maneras de contar las cosas y muchas historias que se pueden contar, pero todo acaba reivindicando algo. Y ese compromiso es más necesario en estos últimos años con toda la vorágine política que hemos vivido. El teatro es un vehículo para que trasciendan ciertas cosas, tenemos un poco de voz, lo que pasa es que nos estamos quedando sin público al que poder contarle todas esas cosas.

En los años duros del PP, ¿llegaste a pensar, en algún momento, en tirar la toalla y abandonar tu oficio?

Mucha gente lo tuvo que hacer. Me da mucha tristeza pensarlo. Profesionales que hicieron muy buenos trabajos a los que lo de actuar les queda muy lejos. Yo he podido seguir. Eso sí, haciendo cosas pequeñas, algunas de ellas verdaderas joyas. Pero porque somos muy peleones, muy pesados (risas).

Entre los años 2011 y 2015 trabajas con algunos de los profesionales más interesantes del teatro valenciano actual (Patrícia Pardo, Paco Zarzoso, Xavier Puchades, Juli Disla, Jaume Pérez, …), ¿qué recuerdo tienes de ese periodo?

A pesar de que es un periodo dentro de una fase en el que el teatro en València fue un desastre, para mí fue muy interesante, disfruté mucho con todos esos trabajos. Un lujo. Trabajar con compañeros como los que citas o Carles Sanjaume, Ruth Atienza, Alex Cantó, Angels Figols, … Trabajé con un montón de gente en ese periodo que dices, fue maravilloso, inmenso. Todo. Grandes actores, grandes textos, grandes direcciones,… Lo pienso yo y sé que lo piensa gran parte de la profesión. Fue una isla de ilusión laboral y vital muy íntima, pero con un trasfondo de tristeza y precariedad.

Has dicho en varias ocasiones que has aprendido mucho de tus compañeros. Por esa misma regla de tres, ellos también habrán aprendido cosas de ti. ¿Qué crees que les has podido enseñar?

No lo sé. No sabría decir, no tengo ni idea. Me hacía gracia cuando hacíamos “Èxit (abans de les eleccions)” que Pau Pons siempre me decía “yo hago lo que hagas tú, que como lo haces todo bien”. Me reía mucho, porque Pau es una diosa. Ya me gustaría a mí hacerlo como lo hace ella.

¿Cómo eres como actriz?

Depende de cada trabajo. A veces soy más obediente de lo que me gustaría y esa obediencia me hace desconfiar de mi propio instinto y me juega malas pasadas. Pero la única culpable soy yo. Nadie me obliga a obedecer. Creo que todos debemos proponer cosas y ser generosos.

Me cuesta definirme a nivel global como actriz. Soy bastante obsesiva, lo reconozco. Cuando tengo algún proyecto es como que desaparezco, no puedo estar en nada más. Me gusta saber todo de mi personaje, que me lo cuenten o me documento yo, me lo paso muy bien haciéndolo, me divierto mucho. Lo único es que con los tiempos que manejamos para trabajar tienes tiempo para lo que tienes. Cada uno tiene su ritmo, yo soy de ritmos lentos.

Uno de tus últimos trabajos ha sido “La guerra dels mons 2.0”, con texto y dirección de Roberto García. ¿Se te hace raro verlo ahora “al otro lado” como director adjunto de Artes Escénicas?

Lo único que espero es que no sufra. Tengo un poco ese sufrimiento de madre, “ay, que no le pase nada a mi hijo” (risas). No quiero que el cargo le pase factura porque le tengo mucho aprecio y siempre he trabajado muy a gusto con él. Sé que su intención es hacerlo lo mejor posible. Sufro por él, pero me da mucha esperanza y alegría que la cara que está al otro lado sea la suya. Creo que todos hemos aguantado mucho, cada uno con sus circunstancias, y ahora nos toca levantarnos de la silla, arrimar el hombro, tener predisposición para ayudar y no esperar detrás del seto vigilando lo que vayan a hacer. Pero hay que agilizar, que una cosa es charrar y otra hacer faena. Hace falta acción.

Te preguntamos en otra ocasión en Verlanga cómo veías València culturalmente y dijiste que era una ciudad con un potencial enorme y una gestión nefasta. Desde entonces ha cambiado el gobierno en la ciudad y en la Generalitat. Recientemente, Xavo Giménez denunciaba en una columna de opinión en Cultur Plaza la nefasta política cultural que se está llevando a cabo en Las Naves. ¿Qué contestarías ahora aquella pregunta? ¿Cómo ves València culturalmente?

Han cambiado las caras y, supuestamente, la voluntad. Pero se están demorando demasiado y cuando empiezan a lanzar balones fuera mal asunto. Lo de Las Naves me parece demencial, me da vergüenza. Y no sé como ellos mismos no lo ven así. Es una cosa que me sorprende. Xavo lo dice perfecto, es que es así, y lo dice con poesía, lo comparto plenamente. No se puede hacer eso. Es muy feo después de todo lo que se ha pasado, después de más de 20 años sufriendo lo que hemos sufrido… ¿y ahora esto? No tiene ningún sentido. Es ningunear al sector. Si haces algo así no estás actuando con el corazón en la mano. Necesitamos compromiso, estima, humildad, dignidad…

En el caso concreto de Las Naves ibas a participar en una de las obras afectadas, “¿Qué pasó con Michael Jackson?”, de La Teta Calva.

Nos dieron fecha en tres ocasiones. No se hacen cargo. Se lavan las manos. Era la primera vez que iba a trabajar con La Teta Calva. Tengo muchas ganas. Veremos que pasó con Michael.

No tienes facebook, ni twitter, ni instagram. ¿Cómo se vive al margen de las redes sociales teniendo un trabajo tan expuesto al público?

Reconozco que hay momentos en que tengo la debilidad, pero aún me resisto. No tengo capacidad para tanto. Me crea más malestar que satisfacción. Más ansiedad de la que pueda asimilar y, también, enfado. De momento no me compensa. Me sentiría como muy esclava, haciendo algo que me han impuesto. Todas las cosas buenas me acaban llegando aunque no tenga facebook. Es una herramienta que no utilizo para ofrecer mi trabajo. Esa es mi ambición (risas). Mi ambición es no tener facebook (risas).

 

Atención, pregunta


Patrícia Pardo:

¿Cuándo disfrutas más en el proceso creativo? A veces me gustaría que los ensayos no se terminaran nunca (risas). Aunque también disfruto mucho en las funciones. Pero cuando más disfruto es cuando consigo zambullirme completamente, en el momento en que consigo desaparecer y dejar de molestarme a mí misma.

¿Qué aprecias de un director? Aprecio mucho la generosidad, la sorpresa, la humildad y el cariño. Me gusta que me cuiden.


Xavier Puchades:

Soy un autor emergente, he escrito un par de obras y me gustaría saber qué tiene que tener un texto dramático para decidirte a participar en su puesta en escena? Una pelota.


Álvaro Báguena:

¿De dónde nace esa querencia hacia los calvos con perilla? Desde que se me apareció uno detrás de una columna.