Complicada resulta la existencia diaria para los aficionados del equipo modesto de una ciudad; modesto respecto a su eterno rival normalmente en cuanto a presupuesto, plantilla o a la propia presencia en los medios de comunicación, pero no en fervor y lealtad, en las que posiblemente le llegue a superar en amplitud, consecuencia quizás de esa magnificencia en que manifiesta sus éxitos, normalmente mucho más escasos, o bien del consuelo que se procuran para superar las desdichas.
En el fútbol español, y atendiendo a las tres primeras capitales (en la cuarta, no se puede identificar claramente entre Sevilla y Betis quién desempeña uno u otro rol), Atleti, Espanyol y Levante han asumido a lo largo de su historia su papel de secundario entre los seguidores futboleros de su ciudad, obviamente excepto para su irreductible hinchada, si bien menos numerosa que la de Real Madrid, Barcelona o Valencia, pero tanto o más fiel.
Los tres coinciden en tener su particular bestia negra. Así, a los colchoneros les persiguen, desde aquel fatídico 15 de mayo de 1974 en Bruselas, los fantasmas alemanes del Bayern muniqués, cuando, al filo del pitido final de la prórroga, Schwarzenbeck, les arrebató la gloria de ser campeones de Europa, por primera vez, con un disparo desde fuera del área, que provocó un segundo partido de desempate (por entonces, no se resolvía con lanzamientos de penaltis), en el que ya sucumbió el Atleti por goleada. Otro equipo alemán, en este caso el Bayer Leverkusen, es la espina clavada en el corazón blanquiazul, en la temporada 87-88, en que el Espanyol de Javi Clemente maravilló al continente europeo eliminando, entre otros, a los dos grandes de Milán (Inter y AC), para plantarse en la final, a doble partido, con el equipo germano; tras ganar 3-0 en la ida, el empate a cero en el descanso de la vuelta no hacía presagiar más que el triunfo del club catalán, pero un planteamiento conservador del rubio de Baracaldo provocó la remontada, para, posteriormente, alzarse con el título de campeón de la UEFA en la tanda de penaltis. Años después, en el 2007, tuvo el Espanyol la posibilidad de resarcirse, llegando otra vez a la final de la UEFA, pero, esta vez el Sevilla resultó de nuevo más afortunado desde los lanzamientos desde los once metros. A su vez, el Levante tiene al Écija como responsable de una de sus tardes más aciagas. Corría la temporada 94-95, y, tras una temporada espectacular en su grupo de segunda B, con récord de partidos invictos en fútbol profesional incluido, en la liguilla de ascenso a Segunda continuó imparable el cuadro granota. En el penúltimo partido, con 20.000 personas en las gradas del Ciutat de Valencia, la victoria le suponía el ascenso. Nada hacía prever el cruel desenlace final cuando al descanso se fue venciendo por dos a cero. Pero, en la reanudación, los cuatro goles del equipo andaluz abortaron sorprendentemente la ilusión azulgrana. Tan tocado quedó el equipo por ese revés, que, en el último partido de la liguilla, en Écija, no pasó del empate, lo que supuso el ascenso del club sevillano, dejando incomprensiblemente un año más en la división de bronce al equipo valenciano.
Pese a las múltiples coincidencias entre ellos, donde sí que es aún más diferente el Levante es en el apartado de títulos. A los 9 de Liga y 10 de Copa nacionales, más los 6 internacionales (Recopa, dos Europa League, otras dos supercopas de Europa y una intercontinental) del Atleti, el Espanyol puede responderle con 4 entorchados coperos, mientras que el equipo azulgrana sólo presume de una copa nacional, la del Trofeo Presidente de la República, de 1937, injustamente no reconocida por la Federación Española.
El Trofeo de Presidente de la República (Copa de la España Libre) fue un torneo que se disputó entre junio y julio de 1937, en España, durante la Guerra Civil. Pese a que el conflicto provocó la suspensión de torneos de fútbol, en la zona republicana se disputaron varios de ellos: Campeonato de Levante, Campeonato de Catalunya e, incluso, la Liga Mediterránea, disputada esta entre equipos de ese litoral, y ganada por el Barcelona. Fue, tras la disputa de la misma, cuando se ideó la posibilidad de organizar un torneo de Copa, a semejanza de lo que ya ocurría en tiempo prebélico, donde al torneo liguero le sucedía la Copa de España como colofón de la temporada. El presidente del Valencia, Josep Rodríguez Tortajada, fue el ideólogo y organizador del mismo, y, tras invitación a los equipos de los territorios bajo control republicano, la competición quedó configurada por cuatro equipos (Levante FC, Gerona FC, CD Español y FC Valencia), que disputaron una liguilla a doble vuelta, que comenzó el 6 de junio de 1937. Mes y medio después, concretamente el 18 de julio de 1937, el Valencia y el Levante , como primer y segundo clasificado, disputaron la final en el extinto Sarriá, alzándose el equipo granota con el título, gracias al gol de Nieto, en el minuto 78 del partido.
Mucho tiempo más tarde, en septiembre de 2007, una resolución no de ley del Congreso de los Diputados instó a la Federación Española de Fútbol a que oficializará este título como uno más de los correspondientes a la competición de la actual Copa del Rey (oficialmente, Campeonato de España). El 10 de julio de 2009, con 132 votos en contra y sólo dos abstenciones, tal propuesta resultó rechazada, basando la misma en un informe del Centro de Investigaciones de Historia y Estadística del Fútbol Español, que lo catalogaba como un torneo celebrado a instancias del Valencia FC, y no bajo mandato federativo. Este razonamiento puede ser perfectamente refutable y, además, desde diferentes ópticas.
Así, se puede argumentar que, evidentemente, fue organizada por un club y no por la Federación Española, pero no es menos cierto que lo mismo ocurrió a las disputada entre 1903 y 1909, pues la Federación no se fundó hasta esa fecha, de modo que esas primera ediciones se jugaron gracias a la gestión de Carlos Padrós, presidente del Madrid FC, quién, tras el éxito observado en la Copa de Coronación de Alfonso XIII (preludio de la Copa del Rey y ganada por el Athletic, quien la autoconsidera como una copa de España en su palmarés) disputada el año anterior, decidió liderar la promoción de este torneo, para lo que cursó invitaciones a la mayor parte de los clubes de España; tras declinar la mayoría, finalmente participaron el Madrid FC, el Club Español de Football y el Athletic. Del 6 al 8 de abril jugaron una liguilla a una vuelta, erigiéndose el Athletic Club, como campeón de esa primera Copa del Rey, en origen totalmente similar a la de 1937: por invitación de un club organizador, pues no había Federación Española de Fútbol, exactamente lo mismo que ocurrió durante el periodo entre 1936 y 1939, teniendo que asumir en ambos casos un club dicho papel.
En la edición de 1910, y, pese a que ya existía la Federación Española, y como consecuencia de un cisma sufrido en la misma, un número de clubes decidieron crear su competición paralela. El origen de la rebeldía fue precisamente que ese año debía ser el primero que se jugaría bajo los auspicios de la recién creada Federación, a lo que se opuso el vigente campeón (el Club Ciclista de San Sebastián), pues hasta entonces residía tal derecho en el campeón de la última edición. Curiosamente, debido a una crisis interna, el club donostiarra desapareció antes de que se jugara; así, finalmente, los días 19, 20 y 21 de marzo , en el estadio Ondarreta de Donosti, el Athletic Club, el Vasconia Sporting y el Madrid FC se enfrentaron en una liguilla a una vuelta, resultando vencedor el Athletic Club, compartiendo tal honor para la RFEF con el ganador de su título oficial, el FC Barcelona. Paradójicamente, la Federación reconoce un título organizado por unos clubes (otra vez lo mismo que en 1937), con el agravante de tratarse de ser opositores a ella, siendo que ya existía (lo que no ocurrió cuando el Trofeo de Presidente de la República) y debía tener la potestad exclusiva para ello.
Y es en la edición de 1913, cuando se repite la misma circunstancia: clubes en desacorde con la Federación, que crean un organismo paralelo a ella (Unión De Clubes), y que, al igual que en 1937, son los responsables directos de su organización. De nuevo, la Federación acepta la oficialidad de los títulos de ambos campeonatos: el Racing de Irún, para el suyo, y el Barcelona, como campeón de los insurrectos
Finalmente, en 1939, tras la finalización de la guerra civil, la Federación Española organiza el campeonato copero (Copa del Generalísimo), sólo con la participación de los campeones regionales de la zona sublevada, ya que en la republicana, debido a la dureza del conflicto, no pudieron disputarse. El Sevilla se alzó con la Copa, tras vencer al Racing de Ferrol, por 6-2, el 25 de junio de 1939. Una vez más, la Federación comete una injusticia con el Levante, pues sí reconoce un campeón de una España mutilada, y no hace lo mismo con aquel que lo fue de la, por entonces, reconocida internacionalmente como única España. Sólo ya con este último ejemplo, la Federación debería mostrarse más conciliadora (al igual que hizo con las ediciones de 1910 y 1913) y dotar de oficialidad a esa Copa de la República: el Levante ganaría deportivamente, la Federación lo haría en talante democrático.
Quizás sea el momento no ya de pedir el reconocimiento del título, sino de exigirlo por derecho. Ese mismo que ya tienen los campeones de 1903 a 1909 (competiciones con pocos equipos e invitados por el club organizador, al no existir la Federación Española), o ese Sevilla, campeón de sólo parte de España en el 39, e incluso más que aquellos que no se avergüenzan por sus títulos de 1910 y 1913, si bien asimilados, en realidad mucho más extraoficiales que la copa de 1937; demostrado queda que esta no es de menor entidad que aquellas y no debe ser ninguneada como hasta ahora lo ha sido. Es la Copa del Presidente de la República de España.
Pero, para que esta Copa sea reconocida, ha de ser el propio club levantinista quien la debe reivindicar desde una postura inicial de insumisión a la oficialidad vigente, mediante la posibilidad real de hacer causa común con el FC Barcelona, en aras de solicitar la asimilación de sus títulos como campeones de Copa Presidente de República y de Liga Mediterráneo del año 1937 a los actuales Copa del Rey y Liga respectivamente. Y, de igual modo, si hubieren habido (que no los hubo) campeones análogos en la zona sublevada, también debería habérseles reconocido como tales, pudiendo compartir esa distinción desde la dualidad, como símbolo de unión de esas dos Españas, desgraciadamente enfrentadas durante tres largos años.
Pero, más que todo eso, debe ser el levantinismo en pleno el que, sin complejo de inferioridad alguno, y despojándose de ese mítico, y ojalá de una vez por todas falso, meninfotisme valenciano, se sienta orgulloso de esa Copa, dándole el honor que se merece, ya en la misma sala de trofeos (y no en ese despacho del presidente donde estuvo medio escondida durante varios años), en su historial, en la web del club ( a semejanza como ya hace el Athletic con su copa de 1902), en el propio estadio, en foros de redes sociales (hashtag incluidos) en objetos de mercadotecnia, hasta en camisetas conmemorativas. Poder presumir, en suma, de esa Copa, sin temor ni vergüenza al reproche ni a la calumnia. Aquel equipo fue justo vencedor. Sólo así se estará honrando con lealtad la memoria de aquellos que, en plena guerra civil, defendieron los colores del club, hasta lograr conseguir la que es, hasta ahora, su única Copa del Rey: Valero; Olivares, Calpe; Dolz, Calero, Rubio; Puig II, Nieto, Martínez, Gaspar Rubio y Fraisón. Unos auténticos héroes.