Las gestas de un club suelen asociarse a las míticas plantillas protagonistas de las mismas: así, los primeros títulos ligueros del Valencia vienen unidos a su famosa delantera eléctrica; la Copa del Rey del 79 y sus posteriores Recopa y Supercopa, al Valencia de Kempes, Tendillo y Arias; o los últimos campeonatos de Liga a Albelda, Baraja, Cañizares, Vicente y Ayala. En esa línea, cuando se rememora los primeros entorchados internacionales del club valencianista, los de las Copa de Ferias de principios de los sesenta, el aficionado vincula esos partidos nocturnos a las gestas de Quincoces, Mestre, y, sobre todo, de la dupla Guillot-Waldo.
Durante la travesía en el desierto que supuso el periodo de veinte años, entre 1947 y 1967, en el que el Valencia sólo consiguió, a nivel nacional, el campeonato de Copa de 1954, esas dos Copas de Ferias de 1962 y 63 lograron ocupar el corazón e hinchar el orgullo del aficionado che. El Valencia era campeón de todo un torneo europeo: el de las Ciudades en Feria.
Torneo nacido en 1955, bajo el auspicio de un comité integrado por dirigentes de la FIFA y de las federaciones de fútbol de Inglaterra y de Italia, con el objetivo de ampliar el elenco de participantes de clubs en disputas internacionales, uniéndose en tal fin con la recién creada (tan sólo dos semanas antes) Copa de Europa de clubs campeones de Liga.
Como todo proyecto, la idea original de este torneo sufrió un proceso de transformación en su andadura, hasta que, fruto de propuestas de correcciones y de mejoras, con el tiempo pasó a consolidarse con todo derecho como el tercer torneo europeo, por detrás de la Copa de Europa y de la Recopa, quienes acogían a los campeones de Liga y de Copa de cada país respectivamente, dejando para la Copa de Ferias la participación del resto.
Los requisitos para poder disputarla fueron variando: así, hasta la temporada 1963-64 podían participar selecciones de ciudad, condición que se suprimió a partir de ese año por su ya entonces casi nula representatividad; tampoco se seguían criterios de clasificación en las ligas estatales para tener derecho a participar hasta la temporada 1968-69, que fue la primera en que la composición de los participantes se realizó en función de los méritos deportivos alcanzados en la temporada anterior, ya como preámbulo inequívoco de lo que sería, tres años más tarde, la Copa de la UEFA.
El ser, ya en esa época, la feria de Valencia una de las más antiguas y prestigiosas, posibilitó que las gestiones de la directiva valencianista fructificaran positivamente en la presencia del Valencia CF, por primera vez, en este torneo europeo en la temporada 1961-62. El 15 de septiembre de 1961 arrancó la aventura europea del club valenciano, esa misma que tantas glorias le ha ido dando a lo largo de su historia, con entorchados posteriores en Recopa, Copa de UEFA, Supercopa europea y dos subcampeonatos seguidos de la Copa de Europa (Champions League), que le llevó a ser considerado en 2004 el mejor equipo del Mundo según la IFFHS. Y todo se inició con aquella victoria, por 2-0 en Mestalla, contra el Nottingham Forest, con el brasileño Waldo como primer goleador. En la vuelta, en City Ground, el Valencia goleó por uno a cinco a los ingleses, dando toda una lección de fútbol, logrando una hazaña, casi empañada por el accidentado vuelo de vuelta, que afortunadamente no acabó en tragedia.
En octavos, eliminó al duro Lausana, por 4-3, en partido único jugado en Mestalla, acordado así con el conjunto suizo debido a las inclemencias del tiempo en su país. Luego, en cuartos, le tocó en suerte el que, poco tiempo después, sería doble campeón europeo, el famoso Inter de Milán, con Fachetti y Luis Suárez. Dos goles de Guillot en Mestalla y el posterior empate a tres en San Siro significaron el brillante pase del Valencia a la semifinal, donde se midió al MTK húngaro. Con los resultados de tres-cero en el feudo valencianista y un sorprendente y majestuoso 3-7 en Budapest, el Valencia alcanzó la final en la que era su primera participación en competición europea. Su rival fue el FC Barcelona, al que doblegó en un memorable partido de ida en Mestalla, por 6-2, con dos goles de Yosu, tres goles de Guillot y el último, de tacón, de Héctor Núñez. La vuelta, en el Nou Camp, fue un puro támite, con un empate a uno como resultado final. El presidente de la FIFA, sir Stanley Rouss entregó la copa de campeones a Quincoces, el capitán , quien, junto a Zamora, Piquer, Mestre, Sastre, Chicao, Héctor Núñez, Ribelles, Waldo, Guillot y Yosu, pasaron a los anales de la historia del Valencia CF como sus primeros campeones europeos.
En la temporada siguiente, la 62-63, el Valencia fue sucesivamente eliminando al Celtic de Glasgow, al Dumferline y al Hibernians de Edimburgo, hasta alcanzar la semifinal frente al Roma italiano. El 3-0 obtenido como local , con goles de Chicao, Guillot y H. Núñez, supuso renta suficiente para ir a Roma, donde el equipo italiano no pudo pasar del uno a cero. La gran final la disputó contra el Dynamo de Zagreb, venciendo en Yugoslavia en el partido de ida por uno a dos. Y en la vuelta, el 26 de junio, y ante el delirio de 55.000 valencianistas que llenaron el coliseo valencianista, el Valencia se proclamaba, de nuevo, campeón de la Copa de Ferias, ganando a los balcánicos por 2-0, con goles de Mañó y el uruguayo Héctor Núñez. La peculiaridad de jugarse a doble partido permitió que el aficionado ché tuviera el privilegio de poder vivir en su propio estadio la obtención de un título europeo
En la historia del club, estos títulos significaron un bálsamo y una inyección de orgullo, en esa desértica travesía desde finales de la gloriosa década de los años cuarenta. Cuestionarse la autenticidad de los mismos no es, si no, un ejercicio de elevado nivel analítico. Fundamentalmente los argumentos de las corrientes que lo repudian se basan en dos criterios: el deportivo y el de la oficialidad.
Para el primero de ellos, los críticos con este torneo subrayan que la participación de los clubs en la Copa de Ferias no se regía según el puesto obtenido en el campeonato de liga de la temporada anterior, sino que era por invitación para aquellas entidades cuya ciudad tuviera feria internacional. Si bien esto fue cierto hasta la temporada 1967-68, a partir de la siguiente ya rigió la clasificación deportiva. Pero este hecho se ha ido sucediendo a lo largo del tiempo en los inicios de la mayoría de competiciones, y es su propia madurez la que va, con el tiempo, definiendo las normas. Así, en la primera Copa de Europa participaron varios equipos por invitación, sin ser campeones de su país, y esta misma competición ha ido derivando con el tiempo en aras de ganar en potencial, aumentando el número de clubs presentes por país, ya no sólo el campeón, desviándose por tanto de su objetivo inicial, hasta el punto de que ha sido campeón de Europa un equipo que no lo había sido el año anterior en su liga doméstica, lo que paradójicamente contraviene el nombre propio de la competición, esto es, la Champions.
También serían mencionables las Copas Intercontinentales de los años setenta, en las que, debido a la dureza empleada por los equipos sudamericanos, en varias ocasiones el campeón europeo optó por renunciar a su disputa, sustituyéndole el subcampeón, con tal suerte de que, como le ocurrió al Atlético, al ganarla en 1974, fue campeón del mundo sin, en cambio, serlo de Europa. O el mismo Mundial de Clubes, en cuya primera edición se decidió la participación, por invitación, del Real Madrid y del Corinthians, quien finalmente se proclamó como primer campeón del mundo de clubes, sin haberlo sido previamente de la Confederación Sudamericana.
Por no comentar todo lo referente a la Copa de España, con unas primeras ediciones, con doble organizador, equipos invitados o competiciones paralelas, circunstancias que no han sido óbice para que sean reconocidos tales títulos con todos los derechos y honores. Pero es que, además, a pesar de no exigírseles explícitamente un mérito deportivo contraido, el nivel competitivo se logró ímplictamente, con la adhesión a jugar esta competición por parte de aquellos clubes que no habían sido campeones, ni de Liga ni de Copa, a los que ya les quedaban destinadas las Copas de Europa y Recopa respectivamente.
En ese sentido, si se analiza el elenco de clubes que disputaron la Copa de Ferias 1962-63, nos encontramos con el Oporto y el Os Belenenses (segundo y quinto del, por entonces, formidable fútbol portugués, y donde el Sporting de Lisboa, tercero, participó en la Recopa); o el Barcelona y Zaragoza (subcampeón y cuarto clasificado de la liga española; asimismo, el Atlético, tercero, disputó la de campeones de Copa); o el Everton cuarto de la liga inglesa, (con, de nuevo, el tercero, el Tottenham, jugando la segunda competición europea); o el tercero y el cuarto de la liga yugoslava: Dynamo de Zagreb y Estrella Roja; o el Ferencvaros que esa misma temporada se proclamó campeón de la liga de Hungría; o además clubes del prestigio del Roma, Bayern o Celtic de Glasgow, estos dos últimos verdaderos protagonistas del fútbol europeo en los años venideros.
Resultaba prácticamente testimonial la presencia de algún equipo que alcanzara puestos de honor en sus ligas y que tuviera que renunciar por no disponer su ciudad de feria internacional, pues la dupla «ciudad con feria -club de élite» estaba absolutamente asegurada en la gran mayoría de los casos. Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao, Zaragoza, Roma, Londres, Liverpool, Belgrado, Zagreb, Lisboa, Oporto, Münich, Colonia, Viena, Glasgow, Milán, Bolonia, Florencia, Budapest, Turín, Berlín, Sevilla, París, Dortmund, Hamburgo…las principales ciudades de Europa tenían su feria internacional, y, con ello, permitían la participación de sus equipos: la calidad deportiva de la competición estaba de ese modo asegurada.
Podría suceder que los equipos decidieran no participar, lo cual no era novedoso ni garantía de menoscabo de prestigio de la competición: El campeonato mundial no tuvo el privilegio, en sus tres primeras celebraciones de contar con la selección inglesa, pero su soberbia renuncia no disminuyó jamás la valía y el reconocimiento de campeones a Uruguay y a Italia, esta por partida doble.
Y el segundo fundamento es la oficialidad de la competición. Los detractores de este campeonato se basan en que no estaba organizada por la UEFA, quien , si bien jamás reconoció el torneo, sí se aprovechó de toda su experiencia para organizar la posterior copa de la UEFA, totalmente similar a las últimas Copas de Ferias. Posiblemente, esta posición del organismo europeo se deba a sus desavenencias con la FIFA, ente que sí apostó por esta competición desde su creación, acogiendo en su sede de Zürich los sucesivos sorteos de eliminatorias, designando los tríos arbitrales, hasta llegar a simbolizar su total apoyo a la misma entregando su presidente el trofeo al vencedor final. Resulta significativo que, en la web de la FIFA, sí se haga mención a la Copa de Ferias como título antecesor a la copa de la UEFA y a la Europa League en las referencias de cada club, mientras que en UEFA.com se la menosprecia obviándola totalmente.
Todo se basa en la débil línea, y mucho más aún en esa época, entre oficialidad y reconocimiento de una competición. La primera Supercopa de Europa, la de 1972, entre Ajax y Glasgow Rangers, tampoco es oficial para la UEFA, porque sostiene que el Rangers estaba sancionado para disputar partidos internacionales. Evidentemente, el Ajax sí que la contabiliza y, como tal, también se considera en la web de la FIFA. Situación similar ocurre con las dos primeras Copa de las Confederaciones. Creada como Copa del Rey Fahd, inicialmente no participaron todos los campeones de las confederaciones continentales (en la primera, ni siquiera el campeón de la Eurocopa e, incluso, hasta la sexta, hubo ciertas renuncias e invitaciones a la misma), pero, cuando la FIFA asumió su total organización, otorgó rango de oficialidad a todas las previamente disputadas desde sus orígenes, desmarcándose del, muchas veces, injusto puritanismo. Criterio tolerante que ha mantenido hasta con torneos como la Copa Intercontinental que, aun no siendo oficiales para ella (que debería ser la única capacitada para competiciones supra-confederaciones), sí que entiende de su relevancia y, pese a no organizarlos, sí los reconoce en los palmarés de los clubes.
Resulta evidente que la Copa de Ferias fue, sin duda, el tercer torneo europeo en importancia, tras la copa de Europa y la Recopa. Que se necesitara que la ciudad realizara certámenes de feria internacional, pese a no ser criterio deportivo, paradójicamente reforzaba aún más la fortaleza competitiva de la copa, pues ampliaba más que limitaba: pocos clubes de relevancia internacional quedaban relegados a competir, y, sin embargo, se ampliaba el elenco de equipos de elevado prestigio.
En su enfoque perfeccionista, el máximo organismo europeo futbolístico tampoco debería asimilar, como sí hace, los títulos de Copa de Europa y de Champions League, pues los criterios deportivos de participación requeridos no se han mantenido, e idénticamente ocurre con las copas de la UEFA y de Europa League, de modo que se vería obligado a establecer galardones independientes para cada una de ellas. Asimismo, ahora existen condicionantes económicos (fair play financiero: obligación de demostrar los clubes que no tienen deudas con otros clubes, jugadores o autoridades tributarias, como condición para poder participar en competiciones organizadas por la UEFA) que antes resultaban impensables. Con la pérdida del agrupamiento, esa complejidad y disparidad conduciría a una multitud de títulos, incomparables entre sí, que se traducirían en una pérdida en el reconocimiento de prestigio deportivo.
La oficialidad debería ser en estos casos la inevitable consecuencia del reconocimiento previo. Y el Valencia ya lo tiene por parte de la FIFA para con sus Copas de Ferias. Ahora ya es sólo deber de todos los estamentos del club vanagloriarse de este torneo, que, aparte de la gloria deportiva que le dio, produjo al valencianismo esos momentos de dicha y de alegría , fundamentales para cualquier colectivo. Y, al margen de ciertas carencias que fue corrigiendo, la Copa de Ferias fue un gran torneo, de cuyas victorias el club valencianista ha de enorgullecerse.
Agradecimientos: Fundación Valencia C.F. y Pepe Roca.