Cuando en el minuto 89 del partido frente al Recreativo, correspondiente a la fase de play-offs de la temporada 1986-87 de la Segunda División, Quique Sánchez Flores certificó con el 2-0 el ascenso del Valencia a la máxima categoría del fútbol español, la afición che, cumplido el objetivo con su meritorio compromiso de apoyo al Valencia en el purgatorio, simbólicamente cedió de nuevo a los dirigentes del club la responsabilidad de definir el proyecto que debiera consolidar a la entidad blanquinegra dentro de la nobleza del fútbol nacional y europeo. El deseo del valencianismo de instalar en la simple anécdota histórica aquella contrariedad por el descenso obedecía más a una desbordada ilusión, consecuencia del retorno, que a esa evidente realidad que exigía inexcusablemente una austeridad necesaria, clave en el fortalecimiento económico futuro de la entidad.
El Valencia reinició su periplo en la Primera División aquella temporada de1987-88 con la única variación destacable en la plantilla, respecto de la campaña anterior, del argentino Ciraolo y del levantinista Nando, símbolos inequívocos de la recién instaurada tipología de fichajes, exenta de rutilantes estrellas y basada bien en jugadores jóvenes con proyección o en modestos y abnegados profesionales, referencia de la identidad del club durante esa década desde mediados de los ochenta a mitad de los noventa, probablemente la más compleja y árida de su existencia. En ese sentido, salvo ya a finales de este periodo, en el convulso trienio de 1994 a 1997 con Paco Roig como presidente, con múltiples incorporaciones de internacionales consagrados (Zubizarreta, los campeones del mundo Mazinho y Romario, o Salenko, el máximo goleador del mundial 94) por y para un «Valencia campió», la sobriedad asumida por Arturo Tuzón y su directiva desde su incorporación al mando de la entidad blanquinegra en la temporada posterior al descenso se significó en fichajes como los sportinguistas Flores, Eloy y Zurdi, los mediocampistas Tomás e Ibáñez, los porteros Ochotorena y González,los delanteros Pizzi o el tristemente malogrado Rommel Fernández, los mallorquinistas Álvaro y Serer, promesas como Jon García, Torres o Gálvez, el retorno del sempiterno Robert Fernández, o en figuras extranjeras por confirmar como Penev, Mijatovic o Leonardo, todos en su gran mayoría de un perfil modesto, muy distante del de los componentes de las plantillas de los equipos rivales dominantes en esa misma época.
Con el apartado de adquisiciones controlado y limitado por mor de la economía, el sustento del equipo se basó en los integrantes de la plantilla del descenso y posterior retorno, en su gran mayoría valencianos y valencianistas: Arias, Subirats, Voro, Sempere, Giner, Fernando, Fenoll, Camarasa, Ferrando, Revert, Alcañiz más los madrileños Arroyo y Quique. A lo largo del decenio, ya fuere por cuestiones personales (Voro y Nando, al competitivo Depor, y Quique al Real Madrid), técnicas ( Ferrando, Alcañiz, Fenoll o Revert) o de longevidad (los míticos Arias y Subirats), este protagonismo fue ,en parte, reemplazado por nueva savia canterana, como Mendieta o por el carisma adquirido por los foráneos Penev o Mijatovic, siempre con la imperecedera y fundamental colaboración de Fernando, Giner, Arroyo, Sempere y Camarasa, como quinteto manifiesto y representativo de esta generación.
Damnificado por la estructura de las competiciones internacionales, donde sólo el campeón disputaba la Copa de Europa, este Valencia, pese a ser subcampeón, tercero y hasta dos veces cuarto, posiciones todas ellas que permitirían en la actualidad el acceso a la Champions League, hubo de conformarse en cambio con participar en el durísimo torneo de la UEFA, precisamente uno de los inequívocos responsables de la injusta estigmatización de esta generación de jugadores valencianistas.
En la primera ronda clasificatoria de este torneo, en la temporada 1992-93, el Napoli le endosó al Valencia su derrota más abultada a nivel europeo en Mestalla: un 1-5, los cinco conseguidos por el uruguayo Fonseca. Obviamente la vuelta en San Paolo (1-0) resultó un mero trámite deportivo.
Un año y dos meses después, el 2 de noviembre de 1993, el campeonato de la UEFA se ensañaba nuevamente con el conjunto valenciano. Emparejado con el conjunto alemán del Karlsruhe en la segunda ronda del torneo, el Valencia, líder en la liga española, visitaba feudo teutón, confiado en que el tres a uno cosechado en la ida resultara suficiente ventaja para superar la eliminatoria. Inesperada e inexplicablemente, en una de las noches más funestas de su larga historia, el equipo germano le infligió una inapelable derrota por 7-0, de la que, consecuentemente, acaecieron marcados acontecimientos: desorientado,el equipo comenzó a encadenar resultados sucesivos adversos, con sólo tres victorias en los dieciocho duelos disputados con posterioridad, produciéndose cambios continuos en la dirección técnica (hasta cuatro entrenadores intentaron, sin éxito alguno, enderezar la errante trayectoria del conjunto valencianista) y finalizando con el acceso a la presidencia de la entidad de Paco Roig, en las elecciones de marzo de 1994, convocadas tras la dimisión de Arturo Tuzón cuatro meses antes.
A pesar de que, durante este periodo de entre mitad de décadas de los ochenta y noventa, el Valencia cosechó abultadas derrotas, como el uno a siete en un trofeo Naranja frente al Real Madrid, o un 6-2 contra este mismo rival en la 89-90, o los apabullantes 0-4 y 5-0 del Barcelona en la 93-94 y del Espanyol en la siguiente temporada respectivamente, sería justo significar los logros deportivos de este equipo en un tiempo de abrumadora supremacía de los dos grandes del fútbol nacional, con un dominio inicial del Real Madrid de la quinta del Buitre, al que le le sucedió el dream team barcelonista de Cruyff, copando entre ambos todos los títulos de Liga y Copa en juego, con la única simbólica presencia de un par de Copas del Rey del Atleti y del Zaragoza en todo el palmarés de esa época, en la que el equipo valenciano alcanzó brillantemente dos subcampeonatos nacionales: el de Liga en la 1990-91 y el de la final de la lluvia frente al Deportivo en la Copa de 1995, donde desgraciadamente se les negó ese título que hubiera supuesto un justo y digno epílogo a la trayectoria valencianista de este elenco de jugadores, de tan prolongada fidelidad a unos colores, blancos impolutos en el inicio y ya blanquinegros en el final de sus carreras, que les permite en la actualidad poder seguir comandando gran parte de las estadísticas del equipo che.
Fernando Gómez, aun habiendo jugado siempre de centrocampista, ocupa el cuarto puesto en la lista histórica de goleadores del club, con tantos de volea o en vaselina grabados en la memoria del aficionado, destacando uno al Real Murcia, durante muchos años seña de presentación del programa de Estudio Estadio, por su plasticidad e ingenio; el mítico capitán asimismo lidera la tabla de partidos oficiales jugados en el conjunto che, en la que destaca a su vez la presencia entre los once primeros de Carlos Arroyo, Fernado Giner y José Manuel Sempere; sólo al final de su carrera las lesiones y el injusto ostracismo a que lo sometieron Ranieri y Cúper, privó a Paco Camarasa de estar en los puestos de honor de esa clasificación, desazón que compensó con el orgullo de poder alzar la Copa del Rey de 1999 en el palco de autoridades del estadio sevillano de la Cartuja, junto a Mendieta y al Piojo, inmortalizando una insigne estampa, enseña del valencianismo. Sin desmerecer la gran labor de los futbolistas (Cañizares, Farinós, Carboni, Milla, Mendieta, Djukic, Claudio López o Illie) y del míster romano Ranieri, como auténticos e indiscutibles protagonistas de ese título, durante veinte años anhelado por la afición blanquinegra, la participación del de Rafelbunyol en ese triunfo posiblemente simbolizó el nexo de unión y de gratitud para con ese grupo de jugadores: desde Arias, Quique,Roberto y Subirats, pasando por Voro, Eloy ,Penev ,Nando y Fenoll, hasta los permanentemente presentes Fernando, Sempere, Arroyo y Giner.
Este grupo hubo de asumir la responsabilidad de reponerse del trauma del descenso y de superar el miedo a la incertidumbre en el retorno. En una etapa inicial, el uruguayo Víctor Espárrago, desde el banquillo, supo transmitir al equipo una elevada tenacidad competitiva, provocándole un aumento de confianza y autoestima, causa inequívoca de su posterior crecimiento deportivo, ya con Guus Hiddink al mando, cuando los encuentros jugados en Mestalla siempre devinieron en un espectáculo asegurado de alto nivel futbolístico. Si bien los grandes éxitos del Valencia en la primera década del siglo presente se fundamentaron en un carácter solidario, aguerrido e intenso de su fútbol, el excelso y elaborado juego de aquel equipo dirigido por el holandés jamás fue superado por los emblemáticos equipos de Ranieri, Cúper y Benítez.
Aun cuando el 6-3 al Oviedo en la temporada 1991-92, uno de los tanteos más abultados en la historia del feudo valencianista, pueda considerarse el paradigma del fútbol ofensivo y espectacular de ese Valencia, probablemente su referencia emotiva resida en el Valencia-3 Oporto-2, de eliminatoria de la UEFA, con actuación estelar y hat trick de Emilio Fenoll, rememorando Mestalla en ese primero de noviembre de 1989 sus triunfales noches europeas, y en, sobre todo, el épico desenlace en partido de liga contra el Real Madrid, el 18 de enero de 1992, cuando, tras la decisiva entrada en el campo de Nando en el minuto 87, el equipo che, por medio de Fernando en el 87 y de Roberto un minuto después, derrotó por dos a uno al entonces intratable equipo madridista. Remontada que tuvo su análoga casi tres años después, en esta ocasión en el partido de vuelta de los octavos de final de la copa del rey de 1994-95: la ventaja del 1-2 cosechado en el Bernabeu en la ida peligraba por el gol del danés Laudrup, pero nuevamente, próximo a la conclusión, Mijatovic en el 87 y Fernando en el 92, propiciaron el 2-1 y, en consecuencia, el pase a los cuartos de final de la copa de España.
A este Valencia de entre mediados de décadas, además del juego preciosista y de calidad que generó, se le debe atribuir el mérito de comenzar a posicionar al club en el lugar de honor histórico que merecía, evitando instaurarle en una cómoda y peligrosa mediocridad. Si bien no pudieron alzar título alguno, su participación resultó determinante en la regeneración de todos los estamentos del club. Su compromiso durante la época más dura del Valencia facilitó la estabilidad social, deportiva y económica de la entidad valenciana. Su permanencia y esfuerzo devolvió al equipo blanquinegro a la nobleza del fútbol español, con cuatro puestos entre los cuatro primeros de la liga y tres semifinales de copa del rey, germinando los grandes triunfos de principio del siglo venidero. Apelada injustamente con el calificativo de generación perdida y perdedora, el Valencia CF tuvo la suerte de que este grupo de jugadores valencianos, de nacimiento o de adopción, y valencianistas estuvieran justo cuando el sentimiento de pertenencia se exigía condición vital en el ímprobo objetivo de la recuperación. El valencianismo debería sentirse orgulloso de su inexcusable lealtad y reconocerlos como real y ecuánimamente se merecen: como la gran generación encontrada.