Martín López Lam. Foto: Laura Doñate.

Martín López Lam nació en Perú en 1981 y vive en València desde el 2003. Ilustrador, dibujante, artista gráfico,… Cuesta encontrar una palabra para definir el desbordante torrente creativo que sale de su cabeza y de sus manos. Volcánico sería una buena opción, teniendo en cuenta que su significado abarcaría tanto su estado en erupción como el más calmado.

«Me gusta ser la persona que lo observa todo, no dice nada, y va tomando apuntes», nos cuenta delante de una Coca-Cola en el Restaurante Cafetería New York. Afortunadamente, esa reconocida timidez que le aleja del ruido no le ha impedido participar en algunas de las propuestas más sugerentes que han nacido en la ciudad en los últimos años. Martín está detrás de Ediciones Valientes (donde acaba de publicar No eres especial, de Carlos Santonja) y es uno de los organizadores del Tenderete.

Con Las edades de la rata ha ganado el Premio Fnac-Salamandra Graphic 2019. Un cómic en la que alterna dos historias, las de Manuela e Isidoro, a las que no solo les separan más de setenta años y la distancia espacial (del Perú de 1930 a la Roma de 2016, pasando por Barcelona), sino también el diferente tratamiento narrativo, gráfico y de color que les da el autor.

¿Cómo surge Las edades de la rata? ¿Tenías claro desde el principio que serían dos historias que ocurren en distinto espacio temporal?

Hasta que llegué a la génesis del libro pasaron muchas cosas. Es algo que me suele ocurrir siempre, que esa génesis es más larga, o más engorrosa, que el propio proceso de creación posterior. Mi primera intención era hacer un libro sobre leyendas urbanas de Lima. Surgió después de una conversación que tuve con Mireia Pérez sobre ovnis, fantasmas y cosas así y se me ocurrió hacer un libro sobre mis experiencias sobrenaturales. Empecé a apuntarme en una lista varios mitos urbanos. Dos de estas historias me las habían contado mi abuela y mi madre. El proyecto no salió adelante, pero me quedé con las dos anécdotas familiares y eliminé el resto.

Una de ellas, la que me contó mi abuela, era sobre una amiga que se le apareció, durante una epidemia de peste, para despedirse porque se moría. Así es como empieza una de las dos historias del libro, la que ocurre en el siglo pasado y protagoniza Manuela. En ella quería, también reflejar el fenómeno de la inmigración china a Perú a finales del siglo XIX e inicios del XX. Cómo llegaban libres, pero con un contrato de semiesclavitud para trabajar en la agricultura y la extracción de guano. Quería contar, a partir de una historia fantasmagórica, cómo se integra un colectivo extranjero dentro de un nuevo entorno.

Y la otra historia del libro, la de Isidoro, ya en el siglo XXI, surge a partir de apuntes de un libro que hice en Roma en 2016. Me parecía interesante combinarlas porque mientras la historia de Manuela era sobre chinos que iban a Perú, la de Isidoro es un peruano que se va a Europa.

¿Por qué decidiste ir combinando la narración de las dos historias?

Para no aburrir ni cansar al lector. También para que las dos historias no quedaran muy separadas. Así que decídí alternar un capítulo de cada una e ir avanzando.

¿Y cómo fue a la hora de dibujarlo?

Lo fui escribiendo en paralelo. Además de por todo lo que decía antes, porque también me permitía hacer referencias de una historia a la otra. No referencias directas de algún personaje que se repitiera, pero sí de puntos de vista. Escribía cuatro capítulos, los dibujaba, escribía cuatro más,…

En la contraportada del libro se habla de realismo mágico. Y, aunque es innegable que lo hay, parece que lo incorpores con cierta intención de caricaturizarlo.

Sí, tiene algo de parodia, pero no de burla. Cojo los tópicos que hay, y que sé que funcionan, para a partir de ellos ir un poco más allá. Hay elementos de realismo mágico, pero no ha sido una influencia. Creo que tengo más influencia de las historias japonesas de fantasmas o del cine neorrealista italiano. La referencia al realismo mágico creo que está más dirigido hacia aquellos lectores que no están habituados a este tipo de lecturas, y así puedan entrar en el libro.

Ahora que citas el cine, y más allá del protagonismo directo que tiene en algunas viñetas, está muy presente (narrativamente y en otros aspectos) en Las edades de la rata.

Narrativamente, estoy más influenciado por el cine que por el cómic o la literatura. Cuando dibujo y planteo las secuencias, a pesar de que se trate de viñetas muy pausadas, sin mucho movimiento, lo hago de manera cinematográfica. Es un ejercicio de trasladar su lenguaje al cómic.

De Sirio (Fulgencio Pimentel, 2016) a Las edades de la rata (Salamandra Graphic, 2019) han transcurrido solo tres años, y mientras el primero era mucho más evocador, este último es más narrativo. ¿Ha cambiado tu manera de contar historias o, simplemente, cada una requería un tratamiento distinto?

Había una necesidad por contar de otra forma. La génesis de Sirio fue diferente, buscaba otras cosas y tenía una vocación más poética y mística. Mientras que en Las edades de la rata me interesaban las historias que se cuentan en las familias, de generación en generación, las historias que se cuenta la gente entre sí. Y para ello, para poder expresarlo, necesitaba que fuera más narrativo.

Tu obra gráfica suele caracterizarse por una fuerza visual casi volcánica, con una sugerente y sorprendente mezcla de colores. En Las edades de la rata se mantiene prácticamente en cada viñeta sin asfixiar al lector, sino todo lo contrario.



En todos mis trabajos intento violentar, visual, textual o teóricamente, al lector o al espectador. No me gusta decirle lo que quiere oír, quiero sacarle de su zona de confort para que se pregunte cosas como ¿por qué esto que estoy viendo, que es violento y feo, me seduce?

No me interesa hacer algo condescendiente. Me parece importante, e incluso necesario, reafirmar ciertas ideas cuando haces un obra digamos en un sentido político, pero por otro lado también me interesa cuestionar las ideas políticas que uno mismo tiene. De hecho, cuando trabajo intento cuestionar, constantemente, lo que estoy haciendo.

¿Eres consciente de tu relación privilegiada con los colores a la hora de combinarlos?

No sé como lo hago, debo de tener algo mal en la cabeza (risas). El color es muy complicado para mí. Cuando hacía serigrafías era más difícil porque utilizaba tres colores de base, que eran los tres botes de pintura que tenía. Intentaba hacer el mayor número de combinaciones posible. Y creo que me ha quedado algo de eso. También tiene que ver con lo técnico, de trabajar directamente con las imprentas y al no tener dinero para más reducirlo todo, por ejemplo, a dos colores, e intentar sacar todo el provecho posible. Ha sido un proceso de aprendizaje más marcado por cuestiones técnicas que por hacer cosas realistas. El color no es realista, es funcional o emotivo.

En el color de Las edades de la rata conté con la ayuda de Eixa Ruiz Benavent. Antes de ponernos a trabajar hicimos un proceso previo de seleccionar las paletas. Una vez la tuvimos claras, y también cómo colorear las páginas, nos pusimos a ello. Las primeras que me mandaba sí necesitaron algún tipo de corrección o reajuste por mi parte, pero después ya fue saliendo muy fácil todo.

En este cómic he utilizado mucho el recurso gráfico de las siluetas negras, que antes no lo había usado. Lo aprendí de El hombre sin talento, del japonés Yoshiharu Tsuge. Me parecía muy interesante incorporarlo porque, además, daba mucho juego en las historias espectrales que contaba.

¿Eres muy perfeccionista? ¿Te cuesta dar por cerrado un trabajo?



Depende de si hay una fecha de entrega como era en este caso. Puedo ser poco profesional si hablamos de un sentido estético (risas), pero mucho a la hora de cumplir plazos límite. Por ejemplo, entre Sirio y Las edades de la rata empecé un libro que nunca terminé, entre otras cosas, porque no tenía una fecha de entrega. La escritura me costó mucho, le daba muchas vueltas al texto, a la historia, porque sí soy muy perfeccionista. Por eso, me ayuda cuando hay un plazo que cumplir.

Aunque son algo presente en tu obra, en Las edades de la rata se transmite cierto deleite personal a la hora de abordar el dibujo de paisajes abiertos.



Es lo que más disfruto dibujando. El paisaje tiene que ver con lo cinematográfico y con la fotografía. En el libro, por un lado, en el caso de Isidoro los paisajes hablan de su psicología interna, mientras que en el de Manuela es casi siempre la adversidad que tienen que solventar. Esto está muy ligado a Sirio, donde había mucho paisaje, mucha atmósfera. Me interesa comunicarme a través de este tipo de recursos.

Foto: Martín López Lam.

Antes, hemos hablado de las diferencias narrativas y gráficas de cada una de las dos historias de Las edades de la rata. Sin embargo, hacia el final de la de Isidoro hay como un cambio y se acaba acercando visualmente a la de Manuela, como si buscaras cierto punto de encuentro entre ambas.

Cuando trabajas dos relatos paralelos, aunque no coincidan temporalmente, te acabas preguntando si hay que conectarlos en algún momento. Ocurre en alguna películas, como por ejemplo Pulp Fiction, que, al final, se juntan. Yo me planteé hasta el final si juntaba las dos historias o no, si era necesario. Y decidí que sí, con ese final que apuntas en la historia de Isidoro, conectar narrativamente ambas partes.

En algunas páginas del libro hay marcas, numeraciones,…

Sí, es totalmente intencionado. De hecho, Catalina Mejía, la editora, me decía que había que borrarlo, pero yo le decía que no, que no (risas). Al final eliminamos algunas y otras las dejamos más evidentes. Mi intención al dejar las marcas es de estilo. Siempre las dejo. Empezó porque me daba mucha pereza borrarlas y ahora lo que busco es que se vea un poco el atrezzo de lo que hay detrás de la obra, el proceso que se ha llevado a cabo.

Acostumbrado a la autoedición o a editoriales más independientes, ¿cómo ha sido trabajar con un sello tan grande como Salamandra?

Era la primera vez que trabajaba así, todo un reto para mí acostumbrado a un trabajo más solitario que conlleva muchos aciertos pero también fallos. Tuve mucha ayuda de Catalina, la editora. Hay una parte del libro en la que ella me propuso un cambio que yo no veía claro porque en mi cabeza funcionaba bien, pero al final le hice caso y vi que tenía más sentido. También conté con un equipo de corrección de estilo y con la ayuda de Sergi Puyol, que se encargó del diseño y maquetación. Fue una ayuda muy valiosa, por ejemplo, para pulir lo que queda un poco desnivelado.

Por otro lado, no he intentado hacer un libro más acesible, pero sí más funcional. Me he dado cuenta de que hacer una obra comercial buena es muy difícil, muy complicado, sin caer en los tópicos.

¿Crees que esta experiencia va a cambiar en algo tu trabajo como editor en Ediciones Valientes?

Para hacer una corrección de estilo tienes que saber escribir muy bien, que no es mi caso, así que esa labor no podría hacerla. No hay que olvidar, también que ese trabajo se puede hacer porque hay un presupuesto y una infraestructura detrás y yo no los tengo. Pero sí me ha servido para saber cómo trabajan algunas editoriales y en la medida de mis posibilidades aplicar esas herramientas. La diferencia entre el mundo editorial y el de la autoedición es, como decía, a nivel de infraestructuras y presupuestos. Cuando no tienes ninguna de las dos cosas tienes que ingeniártelas de otra forma, como toda la vida (risas).

¿Qué importancia tiene un premio como el Fnac-Salamandra Graphic?

Me sorprende la importancia que la gente, en general, le da a este tipo de premios. En este caso se trata de uno importante, de los pocos que hay en España para cómics, no sé si el primero a nivel monetario, pero sí uno de los más grandes. La principal ventaja de ganarlo es el ruido mediático que podría generar, gracias a los aparatos de comunicación tanto de Salamadra como del Fnac.

Hasta ahora, la ciudad de València no ha tenido mucha presencia en tu obra.

Llevo dieciséis años viviendo en València, menos uno y medio que estuve en Angoulême y Roma, y me gustaría hacer algo sobre, o con, la ciudad, pero aún no sé lo que es. Hace, más o menos, una década que hicimos un libros sobre El Cabanyal y, por ahora, nada más.

¿Cómo ves el panorama gráfico, de cómic e ilustración, en València?

Hay muchos eventos en la ciudad, pero no sé si hay suficiente público para ellos. O al revés, hay público pero los eventos se parecen demasiado entre sí. Me da la sensación de que las cosas que proponen son similares, no hay cosas excepcionales, propuestas interesantes en el sentido de que sean rompedoras o, al menos, que te sacudan. Pero entiendo que dentro del gremio les motive y me parece fantástico. Aunque también puede ser que me haya acostumbrado a este tipo de propuestas y por eso no me sorprendo, o que haya perdido la capacidad de sorprenderme. Personalmente, me ha dado un poco de pereza ir a tanto evento y he dejado de ir.

¿Sería el Tenderete una excepción a eso que comentas?



Lo intentamos. En cada edición queremos que por lo menos un 20% sean cosas novedosas, al menos en València. Me refiero a que puestos a que, por desgracia, no vamos a ganar dinero con esto, traigamos cosas más arriesgadas, porque igual estamos abriendo más campo ante un panorama actual de la ilustración y la cultura gráfica ya muy saturado y copado. Con nuestros escasos medios hemos traído a gente de China, México, Argentina, Serbia,… es cierto que los conocíamos y eso ayuda. Pero para eso hemos ido a otros países a conocer lo que se hace. Hay que salir más allá de lo que pasa en tu barrio. Eso te ayuda, también, para poner en perspectiva tu trabajo.

Foto: Martín López Lam.