Shakespeare en Berlín se estrenó en el Teatre Gaudí de Barcelona en octubre de 2016. Ahora se despide para siempre, con ocho funciones (entre el 12 y el 22 de mayo) en la Sala Russafa, como parte de la programación del festival València Negra.
La obra recrea el nacimiento, crecimiento y ascenso al poder del nazismo a través de la amistad de un matrimonio, formado por un profesor de fotografía y una directora de cine, con un exitoso actor judío. Los que fueran inseparables compañeros tendrán que atravesar un periodo en que la sociedad se transforma y los transforma, con el auge de políticas populistas y discriminatorias, la pérdida de derechos individuales y el incremento de la confrontación social.
Un montaje de Arden Producciones que dice adiós estando, tristemente, más vigente que cuando se estrenó. «Esa es la gran paradoja que tiene esta obra», explica Chema Cardeña, autor del texto y director. «Cuando la escribí lo hice para mirar al pasado para no volver a repetirlo. Y resulta que en seis años ha sido terrible porque hemos involucionado de tal manera que hay frases de la obra que se podrían escuchar actualmente en la televisión o por la calle».
Cardeña comparte escenario con Juan Carlos Garés e Iria Márquez. Con los tres hemos querido saber cómo se vive el momento de despedir una obra con la que han convivido a lo largo de seis años.
¿Por qué decidís que ya ha llegado el final de Shakespeare en Berlín?
Chema: Despedir una obra nunca es agradable. Una obra es parte de tu vida. Y el teatro es lo que tiene, es efímero como la vida, y las obras no suelen durar tanto. En realidad, el motivo viene casi más por cuestiones de infraestructuras y teatrales, que de la obra en sí. Una obra se puede mantener en cartel cuando, digamos, tienes una gira continuada. Aquí, después de seis años, llega un momento en el que las funciones son más espaciadas. Y cuesta más mantener una obra como Shakespeare en Berlín, que tiene una intensidad emocional bastante compleja, que no es una obra sencilla de representar y que te exige estar constantemente como un atleta en forma para representarla, cuesta más remontar cada función y darla al 100%. Y por otro lado, el tiempo pasa para todos. No somos los mismos que cuando iniciamos la función y llega un momento en que tu edad también pesa, creo que ya estamos mayorcitos para determinados momentos de la obra. Hay que ser consciente de ello y no hacer el ridículo delante del público.
¿Qué sensación tenéis al despedir la obra? ¿De duelo?
Juan Carlos: Creo que la respuesta a esa pregunta es como muy personal, cada uno seguramente vamos a sentir algo con matices diferentes. En mi caso, las vivencias han sido muy fuertes, hemos visitado más de 120 ciudades. Son muchos momentos, muchos encuentros con el público al acabar la función. Son tres personajes que van a dejar huella en nuestro currículum de intérpretes. Me da muchísima lástima no volver a enfrentarme a Leo y a Elsa, que son los otros dos personajes, no volverlos a encontrar nunca en escena. Pero es como cuando eres padre y los hijos ya se hacen mayores, se casan y se van de casa o a la universidad. Tienes que aceptarlo, la obra se tiene que ir y lo que queda son los recuerdos y las vivencias que has tenido con ella.
Chema: Hace mucho tiempo, cuando empecé a hacer teatro, entendí perfectamente que el teatro funciona como la vida, como he dicho antes. El teatro no tiene ni pasado ni futuro, es lo presente, el día a día. Creo que la obra ha cumplido su misión. A raíz de Shakespeare en Berlín, han nacido muchísimas obras con una temática muy parecida, estamos muy contentos de haber servido un poquito de inspiración a determinados autores, creadores, compañías. A la obra hay que despedirla con alegría y quedándote con lo bueno que te ha dado, que ha sido mucho, recordarla como lo hacemos con otras obras entrañables como La puta enamorada o El idiota en Versalles. Como padre de las criaturas, aprendí muy pronto lo que dice Juan Carlos de que los niños tienen que volar y hacer su vida.
Iria: Despedir Shakespeare en Berlín me produce una mezcla de tristeza y alegría. Es como cuando organizamos una fiesta para despedir a alguien a quien queremos con toda nuestra alma. Tienes la tremenda ilusión de compartir ese último momento y la amargura de saber que ya no se va a repetir. Tal vez «duelo» sea una palabra demasiado dura. Por mi parte voy a disfrutar de las últimas representaciones y después, tener la satisfacción de haber podido contar a la gente una historia bien bonita y necesaria durante años. Es un sentimiento reconfortante. Nos tenemos que quedar con los momentos compartidos, y con lo que han podido transformarnos. Ese es el poder que tiene el teatro.
¿Cómo recordáis el día del estreno?
Chema: Lo recuerdo perfectamente. Puedo recordar hasta el camerino de cabo a rabo o el momento de salir a escena. Estrenamos fuera, en Barcelona, y eso, quieras o no, te provoca cierta indefensión. No tenía ni idea de cómo iba a recibir el público la función. Es una obra que me costó casi 20 años escribirla porque la tenía en mi mente, pero no me atrevía porque me daba mucho respeto el tema. Ese mismo respeto es el que hacía preguntarme si aquello iba a interesar al público o solamente era una fijación mía. Una vez en escena, nos dimos cuenta enseguida de que fluía muy bien. Recuerdo a los tres muy energéticos, muy eléctricos, muy metidos en la función. Y muy contentos cuando vimos la reacción de la gente.
Juan Carlos: Tan contentos como como sorprendidos.
Chema: Sí, claro. A partir de ahí, la verdad, es que hacer Shakespeare en Berlín ha sido siempre como un cheque en blanco. Ya sabíamos de sobra que por muy mal que pudiera ir la función, por muy mala tarde que tuviéramos, la reacción del público iba a ser muy entrañable, muy querida.
Iria: A los estrenos en general llegamos con muchos nervios. A todos. Y este no fue menos. Pero creo que todo el equipo sentíamos la tranquilidad de haber contado lo que queríamos contar de la manera que deseábamos. Estábamos felices. Había mucha complicidad entre nosotros y esa confianza, ayuda a creer en tu proyecto. Teníamos los nervios naturales de querer hacerlo bien, pero no la inseguridad de creer que has errado con la propuesta. Y eso es muy importante.
Si os tuvieráis que quedar con un momento de todo lo vivido estos años con la obra, ¿con cuál sería?
Iria: Me resulta bastante difícil, casi imposible, escoger uno solo. Si pienso en la obra, me vienen imágenes de todas las funciones que hemos hecho y es como si estos seis años hubieran sido «un solo momento» dilatado. Ahora mismo lo siento así. Y hay algo en Shakespeare en Berlín que me parece muy especial porque veía que le interesaba y emocionaba a prácticamente todo el mundo; de distintas edades, distintas ciudades, gustos teatrales…El mensaje de la obra llegaba y unía. Sentía eso al terminar las funciones. Supongo que ese era el mejor momento.
Chema: Son muchos momentos. Representamos la obra el 1 de octubre en Cataluña, nos pilló la declaración de independencia; la hemos hecho en pandemia, las primeras funciones con el público con mascarillas fueron impresionantes; hemos estado en Portugal haciéndola en nuestro idioma, se suponía que la gente, en teoría, no la iba a entender y, al revés, fue maravillosa la respuesta; los Max. O el estreno en Barcelona con algunos hijos de descendientes de judíos del Holocausto.
Juan Carlos: Es de las funciones que más he oído llorar al público, es terrible. En Barcelona hubo un día, de no dejarnos acabar la función y empezar a aplaudir antes de tiempo, porque el final de la función, en ese momento, el público se lo tomó muy a pecho y estaban muy por la labor. Algo así te deja clavado en el escenario.
Chema: También la presencia en las butacas de público alemán. Fue realmente impresionante en el aplauso, verlos con esa sensación de estar satisfechos, pero al mismo tiempo muy dolidos y, si me apuras, hasta avergonzados de lo que se estaba contando. O unos espectadores noruegos que vinieron a felicitarnos y nos hablaron de sus padres y abuelos durante la ocupación nazi en Noruega. Es que Shakespeare en Berlín, como el resto de nuestra Trilogía de la Memoria, toca mucho la fibra, porque no habla de política, habla de la gente y de su reacción frente a la política y de la transformación y la manipulación de la sociedad.
¿Qué relación guardáis con las obras una vez ya se dejan de representar?
Iria: No suelo ser demasiado nostálgica con las obras que dejo de representar, porque pienso que hay que dejar espacio y tiempo para las que aún están por venir. Sin embargo, reconozco que me produce más emoción de la habitual despedir este espectáculo porque ha significado mucho para mí.
Chema: Afrontamos estas últimas funciones con un poco de pena y con sobre todo muchísima emoción. En la vida hubiéramos pensado que, cuando estrenamos hace seis años, íbamos a poder representarla hablando de unas personas anónimas, tres amigos cualquiera de cualquier ciudad que están obligados a vivir una guerra. Y ahora representar estas funciones cuando vemos a diario en las televisiones estas imágenes terroríficas de gente que está sufriendo los bombardeos rusos, se te remueve todo por dentro, nunca habíamos pensado que realmente esta función podría vivirse durante una guerra tan cercana como está siendo la de Ucrania.
¿Qué ha significado Shakespeare en Berlín en vuestra trayectoria?
Iria: Mucho. Nunca he tenido la oportunidad de hacer una obra tanto tiempo. Ver cómo va evolucionando un personaje tan interesante y complejo como el de Elsa, al que has dado vida y vas viendo que poco a poco crece y toma forma más allá de tu voluntad…es maravilloso. He crecido mucho con ella. La obra ha supuesto un gran aprendizaje al lado de mis compañeros, Chema Cardeña y Juan Carlos Garés, en el plano profesional y en el personal. Hemos pasado tanto tiempo juntos en Berlín… No lo sé. Me quedo con una sensación de infinita gratitud y cariño eterno.
Juan Carlos: Shakespeare en Berlín es parte no solo de la historia de Arden, sino de lo que somos ahora. Con ella fue como abrir otra etapa nueva en la compañía. Y, como actores, ha sido un aprendizaje continuo.