La taberna fantástica, de Alfonso Sastre, fue la obra que, dirigida por Gerardo Malla, catapultó a Rafael Álvarez, «El Brujo» en 1985. Incluso TVE emitió una de sus representaciones y años después se adaptó al cine. En la revista Cambio 16, Paco Rabal decía, poco después del estreno, que El Brujo le parecía un actor formidable y que le ponía los pelos de punta; Adolfo Marsillach hablaba de un trabajo excelente; y Julieta Serrano explicaba que «produce mucho placer cuando se toca ese punto en que la vida se pone así, en evidencia, en un escenario, de una manera tan creíble».

Pero toda esa ola triunfante tuvo una cara b que el actor sufrió en silencio. «Después de esto paradójicamente no me sentía feliz, sino abatido y con una sensación de vacío y hastío verdaderamente alarmante. Ya lo tienes, me dije, era esto, y ahora ¿qué?»,  confesaba el actor años después. La solución la encontró en un libro de Paramahamsa Yogananda. «La historia era entrañable, humana, sencilla y de gran belleza. Jamás me olvidé de este libro. Dejó una semilla».

Esa semilla acompañó a El Brujo en su vida durante los siguientes años, ayudándole tanto en los buenos como en los malos momentos, hasta que Yogananda volvió a cruzarse en su camino. Una amiga le regaló otro libro suyo y leyéndolo, «una inspiración interior me puso en movimiento». El resultado fue la obra Autobiografía de un yogui, en la que repasaba la vida del que fuera gurú del yoga en el mundo occidental, con algunos apuntes de la suya propia.

Después llegó su mirada sobre la tragedia griega (Esquilo, Nacimiento y muerta de la tragedia), su homenaje al Siglo de Oro de Cervantes, Quevedo, Teresa de Jesús… (Dos tablas y una pasión) y la pandemia, que frenó su saludable ritmo de estreno anual, pero no de escritura. Lejos de estar parado, durante el confinamiento fijó su mirada en Valle Inclán y nació El alma de Valle Inclán (La Rambleta, del 28 al 30 de abril).

Cuenta El Brujo que «Ramón del Valle Inclán era muy consciente de que sus textos tenían una gran dificultad para ser representados y llevarlos a escena. Sin embargo, escribe con una estructura geométrica, circular y con una precisión maravillosa, con acotaciones sintéticas y con una gran fuerza poética». Ese fue el punto de anclaje sobre el que construyó este recorrido por la obra del gran literato español que fue su refugio «durante el confinamiento, aliviando mi melancolía y curándome de las drásticas circunstancias que estábamos viviendo».

“Me inspiró este hombre singular y de vida vibrante”, confiesa Álvarez, «viví con él la luminosa redención que confiere siempre a sus personajes. Y trabajé con el misterio sencillo de sus acotaciones en Divinas Palabras. Ellas han sido para mí las palabras de aquellos ciegos que contaban historias señalando en un puntero las imágenes de un telón”, explica. Ahora es él quien las narra desde encima del escenario.