Isabel Requena.

No, este no es otro libro de memorias con nací en, crecí en, descubrí mi vocación cuando o debuté en. No. A Isabel Requena le sobran las plantillas para contarnos su vida. «¿Qué pasa con tu carrera? ¿No la recuerdas?», se pregunta casi al final ante la personalísima opción biográfica adoptada. «Las obras, los personajes. Sí. No sé. Son datos. Pertenecen a la memoria, está en la cabeza. Me divierto más con lo que viene de abajo», se contesta ella misma.

Material fungible (volumen 103 de la colección Memoria de la Escena Española, publicada por la Fundación AISGE) es un libro que hay que leer, por lo bien escrito que está, por lo que cuenta, por cómo lo cuenta, porque con la envidiable destreza del que parece que pasaba por allí radiografía con precisión las artes escénicas (y por extensión, la cultura) valencianas.

El peor enemigo de unas memorias es una mala digestión de la nostalgia o un salto cuya única red sea la melancolía. Isabel Requena se sirve un Campari y se ríe en la cara de ambas. A veces incluso en la suya propia. Porque ni siquiera reclama reconocimiento alguno, no necesita esa atención casi infantil que algunos parecen suplicar. Si eso, que Vinícius de Moraes brinde con ella. Las páginas del libro no piden likes, solo que las leamos.

El hilo narrativo luce orgulloso cierto anarquismo (se recogen, incluso, fragmentos en tiempo real sobre la preparación del libro), pero sin que por ello se escatimen los momentos importantes en la vida de la autora. Esa primera salida al extranjero (al Festival de Badajoz) o la gira por Andalucía, evocadas en los pequeños detalles, que proyectan en el lector la sensación de haber estado (o estar entonces) allí. O la aventura de llevar el teatro a la cárcel. O todo lo sufrido frente a las prácticas mafiosas en el mundo del doblaje. O aquella primera obra del renacido Micalet. O esa tronchante aventura que vivió a solas en el Escalante.

No quiere Isabel Requena que su libro sea un frío inventario de anécdotas o vivencias que se acumulan como las piezas en una cadena de montaje. «Recordar es volver a pasar las cosas por el corazón», escribe. Y por eso no amputa ni los más dolorosos (el aborto, la violación, la pobreza que le trajo la crisis). Material fungible también funciona como un manual oficioso para aquellos que quieran dedicar (o dedican) su vida a las artes escénicas, con grandes momentos como el consejo que recibió cuando volvió a València, preguntó qué podía hacer para volver a trabajar en el mundo del teatro y le dijeron que saliera a tomar copas, por la noche, en el Negrito o el Claca. O ese maravilloso capítulo en el que desnuda los rituales de los actores y su particular relación con los objetos que les acompañan en escena.

Pero si hay unos episodios que reclaman que se alce el telón y les enfoque una luz directa son los dedicados a aquellos que ya no están. Mati Sancho, Pepa Bermejo, Miquel Alamar, Paco Castelló Almenar, Josep Vicent Marqués, Carles Pons, Anabel Sol, Manolo Melero, Germán Montaner, Ramón Batalla, Juan Cruz, Enric García, Montse Anfruns y Jaime Carballo. Son textos de palabras justas, insustituibles, de una escritura elegante, pulida, cariñosa y emotiva, que permite cincelar unos perfiles reconocibles hasta para los que no les llegamos a conocer.

Requena avisa casi al principio, en la página trece, que ella «no confiaría mucho en el valor documental de las memorias de alguien que no recuerda haber nacido, ve dos lunas, hace cinco viajes para comprar un litro de leche, olvida por qué era tan feliz y esconde lo que piensa». Pero como ella cuenta solo una después, en la catorce, hay que hacerle caso a su abuela, que le enseñó que «solo ocurre lo imposible».