Que la televisión es nutritiva no hacía falta que lo cantaran Aviador Dro. El actor Secun de la Rosa (Toni Colmenero en «Aída») es uno de los muchos ejemplos que lo confirman. Todo el mundo lo conoce. Es más, lo sienten como a ese hermano al que hace tiempo que no ven y se alegran enormemente de reecontrar. El pudor convierte las ganas de abrazarlo en la petición de una foto. Entrevistarle junto a una cristalera que da a la calle, se puede convertir en un deporte de riesgo, en la modalidad «Quiero un selfie contigo». Cada interrupción es amablemente pospuesta por él. Se agradece su respeto al trabajo periodístico.
Pide un café con leche. Estamos en Muez, una cafetería librería cerca del Mercado Central. Entrar en la parte trasera del local es como hacer un viaje en el tiempo. La excusa del cuarto de baño es el pasaporte a una aventura casi arqueológica. Pero esa es otra historia para otro día. Rodeados de revistas y libros gastronómicos evoca el restaurante que tenían sus padres. «Mi madre se puso mala y tuvo que trasladarse a un entorno rural por consejo médico. Dejaron la ciudad, cerrando el restaurante y se marcharon a Cañicosa, en Segovia. Un fin de semana fuimos a visitarla y nos encontramos con que había montado unas mesas y estaba sirviendo comidas. En lugar de descansar, seguía trabajando. Muy típico de aquella generación. Ahora regentan un restaurante allí».
Los recuerdos del actor irán salpicando la conversación. Indirectamente de ellos, nace «El Disco de Cristal«, «yo quería hablar de esa Barcelona charnega de los 70 en la que crecí», pero sobre todo de un encargo de su amigo Alberto San Juan. «Alberto está llevando El Teatro del Barrio y me propuso que escribiera algo sencillo para representarlo allí un jueves. Quería dinamizar ese día de la semana ofreciendo montajes diferentes. Tuvo muy buena acogida y me pidió que prolongáramos más semanas la representación. Yo fui añadiendo cosas, más duración, música en directo, un monólogo final (risas) y creció tanto que acabó en el Teatro Lara».
Suyo es el texto, la dirección y el papel protagonista. Tommy Tomás, un cantante melódico venido a menos que sobrevive con bolos malpagados y al que acompañan sus dos hijos en el escenario. De la Rosa anda algo resfriado, pero no pone pega alguna a nuestras peticiones. Cercano, humilde, desprende ese halo de trabajador incansable al que nadie le ha regalado nada. Heredero directo de esa generación de actores (lo de secundarios o de reparto es una simple casualidad circunstancial) que han escrito páginas brillantes en nuestro cine y que va apagándose, pidiendo a gritos un relevo.
La sombra de Tennessee Williams es alargada y las similitudes con «El zoo de cristal» están ahí, desde el guiño en el título hasta una mención que hacen al principio de la obra. Que sean tres protagonistas, la relación paterno-filial, ciertas similitudes de cada personaje,… «incluso esa costumbre que se repite en las obras de Williams de que la solución a los problemas siempre viene de fuera. En nuestro caso ese personaje externo es el propio público que asiste como tal al bolo que les ha salido a Tommy Tomás y sus hijos». Sin embargo, todas esas coincidencias actúan más como punto de partida que como línea a seguir.
De la Rosa quiere retratar a esa generación que en los 70 y en los 80 tuvieron algún protagonismo efímero y desaparecieron. Algunos regresaron a sus lugares de origen, otros murieron y hubo quienes sobreviven, como pueden, aferrados a su supuesto arte. «En la Barcelona de los años setenta coincidieron muchas cosas: el anarquismo, las vedettes que reinaban en las pequeñas salas en las que actuaban, estaba Ocaña,… Para la obra he tenido que documentarme y ha sido un proceso muy interesante y a la vez muy divertido». Los llamados cantantes melódicos son los que se llevan la palma. ¿Qué fue de ellos? «De muchos ya no se supo nada. Como a Tommy Tomás les faltaban herramientas a las que asirse. Grababan un disco y ya se consideraban cantantes. No escribían sus letras. No había un componente ideológico en lo que hacían, como podía pasar en los cantautores que sí han sabido mantenerse».
Mientras apura el café, De la Rosa sonríe ante la propuesta de rescatar del olvido (en la mejor tradición taratiniana) a algún artista español que pudiera encarnar a su protagonista en una hipotética versión cinematográfica. «Ahora que Alex de la Iglesia va a rodar con Raphael habría que ver cómo queda la cosa. Sería una buena opción. O Camilo Sesto, aunque no sé yo si a estas alturas estaría dispuesto a que se le vieran las costuras«. Se queda pensativo, como si rebobinara en su cabeza todas las películas y series que ha visto, buscando ese actor a rescatar. «Paco Algora, Mario Pardo,…». Y se queda suspendido en un silencio que describe con tremenda realidad la dureza de una profesión capaz de mostrar su mejor cara, pero también la indiferencia y el olvido.
Secun de la Rosa nunca ha sido carne de casting y por eso cuando tiene que elegir reparto para alguno de sus montajes también los evita. Tanto Xavi Melero como Ana Hurtado, los dos actores con los que comparte escenario, no tuvieron que pasar ninguna prueba de selección. «A Xavi lo conocí, precisamente, en el casting de «Hoy no me puedo levantar». Yo era director de actores del musical. Cuando vi su prueba le felicité porque pensaba que había conseguido el papel. Me dijo que no se lo habían dado y yo le prometí que cuando hiciera algo contaría con él. Tiempo después me confesó que nunca se lo creyó, que creía que yo lo decía por quedar bien. Y a Ana la conocí en una lectura dramatizada en la que participé. Teníamos una amiga en común y enseguida supe que era la actriz que buscaba. Es muy graciosa y congeniamos a la primera».
«A quien me gustaría darle un papel dramático es a Teresa Rabal». No es consciente, pero dispara titulares en casi todas sus frases. Y no deja nada sin explicar, aunque inmediatamente pide innecesarias disculpas por lo que él llama «sus historias». Karina toma el relevo. Luego Rocío Dúrcal y cómo hubiera cambiado su carrera si su representante, Luis Sanz, le hubiera dejado actuar en «Tristana», de Luis Buñuel. Eva Nasarre y sus años desaparecidos y la exParchís, Yolanda Ventura que triunfa rodando culebrones en México, se suman a la conversación.
Cada vez que alguien entra en Muez cambia el semblante al descubrir a nuestro contertulio. Esbozan una tímida sonrisa, un «te he reconocido» o «sé quien eres» con el que se ha acostumbrado a vivir. La «culpa» es de la televisión. Poco importa que De la Rosa antes y después de «Aída» ya hubiera trabajado en todos los medios, papeles dramáticos incluidos. La gente sigue reconociéndole por su papel de Toni Colmenero. «Y eso que ya ha pasado algo de tiempo. Ahora me tienen en «Amar es para siempre», pero no es lo mismo. El de Toni fue un personaje que caló entre la audiencia. Se trataba de un gay que parecía que se había comido a otro gay. Muy exagerado, pero quería alejarme de los estereótipos antipáticos y excesivamente sarcásticos que suelen salir. En general, todos los personajes de «Aída» son así. Si hubieran querido vender la serie diciendo que cuenta la vida de una mujer alcohólica, con un hijo yonky, una vecina prostituta y un amigo fascista, seguramente no la hubieran comprado (risas)».
La vis cómica ni se compra ni se alquila. Se tiene o no se tiene. Y Secun de la Rosa es de los primeros, como ya demostró en «Días de fútbol» o «No controles», cintas que recuerdan ese aire coral que tan buenos momentos ha dado al cine clásico español. «Me hace mucha gracia, por decirlo de alguna manera suave, que hay gente que se cree que no me cuesta nada mi trabajo. Hay quien me decía que yo era igual que el Gonzalito de «Días de fútbol», cuando yo no sabía nada de fútbol antes de la película. Tuve que ponerme al día en unas semanas. O con Toni Colmenero. ¿Cómo voy a ser así? Incluso con Tommy Tomás hay quien me lo ha dejado caer (risas). No hay por donde cogerlo. Si para empezar yo no tengo dos hijos». Precisamente, ahora como Tommy Tomás sigue ahondando en ese camino del humor, en el que, sin embargo, no todo el monte son carcajadas. Como la vida misma, sin ir más lejos. Que gire, pues, el disco de cristal.
Agradecimientos: Muez.