1939, València. Sótanos de las Torres de Serranos. Un teniente franquista interroga a una conservadora de arte. Ha terminado la Guerra Civil y no aparece un cuadro que pertenece a la colección del Museo de El Prado, que se intentó resguardar allí del conflicto bélico.
2009, un pueblo de los alrededores de València. Acaba de ponerse en marcha en marcha la Ley de Memoria Histórica. Una activista se reúne con un alcalde conservador para intentar activar unas exhumaciones.
Son las dos líneas argumentales de La invasión de los bárbaros (Sala Russafa, hasta el 8 de marzo), que avanzan en paralelo. “A pesar de que los personajes y la trama son ficticios, no hay nada en la obra que no haya pasado. Como solemos hacer en las propuestas de Arden, partimos de un hecho real para crear situaciones verosímiles. Y en esta obra resulta impresionante ver cómo hay diálogos que se repiten en 1939 y en 2009, porque algunos de los argumentos que se utilizaban entonces siguen usándose hoy día”, explica Chema Cardeña, autor, director y uno de los intérpretes de la obra. Y, también, quien responde nuestras preguntas.
¿Qué es La invasión de los bárbaros?
Es una obra que surge de mi necesidad de recordar, de no olvidar nunca el pasado, para poder entender y aceptar el presente. Siempre he tratado de rememorar, con la intención de aprender y saber de dónde venimos y hacia dónde podemos llegar. La necesidad de hacer justicia con aquellos que un día sufrieron la indefensión en nuestro país.
La obra transcurre, paralelamente, en 1939 y 2019. ¿Qué te ha permitido creativamente hablando esa opción? ¿Por qué ese «desdoblamiento»? ¿Hay algo que no se cerró bien entonces y que aún perdura en nuestrso días?
Ese paralelismo nos permite comprobar el paso del tiempo y, sobre todo, las consecuencias de unos hechos que, desde luego, no se han tratado con la normalidad con la que lo han hecho otros países que han tenido experiencias similares. Descubrimos demasiadas similitudes, pese a haber pasado 70 años. Nos permite observar cómo los mismos planteamientos se puede establecer sin importar el paso del tiempo, la evolución del pensamiento y de la sociedad, algo que permite que nos llevemos muchas sorpresas. Y por supuesto, no se ha cerrado absolutamente nada. Quedan demasiadas heridas abiertas y lo peor es que todos lo sabemos, pero no hemos hecho nada al respecto.
¿Es la memoria histórica una asignatura pendiente de este país?
Sin duda lo es. No hemos sabido gestionar nuestro pasado. No hemos sabido sentarnos a hablar y a aceptar los hechos con calma y con madurez. Esto nos ha llevado a enfrentamientos absurdos, que no son nada propios de una sociedad democrática y avanzada. Tenemos que aceptar nuestro pasado, asumirlo, reconocer los errores de todos y enmendar las ofensas y las injusticias.
¿Y del teatro?
El teatro siempre ha estado marcando el paso a la sociedad. Y ahora hay que hacerlo más que nunca, si queremos llegar a esa normalidad. Creo que la obligación de un creador es comprometerse con su tiempo. El teatro es cultura, no ocio. Debemos mostrar a la sociedad la verdad, o al menos nuestra verdad y nuestro punto de vista. Pero hay que mojarse y, como decía Shakespeare, poner un espejo ante los ojos del espectador para que pueda reflejar sus inquietudes en él.
Te subes al escenario con Juan Carlos Garés, Iria Márquez y Rosa López, a los que conoces muy bien. ¿Qué crees que aporta cada uno a la obra más allá de sus personajes?
Pues creo que lo mejor de cada uno. Son tres grandes actores y actrices. Y, al mismo tiempo, tres grandes personas, muy conscientes de su realidad y comprometidos con el mundo, con la sociedad que les rodea. Ellos han trabajado sabiendo que esta obra no sólo es una obra más, sino que es una pieza que trasciende más allá de lo teatral. Y lo han demostrado con su trabajo, con su esfuerzo. Han conseguido hacer grandes interpretaciones, que no es nada fácil, sobre todo para Juan Carlos y para mí porque tenemos que interpretar a dos personajes diametralmente opuestos a nuestra realidad. Rosa e Iria, han estado estupendas en papeles muy intensos y comprometidos. Además, han enriquecido con sus aportaciones el propio texto.
¿Cómo se llevan entre sí el Chema Cardeña autor, el Chema Cardeña director y el Chema Cardeña actor de La invasión de los bárbaros?
Se soportan, aunque no es fácil. El Chema autor se pelea con el director y el actor espera a que se pongan de acuerdo. Pero, al final, llegamos a un entente y pensamos siempre en un único objetivo común: sacar adelante un espectáculo, que sea honesto con uno, hábil con el otro y eficiente con el último. Aunque, he de admitir que los años juegan a favor y con el tiempo se hace mucho más fácil, reconozco que a veces resulta agotador.
La obra estará prácticamente un mes en cartelera. ¿Qué supone eso para el montaje, más allá de la tranquilidad laboral de los profesionales que participan en ella?
Sobre todo poder llegar a más gente en la misma ciudad, que además es la nuestra. Te permite hacer crecer la función en cada representación, hacerla más madura y más completa. Se va mejorando cada noche y eso los actores lo agradecemos mucho. Va en beneficio de la pieza y, como decía, permite que mucha más gente pueda disfrutarla. Para mí, como creador, eso es un lujo. También la reacción de ese público ayuda a construir, en cierta medida, la obra.