Cuenta Desirée Belmonte, en la web de su compañía Teatro de La Catrina, que empezó a hacer teatro cuando tenía ocho años en la asociación de vecinos de su barrio. Y lo que puede parecer un simple dato biográfico, incluso anécdótico, se revela como el andamiaje de su trayectoria profesional, donde la pasión escénica y el interés por rodearse de realidades sociales que palpar caminan juntas.
Ahí podría encuadrase La Onironauta (Sala Ultramar, del 17 al 20 de diciembre), pero también Hara u Homenaje a una desconocida, (con la que fue finalista a los MAX por la autoría compartida con Cristina Correa), otros montajes suyos anteriores. Para La Onironauta viajó durante «diez meses por Latinoamérica en busca de comunidades indígenas relacionadas con el mundo onírico«. El objetivo, más allá de lo enriquecedor de la experiencia, era después crear una obra. Y lo consiguió por partida triple: Oníria, una conferencia teatralizada sobre sueños, tratados desde un unto de vista más científico, Diálogos entre sueños y peces, una instalación relacionada con el viaje de La Onironauta y La Onironauta.
En septiembre de 2012 emprendiste un viaje por Latinoamérica en busca de comunidades indígenas que se dedicaran a la interpretación de sueños con el objetivo de crear La Onironauta.
Recuerdo exactamente el momento en el que me vino la idea. Era una mañana en la que estaba yo en San Pedro, una cala de Almería en la que he vivido a temporadas. Hacía unos meses que había vuelto de Perú, a regañadientes, porque me quedé con muchas ganas de seguir viajando. En aquel momento había ido la cala con mi equipo de Hara, a rodar unas escenas para la obra. Esa mañana, después de escribir en mi diario sobre lo mucho que extrañaba Latinoamérica, me vino como un “flash”: el día en que cumpliera 40 años, dos años después, me iría de viaje por Latinoamérica y me quedaría, al menos, 12 meses. Son esas ideas locas que cuando las piensas te recorre por el cuerpo un gustillo excitante porque sabes que lo que has pensado lo vas a hacer. Y así fue, el 8 de septiembre del 2012, estaba agarrando un avión rumbo a Ecuador. Sólo con billete de ida.
Durante esos dos años previos, había aumentado mi interés por el mundo de los sueños, un interés que venía de lejos. Y a mi deseo impetuoso de volver a Latinoamérica, le sumé la excusa de enfocar ese viaje en encontrar comunidades indígenas relacionadas estrechamente con el mundo onírico para crear La Onironauta.
Tres años antes, habías hecho algo parecido viajando a Perú que acabó fructificando en Hara. ¿Existiría La Onironauta sin Hara? ¿Sería la misma?
No, en absoluto, La Onironauta fue una consecuencia de Hara. Gracias al viaje que hice a Perú en el 2009, descubrí el Teatro Documental Autobiográfico y nació Hara, y el viaje por Latinoamérica del 2012, además de por los motivos que comentaba antes, lo hice con toda la intención de que se convirtiera en el eje central de La Onironauta, mi segundo espectáculo de Teatro Documental Autobiográfico. Pero hubo una diferencia muy potente entre un viaje y otro, y es que el viaje de Hará lo hice sin una ruta preestablecida, fui improvisando sobre la marcha, y cuando viajas de esa manera por Latinoamérica, dejándote llevar por tu intuición, parece que todo se conjuga a tu favor. Para el viaje de La Onironauta sí que me marqué una ruta inicial que me empeñé muchísimo en seguir, y eso hizo que el viaje fuera más incómodo, porque me obligué a pasar por lugares a los que nunca hubiera ido si no hubiera sido para llegar a las comunidades indígenas que me había propuesto conocer. El hecho de ir con un itinerario tan marcado impregnó de profesionalidad al proyecto de investigación, pero le quitó espontaneidad a mi viaje personal.
El de La Onironauta fue un viaje cargado de expectativas y por consecuencia, de decepciones. Y de ahí nació una obra que está muy lejos de ser lo que yo esperaba, pero que, una vez hice las paces con mi decepción y me encomendé a la honestidad, encontré su esencia. Con La Onironauta, la vida me demostró una vez más, que la realidad le extiende la alfombra roja a la imaginación.
Digamos que, si Hara y La Onironauta fueran dos hermanas, Hara sería la hermana salvaje y La Onironauta sería la hermana mayor protectora que quiere tenerlo todo controlado.
¿Cómo llevaste a cabo la fase de preproducción de La Onironauta, lo relativo a antes de empezar el viaje, mucha documentación, ya tenías contactos, fuiste un poco a la aventura?
Bueno, si le preguntaras a mi madre, te diría que fui a la aventura total, pero lo cierto es que, durante casi un año, estuve documentándome acerca de comunidades indígenas de Latinoamérica que trabajaban con la interpretación de sueños. Encontré trabajos de algunos antropólogos que habían estado en contacto con algunas de esas comunidades, pero no llegué a contactar con ninguna. Simplemente me marqué una ruta, desde Ecuador hasta México, con los lugares que había leído que tenían un vínculo especial con el mundo onírico, y desde ahí arranqué.
Por otro lado, ¿cómo fue volcar toda la información acumulada en la obra? ¿Cómo recuerdas ese proceso creativo que se intuye que sería un trabajo arduo?
Intuyes bien. Cuando llegué a España tenía cientos de documentos. Imagínate, un año de grabaciones casi a diario. Y no sólo vídeos, también audios, yo viajo siempre con una grabadora de voz, me encanta grabarlo todo, las voces de la gente en los mercados, en la calle, en el bus, conversaciones cotidianas en los taxis compartidos… allí es todo tan distinto, que cualquier documento es súper valioso, encima iba todo el día con la antena puesta, llega un momento que te cuesta hacer separación entre tu vida personal y el proyecto de investigación, la frontera entre el documento y lo personal desaparece. Y además estaban mis diarios de viaje y de sueños, que escribo cada día y que forman parte del material autobiográfico.
Es un poco locura lo de registrarlo todo, pero por otra parte tiene un lado muy bueno, y es que te hace sentir el valor de cada paso que das en tu objetivo de investigación, y además te da la libertad de poder contar luego la historia de la manera que quieras. Cuando empiezo un trabajo de investigación para crear una obra, no sé realmente cuál es la historia que finalmente voy a contar, porque el cómo va afectándome personalmente el viaje de la investigación, tiene tanta importancia como lo investigado. Y eso “me pone” muchísimo, porque la realidad supera siempre todas mis expectativas.
Hay documentos a los que tienes mucho apego, que crees que van a entrar seguro dentro de la obra, pero que has de sacrificar porque al final es la historia la que manda y demanda lo que necesita. Los documentos han de estar al servicio de la historia.
En el caso de La Onironauta, lo que más me desencajó, fue el tomar la decisión de incluir a mi madre en la historia. A la vuelta de mi viaje, vi que mi madre había tenido un papel tan importante en mi recorrido personal, que era deshonesto dejar de incluirla. Pero al principio me resistí, porque eso suponía tener que hacer grabaciones con ella a posteriori. Con todos los vídeos que me traje de allí, me parecía una locura ponerme a grabar vídeos extras, pero al final lo hice. Y es de las decisiones que más contenta estoy de haber tomado. Los Skypes con mi madre le dan a la obra una veracidad imprescindible en lo que se refiere a la parte autobiográfica. Maribel e Isaac me apoyaron mucho con esta decisión.
Siendo un proyecto tan personal (el viaje lo hiciste sola), ¿qué papel han jugado Isaac Torres y Maribel Bravo tanto en la creación como sobre el escenario donde también hay veces que Cristina Correa sustituye a Maribel?
Sí, el viaje lo hice sola, el viajar sola formaba parte del proyecto creativo y vital de La Onironauta. Pero la participación de Isaac y Maribel fue determinante. Fue un proceso de creación muy íntimo, no me imagino ese proceso con otras dos personas. Por un lado, porque los tres éramos amigos, no del alma, pero si nos conocíamos bastante, y por otro lado a los dos les interesaba Latinoamérica y su cosmología, el mundo de los sueños y mi manera de crear…tenían curiosidad y eso hizo que todo fuera muy fácil a la hora de impregnarse y de empatizar con el viaje de La Onironauta.
Primero hicimos un retiro en el monte, al que se sumó Joan Mei, el chico que se encargó de crear el espacio sonoro, en el que les estuve compartiendo las experiencias que más me habían marcado y los documentos que yo pensaba que podían ser valiosos para ellos, para que tuvieran material de sobra a la hora de ponerse a crear. Los tres me preguntaban cosas que a veces ni yo misma me había planteado, y eso fue muy bueno porque acabamos retroalimentándonos. Y cuando sentimos que estábamos preparados, empezamos con el proceso de creación.
En cuanto al trabajo de Isaac y Maribel sobre el escenario, yo no quería que ellos fueran simples reproductores de mis historias, la propuesta que les hice fue que, además de interpretar a los distintos personajes de mi viaje, fueran los manipuladores del subconsciente de La Onironauta a través de las luces, los vídeos y el sonido que ellos mismos lanzan. Además, también cantan canciones indígenas y tocan algunos instrumentos. Hacen un montón de cosas en escena, es muy meticulosa su labor, porque requiere mucha presencia y a la vez mucha contención. Estoy muy satisfecha con lo que hemos creado, no me puedo imaginar mejores compañeros de viaje para la obra.
Ahora, para las actuaciones de la Ultramar, estarán Isaac y Cristina Correa. Cris ha hecho muy buen trabajo, pese a que sustituir siempre es un poco desagradecido porque deja poco espacio a nuevas propuestas, pero ha hecho un trabajo muy chulo con los acentos.
¿Cómo interactúa el componente audiovisual del montaje con la parte escénica?
La parte audiovisual es imprescindible dentro de la escena. Por un lado, están las entrevistas que realicé a personas de las distintas comunidades indígenas que fui recorriendo, en las que hablan sobre su relación con los sueños, que era el objetivo principal de mi trabajo de investigación.
Por otro lado, están los Skypes. Esta parte documental audiovisual, aunque está basada en los Skypes reales que hacía con mi madre durante el viaje, se podría decir que es el punto más ficticio de la obra, ya que son grabaciones hechas a posteriori. Se trata de distintos vídeos en los que aparece mi madre, mi madre de verdad, interpretando que habla conmigo desde un ciber en España, mientras yo estoy de viaje. Y yo interactúo con esos vídeos en escena, representando que hago una vídeo conferencia con ella en directo.
Por último, en la antesala del teatro, monto una instalación en la que hay una cama donde la gente se puede tumbar y ver proyectadas en el techo fotos de cada una de las camas en las que dormí durante mi viaje. Y también hay una vídeo instalación en la que se emiten vídeos, vídeo-diarios los llamo yo, que grabé desde distintas comunidades indígenas, hablándole a los futuros espectadores de La Onironauta.
¿Qué te aporta el Teatro Documental Autobiográfico que no encuentras en la ficción? Y por otro lado, ¿qué echas de menos de la ficción en el teatro documental autobiográfico?
Pues si te soy sincera, en el Teatro Documental Autobiográfico me paseo a mis anchas por la frontera entre el documento y la ficción. Precisamente ese es mi lenguaje, es el lenguaje de Teatro de La Catrina. Es uno de mis propósitos escénicos diluir esas fronteras entre realidad y ficción.
Siendo una obra nacida de un viaje largo, por varios países, contactando con mucha gente, ¿cómo se relaciona «La onironauta» con todo lo vivido por el covid? ¿A la propia obra le ha afectado en algo (puesta en escena, argumento…) desde la versión que se estrenó?
A la puesta en escena no le ha afectado, ya que no tenemos contacto físico con el público y entre nosotros estamos todo el tiempo a bastante distancia y sin desplazarnos. Donde sí que han afectado las restricciones nacidas del COVID-19, ha sido en la instalación que monto en la antesala. En las funciones de la Ultramar, que son las primeras que vamos a hacer desde que pasó todo esto, no voy a poder exponer la instalación tal y como está concebida, pero estoy pensando en alguna alternativa para no tener que sacrificarla por completo. Algo se nos ocurrirá…en tiempos de escasez, las mentes creativas brillan con más fuerza.