Álvaro Báguena es un referente en la profesión de actor, que se ha prodigado en todos los ámbitos, el teatro (representando obras de clásicos como Voltaire o Ibsen, autores más actuales como Mamet o Spregelburd, y textos de dramaturgos valencianos como Carles Alberola o Paco Zarzoso), el cine (trabajando a las órdenes de Sigfrid Monleón, Ventura Pons, Pau Martínez o Miguel Bardem) y la televisión (su Blai Sanchis en «L’Alqueria Blanca» entre otros papeles). Viajamos con él hasta 1984.
21 de Julio de 1984. «La isla del tesoro».
En 1984 yo era un estudiante de segundo de Arte Dramático, con las ilusiones intactas y la mili hecha. Junto con mis compañeros de promoción Pilar Almería, Aurelio Delgado, Amparo Ferrer Báguena, Angela Castilla, Andrés Navarro y tantos otros, vivíamos y bebíamos la vida con la intensidad que da la inmortalidad de la juventud. También creíamos que aprendíamos tanto y cuanto. Un día alguien me dijo que Rafa Rodriguez (¡qué casualidad!) estaba buscando un actor para hacer una sustitución y que quería hablar conmigo. Sudor frío, palpitaciones, ¡qué responsabilidad!. Rafa acababa de terminar la carrera de Arte Dramático y hacía un año y pico que había creado la compañía de teatro de calle Teatro a trote y representaban la función «La mar se te trague», una versión muy libre de «La isla del tesoro» de Stevenson. El reparto estaba formado, en su mayoría, por compañeros que estaban en tercero y otros que ya habían terminado como el propio Rafa o Pepe Sobradelo, al que entré a sustituir. ¡Madre mía!, iba a compartir furgoneta con los respetados, los responsables, los que sabían de verdad quien era Stanislavski. ¡E incluso Grotowski!. Carles Sanjaime, MªJosé Peris, Lola Moltó, Carlos Gramaje, Hortensia Lozano, Cristina Zaragozá, Joan Raga y el propio Rafa. Joan era compañero mío de promoción y si no recuerdo mal, que seguro que sí, fue el que hizo de enlace con Rafa y el resto de la compañía. Lo bueno del tema era que no tenía que copiar el personaje de Sobradelo sino inventarme uno nuevo. Y así lo hice.
Mi primer personaje. Yo había hecho algunos pinitos en el cole pero éste iba a ser mi primer trabajo profesional. Y COBRANDO, costumbre últimamente en desuso en esta profesión y cuya consecuencia es la amateurización a la carrera de la misma. Sigo, ensayábamos en una nave industrial sin actividad que estaba por la calle Jesús y que me parece que pertenecía a la familia Valls (Edison y Rosángeles). Salíamos de ensayar con picaduras de pulgas y otros animalitos, pero era excitante ver cómo iban tomando forma los cuatro trazos que había escrito sobre el personaje, ese pirata borrachín y bonachón llamado Ron.
Y llegó el gran día. Tengo el honor de decir que mi debut teatral fue ni más ni menos que en la plaza del Obradoiro, con la catedral de Santiago de Compostela como decorado natural ¡Menudo subidón! Yo estaba al borde del infarto, histérico perdido, pero recuerdo que los compañeros me ayudaron muchísimo y creo que cuando faltaban cinco minutos para que acabara la función conseguí relajarme. Compañeros a los que adoraba y a los que adoro. Compañeros que con solo mirarnos nos decimos muchas cosas.
Pues esta fue mi primera vez. Podría extenderme más, pero tampoco quiero parecer el abuelo Cebolleta. Gracias Verlanga por permitirme rememorar una de las épocas más bonitas de mi vida.
Nota para las generaciones más jovenes: buscar en google el significado de las palabras «mili», «teatro de calle» y «abuelo Cebolleta».