Una fiesta escénica. Una comedia sobre la búsqueda de nuestro espacio. Una celebración del amor, del autoamor radical. Buscamos dentro de nuestra singularidad, lo universal. Lo que nos une por encima de las particularidades, las dudas, nuestras vidas, el recuerdo de las abuelas, los hogares, los cuerpos. Así definen desde la compañía Estigma su obra Las Mortero (Teatro Círculo, 11 y 12 de noviembre). Para indagar más sobre esta verbena de la diversidad y del poder bailar en el centro del corro, hablamos con Nieves Pedraza, autora, directora y una de las actrices del montaje.
¿Cómo nació Las Mortero?
Yo siempre ando escribiendo notitas, fantaseando con nuevos montajes. Encontré mis diarios en una caja y me adentré de nuevo en mi adolescencia viendo cómo se conectaba con las adolescencias de ahora. El lenguaje único, la pertenencia, la importancia de la amistad y el dolor de los cambios y de darte cuenta de lo que se va a pedir a tu yo adulto.
El primer impulso fue crear una pieza-puente, con gente conocida, con comodidad, necesaria porque acababa de ser madre y había mucho de vulnerabilidad. Tenía la idea de la reivindicación, que es algo común en las piezas que se hacen en la compañía. Lo de puente es porque Las Mortero me está llevando a otra pieza y quería rodearme de un equipo para ahora alejarme del equipo y estar sola. Así nace Las Mortero.
Cuando intento levantar lo que escribo tiendo a ser disfrutona con el proceso, sabía qué quería decir, quería bailar, cantar, y así, con el cuerpo, va apareciendo la pieza, algo muy intuitivo. Siempre he necesitado tiempo para leer, documentarme, adentrarme en un mundo más intelectual, por así decirlo. Eso sí, tengo una confianza brutal en mi intuición.
¿La comedia, la fiesta, son los mejores formatos para conseguir la complicidad del público y hacerles llegar mejor lo que se les quiere contar?
Es cierto que la alegría es algo con lo que la gente conecta enseguida. Yo la busco incesantemente. La felicidad me parece un concepto más traumático, más exigente. Pero la alegría es algo que me gusta, que manejo bien. La comedia es un calambre, como interprete atraviesas o no la comedia, no tiene piedad, sé que tiene poder, da miedo. Aún sabiendo que se me da bien, que sé oler la comedia, sé que la gente sabe cuando la engañas y si no te entregas, si no la entiendes, si la quemas, la gente lo sabe.
La tierra de cultivo de la comedia es el fracaso, el tropiezo, la tragedia, el dolor y eso es un dispositivo que a mí me sirve mucho. No puedo dejar de hablar del fracaso, pensaba que sí, pero como sigo viendo que nos machacan con esta dictadura del triunfo, pues no puedo dejar de hablar de la caída , de dejarse vencer.
La fiesta es un resorte para el mundo, nos deja abrir esa gran compuerta, todas las personas tenemos un gran material a compartir, y creo que la fiesta saca esa gracia inherente que tienes. Por muy rígida que seas, la fiesta te hace que te rindas, que te relajes. La fiesta es un nacimiento más de todos los que suceden a lo largo de la vida. Yo lo veo en los ojos de la gente, cuando al final de la pieza se suben a bailar con nosotras, ese momento es sagrado.
¿Cuánto hay de subversión y, también, de aceptarse, en Las Mortero?
En Las Mortero hablo de las perdedoras, de las marginadas en un espacio concreto: una clase, un trabajo, una ciudad como la mía, sin abordar aparentemente realidades más fuertemente excluidas, más oprimidas. Pero, finalmente, conecta de alguna manera con todas las luchas. Hablo de por qué no sabemos luchar con 12 años, de que finalmente puede que todas las luchas tengan el mismo origen. El origen de que para que el mal triunfe, no solo es que haya personas malas haciendo daño, sino que haya equidistancia, o sea que las personas buenas no hagan nada. Y partiendo de ahí, activo esa reivindicación del espacio, de la no exigencia hacia las personas, de la mentira de lo hegemónico.
Puede que nos aceptemos tal y como somos, pero no podemos obviar un entorno que no solo no nos acepta, sino que está creado para excluir a gente. La subversión viene cuando yo quiero que toda esa gente ocupe, no solo el espacio que les corresponde, sino que lo celebre, que se haga visible. «Puede ser así o asá, pero en tu casa, no es necesario que lo hagas en público». Pues es justamente donde hay que hacerlo, en público, en el centro. La subversión es alterar el orden social, destruir. Y si este orden social oprime a un sector importante de la sociedad, si solo esta hecho para unos pocos, entonces no.
Firmas la dramaturgia, eres una de las intérpretes y también diriges, ¿qué beneficios e inconvenientes ves a esta multiplicidad?
La dirección y la dramaturgia ha sido cosa mía, pero ha sido imprescindible contar con profesionales para sacar el proyecto a cabo. Iluminación, fotografía, ilustración, escenografía, vídeo, música… Es sumamente importante que empecemos a contar con ese equipo de gente que se dedica a eso y puede hacer que tu proyecto tenga cuerpo.
Yo lo había escrito, así que sabia que podía dirigirlo en soledad. A la hora de interpretar he sentido vértigo, pero es bueno rodearte de gente que confía en ti, tengo buenas amigas en el oficio que no han necesitado ver el proceso para darme apoyo y darme fuerza.
Beneficios, ponerte a prueba, descubrirte. Mi mirada ha evolucionado y a partir de Las Mortero sé que voy a cambiar muchas cosas, voy a regenerar mi entorno.
Inconvenientes, la soledad, tu ego que te juega malas pasadas. Lo normal del oficio, la dureza por la que pasa cualquier actriz que se expone, que abraza toda la inseguridad que habita.
Compartes escenario con Laura López y con Auxi Jiménez.
Con las dos he trabajado en muchas ocasiones. Auxi es colega y compañera de carrera. Eso se nota en la primera escena, donde interpretamos a unas amigas que esperan, que charlan. Si has compartido amistad con alguien como lo hemos hecho Auxi y yo, eso está ahí. Se ve en las miradas y en la forma de entrar en el juego.
Mi evolución al trabajar con gente me ha revelado que hay algo místico en mí, algo que me hace ver el oficio desde algo cósmico, aunque suene marciano. Pero, también, hay algo de saber que no hago nada especial ni extraordinario, que lo que hago es porque me interesa el oficio, porque me interesa lo que hay en la escena. Entonces quiero a alguien así a mi lado, que le importe, que tenga interés.
Una de mis amigas, actriz que ha trabajado muchas veces en la compañía, me dice que le gusta trabajar en la compañía porque ha entendido la poética Pedraza, y eso me parece divertido porque sabe a qué jugamos, sabe el por qué y el para qué. Así es una gozada. Que una actriz confié en ti como directora te lleva a otra dimensión. Eso ha sido mi aprendizaje.
Se puede leer en el dossier de la obra que «este montaje nunca termina del todo». ¿Por qué esa intención de que «nunca termine del todo»?
Yo concibo el teatro así, soy actriz y sé trabajar con el “no cambio”, pero en cierta manera las piezas que yo creo están siempre cambiando, al menos desde donde yo las concibo. Puedo entender que eso sea un hándicap para las actrices y actores con las que trabajo, pero reafirmar qué creo en una escena viva también me sirve para saber con qué tipo de personas trabajar y con cuales no. Necesito acercarme a la pieza desde donde estoy y yo estoy en un cambio constante, como todas. Quizás esta pieza es mas universal, es más desde algo que yo he contemplado en lo que me rodea y lo he pasado por mi filtro, por mi propia crianza en este oficio. Pero a veces la pieza es más personal y tengo que volver a conectarme con quién soy en ese momento y por eso cada día seguramente sea único.
Las Mortero cambia inevitablemente porque habla del rechazo, y después de la función la gente nos habla de su rechazo y yo no puedo obviar esas experiencias, esas intimidades que a veces te cuenta alguien a quien no conoces, pero que se ha sentido conectado con algo que tú has dicho.
La pieza, al final, me aparta de ella misma, deja de ser algo que yo había creado desde mi intimidad y toma formas y reclamos de lo que yo oigo. Si hago teatro que habla de algo social, que a veces yo no he sufrido directamente, debo de estar atenta a los cambios de esa misma sociedad. Hay que ser generosa y estar alerta.
La obra es de 2020, ¿le afectó, de alguna manera, la pandemia a su elaboración?
La creación de Las Mortero se concibe como un proyecto en proceso, que iba a alargar su elaboración en un año o así, residencias, procesos de ensayo… hicimos incluso una muestra del proceso, pero se paralizó obviamente. Eso me llevó a mirar y revisar y a que la obra sufriera cambios decisivos en la dramaturgia. Pero nada importante comparado con el panorama que se nos venía encima, compañeras paradas, sin poder pagar alquileres, sin producir, sin poder conciliar la vida, todo el gremio de la técnica parado. Empujar a instituciones a que conocieran esta situación, dar a conocer la cantidad de gente que trabaja en esto, aunque las intérpretes sean la cara del oficio. Para mí eso fue lo que me marcó. Un sector enorme parado y a veces viniendo de lo precario a sumirse en lo todavía más precario.