Hace ahora un año, la actriz Pilar Martínez y la dramaturga Begoña Tena tenían los nervios y la ilusión propios de un estreno cercano. Lo callado iba a alzar el telón en Carme Teatre. Doce días antes de la fecha, se decretó el estado de alarma. El resto ya es historia. En septiembre, la sala retomó su actividad, con todas las medidas covid, y eligió la obra que no se pudo representar para abrir temporada. Ahora es el Teatre El Musical quien la recupera, precisamente, los días 13 y 14 de marzo.
«Lo callado» nació como un encargo, explica Begoña Tena. «Pilar Martínez se puso en contacto conmigo. No nos conocíamos personalmente. Ella estaba buscando a alguien que le pudiera escribir un texto y le hablaron de mí. Pilar no sabía muy bien lo que quería contar, pero sí tenía muchas ganas de trabajar una pieza de teatro para ella sola, un monólogo. Quedamos, tuvimos varios encuentros. Lo único que me dijo es que quería trabajar una historia de mujeres».
Begoña se puso a escribir. «Pilar me dio total libertad». Poco a poco empezó a plantearse la idea que acabaría siendo la obra definitiva. Tres monólogos, tres personajes femeninos distintos, una sola actriz. «Fue un proceso de varios meses durante los cuales le iba enseñando lo que escribía». Así nacieron las tres mujeres de «Lo callado», «que tienen como hilo conductor de sus historias que todas habitan en la misma casa en momentos temporales diferentes». También, que las tres acaban sacando a la luz secretos que han estado guardando durante años.
Tres mujeres y tres lenguajes. «Como era un encargo tan amplio, me di cuenta de que me salían diferentes voces, con tonos distintos. Una escena que estaba más cercana a la comedia, otra más dramática y otra más abstracta. En lugar de aglutinar todo en una voz me permití el lujo de experimentar con varios lenguajes. Jugar con los tres me ha permitido hacer una obra más cercana a la tragicomedia, e ir transitando por emociones muy encontradas con giros que hagan al espectador pasar de la risa a conmoverse por lo que le estamos contando».
No es habitual escribir una obra sabiendo quienes intepretarán los papeles. En «Lo callado», Tena sí lo sabía. ¿Pros y contras de ello? «Contras no veo. Me gusta mucho escribir para otros. Sus deseos y necesidades son motores muy importantes para escribir. La escritura es un proceso de escucha. En este caso, Pilar es una actriz tan poliédrica y con tantos registros, que me permitía escribir personajes muy distintos. Nos hemos entendido muy bien tanto a nivel emocional como intelectual».
Son tres monólogos, pero más allá de la casa y de compartir actriz, tienen otros elementos en común que provocan que el resultado escénico final no sean tres historias independientes, sino que tenga la estructura de una obra. «Los monólogos podrían funcionar de manera independiente, pero lo que unifica es que estas mujeres se están abriendo y contando algo que ha permanecido oculto, más que contar una trama, que sí la hay. En realidad no estoy narrando una obra con principio y final, estoy dando retazos de las vidas de estas mujeres».
Una actriz amateur, una anciana y una supuesta mujer de la limpieza son las protagonistas. Hay otros personajes secundarios, pero nunca los veremos. Pilar Martínez interactúa con esos interlocutores que no aparecen en escena. Se trata de un montaje que «nace con unas limitaciones de producción importantes. No hay, prácticamente, presupuesto». Tena y Martínez, de hecho, firman la dirección de la obra. Pero lejos de lamentarse, la dramaturga hace de la necesidad virtud y opta por revertir el efecto de la precariedad. «En este caso no disponemos de escenografía, el escenario está vacío y hay cuatro elementos sencillos de atrezzo. Nos pusimos a trabajar pensando que la potencia del espectáculo debía residir en la palabra y la interpretación, que fueran el vehículo para contarlo todo».
Una opción cada vez más extendida en la dramaturgia actual como consecuencia de las limitaciones presupuestarias. «Cada vez escribo más para espacios vacíos porque no hay dinero, pero la verdad es que me gusta. Eso me da libertad para escribir y que desde la palabra, desde el sonido sobre todo, poder recrear todo aquello que no puedes tener en escena. Pero sí que es verdad que la producción marca muchísimo. Las compañías están estrenando textos con menos intérpretes y eso sí que influye a la hora de escribir. Lo que me preocupa es eso, la limitación del número de actores más que, por ejemplo, no disponer de escenografía».
Escribir pensando en la escasez de recursos a la hora de llevar a escena ese texto puede que esté marcando nuestra dramaturgia de estos últimos años. «Es una realidad que tenemos que aceptar como autoras y adaptarnos a eso, pero igual nos estamos perdiendo otras historias que necesitan un número mayor de intérpretes, más grandes, con más estructura… tengo sentimientos encontrados». De lo que no duda Begoña Tena es que «esa precariedad no tiene que traducirse en la calidad de los textos, sino al revés».