Impulso (Confesion de la carne), Rocío Molina. Foto: Pilar Lozano Iglesias.

Rocío Molina (Málaga, 1984) es un vendaval escénico. Lo suyo es vaciarse al tiempo que ese desgaste le retroalimenta, las baterías siempre al máximo, en una suerte de avituallamiento infinito. Como si su intensidad necesitará del esfuerzo para mantenerse a tope. Molina derriba cuando baila cualquier prejuicio o barrera para la creación. En sus trabajos, la danza emerge como una fuerza bruta que canaliza a través de sus movimientos, de sus conocimientos y de sus sensaciones, abriendo los brazos a la experimentación y la improvisación, pero siempre con base.

Impulso (Confesión de la carne) la trae de nuevo a València, dentro de la programación del Festival 10 Sentidos (Monasterio San Miguel de los Reyes, jueves, 13 de mayo). Pocas veces un título, Impulsos, ha definido mejor un proyecto. El montaje varía cada vez en virtud del espacio en el que se desarrolla y de los colaboradores que participan, el impulso se transforma en el motor creativo.

Molina ya nos brindó un Impulso en el Festival 10 Sentidos en 2017, en el cauce del río Turia, a la altura del Palau de la Música. Dos años después, en noviembre de 2019, lo hizo en el Teatre El Musical . Entonces nos explicó que era «una performance que nunca más se repetirá de la misma forma», una definición que no solo mantiene su vigencia, sino que se convierte en su sistema nervioso. «A veces puede ser muy sanador desacralizar la forma y en lo que se convierte el movimiento y dar más importancia a la experiencia o a la sensación, sin restarle al resultado final de la improvisación a nivel de coreografía y movimientos», nos cuenta ahora. «Focalizar en una experiencia que genera un estado y te hace descubrir otras cosas quitando esa importancia al resultado. Nunca el fin es la forma o la estética, es algo más abstracto».

Desde que Rocío Molina empezó con los Impulsos, estos han ido creciendo y mutando en distintas direcciones. Y no solo por las variaciones interpretativas que se hayan podido producir en la pieza desde su primer día. «Cada Impulso es un mundo», reconoce. «Es como el presente de la situación, el mío artístico personal, el del conjunto de los artistas que estamos…. Por eso se va modificando todo el tiempo. Yo ayer no era la misma que hoy, hoy es hoy y hay una escucha absoluta en el hoy, y el mañana no lo sabemos».

¿De dónde surgen los impulsos para los Impulsos? «Ha habido veces que se han hecho Impulsos de la nada y últimamente está habiendo como unos trabajos previos, de encuentros, porque nos resulta muy interesante el trabajar y encontrarnos con los músicos, aunque sea tres días antes. Pero sigue siendo bruto, dirigidos hacia un lugar que acordamos los artistas que estamos ahí, no trabajamos grandes conceptos en profundidad y la tensión se tiene que seguir manteniendo».

El espacio donde se representan los Impulsos (el Monasterio San Miguel de los Reyes en esta ocasión) adquiere una importancia que va mucho más allá de la escenográfica, es indivisible de lo que sucede en él, es un protagonista más. Rocío Molina ha cambiado su manera de relacionarse con él. «Antes, me gustaba mucho llegar al sitio sin estar demasiado tiempo para dejarme sorprender por el espacio. Pero esto se ha ido modificando y ahora sí me gusta pasar tiempo y entablar una relación y comunicarme con él. Según el espacio, lo que haces tiene una lectura u otra».

Impulso (Confesion de la carne), Rocío Molina. Foto: Pilar Lozano Iglesias.

Los colaboradores (Olalla Alemán, Gema Caballero, Derek Van Den Bulcke, Leandro Cano…) son el otro componente de la columna vertebral de los Impulsos. Molina agradece la generosidad y la valentía con que se enfrentan a los mismos porque «los pongo al borde del abismo». Entre todos ellos se establece una relación de confianza necesaria para sacar adelante el proyecto. «Confían en mí, confían en ellos y confiamos entre todos. Yo les empujo para que caigan un poco al vacío, pero saben siempre resolverlo gracias a su talento y profesionalidad. Saben lo que están haciendo».

A Molina le gusta implicar a profesionales de disciplinas artísticas alejadas entre ellas, lo que convierte a los Impulsos en una especie de laboratorio creativo sin límites. «¿Encajarán una soprano como Olalla Alemán y un productor como Derek Van Den Bulcke? Pues nos hemos llevado la sorpresa de que sí. Ahora hemos añadido la voz flamenca de Gema Caballero, que igual se puede pensar que choca con la de la soprano, no sabíamos qué podía pasar, pero lo que es indudable es que se van a ver dos mundos, dos contrastes, dos extremos donde cada uno brilla por sí mismo por su conocimiento. Todo lo que está hecho desde el compromiso, la verdad, la honestidad y la belleza de cada arte, se tiene que hacer muy mal para que no case. Y en este caso con cariño, valentía y amor a lo que estamos haciendo, sale».

Que cada Impulso sea diferente del anterior hace pensar que a su vez tienen algo de búsqueda. Rocío Molina no se lo piensa dos veces a la hora de contestar. «Un 200% (risas) Totalmente. Es el lugar donde nos permitimos mucho perdernos porque algo estamos buscando. O más que buscar, la verdad es que nos estamos permitiendo no encontrar. Para nosotros es más interesante ese espacio, ese lugar, de no encontrar».