Marcel Tomàs (Girona, 1972) disfruta con su trabajo. Su trabajo es hacer reír. Es comediante desde hace veinte años. Así que pocas voces más autorizadas hay para poner en pie un espectáculo titulado, precisamente, El Comediant (del 23 al 25 de marzo en el Teatre Micalet). Un show en el que la risa y la vida de los cómicos son la columna vertebral.
¿Cómo surge El Comediant?
La idea era explicar las miserias y las aventuras de la gente que quiere vivir de este oficio tan complicado, romántico y bonito, que es ser actor, farandulero, comediante.
Nace a partir de la experiencia adquirida con una trilogía anterior (Zirocco, Hotot, El Pillo), que eran espectáculos muy directos y quisimos dar un paso más, liarla más, hacerlo todo más grande (risas).
¿Es suficientemente cómica la vida de un comediante o has tenido que echar mano de la imaginación y la ficción?
Es un cúmulo de muchas cosas. Es la realidad pasada por la exageración, con un toque divertido y muy surrealista. Cojo de todos los sitios, tanto de la experiencia propia, como de cosas que me han contado amigos y compañeros de profesión. Es que este oficio da mucho juego (risas).
La creación de El Comediant está compartida con Susana Lloret, ¿cómo se complementaron vuestros trabajos?
Yo soy más el típico gamberro, el heavy metal, el punkie, la locura, el querer reventarlo todo… y ella es la parte más romántica, racional y poética, la que en los ensayos me dice “pues aquí, esto, no hace gracia” (risas).
¿Testáis de alguna manera vuestros espectáculos antes de estrenarlos?
Nosotros nos guiamos mucho por previas antes del estreno, para coger el pulso al espectador. Al trabajar con la comedia, con la risa, nos sirven de mucho estos pases para comprobar lo que tiene complicidad y juego con el público, y trabajar y desarrollarlo por ahí. Nos ayuda a acabar el espectáculo. Y una vez se estrena, continúa evolucionando.
Eso sí, antes del estreno estamos un año trabajando con él. Lo hacemos a cocción lenta. Empezamos con un papel en blanco en el que reflejamos, digamos, los inicios de cuatro escenas y vamos elaborando el espectáculo. Tres meses después nos levantamos de la mesa y empezamos a ensayar, y otros tres meses después nos ponemos con las previas y ya con los últimos retoques, acabamos estrenando.
El humor es una cosa muy seria. Y es muy matemático. Necesita un ritmo determinado, unos elementos determinados, unos minutos determinados, … A partir de las cuarenta actuaciones es cuando el espectáculo empieza a ir solo.
¿El público participa de alguna manera, como en otros espectáculos anteriores tuyos, en El Comediant?
Sí, el público no se puede relajar en ningún momento (risas). A mí me gusta mucho la improvisación, el juego,… y con el público nunca sabes lo que puede pasar, porque puede salir el voluntario de turno que te la lía y eso es muy divertido y fresco para un espectáculo como este que es muy directo.
En El Comediant conviven el humor, la música, el teatro de objetos, mimo, títeres, hay audiovisuales, … ¿cómo se saca adelante un espectáculo así siendo coautor, director e intérprete principal sin morir en el intento?
Llevando veinte años en el oficio, porque si no… (risas). Hace falta paciencia y mucha pasión. Este tipo de lenguaje me encanta, me lo paso muy muy bien, y ese disfrute yo creo que se contagia a los espectadores. La actitud de salir al escenario a darlo todo, esa generosidad, el público la capta. Yo es que lo disfruto como un crío jugando en el patio de su colegio.
Y de esas tres facetas (creación, dirección e interpretación), ¿con cuál disfrutas más?
La interpretación. Disfruto mucho encima del escenario defendiendo estas historias. A veces me preguntan por qué no busco un director, pero es que creo que tendrían que estar muy sintonizado conmigo porque se trata de un tipo de producto muy especial con un código construido a lo largo de los veinte años de experiencia. Es algo muy personal y autodidacta.
En estos veinte años, ¿cómo ha evolucionado tu humor?
Ahora me dosifico más. Soy más concreto en el gesto, más limpio. Cuando empecé ponía mucha energía en según qué cosas. También quería cambiar el mundo, con esa percepción que se tiene desde arriba de un escenario de tener una hora por delante con grandes monólogos que van a impactar en la gente y van a salir con ganas de cambiarlo todo (risas). Con el tiempo te vas haciendo más sarcástico, más irónico, y te ríes de ti mismo y de todo lo que te envuelve.
¿Y cómo definirías el humor que haces?
Yo hago un tipo de humor muy clásico, muy a la italiana. Público delante, un escenario en un teatro, luces, música en directo,… el corte clásico. Mucha gente me dice que evolucione, que ahora el humor es más gamberro, más escatológico, pero no sé, son estilos. Mis referentes son los de siempre: Buster Keaton, Harold Lloyd, Charlot, Mr. Bean, Tricicle,… Me río como un loco con ellos y me inspiran mucho. Mi humor intenta actualizar eso.