«Perdición». Foto: Valencia Teatros.

Crimen, pasión, venganza, dinero, una investigación. A Perdición no le falta de nada. Una pareja de amantes asesinan al marido de ella para cobrar la indemnización del seguro. La novela de James M. Cain, que Billy Wilder llevó al cine hace 75 años, también tiene su versión teatral. Se puede ver en la sala Russafa hasta el 26 de mayo, dentro de la programación de VLC Negra.

Begoña Salido y Salva Ferriol han sido los encargados de la adaptación, la dramaturgia y la dirección de la obra. En Verlanga sentamos a los dos sospechosos, cara a cara, encendemos un flexo y empezamos el interrogatorio. O mejor aún, que sean ellos los que se interroguen entre sí.

«Perdición». Foto: Valencia Teatros.

➡️ Begoña Salido pregunta
➡️ Salva Ferriol contesta

Vaya, vaya… Pero si es el señor Ferriol… 
Pensé que después de su última dirección habría salido escaldado.
Dígame… ¿Hasta qué punto esto ha sido obra suya?

Yo sólo soy un mero cómplice más de este trabajo colectivo. Lo juro. Una de las piezas más pequeñas del más elaborado de los engranajes. Y es que, algo tan sofisticado e intrigante, sólo puede ser obra de una mente colectiva propensa al riesgo, a la audacia, a la entrega absoluta a sus ideales y, sobre todo, al ingenio y creatividad. Cada parte de este plan ha sido diseñada por especialistas (artistas, diría yo más bien) en determinados «asuntos» (usted ya me entiende) muy específicos y, como suma de ellos, todo ha sido urdido de manera brillante y, creemos, que perfecta. Per-fec-ta.

Creyó que podría campar a sus anchas por la ciudad, pero nuestros sabuesos le han estado siguiendo y no se ha dado ni cuenta. Hemos visto lo que ha hecho en otros teatros así que… ¡Díganos! ¿Por qué esta obra? ¿Por qué? ¿Por qué no se conformó con leer el libro?

He de confesar el absoluto descontrol que poseo sobre mi mente, cuando algo atrae poderosamente mi atención y comienza a provocar un desenfreno creativo que necesito exteriorizar de algún modo. A esto, algún especialista podría llamarlo psicosis. Y, aunque el término me gusta por lo hitchkockniano, prefiero llamarlo impulso, o incluso compulsión, por hacer realidad una idea que provoca en mí una absoluta fascinación (…que Brian de Palma me perdone…) y que necesito transmitir a los demás. En este caso, una sugerente novela, que condujo en su día a realizar una subyugante película, parecía estar diciéndole a mi subconsciente que debía proponerle a alguien su traslación al lenguaje teatral. Y esa voz, sibilina y sensual, me  sugirió que Iguales era la compañía idónea para hacerlo. Y, así, fue como convencí al resto de mis cómplices; engatusándoles con el argumento de una historia apasionante, llena de peligros, pero que, si resultaba como esperábamos, nos iba a resultar muy provechosa.

La gente habla, señor Ferriol… Se escuchan muchas cosas. Y quizá algunas de ellas sean verdad… Dicen que está basada en una novela de James M. Cain… E incluso dicen que hubo una adaptación al cine hecha nada más y nada menos que por… Billy Wilder. Así que deje de ponerme ojitos y aclare de una vez cuál es la trama esta obra. 

Dos amantes matan al marido de ella para cobrar el seguro. Y ya está. Esto es así, de veras, no tiene más. Es un tema universal, simple; un argumento de sobra conocido, pero que resulta tan sugerente y cautivador para el público como siempre lo ha sido. Y le voy a  decir algo: quizás, a priori, esto no parezca naturalismo literario, neorrealismo cinematográfico, ni teatro social…pero le aseguro que es una trama completamente atemporal, verídica, y absolutamente cotidiana. Porque esta situación, desgraciadamente, se ha dado siempre; incluso en la actualidad, casos similares siguen llenando portadas de periódicos y abriendo noticiarios televisivos. Y la gente sigue esas noticias con interés. Somos morbosos; ¡venga… no podemos negarlo!…y lo somos, porque queremos saber, lo antes posible, cómo transcurre todo lo concerniente a un caso similar: cómo se planifica, cómo se ejecuta, qué ocurre luego, qué pistas se van descubriendo, quién pagará finalmente por el crimen… Y todo esto es lo que ofrece esta obra, ante los propios ojos, y ante los propios oídos, de los espectadores…

Habrá un juicio, señor Ferriol. Si es que ese es su verdadero nombre… Y puede que les consideren culpables de hacer teatro, a usted y a esos actores y actrices que se han prestado a participar en esa locura. ¿Qué cree que va a pasar ahora? ¿Qué posibilidades tienen de subirse a otros escenarios?

Nuestro tribunal, nuestro jurado de gente justa, lo forma el público. Él es el que ha de decidir el destino de nuestra propuesta escénica. Nuestro alegato final ha de ser lo suficientemente contundente como para convencer a quienes vengan a juzgarnos cada día, en cada función. Si, aún así, nos consideran culpables de algo, deseamos que lo sea de amor por el teatro, por el cine, por la literatura, y por la cultura en general. Y, si lo hacen por esos motivos, espero que sentemos jurisprudencia y sea, la nuestra, una maravillosa culpabilidad que pueda ser estudiada y analizada, no ya en las escuelas de derecho, si no en la mayor cantidad de escenarios posible, para que pueda seguir juzgándonos el mayor número de espectadores. Si esa es la condena que se nos impone, será un placer convertirla en perpetua. He dicho.

«Perdición». Foto: Valencia Teatros.

➡️ Salva Ferriol pregunta
➡️ Begoña Salido contesta

Dígame, señorita Salido…se le acusa de complicidad en una conspiración teatral para llevar a escena una obra con la que cobrar una doble indemnización… ¿cómo se considera y cómo lo justifica?

Advierto que no se anda con rodeos… Responderé sin titubear, porque es evidente que soy ¡CULPABLE! Sí. Quizá no esperaba esta confesión tan efusiva y sincera, pero decirle lo contrario sería ir contra mis principios. Lo he hecho y lo volvería a hacer mil y una veces. Usted pregunta por qué y yo le respondo: ¿acaso la historia no lo merece?

Sabe usted, mejor que nadie, que es uno de los clásicos de la novela negra y posteriormente del cine del mismo color.

¡Y lo que realmente debería ser delito es no conocer esta maravillosa trama y, por supuesto, no venir al teatro a ver cómo la llevamos a escena! Así que no me temblará el pulso para señalar a toda aquella persona que no aproveche la oportunidad ¿Ha quedado claro? Yo creo que sí.

Señorita Salido…¿qué hacía usted la noche de autos, en la que se decidió llevar a escena la muerte del señor Dietrichson?

Podría hacerle la misma pregunta. Pero desistiré de ello porque quizá su respuesta acabe perjudicándome. Intento cubrirme siempre las espaldas, señor Ferriol…

Sí le diré que, a lo largo de este proceso, ha habido momentos en los que hubiera deseado volver a esa «noche de autos» y dar marcha atrás. Volver a casa y dejar a Dietrichson tranquilo. Han sido unas semanas trepidantes, pero como le dije anteriormente, lo he hecho y lo volvería a hacer. El esfuerzo ha merecido la pena. Y espero que el público esté de acuerdo con el resultado. Así que, sin más, le diré que la noche de autos… yo… conducía.

Sea sincera con nosotros…¿en esta obra… todos son sospechosos de algo, mientras no se demuestre lo contrario?

A priori, todos podríamos serlo… ¿No cree? La mayor parte del público que acude al teatro sabe quién y cómo muere, y quién y cómo mata. Pero se ha intentado provocar algunas dudas en el espectador. Para ello, a uno de los personajes, se le ha dado un rol muy diferente al que en su momento perfilasen M. Cain en su libro, y Wilder y Chandler en la película. Se intenta jugar con la ambigüedad dejando una puerta abierta a la imaginación.

Sí. Sin duda nos hemos permitido algunas… «licencias» con la idiosincrasia de los personajes. Y, si me lo permite, le diré que incluso con… el sexo de alguno de ellos.

Según su punto de vista…¿quién es más culpable en la inducción del plan establecido para cometer tamaño crimen? ¿usted como directora? ¿los actores que aceptaron seguir sus indicaciones? ¿el autor de la novela original, que ideó toda la historia? ¿el público que, morboso y recalcitrante, consuma, mejor aún, devora, historias criminales de este tipo…?

Advierto que es importante para usted encontrar a «un culpable» o mejor dicho… «al más culpable».  TODOS lo somos, Sr. Ferriol, según el momento del proceso creativo.

Detrás y encima del escenario necesitamos que Dietrichson muera. ¡El propio Dietrichson quiere morir! Lo sé bien porque soy juez y parte. Dice que el público es morboso: obviamente. Afirma que devora historias criminales de este tipo: ¡Aleluya!

La oferta y la demanda viajan en sentidos contrarios de un mismo camino. Y el final del trayecto, se escoja el lado que se escoja, es el cementerio. No lo olvide.

Dicen, señorita Salido, ¿que va a alegar locura transitoria en el momento de cometer esta acción teatral? Dígame…¿está usted realmente loca? ¿lo está transitoria…o perdidamente? ¿los están todos los actores? ¿es una locura contagiosa?… ¡defiéndase, si puede, señorita Salido! ¡Defienda al teatro si lo considera inocente de los crímenes de los que se le acusa!

Señor Ferriol… ¿Acaso alguien en su sano juicio aceptaría el reto de construir un proyecto así en tan poco tiempo, con tanta presión y generando tantas expectativas? Estoy perdidamente loca. Estamos… perdidos. Y lo que es peor (o mejor), queremos seguir estándolo y no queremos que nos encuentren.

Deje que mire a este jurado a la cara, a los ojos. Deje que les pregunte si, teniendo la oportunidad, no hubieran hecho lo mismo.

El teatro es el móvil del crimen. Por si solo no tiene ninguna responsabilidad. En verdad, es el único inocente. Cuidemos de él.