Elena Ballesteros. Foto: Sergio Parra.

Siete amigos, una cena y un juego nada inocente. Todos dejarán los móviles en la mesa y se irán leyendo los mensajes a medida que vayan llegando. Así arranca Perfectos desconocidos (Teatro Olympia, del 9 al 20 de septiembre), estrenada en Madrid en septiembre de 2018, y que supuso el debut de Daniel Guzman como director teatral.

Perfectos desconocidos es una adaptación (a cargo de David Serrano y el propio Guzmán) de la exitosa película italiana Perfetti sconosciuti (Paolo Genovese, 2016), de la que se han realizado hasta ocho versiones cinematograficas, entre ellas, la que filmó Álex de la Iglesia en 2017.

En el montaje que llega ahora a València, comparten escenario Olivia Molina, Inge Martín, Álex Barahona, Juan Carlos Vellido, Bart Santana, Ismael Fritschi y Elena Ballesteros. Con esta última hablamos sobre la obra, que supuso también para ella, su bautismo sobre las tablas.

«Perfectos desconocidos». Foto: Sergio Parra.

¿Cómo llegaste a la obra?

Me llamó Dani Guzman y me dijo que quería quedar conmigo para comentarme un proyecto que tenía. Nosotros ya habíamos trabajado juntos, como actores, en La familia Mata. Comimos y me lo propuso. Anteriormente ya lo había intentado con otro montaje en el que, al final, no pudimos coincidir. En Perfectos desconocidos, por fin, se juntaban todas las condiciones para poder hacerlo. Me apetecía mucho trabajar con él de director y encima me adelantó parte de los nombres del reparto que ya estaba confirmado, como Alicia Borrachero o Fernando Soto, y le dije que sí, que contara conmigo.

Perfectos desconocidos supuso tu debut en el teatro. ¿Qué viste en la obra para decidirte a dar el paso?

Empecé muy jovencita, con 14 años, a trabajar como actriz en el medio audiviosual. Era donde me sentía más cómoda, y por inseguridad no me atrevía a dar el paso al teatro. En esta ocasión dije, ¡ya va siendo hora! (risas). Me ayudó mucho sentir el respaldo del equipo, del director, de los productores, del reparto. Me lancé, pero sabía que tenía una red bastante segura debajo (risas).

El hecho de que te dirija alguien que, también, es actor, ¿cómo afecta en tu trabajo?

Da tranquilidad trabajar con un director que conoce nuestros códigos y sabe cómo pedirte las cosas, que no te lía, porque hay veces que directores, con toda la buena fe, te dan algunas indicaciones que acaban por bloquearte, no saben darte las claves. Pero, por otro lado, al ser también actor, reconoce cuando algo no está realmente, cuando estás en la pose. Ahí, Dani era súperimplacable. En cuanto nos veía el truco, decía «¡Truco, no me interesa, quiero verdad!» Fue bastante divertido el proceso.

Después de dos años dando vida al mismo personaje, ¿cómo es tu relación con él?

Si desconecto de lo que le está ocurriendo a mi personaje en una situación concreta en escena, corro el riesgo de perder la conexión con el público. Porque es un personaje que puede tender a la caricatura, es muy fina la línea que lo separa de ella. Puede parecer la típica tontita que no se entera de nada. Y eso que puede tener de cliché es lo que desconecta a los espectadores. En la obra hay muchos trucos de comedia, de tiempos, que para quien los domina es maravilloso, pero no es mi caso. Yo no sé hacer comedia desde el gag o el truco en cuestión, sino que necesito estar en la situación, vivir el momento y expresarlo.

«Perfectos desconocidos». Foto: Sergio Parra.

A lo largo de estos dos años, han pasado muchos actores por el reparto, de hecho del día del estreno solo permanecéis Olivia Molina, Ismael Fritschi y tú. ¿Cómo afecta eso a la obra?

La idea era mantener el elenco original el máximo de tiempo posible porque hay mucho trabajo detrás, estuvimos ensayando con Dani mes y medio y eso se nota en el escenario porque la complicidad que tienes con alguien a quien conoces profundamente es siempre mucho mayor. Pero hay compañeros que, en algún momento, no han podido ya compaginar la obra con otros proyectos. Pero aún así, la estructura de Perfectos desconocidos  está tan compacta, que las personas que se incorporan entienden el código perfectamente y entran enseguida a la manera original. Es raro porque se modifica y cuando entra un actor nuevo es distinto porque no hay dos iguales. Pero eso es maravilloso porque quiere decir que el montaje sigue vivo y que quien haya ido a verla si repite, verá una obra distinta. Ahora ha entrado Bart Santana, para hacer el papel de mi marido, y aún tenemos ensayos pendientes. Al resto nos viene muy bien refrescar porque desde que paramos el 8 de marzo por el covid no habíamos vuelto a ensayar la obra.

Los actores estáis todo el rato en el escenario.

Al principio era muy cansado, porque estás todo el tiempo dentro del personaje, trabajándolo, y el público te está observando. Victoria Abril vino a ver la obra y nos dijo que en ese sentido le gustaba mucho, que como estábamos todo el rato en escena, como espectadora podía elegir qué situación y a qué actor ver, aunque no estuviese hablando o se centrara la atención de la historia en él, que el público puede hacer su propio montaje, elegir el plano que quieres ver en cada momento. En una película, el director no te ha dado esa opción, pero en el teatro, al estar todos todo el tiempo, el espectador puede ver la historia como quiera en cualquier momento.

¿Viste la película italiana (Perfetti sconosciuti, Paolo Genovese, 2016) o la española (Perfectos desconocidos, Álex de la Iglesia, 2017) antes de preparar el papel?

Dani nos dijo que viéramos la italiana porque la obra está más centrada en esa versión. La española la vi después del montaje de la obra.

¿Cómo crees que puede influir en el público haber visto la película de Álex de la Iglesia?

Evidentemente, el guión, el texto, es el mismo, pero la gente que ha venido a ver nuestra función y ya había visto la película, por los que nos han comentado, no se han quedado con la sensación de haber vuelto a ver lo mismo que propuso Álex de la Iglesia.