La función ha empezado. En un palco, un niño abre los ojos todo lo que puede. No pestañea. Escruta cada acción que sucede en la pista. Casi enfrente, en otro palco, un señor que ya habrá cumplido los 80 años, y que luego se desvelará seguidor de Serrat, tampoco pierde detalle. Hablaba hace poco el actor José Sacristán de la magia que sucede en los escenarios cuando alguien actúa. De eso va esto.
Todo (lo)cura es el nombre del nuevo espectáculo del Circo Raluy (La Marina, hasta el 6 de febrero), un juego de palabras presente durante toda la representación. Porque hay ritmo trepidante y sensaciones sanadoras. De lo primero se encarga Plexi, que encuentra en el estímulo non stop la fórmula para que no haya disidencias entre el público, todos conectados. De lo segundo, Dimitri, lo mejor de la tarde en su papel de presentador improvisado, con humor a dos niveles, sin miedo a entrar en terrenos pantanosos, recetando risas y carcajadas con inteligencia y tempo.
Abajo y arriba. En el Raluy pasan cosas a ambas alturas. Las del párrafo anterior se refieren a las «terrenales», las que suceden en lo alto merecen el suyo propio. Acrobacias y equilibrios, ojos y bocas abiertas, inquietud y felicidad, aplausos. Los Cedeño Brothers parecen no tener límites en sus vertiginosos saltos; Kerry Raluy desafía las leyes de la gravedad por partida doble, con Jean Christophe desde el cielo y el más difícil todavía, con su hermana Louisa sobre unas bolas gigantescas; los pequeños Benicio y Charmelle aseguran el futuro de la saga desde los trapecios. Hay más, mucho más. Pero uno de los grandes activos del circo es la sorpresa, el no saber qué pasará, el esperar lo más grande. En el Raluy lo saben. La magia (y no nos referimos solo al ilusionista chileno Rodrigo Tolzen y sus trucos) allí se cocina con buenos ingredientes.