Todos llevamos un voyeur dentro. Y en el día a día con mayor o menor control sale a pasear. En el supermercado, mientras hacemos cola para pagar, fijamos la vista en los productos que van depositando los otros clientes en la cinta transportadora y la imaginación se nos dispara recreando vidas y costumbres. O en el autobus, donde acabamos cazando conversaciones que nuestra entrenada mente convierte, casi al instante, en una narración de ficción. En ambos casos, con la prudencia de no ser descubiertos, creyendo que los disimulados gestos que nos acercan a nuestro tesoro pasan desapercibidos. Aunque a los protagonistas ya no les importe que lo que cuentan sea compartido. De hecho, hay veces que hasta parece sentirse halagados.
Gillian Wearing (Birmingham, 1963, Premio Turner en 1997, y hasta el 24 de enero de 2016 objeto de una exposición en el IVAM) da un paso más allá en esta perversión del esquema entre emisor y receptor. O tal vez sea más correcto decir que le da la vuelta por completo. Hace unos años, la propia Wearing confesaba, en una entrevista, que los medios de comunicación nos habían cambiado. Razón no le faltaba. Los reality hicieron saltar por los aires cualquier atisbo de intimidad. Fueron como el preaviso de todo lo que se nos venía encima. Si no se comparte no existe. ¿Quién nos iba a decir que abriríamos nuestras vidas a las redes sociales? El exhibicionismo, sentimental o no, forma parte de las rutinas diarias de la población. Y eso ha acabado por dilapidar el interés clandestino por observar vidas ajenas en nuestros entornos. La artista británica lleva muchos años ofreciendo soluciones. Si la superficie no nos da lo que queremos, entremos en la epidermis, traspasemos la puerta de los secretos de la gente. Su verdadera intimidad.
Ese viaje expansivo hacia el interior tiene que partir desde la confianza y la seguridad. Pocas cosas las generan más que el anonimato. Las máscaras son la llave perfecta para conseguirlo. Wearing (como ocurre en los shows televisivos mencionados antes) recurre a gente anónima para que comparta sus miserias, sus verdades. E, intencionadamente, las protege con unas caretas que sobredimensionan (convirtiéndoles en pequeños monstruos) sus declaraciones, despertando la atracción-rechazo que rige toda conducta voyeur. Sus obras confesionales «Secrets and Lies» y «Fear and Loathing» podrían acabar en la parrilla de algún canal infecto, claro que para ello sus responsables deberían visitar museos.
La máscara como protección le sirve a la artista para indagar en su familia. La serie «Album», posiblemente lo más impactante de toda la muestra resultaría espeluznante en cualquier otro contexto. Como si el Anthony Perkins de «Psicosis» hubiera ido perfeccionando sus obsesiones. Wearing acaba convertida en todos los miembros de su clan, con tal precisión que cuesta encontrar su «yo», sumergido en el de los otros. La atracción del que observa se multiplica por la obra que está presenciando y por el proceso de elaboración de la misma.
Hay en la producción de Wearing una dicotomía que funciona a dos velocidades, la que representa la verdad, sin ningún tipo de intervención, y la que opta por seguir los dictados de la ficción. Resulta tan adictiva la primera (y ahí de nuevo, el gen voyeur acaba siendo decisivo), que la segunda (como en el caso de «Bully») termina resultando insuficiente. Por ejemplo, en «Drunk» vemos la cruda realidad de unos alcohólicos a los que citó en su popia casa y grabó sin un guión previo. De nuevo, la vulnerabilidad de la intimidad en primer plano. La incomodidad ante una realidad que los ojos intenta rechazar. ¿Es ético convertir eso en una obra de arte? Al menos, la británica no les juzga, como seguramente habremos hecho el resto, con ellos y con ella. «Your views» es pura adicción. Cortinas o persianas que se corren y muestran un trozo del mundo a través de una ventana. Un proyecto surgido en internet en el que se invita a la gente a enviar sus microvídeos siguiendo unas pequeñas instrucciones. La aldea global del mirón, con la tecnología y el anonimato a su favor. Tan cerca y tan lejos. Una verdad que no necesita de máscaras. Y que se puede comprobar hoy en día en los autobuses o en las colas del supermercado, donde las conversaciones empiezan a ser cosa del pasado. Cualquier día vienen Gillian Wearing a rescatarnos.
La exposición sobre la obra de Gillian Wearing se podrá visitar en el IVAM hasta el próximo 24 de enero.