Eran de generaciones distintas, de estilos y caracteres diferentes, pero Jorge Oteiza (1908-2003) y Eduardo Chillida (1924-2002) cultivaron la amistad y el interés y el respeto por la obra del otro. Ahora esa conexión tiene forma de exposición en la muestra Jorge Oteiza y Eduardo Chillida. Diálogo en los años 50 y 60 (Fundación Bancaja, hasta el 6 de marzo de 2022), comisariada por Javier González de Durana, y con el consenso y la colaboración de las dos instituciones legatarias de los artistas: Fundación Museo Jorge Oteiza y Chillida Leku.
1948 es el año que marca el inicio del relato expositivo. Una fecha nada casual. Oteiza volvía a España después de trece años en Latinoamérica, mientras que Chillida viajaba a París con la intención de convertirse en escultor después de haber abandonado sus estudios de Arquitectura. 1969 cierra la muestra, con la culminación de la estatuaria del Santuario de Arantzazu por parte de Oteiza y la instalación de la primera gran obra pública de Chillida en Europa ante el edificio parisino de la UNESCO.
La exposición, que ofrece por primera vez de forma conjunta la obra de ambos artistas vascos, cuenta con más de un centenar de piezas y suscita un diálogo entre sus esculturas, una conversación entre sus pensamientos estéticos y sus realizaciones escultóricas, revelando en pie de igualdad las metáforas paradigmáticas de Oteiza y las metonimias sintagmáticas de Chillida.
Dentro del recorrido cronológico capturado por la muestra, se reconoce en unos primeros momentos una tendencia común a trabajar sobre la figura humana, pero con diferentes acentos, uno primitivista-expresionista en Oteiza, y otro clasicista-arcaizante en Chillida, resultando en ambos casos que los rasgos antropomórficos quedan reducidos a leves evidencias, en una línea común a la de otros artistas del momento que desfiguraban la representación naturalista del cuerpo.
Sus fuertes y muy diferentes personalidades empezaron a manifestarse con lenguajes singulares a partir de los primeros años 50. Chillida miró a la tradición representada por Julio González, trabajando la forja de hierro para desplegar un universo de imágenes de naturaleza surrealizante a partir de materiales evocadores de utensilios agrícolas. Oteiza indagó en las investigaciones de Henry Moore acerca del espacio, el hueco y la masa, formalizando un poderoso y dramático repertorio de figuras en las que el vaciamiento expresivo, no el vacío inerte, iba ganando presencia.
La horquilla temporal de la exposición se inicia también cuando la importancia internacional de Jorge Oteiza y Eduardo Chillida se hizo patente, en los años 50, al ganar los mayores reconocimientos en certámenes del máximo prestigio en Europa y América. Oteiza se hizo con el Diploma de Honor en la IX Trienal de Milán en 1951, lográndolo Chillida en la siguiente convocatoria, la del año 1954. Poco después, en 1957, Oteiza fue merecedor del Premio al Mejor Escultor Internacional en la IV Bienal de Sâo Paulo y al año siguiente, en 1958, Chillida alcanzó el Gran Premio de la Escultura en la XXIX Bienal de Venecia.
Con motivo de la exposición se ha editado un catálogo que, junto con la reproducción de las obras y diversa documentación gráfica inédita, incluye dos artículos de investigación del comisario.