El ficus del Parterre (CCCC, hasta el 18 de junio) es una exposición de fotografías de Ricardo Cases que debe su título a uno de los símbolos urbanos de València. Uno de esos hitos representativos que no aparecen en las guías de la ciudad, pero que sus residentes reconocen como propio.
Así son, de alguna manera, las fotografías de Cases. Fruto de salir, pasear, recorrer, explorar la ciudad y fijar la mirada en aspectos que forman parte de su perfil, de su piel, de su ritmo cardíaco, pero que muchas veces pasan desapercibidos.
La muestra (comisariada por Pablo Brezo) está dividida en diez apartados (algunos responden a una misma temática y otros no) que acaban dibujando un mapa reconocible de València, al tiempo que descubre constantes que por no ser exclusivas representan distintas zonas de la ciudad a la vez. Pero nada mejor que recorrer la exposición de la mano del propio fotógrafo para entenderla y disfrutarla con más intensidad.
Antes de comenzar la visita guiada, Cases contextualiza lo que vamos a ver. «La idea surge cuando me ofrecen exponer en el CCCC y decido hacer una propuesta que recoja la producción que llevo haciendo en la ciudad desde 2018. Me pareció el espacio ideal para ordenar y exponer todo este material. Me ilusionaba la idea de exponer la ciudad en la propia ciudad y estoy encantado con los mensajes de gente que se ve en la exposición».
Nada más entrar en la sala expositiva, en el lado derecho, se suceden una serie de fotografías en las que el blanco es el color predominante sin necesidad de que intervenga el autor en las mismas para conseguirlo. En esa misma serie va tomando protagonismo el negro y se cierra con algunas fotos de ruinas. A lo largo de ella hay como un hilo narrativo, que más que argumental es emocional, pero en el que una foto te va llevando a la otra. «Has explicado perfectamente mi intención y la mecánica de esta serie. Estas tres secuencias que en la hoja de sala llamamos A, B y C se plantean como los fraseos de un músico de bebop. En esta primera serie aparece esta estructura evolutiva que parte del blanco hacia el negro y concluye con la insistencia de una idea, como si me quedara enganchado de un sonido, con estas relaciones de naranjas y columnas».
Giramos y nos encontramos con una pared («Recolección de cítricos ornamentales en Torrefiel» en la hoja de sala) en la que el naranja y el verde combinan de una manera asombrosa y adictiva, casi hipnotizante. La realidad le ofrece la materia prima a fotografiar. No solo por esos colores, sino también por algunas situaciones que captura, como una mujer asomada a la ventana en una planta baja u otra que está en un balcón, que acaban incluso dando varias lecturas a la fotografía. El fotógrafo no se inventa nada, está ahí, pero para ello es necesario mirar de determinada manera. ¿Qué importancia tiene tu mirada personal en tu trabajo? «Para mí, la fotografía siempre tiene esta función de búsqueda de algo propio, la cámara y la fotografía vienen a ser herramientas facilitadoras de este relato y en El ficus del Parterre este propósito está más presente porque se trata de un proyecto que no nace como tal, sino como un ejercicio de repensar mi manera de fotografiar sin una idea de partida. Salir por la ciudad, después de trabajar muchos años en un entorno rural, para explorar un nuevo lenguaje, poniendo en evidencia mediante gestos o preocupaciones una manera de fotografiar».
Siguiendo el recorrido hay una serie de fotografías en las que, por un lado, parece que hay cierta voluntad (conseguida de diferentes maneras) de ocultar rostros (incluso aparece un chaval con la cara pintada de negro), al mismo tiempo que se capturan momentos del día a día de la ciudad. También se producen unos curiosos y divertidos «montajes» fruto del instante exacto en hacer la foto. Algo presente en otros momentos de la muestra. Resultado, se intuye, de un trabajo de campo, de vagabundeo en el buen sentido de la palabra, de estar en la calle con la cámara a ver qué pasa o ve. «Todo en esta propuesta parte del vagabundeo, algo muy presente en la mecánica de todos mis trabajos. Me gusta esta idea de que mis propias fotos son autónomas y me van marcando el camino, ellas también van vagabundeando y componiendo el trabajo y en este caso esta dinámica se desnuda al no estar condicionada por una temática: es el resultado de una experiencia».
Continuamos el trayecto marcado en la hoja de sala y volvemos a sumergirnos en la rutina de la ciudad, pero vista desde sus fotografías. Por momentos subyace un interés por documentar lugares, aspectos, momentos de València que nadie documenta. Desde una furgoneta con las bolas de kebap a señores que juegan a la petanca, pasando por señales o los juegos que dan los paneles de los supermercados (con carne o frutas) por los que pasan gente con carritos (de bebés o de la compra). «Lo interesante de esta exploración formal es que se desarrolla en un medio vibrante de posibilidades, me siento muy identificado con otras personas que tienen una rutina parecida a la mía, como los repartidores, los chatarreros, los jubilados, las monjas, etc. Personajes inquietos que llenan de vida la ciudad un martes por la mañana. Siento mucha empatía con ellos, como si me confirmaran que estoy en el camino adecuado y se convierten en los protagonistas de mis fotos. Hay algo de homenaje a toda esta gente, como si fueran el motor de mis fotos. Una de las anécdotas más bonitas que me han pasado exponiendo ha sido un video de Facebook en directo que hizo una persona que se reconoció en una foto y recorrió toda la sala hasta llegar emocionado a su propia cara en la que aparece mirando a cámara con los dedos en señal de victoria. Rara vez he tenido una respuesta tan directa y emotiva de mi trabajo, es algo así como si una foto tomara vida y celebrase contigo el trabajo».
Al lado de esta serie, entramos en el interior del Garaje Astoria donde se va reflejando la marca de los coches que han ido aparcándose, casi a modo de fósil. ¿Qué te estimula, desde el punto de vista fotográfico para posar ahí la mirada? «El Garaje Astoria tiene para mí mucha carga simbólica, de resistencia de un barrio en plena transformación y estas paredes desconchadas me ofrecen una variación sobre una foto que cumple esta doble función, por un lado una imagen nueva y, por otro, una imagen que me afecta por estar hecha en un determinado lugar y circunstancia».
Inmediatamente después, compartiendo pared, se suceden una serie de fotos de coches, toldos y sillines de bicis. Elementos que encontramos en la ciudad en cualquier paseo que hagamos o yendo de un lugar a otro y que Ricardo Cases bautiza como «Autorretrato». «El título, como los otros en este trabajo, es casi anecdótico. Tiene la función de identificar un grupo de fotos con una serie. Y en este caso quise sugerir que me identifico con unos objetos por su forma y color y porque mediante su combinación puede dibujarse una idea de ciudad y una idea de persona. Es algo así como buscar otra manera de contar lo mismo de siempre partiendo de detalles que, aparentemente, no tienen importancia.
Seguimos la visita por la exposición con cinco imágenes de un escaparate de «Gèneres de punt La Torre». Son prendas interiores de punto, que a pesar de ser blancas transmiten cierta sensación de sombras, casi fantasmales, resaltando la ausencia de seres humanos que las lleven, aunque de alguna manera estén presentes. Hay, incluso, una que remite al típico dibujo que hace la policía en el suelo para dibujar o delimitar donde esta un cadáver. Es otra vez la ciudad quien dentro de su cotidianeidad despierta el interés del fotógrafo. «Me encanta esta interpretación que haces. En esta serie, debido al blanco puro, toda esta ropa interior se convierte en formas que al iluminarlas con el flash pasan de ser una lencería a una colección coherente de formas simples y entendibles por todos, que parten de la más absoluta normalidad. Y este equilibrio es lo que persigo, es lo que he ido trabajando en todas las fotos, que respondan a una doble necesidad, a una forma interesante, casi incómoda, como una referencia muy cercana, muy reconocible».
A continuación viene la serie que da nombre a la exposición (y que por el devenir del propio árbol igual haría falta un spin off). Resulta muy interesante que algo simbólico de la ciudad como el ficus tenga ese protagonismo en una exposición, claramente urbana, pero en la que identificar el lugar (la calle, el barrio) no resulta tan importante. «El título nace de la falta de título. En vez de buscar la solución fuera la encontré dentro. Entendí que el título de esta serie era oportuno para nombrar todo el trabajo debido al carácter simbólico de este árbol monumental. De algún modo, era como situar todo el trabajo en un lugar concreto sin nombrarlo, más que nada porque el propósito no es representar la ciudad sino apoyarme en ella. Por otro lado, ha sido una sorpresa que liberaran al ficus de la gasolinera meses antes de inaugurar la exposición».
En una pared lateral de la anterior hay doce fotos de un globo blanco que va por la Gran Vía Fernando el Católico. En la rueda de prensa, Ricardo Cases dijo que todas las series tenían que ver con su formación periodística, con la inercia de salir a buscar … no la noticia porque esto es la antinoticia. «En esta serie intento trasladar a la exposición la experiencia directa de la calle, es decir, que la secuencia muestra las doce fotos que el globo me dejó hacer en orden cronológico. El título también lo impuso el globo porque todo el recorrido lo hizo en esta avenida. Lo que me interesa aquí es el reto de componer doce fotos con las dificultades a las que me somete un objeto que va a la deriva un día de viento por la calle».
La última serie es, tal vez, la que más cuesta entender. Se llama Calendario 2021 (por eso son doce). Hay interiores y exteriores, una señal de prohibido, una tortuga de juguete, la palabra Sol, un hombre luciendo una pared… ¿Qué les une a todas ellas más allá de la ciudad? «Es tan difícil de entender como la experiencia que vivimos en el 2020. El objeto del trabajo no era hablar de la pandemia pero era complicado escapar de esta sensación de extrañeza que se vivía en todas partes. Este Calendario es el resultado de un encargo de los responsables de Ostras Pedrín, un bar muy cercano al ficus del Parterre. Me propusieron fotografiar con total libertad y esta serie muestra los doce meses del calendario que diseñó Tipode Office, el mismo estudio que ha diseñado la gráfica de la exposición y el catálogo».