Miguel Trillo (Jimena de la Frontera, Cádiz, 1953) conoce el secreto de la eterna juventud. Un repaso por su trayectoria basta para comprobarlo. No importan los años que pasen para sus fotografías, conservan su energía, vigor y frescura. No importan los años que pasen para su fotografía, sigue capturando esa vitalidad tan propia de esa edad determinada.
Lo hizo durante la Movida madrileña (por ejemplo en publicaciones como Rockocó o Callejones y avenidas), lo sigue haciendo hoy en día, como en la exposición Asiatown (CCCC, hasta el 18 de junio), con fotografías realizadas entre 2001 y 2018, en 18 ciudades de 15 países.
¿Por qué Asia? ¿Qué encontraste allí distinto?
A Asia llegué en 2001 porque quería conocer Manila. Entre 1999 y 2000 había estado en La Habana (Cuba) y en San Juan (Puerto Rico), que habían cumplido un siglo desde su independencia de España. Para completar el tríptico, me faltaba la capital de Filipinas. En un principio me había propuesto hacer fotos sobre el hip hop en estas tres ciudades y emparentarlo con el boom del rap en los 90 que se dio en España, pero cuando se llega a los sitios el azar te puede llevar por otros derroteros. Y eso me pasó. En La Habana cambié del todo el guion y volví en distintas ocasiones hasta 2001, porque encontré un filón: fotografiar el mundo nocturno de los espectáculos semiclandestinos del transformismo y travestismo. A San Juan no regresé, fui un turista en mi única estancia. Y a Manila estuve en cuatro ocasiones hasta 2006 y la vi muy receptiva, como un mix extraño de Castilla y Florida. Encontré temas, además del de la música, que es mi especialidad.
En las tres capitales había logrado alguna foto de raperos, pero poco. Por entonces en Barcelona se había creado Casa Asia, una institución cultural del gobierno español, con una magnífica sala de exposiciones. Eso me estimuló, yo entonces vivía en Barcelona. Vi la posibilidad de exponer allí mis fotos manileñas y que me publicaran un buen catálogo como solían hacer en aquellos años.
Pero no fue hasta 2007 cuando aterricé en el continente asiático por primera vez. Viajé a la capital de China por mi cuenta porque en el Instituto Cervantes de Pekín se organizó una expo de cinco fotógrafos andaluces en el que yo era uno de ellos. Allí conocí a su comisario, José Lebrero, director del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC) en Sevilla. Congraciamos y acabó organizándome en 2009 una retrospectiva en el CAAC, que incluyó fotos de Manila y también de Pekín, además de otras dos ciudades asiáticas a las que fui en aquel verano de 2007: Tokio y Seúl. Así se inició con tan buen pie Asiatown.
Y encima, en 2008 participé en un proyecto fotográfico en los Emiratos Árabes, (la llamada Asia Menor), organizado por la Embajada de España en Abu Dabi. Su responsable cultural, el diplomático César Espada, fue destinado luego a la embajada de Vietnam y decidí ir a Hanói convencido de que encontraría tema y ayuda tras la experiencia de Dubái. Date cuenta que son dos países autárquicos: uno de régimen islamista y el otro, de régimen comunista. Por eso la complicidad de César Espada fue clave. Y ya puesto, cogí carrerilla y a partir de entonces he ido recorriendo otras ciudades de otros países, ya sin conocer a nadie ni ayudas de conexiones.
Y mira por dónde al final no realicé la expo en Casa Asia de Barcelona ni me hicieron ese libro catálogo que yo deseaba, aunque en 2006 incluyeron fotos mías en una Guía de Manila, la primera guía en español editada en muchos años. Ha sido el Consorci de Museus de la Generalitat Valenciana quien me ha organizado la soñada expo y publicado el libro Asiatown. Nunca lo habría imaginado. Ahora le veo mucho sentido. València fue clave en la Ruta de la Seda. Valencia no mira al Atlántico, o sea, a América, sino que es mediterránea y mira a Asia. Estoy muy feliz por este triunfo del azar y la necesidad. Claro, que Sema D’Acosta, el comisario de la muestra, tiene mucho que ver en este triunfo, así como el festival PhotoAlicante. Uno de los dos textos del libro es de Leo Spinelli, el responsable de dicho festival, donde se presentó en 2022 la expo.
Ahora es indiscutible que un foco irradiador de cultura juvenil es Tokio y también Seúl. Por eso este proyecto que inicié hace más de 20 años fue como una premonición de que el futuro estaba en Asia, como cuando en 1980, con la salida de los primeros discos de los grupos de la movida madrileña, comprendí que el futuro estaba allí, no solo fue una premonición de la canción del grupo Radio Futura.
Si comparamos las fotos de la exposición con las que hiciste hace más de 40 años (las de Rockocó, por ejemplo), más allá del color o blanco y negro, cuesta encontrar diferencias entre una juventud y otra. ¿Eso es porque aunque pasen los años sigue habiendo algo que le caracteriza (a la juventud) o es tu mirada la que consigue establecer esas conexiones?
Yo cumplí los 15 años en 1968, un año tótem: París, Mayo, California, los Hippies, el Swinging London… A esa edad sé es un fan absoluto de la música, Y la música estaba viviendo un periodo revolucionario generacional total. Imagínate nosotros en España con la dictadura franquista y yo, encima viviendo en un pueblo, que afortunadamente estaba cerca de Gibraltar y por la radio nos llegaban esos nuevos aires (entonces la verja fronteriza estaba cerrada). Yo todavía no tenía cámara, no la tuve de verdad hasta 1976, con Franco ya muerto y yo con 22 años y pico, pero la semilla ya estaba en mi cuerpo.
Es verdad que cada oleada juvenil genera sus ganas de vivir a través de la música, convierte a su generación en una banda sonora y también visual por ciertas portadas de discos, ciertas películas. Son imágenes prefabricadas, es decir, creadas en estudios, en platós. Pero en la calle los jóvenes ponían en práctica esas imágenes. La juventud no quiere parecerse al pasado, son embriones del futuro. Y aunque pasen las décadas y cambien los estilos musicales, ese frenesí se repite. Por eso mis fotos callejeras, mis retratos a pie de calle, aquí te pillo, aquí te retrato, durante estas décadas son tan parecidos. Y también, claro, porque el ojo disparador es de la misma persona. Mi ojo es mi estilo. Mi cámara, mi estilográfica.
Sigues fotografiando jóvenes, pero tú cada vez eres más mayor, por lo que barrera temporal que te separa de ellos va aumentando. Sin embargo, sigues capturando la esencia y donde buscarla. ¿Cómo consigues mantenerte joven en ese sentido?
¿Cómo? Siendo conceptual. La fotografía conceptual se relaciona con una fotografía neutra, “aburrida”, donde lo que prevalece es la idea, no los elementos estéticos de la imagen. Pero no siempre ha de ser así. Yo inauguré la galería Espai Visor en 2005, que llevaba una línea conceptual, aunque muy abierta. Mi obra encajaba, porque mi documentalismo no era periodístico. La fotografía periodística abusa del tema político y de las tragedias de cada día. Busca personas atraídas por las malas noticias o la polémica. Víctimas del dolor. Asimismo, los hay que son víctimas de la buena vida ajena, la llamada prensa del corazón. Mi fotografía huye del drama y del famoseo porque busco personas, en su mayoría desconocidas, en lugares de ocio, que las convierto en los protagonistas de mi relato. Trabajo con series fotográficas que voy realizando sin prisas, nadie me las encarga, así que he sido libre de elegir adónde o cuándo viajar o qué fotografiar. Eso sí, voy a caladeros como festivales o locales o calles emblemáticas. No es una fotografía de pasaba por allí, sino de conocimiento, como de intelectual callejero. Y un intelectual no tiene fecha de caducidad.
Antes mencionaba Rockocó, pero tal vez Asiatown tiene más puntos en común con el fanzine Callejones y avenidas en el que retratabas público diverso de conciertos (recogidos ambos trabajos en el libro La primera movida. Madrid in the early 80s), por aquello que decías entonces de que habías evitado las clasificaciones estéticas y por lo de «son retratos tranquilos de noches inquietas» donde habría que sustituir lo de «noches» por «días». ¿Ves en este sentido alguna relación?
Sí, del todo. Es una fotografía más tranquila. En Callejones y avenidas, porque la cámara que utilicé era de formato medio, que a veces exigía ponerla en un trípode. Y en Asiatown, porque yo ya estoy muy lejos de los años acelerados de la Movida, que fueron los que recogí en Rockocó. La diferencia evidente es que las fotos de Asiatown no son en blanco y negro, sino en color y la mayoría con cámara digital. También, que en Callejones y avenidas el formato, eran todas cuadradas y del mismo tamaño.
En la expo del CCCC, en las dos salas se muestran, formando estructuras abiertas, fotos horizontales y verticales de distintos tamaños, no hay orden cronológico, ni geográfico. Y los vinilos en plan gigantografía apoyan el ritmo visual de las paredes. Es curioso que ahora casi todas las fotos me salen verticales. Antiguamente, no. El cine ha sido siempre horizontal. En cambio, las nuevas redes sociales como Tik Tok son verticales. Ya empiezan a verse televisores verticales. Todo es un constante cambio.
¿Qué debe de tener alguien para que despierte tu interés en retratarle?
Hay quien dice que el fotógrafo es un cazador, porque recoge en su disparo el instante fugaz de décimas de segundo. O un pescador, porque ha de tener la paciencia de la espera de muchos minutos. Ahora con la fotografía digital se prefiere hablar, en vez de disparo, de captura. Es como menos violento, más ecológico. Pero siempre es el ojo avizor el que ha de estar en alerta. Activo el temporizador en mi mirada que va rastreando el entorno con olfato ocular. Posiblemente, hay en mí un instinto animal creador. De golpe veo la foto. Pero al ser fotografía documental, una cosa es verla y otra hacerla. Así que me he de acercar a las personas, que digan sí, que acepten esa pared cercana que ya he previsto.
¿Qué te interesa del retrato?
El retrato es convertir el mapa humano en algo cercano. Lo colectivo, en individual. El rostro es la curva llamativa del cuerpo y los ojos, su precipicio. En mi caso, hay una constante: la frontalidad y la mirada del retratado al objetivo de la cámara. Difícilmente hago retratos de perfil o en posiciones “de modelo” como llevarse una mano a la cadera o a una patilla cuando llevan puestas gafas de sol. O actitudes de “excursionista”: hacer gesto con los dedos, ya sean la V de victoria o la U de los cuernos. En situaciones muy aisladas las acepto porque concuerdan del todo con el retratado, no porque lo hagan como gracia. Evito los retratos graciosos y las sonrisas como lugar común. No les pido que estén serios, sino naturales, normales. Tampoco busco la sobreactuación, lo artificioso. Con su presencia tan acicalada, me basta. Y lo conjugo con el encuadre de la foto, su fondo, su luz, mi posición, que suele situarse a su misma altura. Los picados o contrapicados los uso en contadas situaciones para evitar que salga gente detrás. Mis fotos son en sitios concurridos, pero parecen espacios solitarios. Y que concuerde, porque sin historia no hay relato, solo habría fotos aisladas, más o menos conseguidas.
En la exposición hay fotografías que no son retratos. ¿Qué papel tienen en la muestra?
Son como respiraderos visuales. En mi anterior exposición con libro, Ficciones, que se editó en 2021, sobre el mundo del cómic y del manga por Europa, América y Asia, es verdad que únicamente había retratos, pero en otros libros y exposiciones de décadas anteriores he incluido estos “no retratos”, que están más próximos al bodegón o al paisaje que al reportaje. Para mí una foto es una frase. Y el conjunto de fotos de la exposición es un libro, sea novela o ensayo, en el que se cuenta una historia. Con elementos verídicos de la fotografía documental creo una obra de ficción “basada en hechos reales”.
¿Cómo llevaste a cabo los retratos que forman parte de Asiatown? ¿Quedaste previamente con la gente o la veías por la calle y lo proponías?
Lo de quedar es muy difícil, en mi caso no funciona. En pocas ocasiones ha ocurrido (en Dubái y en Hanói), pero lo habitual ha sido la casualidad del encuentro, de coincidir. Lo que sí he programado ha sido que mis viajes coincidan con eventos como festivales de música o de cómic, aunque no siempre. Además, mis viajes suelen ser en periodos de vacaciones escolares, por lo que la gente joven está en la calle. Paso una docena de días: de miércoles a lunes y así pillo 2 fines de semana, que es cuando hay más oportunidades. Así al estar en un contexto propicio, la gente es más receptiva a dejarse fotografiar. Y el caso de los festivales de cómic es jauja porque toda la gente quiere ser fotografiada, va allí a eso, sean cosplays profesionales o público amateur. Además, en Asia hay una propina, que la gente es muy educada y más con las personas mayores y a veces hasta me hacían una reverencia de agradecimiento por haberles retratado.
¿Cómo reaccionaban a tu propuesta de ser fotografiados?
Antes llevaba un cuadernito de fotos de 10x15cm con una selección, para que vieran el tipo de retratos que hago, en caso de que yo viese que dudaban en decirme que sí ante mi propuesta de entrarle para fotografiarle. Todavía no existían las redes sociales, ni el concepto del Street Style, aunque la conocida revista británica I-D existe desde 1980, por lo que hay quien no necesita explicación, dicen sí rápidamente porque saben que van totales. Cuanto más underground es la persona, más facilidades da. Hay un componente de militancia, van vestidos con conocimiento de causa. Distingo entre moda y actitud. Una moda ahora es llevar un candado en el cuello, no tiene el concepto de mensaje rebelde de cuando el punk de los 70-80. Aún así, no todo el mundo aceptaría ponerse un candado de colgante o anillos extraños en todos los dedos. Y ahora nada más hacerle el retrato, nos intercambiamos el Instagram, se sorprenden al ver mis fotos tan auténticas en mi cuenta y que tenga tantos seguidores. Y se ponen nerviosos si tardo en mandársela en un privado, yo necesito que las imágenes reposen. Para ellos ese concepto del reposo no existe.
En la rueda de prensa de la exposición dijiste que te considerabas un fotógrafo político. ¿En qué sentido relacionado con esta muestra?
Sí. Político no tiene porqué referirse solo a un partido u otro, sino también a “polis” (ciudad en griego), mi fotografía es muy urbana o suburbana o subcultural, porque hay identidad, actitud. En la rueda de prensa puse el ejemplo de fotos de jóvenes indios en Mumbái y Nueva Delhi que eran de la religión sij, pero no llevaban el turbante reglamentario. Y no digamos chicas malayas o indonesias, que obligatoriamente han de llevar el velo como identificación musulmana. En la mayoría de países asiáticos no ha habido las revoluciones culturales o juveniles de la segunda mitad del siglo XX como en Norteamérica o en la entonces Europa del Oeste. A veces sus padres son casi medievales. Salir a la calle con pintas sigue siendo muy arriesgado. Es como si tomaran por asalto los escaparates. La música y la moda son los primeros bajos fondos del joven, es donde experimentar a ser adulto a su gusto.
¿Cómo ha sido tu relación con València a lo largo de todos estos años?
Ya me he referido al Espai Visor, que durante su existencia en València fui artista de su galería e incluso expuse una segunda vez en ella en 2009. Para quien no lo sepa, esta galería, desaparecida en 2019, que llevaban Míriam Lozano y Mira Bernabéu, es continuación de la histórica galería Visor, que fundó Pep Benlloch en 1982. Fue una de las primeras galerías de arte en España especializada en fotografía y era una consagración para cualquier fotógrafo tener una expo individual en ella.
Otra de mis relaciones con Valencia ha sido que, debido a su cercanía con Barcelona y con Madrid, las dos ciudades donde he vivido alternativamente los cuarenta últimos años, he venido a concentraciones mods, a festivales de cómic e incluso a celebraciones de fútbol. La espinita que tengo clavada es no haber venido con frecuencia cuando la Ruta del Bakalao. Sólo vine una vez, pero no tengo buenas fotos. No se puede estar en todo.
Y también he tenido bastante vinculación con Castelló capital. Precisamente, ahora en la sala de la sede de la Fundació Caixa Castelló, que dirige Alfredo Llopico, hay una importante expo del coleccionista valenciano Juan Redón (hasta el 8 de Julio), titulada Cambio de Paradigma, en la que hay 20 fotos mías. Estará hasta el 8 de julio.