Fotos: Ricardo Cases

Nada de este titular requiere especial presentación. Tanto nuestro más insigne plato, el automóvil, L’ETNO (Museu Valencià d’Etnologia, premiado con el reconocimiento al mejor Museo Europeo del año 2023) o el fotógrafo Ricardo Cases (el de los flashazos, la coentor, la profunda alegoría a la idiosincrasia valenciana) son materia conocida para el lector ideal de Verlanga.

Cases, antiguo miembro del colectivo Blank paper, reedita su trabajo Paellas y coches dentro de la exposición permanente de L’ETNO No es fácil ser valencià/na. La muestra fotográfica, que se puede visitar hasta diciembre de 2024, va de paellas y de coches, como era de esperar. «Todo empezó en uno de los tantos días que voy a recoger una paella al restaurante L’Alter de Picassent. Cuando abrí el maletero al llegar a mi casa ‘trasladé’ a foto una imagen que nunca me llamó la atención por culpa de la costumbre. Me hice la pregunta: ¿Qué hace un arroz para diez personas abierto de par en par dando botes 15 kilómetros por caminos y autopistas en el maletero de un coche? ¿Cómo es posible que este manjar llegue en condiciones a la mesa, más aún cuando va a ir acompañada o aderezada por paraguas, juguetes, pantalones de recambio, revistas atrasadas y todo el polvo que conlleva vivir en el campo? Se abría un camino fotográfico interesante porque se daba el equilibrio estupendo entre forma y fondo».

Como reza el texto de exposición y de la publicación, escrito por Iván del Rey de la Torre, «Hoy en día no nos parece extraño ver paellas en los sitios más insospechados. En un mundo actual dinámico, en el que la prisa y la falta de tiempo amenazan algunos rituales sociales clásicos relacionados con la alimentación, los valencianos y las valencianas hemos encontrado soluciones».

En este trabajo con olor a domingo, Ricardo Cases retrata una serie de «bodegones motorizados, donde explora nuevos imaginarios visuales en torno a la representación de la paella». En palabras del autor, «A lo largo del trabajo van apareciendo variaciones / regalo que la realidad le ofrece al fotógrafo insistente: paella-maletero, paella negra-maletero roto con muleta de soporte, paella-furgoneta con suelo de madera viajando con moto de trial y equipo correspondiente, paella copilota, paella-pies de copiloto, etc.» La serie incluye peripecias como una secuencia en cuatro fotos que demuestran que es posible llevar con solo dos manos una paella para cuatro comensales desde el coche hasta la mesa del domicilio. «Saca del maletero y ciérralo, llama al ascensor, pulsa la planta correspondiente, abre la puerta de casa». Desde luego, no es fácil ser valenciano.

Ricardo Cases retrata una serie de «bodegones motorizados, donde explora nuevos imaginarios visuales en torno a la representación de la paella»

La museización de Paellas y coches

El paso a las salas de un museo de Paellas y coches, autopublicación aparecida originalmente en 2021, atiende a la casualidad. Cases relata que durante una visita a una exposición temporal se encontró con Pau Monteagudo, responsable del archivo del museo y le propuso exponer la publicación en la sección Horta i marjal: los imaginarios de la exposición permanente de L’ETNO. «Recuerdo que vi Paellas y coches por primera vez en alguna de estas ferias de publicaciones habituales en la ciudad. Me quedé con él en la cabeza, pensando que tenía mucha relación con el espíritu de L’ETNO, que siempre está tratando de estirar y ampliar las miradas hacía la cultura popular valenciana, pero que no acostumbra a buscar en espacios creativos de autoedición. Vimos una conexión, pero había que esperar el momento adecuado», explica Monteagudo.

«Fue el año pasado cuando se dio la oportunidad. Se planteó la idea de tratar de estimular la exposición permanente con pequeñas intervenciones que ofrecieran una ventana para colaborar con agentes creativos del entorno. Trabajos que pudieran aportar ideas al relato principal de la exposición permanente pero que se habían quedado fuera por falta de espacio o porque desbordaban la línea principal del discurso. La sala de Horta i marjal: los imaginarios apunta justo al tema de la representación, y trata de reflexionar justamente sobre la distancia entre la imagen que se proyecta de ciertos lugares y la realidad, subrayando el hecho de que los ‘tópicos regionales’ son en realidad construcciones culturales con muchos más matices y aristas. En nuestro caso la imagen idílica de la huerta, la barraca y la naranja como elementos fetiche de la representación del territorio valenciano. Esta reflexión, es aplicable a muchos otros lugares cuya representación icónica resulta potente pero simplista y reduccionista a la vez, y enlaza con la intención general de la propuesta expositiva de la permanente No es fácil ser valencià/na de ofrecer reflexiones universales partiendo de nuestra propia tradición y cultura propia».

Exposición de 'Paellas y coches' en L'ETNO.

Exposición de ‘Paellas y coches’ en L’ETNO.

¿Estamos sobreexplotando la paella como temática? ¿Contribuye esta muestra a limitar el imaginario valenciano? Para Monteagudo «La representación de la paella acostumbra a incorporar imágenes de la escena final con el brillante arroz, en restaurantes, o en su proceso de elaboración en grupo de amigos o familia. Por su parte, el trabajo de Ricardo, acostumbra a ofrecer una mirada lateral sobre prácticas cotidianas de la cultura popular a las que no solemos darle mayor importancia. La idea de la paella para llevar, tan arraigada en nuestras realidades contemporáneas apenas ha sido representada y contada, y nos pareció que encajaba perfecto en la parte que tenemos dedicada al icónico plato, donde ya había un elemento disruptivo y provocativo; una paella mixta, rescatada de una falla, con marisco y carne, que siempre desata polémica sobre cual es la auténtica paella, esa es justo la intención, provocar la reflexión sobre determinadas ideas esencialistas. Esta serie de Ricardo, nos ayuda a insistir en esta idea de ampliar la mirada, ensanchar el discurso y deconstruir tópicos sobre nuestras propias tradiciones populares». Por su parte, Ricardo, más que afirmar o contradecir esta justificación, se limita —y no es poco— a seguir jugando con las significaciones cotidianas que suceden bajo la luz aplastante de este Mediterráneo.