El  mundo se divide entre los que amamos los bares y los que pueden pasar por sus puertas sin el menor atisbo de interés. El asunto va más allá de almorzar, quedar a tomar algo, ver un partido de fútbol, matar el tiempo de una espera o zamparse un menú a mediodía. Un bar es una casa, una historia, un lugar donde puede pasar de todo. Cosas buenas y malas. Peligrosas incluso. Un bar es, en definitiva, como una vida.

Nos vemos en los bares (editado por Festiu), de Rubén Malo de Dios, va de eso. Sus fotografías de bares traspasan no solo el papel sino la realidad fija capturada. El hombre que fuma un puro, la mano que está a punto de jugar una carta sobre el tapete, la mesa vacía contra la pared, la terraza del Aquarium. Puntos de partida que se disfrutan tanto por lo retratado como por la cantidad de historias que pueden contar. A Rubén no le interesa provocar lo que ocurre, sino reflejar lo que ve, lo que se ve.

Ahora que está de moda lo inmersivo, con exposiciones que parecen parques de atracciones, está publicación puede presumir de practicarlo de verdad. Aquí no hay mentira, ni proyecciones envolventes. Pasar sus páginas es como traspasar las puertas de los bares fotografiados. La cervecería Manolo, La Estrella, la Taberna Amparín, el Domínguez de Bétera o el Toni de Godella. Escuchar las voces de los parroquianos, de la máquina de café, de la botella de Terry tocando un solo y convirtiéndolo en carajillo, de los platitos pequeños apilándose. Sus fotografías (realizadas entre 2018 y 2023, pandemia presente) son como la celebración de la polaroid que nos despide desde la contraportada… hasta la próxima visita.